9/30/2008

Nada

Who waits forever anyway…

Me alegro. Me alegro mucho. En serio.

Me alegro mucho de poder cerrar los ojos y descansar de una vez por todas, por fin.

Aunque esté oscuro, y sea de noche, y ya no se oiga nada a mi alrededor. Aunque ya no haya más voces ni nadie más esté despierto a mi lado. Aunque empiece a hacer frío y me haga consciente poco a poco de la humedad que cala mis jeans viejos dejándolos pegados a mi piel.

Aunque lo único que pueda oír de fondo es música de Queen, que me recuerda levemente a mis padres. Aunque deje atrás un montón de personas que quizás debería echar de menos.

Aunque lo último que llegue a detectar es ese aroma gaseoso ligeramente familiar.

Qué suerte tienen los animales, que no les educan para torturarse mentalmente, ni se sienten ligados a nada, ni guardan resquicios de culpabilidad. Nada dura para siempre.

Estoy cansada de todo. De levantarme cada mañana, de sonreír aunque no quiera, de ser amable, de vivir vacía. No hay una sola noche que me pregunte por qué motivo debería levantarme una mañana más, y que me cuestione qué es lo que hace que la gente tire para adelante.

Lo he hablado mucho, escucho por ahí cuando la gente comenta entre sus amigos. Por la familia, por los amigos, por los hijos, porque es pecado, porque no hay otra oportunidad.

A mí eso de vivir se me hace muy pesado. No le encuentro ningún sentido, a pasar un día tras otro en la miseria, en el trabajo, en la desesperación. Incluso he llegado a pensar porqué al Estado no le gusta que la gente se suicide, y la única respuesta viable que encuentro es: porque son menos impuestos. ¿Te imaginas que hubiera una hecatombe y el cincuenta por ciento de la población activa decidiera suicidarse? Bueno, hazte una idea de dónde acabaría la economía. No me creo todas esas monsergas de la ética, la moral y la Iglesia. A fin de cuentas, es mi vida, es mi cuerpo, y en todo caso, es mi alma. Nadie más que yo tendría derecho a decidir aunque estuvieran a tiempo.

Siempre creí que acabaría en un psiquiátrico. No fue así. Seguramente mi idea de los sanatorios, como otras tantas impresiones en mi vida, es un tanto romántica y no existe.

Me pasé toda la vida buscando una respuesta, pero es difícil siendo atea. Quizás es por eso por lo que la gente cree en algo, para no volverse locos, para no sentirse tan extremadamente vacíos y creer que vivir tiene algún tipo de sentido y al final existe una recompensa.

Mírame, soy la viva imagen de la locura. Si la humanidad por la mañana pensara que lo único por lo que se levanta el país es por pagar la hipoteca… No llegaríamos a ningún sitio.

No entiendo por qué yo pienso así y los demás no, y sé que no es un tema que pueda tratar abiertamente. Aun gracias que de tanto en tanto puedo comentar esto con alguien sin que piensen que estoy loca de remate. Aunque bueno, ya no tiene mucha importancia.

Muchas veces he tenido esa sensación de irrealidad. Como si la vida fuera una película que le pasa a otra persona y que en algún momento alguien la “hará” saltar, y contemplo lo que sucede en tercera persona. Creo que en esos momentos de alienación mi mirada debe ser bastante extraña, cosa que la gente entiende como “pasotismo” pero es que simplemente me parecen de mentira. Como si lo que hablaran no fuera conmigo.

Después, no sé cómo, parece que alguien toca un interruptor y conecto de nuevo con la realidad, aunque no es algo que me guste mucho. Por eso supongo que en el fondo muchas veces me dado lo mismo que me gritaran, porque para mí eso estaba pasando en algún sitio ajeno a mi persona.

Con todo, aunque lo mío me ha costado, he conseguido llegar bastante lejos.

