6/22/2006

La memoria de los muertos

(c) Stephanie Pui Mun // www.shadowscapes.com

Hace unos meses vi una película que me gustó mucho, protagonizada por Robin Williams.

Era un bonito film, que tendría sus más y sus menos, pero trataba de la historia de un hombre que de niño vio morir a un chico con el que jugaba en unos almacenes o estructura similar, y que pasando por encima de un tablón (o saltando, no recuerdo bien, debería volver a verla) cae al vacío y muere).

Él recuerda perfectamente la figura rota de su amigo en el suelo, con un charco de sangre rodeándole y extendiéndose por el suelo.

Asustado, se va del lugar y corre hasta el coche de sus padres.

La siguiente vez que nos topamos con el protagonista es ya un adulto, y trabaja. Pero tiene un oficio peculiar. A priori, no lo dirías, porque simplemente realiza montajes de películas. El detalle que le hace especial, es que esas películas están hechas con las vidas de difuntos.

En un futuro (no muy lejano), se descubren unos chips que implantados en el cuerpo humano son capaces de recoger todos tus recuerdos, pensamientos, emociones, sentimientos. Toda tu esencia. Y grabarlos en una especie de cristal o cinta. Todos los padres que se lo pueden permitir, regalan un implante a sus hijos.

Con el tiempo, esta extravagancia se torna normalidad y todo el mundo tiene su propia memoria. Sólo puede extraerse una vez muerto.

Llega un momento en la vida de todos que nos planteamos el tema de la muerte. Hay quien lo afronta, hay quien lo esquiva. Inevitablemente, ese hilo conduce a la idea de inmortalidad.

¿No es, acaso, trágico que todo lo que tú sabes, lo que conoces, lo que has sentido, lo que has creado, se pierda cuando tu cuerpo muere?

Y por eso, imagino, porque somos conscientes de esa gran pérdida, la humanidad vive obsesionada con la inmortalidad. Buscamos la vida después de la muerte. La anhelamos. Queremos saber que todo lo que hemos sufrido, todo por cuanto hemos luchado no es un trabajo fútil y vano.

A veces me planteo, porqué un trabajo mejor, más dinero, una casa más grande (con su equivalente hipoteca), si cuando yo muera no quedará nada…

Lo que más me duele, son mis ideas, mis conocimientos. Todo lo que he pensado y sentido. Así que en cierta forma, mi blog es un “legado”. Para que no se olvide lo que pensé.

Pienso también en todos los libros que dejaré atrás, en estanterías que juntarán polvo. Y en los libros que me moriré sin haber leído, sin conocer. Tantas cosas que no podré compartir con nadie, y gente interesante que no me cruzaré jamás.

Por eso aprovecho todo lo que puedo Internet, por eso quiero conocer siempre gente nueva. Gente que estimule mi vida y me insufle ideas nuevas.

No quiero que eso desaparezca conmigo. Prefiero compartirlo. Para releerlo el día de mañana yo misma o que alguien lo lea si le sirve.

Todo el mundo coincide en que pienso. Demasiado, dicen, incluso. Vulgarmente lo llaman “hacerse pajas mentales”. Entonces me planteo si quiero seguir manteniendo una relación siquiera de amistad con alguien así. Lo que más valoro de mí misma es mi cerebro, mi forma de pensar. Estoy muy orgullosa de ello.

Quienes me conocen saben que es extraño que acabe una frase sin empezar la siguiente. En mi interior hay todavía más desorden, hilvano pensamiento a una velocidad pasmosa. A veces me frustro porque tengo tanto que decir y tan poco tiempo… Este fin de semana estuve con unos amigos en la casita de playa de los abuelos de uno de ellos. Toda la noche de tertulia, y me lo pasé tan bien…

Estuvimos hablando de muchas cosas, de genética, de historia, de psicología, de filosofía… Y me quedé pensando… Si no lo escribo, quizás lo olvide un día. Lo bien que lo pasé, las cosas que aprendí… Y hubiera dado lo indecible por tener un cristal memoria en mi cabeza, que grabara por mi todo lo que siento y pienso.

Si tuviera que explicar verbalmente todo lo que pasa por mi cabeza mientras digo una frase a mis amigos, quizás tardaría 15 minutos, intentando reflejar todas y cada unas de las impresiones e ideas encadenadas unas a otras.

Estuvimos hablando de Aristóteles, Sócrates, Platón, Pitágoras… Watson…

Es tan cierto, y tan increíble a la vez, que cuando muramos seguiremos siendo nosotros mismos, la misma persona, pero que no quede en nosotros un solo átomo de la persona que fuimos al nacer. Y sin embargo, hay algo que nos mantiene siendo nosotros mismos.

No es extraño pues que alguien planteara el concepto de alma.

Quizás “alma” es lo que se graba en el cristal de “La memoria de los muertos”.

Robin Williams veía la película de la vida de aquellos cuya familia contrataron sus servicios de “montador” para el video del funeral.

Conocía más intimamente al muerto, que sus amigos y propia familia, porque veía las cosas como el otro las vio, con lo que pensaba. Imagina: los buenos momentos, los malos, la primera pareja, el primer ser querido que perece, todo lo que has hecho por trabajo, aquellos con quienes eres hipócrita, la gente con quien tuvo relaciones extramatrimoniales… Él te conoce.

Me dijo una chica el sábado en la tertulia postbarbacoa que era atroz. Vergonzoso, tal vez. No atroz. A mi me atrae la idea de poder revisar mis pensamientos una vez tras otra y analizarlos. O revivir más perfectamente recuerdos y momentos.

En “El juego de Ender” (qué gran libro, no me cansaré de repetirlo), surge la figura de “voz de los muertos”. Aquella persona que habla por ti, una vez ya no respiras. Que lava tu memoria y te muestra a los demás como la persona que eras, con tus cosas buenas y las malas. Incluso la peor de las personas que viva sobre la faz de la tierra, tiene algo bueno.

Es triste, pero es así. Alguien habrá con quien vuelque un ápice al menos de amor. Eso no hace más fácil la tarea de odiar a nadie: la complica.

No hablaré más del tema, porque no quiero chafarle el libro a nadie, pero el final, es impresionante. A mí me hizo llorar. Y hay pocos libros que lo hagan. Y te hace pensar en muchísimas cosas.

Ahora que vivo sola también a veces me aflige la idea de que un día me levantaré por la mañana y no veré más a mis padres, porque no estarán. Soy consciente de ello. Y aun así me veo incapaz de remediarlo.

Intento pensar: disfruta, vive el momento, vive tu vida cada día. Mañana no sabes qué pasará. Después editaré el post para añadir una frase de un comic que me encantó, que venía a decir que el día que me muera, que sea pensando que he disfrutado, y que simplemente, estoy ya cansada y es hora de dormir de verdad.
"Me gustaría morir pensando 'ha sido divertido, pero ya estoy cansada'"
Masami Tsuda - Karekano vol 21

Entonces cuando me dan estos días, pienso que tengo que hacer las cosas sin arrepentirme de nada. Por eso supongo también actúo más loca. Hablo con quien quiero, me presento a quien quiero… Tal vez sea la única y última oportunidad de conocer a esa persona.

Quizás no vale la pena ir a dormir enfadado con las personas que quieres. Mañana puede que no estén.

Me dijo Grunttt el otro día en la playa, que no vale la pena enfadarse con la gente que quieres. ¿Para qué, si después tendrás que perdonarles igualmente? Perdónales antes, incluso, de enfadarte con ellos. Ahorraras tiempo, esfuerzos y dolor.

Me da tanta pena pensar que un día no me levantaré yo tampoco por la mañana… Y ya no podré disfrutar de tantas cosas que me gustan… De los gofres de chocolate, de los pasteles, de las fresas, de los helados, de los conguitos, de los gatos, de la lectura, de mis amigos, de los paseos, de mi familia…

Y que habré pasado por la Tierra y tal vez nadie me recuerde. O que quienes me recuerden un día no estén para recordarme ya más.

Me encantaría tener mi propio cristal para recordar.

A veces pienso que un hijo es un poco eso: una memoria infinita que llenar con tus recuerdos. Alguien sobre quien volcar lo mejor de ti, con quien compartir tus ilusiones. ¿Cómo puede nadie matar a su propio hijo y abandonarlo en un container?

Me gustaría un día tener a alguien a quien poder contarle la infinidad de cuentos que sé, con quien compartir Peter Pan, El mago de Oz, Alicia en el país de las maravillas, los Hermanos Grimm, Sapkowsky, Georg RR Martin, la mitología…

Alguien que me enseñe también cosas nuevas, o a ver la vida a través de sus ojos.

Alguien que cuando yo no esté, sea mi “voz de los muertos”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya... Esta entrada me ha gustado especialmente.
Cada vez le tengo más ganas a ese libro, de cuya existencia comencé a tener conocimiento cuando alguien lo relacionó con Bokura no.

Saludos. :P

Ysondra dijo...

Me alegro que te gustara =)

Ya te dije que tengo días para todo.

Cuando leas Ender me comentas, a ver qué te pareció.

Yo ahora ando con varios, entre ellos "Never Let Me Go" de Kazuo Ishiguro... Muy chulo. También hace pensar =)