Sé lo que va a pensar todo el mundo mañana, cuando se levanten y no me vean. No es culpa suya, en absoluto. Él simplemente fue la gota que colmó el vaso de mi estupidez.

Qué le voy a hacer si soy así de estúpida, que tanto me fío de los demás, que tanto doy. Quizás tenía tantas ganas de sentirme completa… Pero una patada tras otra, una puñalada tras otra, por más que te levanta llega un día que te hace tanto daño que no lo puedes remediar. Y aquí estamos.

Llegas a creer que no vales una mierda. Para nadie. Llegas al punto que estás cansada de escuchar, “él se lo pierde”. ¿Por qué? ¿Por qué es malo ser como eres? ¿Por qué es malo demostrar afecto? ¿Por qué es malo querer a alguien? ¿Por qué parece que lo único que te hace sentir vivo es el dolor? Qué lástima que nos engañen diciendo que vinimos al mundo a ser felices. Mentira. Vinimos a llorar y a sufrir. ¿Por qué querría nadie ser padre en un infierno así?

He sufrido muchas veces, como todos, me imagino. Si escribiera un libro con la cantidad de absurdidades que me han pasado… No lo compraría nadie por fantástico. Pero esta vez ya no tengo fuerzas para levantarme y continuar, porque no quiero que la historia se repita una vez tras otra. Ahora soy consciente de que no valgo nada para nadie, ni siquiera para mí. Que valgo menos que un recuerdo, que valgo menos que una quimera. ¿Tan horrible soy? ¿Tan poco valgo? Que incluso un fantasma que llega del pasado es capaz de desbancarme con tres palabras burdas…

Me he aburrido de escuchar que no me preocupe, que vendrá otra persona, que es un imbécil, que no me merece, que no vale la pena. En el fondo es que simplemente, nada lo vale, ni siquiera vivir. Que es un idiota, que más vale saberlo ahora que más adelante. Que es un pusilánime, un blando, etc… Bueno, ¿y qué soy yo entonces? Una idiota, una crédula, una desesperada, una indeseable.

No me quiero levantar mañana para ver repetida la misma película con un nuevo protagonista estelar, ni quiero que se levante nadie más.

Y aquí estamos, juntos los tres. ¿No es maravilloso? Él con el tiro en la cabeza con sus ojos cristalinos desgarrados en horror al contemplar la figura de ella, degollada, su sangre empapándonos la ropa; y yo con ese sopor tan acuciante, esas ganas de dormir que no puedo reprimir mientras Queen suena de fondo, como una canción de cuna después de la cual ya no quedará nada más que una sonrisa en mi cara por haber escapado de esta mierda de vida.

There's no time for us
There's no place for us
What is this thing that builds our dreams yet slips away
from us

Who wants to live forever?
Who wants to live forever....?

There's no chance for us
It's all decided for us
This world has only one sweet moment set aside for us

Who wants to live forever?
Who wants to live forever?

Who dares to love forever?
When love must die

But touch my tears with your lips
Touch my world with your fingertips
And we can have forever
And we can love forever
Forever is our today
Who wants to live forever?
Who wants to live forever?
Forever is our today

Who waits forever anyway?

Cocinando con Yson - Espaguettis a la carbonara (Estilo Hordeño)

Versión sencilla de los spaguettis a la carbonara de toda la vida, al estilo hordeño (fuera nata líquida, fuera queso). En mi casa se hacen así de toda la vida, desde mi abuela por lo menos.

* Dificultad: Nula (ideal para hombres, amebas, singles, estudiantes y vag@s)

* Tiempo: Veinte minutos (incluídos los doce de cocción de los spaguettis)

* Comensales: 1 o 2

* Utensilios:

- Sartén pequeña
- Una tapa que cubra la sartén
- Espátula de madera
- Olla para pasta

* Ingredientes:

- 200 o 250 gramos de bacon ahumado (un paquete por ejemplo del ahumado de Oscar Mayer)
- 1 o 2 huevos (a huevo por persona, aproximadamente)
- Unos 150 o 200gr de spaguettis por persona
- Sal
- Pimienta
- Un poco de aceite de oliva

* Preparación:

- Dejar preparados a mano los huevos, la sal y la pimienta
- Poner a hervir el agua para la pasta (así vamos ahorrando tiempo)
- Cortar las lonchas de bacon en tiras de un cm aproximadamente. Reservar.
- Poner la sartén al fuego con un poco de aceite, aproximadamente dos o tres cucharas soperas (máximo). Dejar calentar.

* Nota: El bacon es muy traicionero, y salpica bastante. Armarse con la tapa para la sartén nada más echarlo al aceite, porque empezará a salpicar, y el aceite ese joroba un buen pico.

- Echar las tiras de bacon a la sartén. Dejarlas dorar a gusto del consumidor. Una vez estén doradas, apartar del fogón para que no se sigan cocinando, y poner la sartén sobre otro fogón frío. No tirar el aceite ni nada (es pecado).
- Batir el/los huevos. Echarles sal y pimienta al gusto. Reservar hasta que esté la pasta.

* Nota: La pasta, que normalmente tarda entre 12 y 15 minutos en cocinarse, según la marca (una Barilla tarda más que una pasta Gallo), se tiene que colar dos minutos antes de que acabe de cocinarse.

- Colar la pasta dos minutos antes del tiempo indicado en el paquete. Mientras tanto, dejar la olla en el fuego, si acaso la llama al medio o al mínimo mientras nos preparamos.
- Echar a la olla POR ESTE ORDEN: El bacon con su aceite, la pasta ya colada, el batido de huevos que teníamos preparado con su sal y su pimienta. Poner el fuego al medio.
- Remover sin cesar la pasta con el huevo y el bacon, hasta que el huevo esté bien cocinado (se lo verá bien cuajado).
- Servir en el plato. Se puede añadir a posteriori sal o pimienta al gusto. Los herejes también pueden añadir queso.

* Nota: Algunas "personas" también le añaden nata líquida a la vez que el bacon y el huevo. Pero bueno, también hay "quien" parte los spaguettis en cachos antes de echarlos al agua hirviendo.

Cocinando con Yson - Galletitas de Navidad

Bueno, porque no me apetece un cojón escribir nada más, y para no ir a cuestas con mi libreta de recetas todos los días, dejo por aquí la receta de las galletitas de Navidad.

Estoy valorando hacer galletitas con forma de corazones arrancados de los pechos, demás vísceras varias, y hombres castrados, decapitados y/o con cualquier otro tipo de mutilación aceptablemente dolorosa.

No es un sentimiento muy navideño, pero a quien coño le importa.

Anyway... Receta ideal para preparar unas ricas galletitas de Navidad. Ahora solo nos queda encontrar moldes de la Horda o de Destrucción (o troquelarlas con un punzón, para el caso...).

Decoradas de formas diversas, sirven para cualquier ocasión: Cumpleaños, Halloween, Fiesta de la Cerveza, Día de los Niños... Maldiciones vudú y quien sabe cuántas otras utilidades lucrativas adicionales.



Galletitas navideñas de mantequilla.

* Dificultad: Media (ideal para algunos tipos avanzados de besugo).

* Tiempo: Una hora y media (incluídos los 5 o 10 minutos de cocción al horno), más una noche para dejar reposar y secar el glaseado de decoración.

* Comensales: Depende de lo glotones que sean.

* Utensilios:
- Rodillo de amasar
- Moldes varios para cortar galletitas
- Bandeja para el horno

* Ingredientes:

* Para la masa:

- 500 gramos de harina
- 325 gramos de mantequilla
- 225 gramos de azucar
- 2 huevos
- 1 cucharadita de sal
- Raspadura de limón
- 1 cuchara sopera de vainilla azucarada

* Para el glaseado:

- 1 poco de zumo de limon (lo más espesa que se pueda trabajar la pasta)
- 200 gramos de azúcar glas
- Colorante alimenticio (de la tonalidad que se desee)

* NOTA: Otra forma de hacer el glaseado es combinando el azúcar con huevo:

- Una clara de huevo
- 200 gramos de azúcar glas
- Colorante alimenticio

* Alternativa: Si no se quiere decorar las galletas con glaseado, se pueden pintar al estilo tradicional con huevo.

- 1 o 2 huevos, batidos.


* Preparación:

- Se mezclan todos los ingredientes hasta formar una pasta fina y lisa.
- Se amasa con los dedos de las manos, y se deja descansar en la nevera o congelador media hora para que esté más dura y no se tenga que poner tanta harina.
- Ir poniendo a precalentar el horno (200º unos 20 o 30 minutos, que es lo que se tardará entre dar forma).
- Dividir la pasta en 4 trozos, trabajar con una y reservar el resto en la nevera. Repetir hasta acabar con toda la masa.
- Se estira la porción de pasta con el rodillo.
- Se cortan las formas y se meten en el horno.

* NOTA: Si se va a pintar las galletas con huevo, habrá que hacerlo antes de ponerlas a cocer en el horno. En cambio, para el glaseado, habrá que esperar a decorarlas una vez hayan salido y hayan enfriado un poco.

- Las figuras más gruesas se ponen en las puntas de la bandeja, y las que quedaran más finas, al centro.
- Se tienen que separar bien las figuras entre sí.

* NOTA: Precalentar el horno a 180 grados unos 15 minutos.Vigilar constantemente una vez estén en el horno, ya que cada horno necesita más o menos tiempo de cocción, que puede variar de 3 a 10 minutos.

- Para preparar el glaseado, se coloca en un recipiente el azúcar y se irá añadiendo poco a poco el zumo recién exprimido del limón. Revolver hasta que quede una pasta espesa y cremosa, pero sin grumos.
- En caso de haber escogido la variante con claras, batir la clara a punto de nieve, añadir el azucar hasta que espese sin dejar de batir con la batidora, y colorear al gusto.
- Se puede utilizar la mezcla separándola en porciones para aplicar a cada una un tono distinto y que las galletas sean más originales.
- La consistencia de la pasta debe ser espesa, lo más que se pueda siempre que permita esparcirla por encima de las galletas.
- Dejar secar toda la noche preferentemente.

9/18/2008

Señales

Parecía todo tan obvio, y para mí era todo tan extraño…

No es que jamás hubiera viajado a otros países, de hecho había estado en cinco, y este era mi sexto destino.

Aunque todos eran parecidos cuando visitaba sus capitales, y aunque todos tenían edificios y calles o vías (en mayor o menor medida más austeras o más hermosas en su arquitectura y construcción), todas eran diferentes y en ello -supongo- se encuentra la enormidad de viajar y conocer nuevos lugares.

La primera vez que viajé, era muy joven, y aunque para muchos pudiera parecer precoz, tenía tan solo dieciséis años cuando me establecí por tres años en la capital que elegí como destino. Era mi primer viaje al extranjero, y había oído maravillas en boca de mis amigas, por lo menos tres o cuatro habían empezado ya a deambular fuera de casa a sus anchas, y yo, envidiosa, decidí que también quería probar suerte y dejar atrás la seguridad de mi casa paterna.

Aquel donde me instalé, era un humilde pueblo costero, no demasiado basto en extensión, ni tampoco demasiado refinado. Parecía haber sido construido como una villa que fue creciendo poco a poco.

No había demasiadas comodidades, salvo un gimnasio y una casi exangüe biblioteca. Restaurantes, los justos y necesarios. Pero mi favorito -como siempre-, era un italiano al que cada viernes acudía a cenar, si podía ser cerca de la ventana que daba a las ramblas, desde donde en ocasiones contemplaba el mar.

Siendo como era un emplazamiento tan sencillo, me acostumbré rápido al lugar. Acabé conociéndolo como la palma de mi mano, y era difícil perderse callejeando porque todo estaba (aunque de forma primitiva) bien señalado en cada esquina para que nadie pudiera llegar a extraviarse.

Parecía que la confianza vivía de forma perpetua entre los ladrillos y el asfalto, y en esos tres años no encontré apenas un rincón oscuro que pudiera producirme inquietud haciéndome sentir insegura.

El pueblo me arropaba, y dormí en paz todas las noches hasta prácticamente el final de mi estancia.

Conforme los años iban pasando, no obstante, empecé a notar una cierta sensación de agobio.

Daba la sensación que el pueblo se me había quedado pequeño. Empecé a aburrirme de pasear por las mismas calles, comer en los mismos sitios, me sentía encerrada, encajonada, y cuando hablaba con mis amigas les comentaba que igual hice una elección errónea, pero claro, también hay que entender que era la primera vez que me lanzaba a la aventura.

Poco a poco fue cambiándome el humor, empezaba a estar más irascible, no tenía dónde huir, siempre encontraba las mismas caras conocidas.

Empecé a valorar la posibilidad de realizar actos vandálicos contra los inmuebles que antes tan hermosos me parecían, con la idea de que alguien se dignara a echarme de allí, aunque en realidad quería destrozarlo todo porque simplemente empezaba a odiar ese emplazamiento.

Mi presencia desarmonizaba allí por donde pasaba, dejando cicatrices en forma de grafitis en las paredes, y otros comportamientos poco honrosos.

Fue entonces, al darme cuenta que estaba perdiendo el respeto por aquella villa que tan gratamente me había acogido, donde había pasado tres años increíbles conociendo un montón de sitios nuevos, descubriendo tantas emociones, sensaciones y sentimientos nuevos, que decidí que tenía que marcharme de ahí.

Cuando partí, decidí volver una temporada a la comodidad de mi ciudad natal, a la casa de mis padres, a esas cuatro paredes que tan bien conocía, porque me pareció que no estaba preparada para cambiar a otra ciudad nueva repleta de desconocidos.

La tranquilidad de convivir con ellos aguantó apenas un año, pues como bien era sabido por mis amistades, el trato con mi padre no era del todo amistoso. No sé porqué pero creo que se podría decir que por algún motivo, nos odiábamos mutuamente.

Estaba tan harta de todo, tan hastiada, tan histérica, tan resentida, que me marché de nuevo una vez más, pero esta vez, casi como vendetta personal contra mi progenitor, eligiendo como destino una ciudad que sabía que él detestaba a pesar de que yo jamás habría tenido noticia alguna de su existencia, de no ser por las fotos y vídeos que él me enseñó en su día (hecho del que ahora seguramente -en breve- iba a estar profundamente arrepentido).

Su primera reacción al saber la noticia de mi marcha fue de cierto alivio, porque con ese movimiento yo demostraba que estaba superando mis rabias y recuperando mi entereza. Pero claro, bien me había guardado yo de decirle dónde iba en realidad, pues tenía la certeza que si se enteraba antes de que tuviera todo atado y bien atado, pondría todo de su parte para impedir mi marcha.

Poco más tarde de dos semanas después, lo tenía todo organizado para establecerme de nuevo por mi cuenta.

Creo que a primera vista lo que más me gustó de aquel lugar, fue la cantidad de museos y galerías que había en todas partes. Era como si todo el mundo en aquella ciudad fuera un apasionado del arte, ilustraciones en escaparates de artistas desconocidos, y a mí, eso me fascinaba, me encantaba, me deslumbraba. No había día que no recorriera las salas descubriendo maravillas de artistas cuyo nombre oí mentar jamás.

El centro estaba tan bien comunicado, que podías moverte sin problemas hacía donde quisieras. Había cafeterías abiertas hasta bien entrada la noche donde era posible quedarte conversando en las calles más allá de la hora bruja. En el centro, no había peligro alguno incluso en la oscuridad de la noche, ya que elaboradas farolas iluminaban la zona, mientras los carteles indicativos te dirigían de vuelta si por desgracia llegabas a extraviarte.

Por aquel entonces empecé a dibujar con mayor frecuencia, animada e inspirada en gran medida por todas las obras que me rodeaban día y noche. Parecía que mis manos estaban poseídas por las musas, mientras daba forma una ilustración tras otra a los seres que habitaban por aquel entonces en mi imaginación, mejorando con cada trazo.

Fue la época más prolífica de mi vida, y desde entonces, tomar un lápiz entre mis manos es una costumbre que se ha ido espaciando poco a poco cada vez más, hasta el punto que tengo que sentir algo tremendamente fuerte para que la imagen irrumpa en la hoja a través de mis manos.

En mi euforia, y sintiéndome segura de mí misma, decidí escribirle a mi padre una misiva explicándole que me había mudado a esa ciudad tan esplendorosa que él me había descubierto (y que ahora seguramente detestaba por dos). La respuesta no se hizo esperar, presa a medias de la rabia y la desesperación, instándome a volver en el acto.

Pero yo, desafiante, ignoraba su cháchara y me regocijaba en cierta medida con su creciente impotencia, con el sabor dulce de estar haciendo algo que le molestaba profundamente, pero que no podría remediar.

Con la osadía que otorga la confianza, un día decidí aventurarme por la periferia de los barrios que rodeaban al centro, donde todo era tan hermosamente idílico.

Conforme iba avanzando, los carteles empezaban a desaparecer, y por las noches me percaté de que la iluminación escaseaba en las aceras. No es que no hubiera farolas, que en realidad ahí estaban, de pie, inmutables, pero rotas o con sus luces parpadeando de forma agónica.

Con todo, jamás me amilané y siempre seguía aventurándome un poco más, explorando los nuevos terrenos.

A los seis meses empezaba a conocer el extrarradio tan bien como los barrios con sus galerías.

Cuando llevas tanto tiempo recorriendo las mismas calles, empiezas a fijarte en los detalles. Me percaté de algunas anomalías aquí y allá. Era como si nadie se hiciera cargo del mundo que existía más allá de los museos y las cafeterías. Aquí, había boquetes en las calles, algunas baldosas estaban rotas, incluso excrementos resecos de animales estropeaban el paisaje.

Existía la miseria, hasta el punto que muchas veces me ofrecí a entregar limosnas, o a pagar incluso algún almuerzo. No alcanzaba a comprender el contraste tan acusado entre esas dos partes de un todo que coexistían como si fueran el día y la noche de la misma ciudad.

Aquí las miradas vibraban entre reparos y mentiras, con el brillo de la desconfianza que tan raro se me hacía al compararlo con la multitud de sonrisas del centro. Aquí, la gente incluso intentaba que me extraviara del camino cuando intentaba volver a mi apartamento.

Aunque me doliera en lo más profundo de mi ser (porque una de las cosas que más ocupa mi corazón es el orgullo), las dudas estaban echando raíces en mí, y comenzaba a creer que tal vez –y sólo tal vez- mi padre hubiera estado acertado en sus juicios sobre este sitio.

Quizás tenía razón. Quizás no era todo tan maravilloso. Quizás estaba plagado de gente malvada, de mentirosos, de vándalos que iban a acabar por arrastrarme sin remedio hacia una vida de oscuridad y pesar. Pero entonces, recordaba las delicadas filigranas de los edificios que había visto el primer día, el esplendor del cielo, y no podía creer que algo aparentemente tan bello y perfecto no fuera realidad… Y con todo, la duda había arraigado y empezaba a crecer mientras yo intentaba hacer caso omiso.

Dejé de visitar la periferia, prefiriendo quedarme dando largos paseos entre los cuadros hermosos y las amplias avenidas, como un niño pequeño que niega la existencia de aquello que no ve. Mientras, mis ojos ahora suspicaces detectaban detalles en los que no habían reparado antes, como el movimiento por el rabillo del ojo de una sombra furtiva que te acecha, la caja que ejercía de hogar a medio recoger de un indigente, las sonrisas de la gente que me cruzaba que ahora se me antojaban falsas.

La paranoia se acentuaba día a día. Ya no me sentía cómoda caminando sola, ya no me entretenía asomarme a las galerías ni pararme en las terrazas de los cafés, mientras todas las imperfecciones que había visto en los barrios exteriores parecían aflorar cual setas tras una copiosa lluvia en el bosque.

Probablemente la explicación es que yo tergiversé la realidad. Veía lo que quería ver, los ojos ciegos a lo malo que no quería percibir. O quizás es esa reacción tan humana a estar extasiado ante la novedad, durante ese tiempo en el que todo es tan perfecto y maravilloso que vives como hechizada.

Lo que tienen los hechizos, es que cuando se rompen te das de bruces con la cruda realidad, de sopetón. Es como caer con un paracaídas sin que éste se abra, por lo que te desintegras contra el suelo. No recuerdo exactamente cuándo ni cómo pasó. Quizás fue el cansancio.

Vivir de y entre mentiras es muy agotador, básicamente porque matas el tiempo generando excusas para modificar todo aquello discordante que ves, y así llegó el día en que realmente ya no daba más… Pero tampoco quería volver a mi país, a mi ciudad, con el rabo entre las piernas y reconociendo que me había equivocado.

Aguanté y aguanté, pero llegó la mañana en que irrevocablemente, tuve que volver. Y lo hice feliz y liberada, sin pensar siquiera en la ciudad que dejaba a mis espaldas, en el desencanto que sufrí, si no más bien volví intentando engañarme haciéndome creer que jamás había viajado allí.

Periódicamente fui alternando la vida donde nací, con otros paisajes. Después de aquel periplo que me recordó (más que enseñarme) que no hay peor ciego que el que no quiere ver, y en el que aprendí a marchas forzadas lo mala que puede llegar a ser la gente y lo poco de fiar que son; viajé tres veces más.

Mi tercer viaje acabó en una gran ciudad, mayor aun que la que había visto antes, y el mejor recuerdo me lo llevé creo que las panaderías y pastelerías en las que pasaba algunos fines de semana leyendo. En ocasiones llegué a trabajar de panadera, para ayudar a quienes me habían acogido en su casa. Acabé aburrida del lugar también.

La apatía del gentío, las pocas ansias de lucha, el conformismo que se respiraba allí no cuajaba mucho con mi forma de vivir ni mis aspiraciones.

Si de algo me ha servido viajar “tanto” es que en cada visita he aprendido algo de mí misma, aquella ocasión, por ejemplo, fue darme cuenta de que no podría estar jamás en un lugar donde la gente no tuviera ambiciones, donde fueran grises, apáticos y derrotistas, como si estuvieran esperando siempre a que yo, la viajera emprendedora, arreglara sus vidas, cuando en realidad ni yo misma era capaz de sostener la mía.

Después de esto, tras volver a casa, tardé cuatro años aproximadamente en sentir esa necesidad de marcharme dejando nuevamente la patria a mis espaldas. De hecho, debido a las experiencias anteriores, me sentí muy reticente a viajar de nuevo (de ahí mi poca iniciativa).

La vida no es como la pintan en las películas, ni los países tan increíbles como los documentales de la tele. Pero un buen día se cruzó delante de mí un panfleto publicitario muy bien maquetado, con unas fotos tan atractivas que decidí probar suerte. Además, era un sitio bastante diferente y tras mucho debatirlo conmigo misma pensé… ¿Por qué no?

Así que en la siguiente ocasión, hice mis maletas y acabé en algún rincón muy avanzado tecnológicamente. Aun hoy me sorprendo de que no tuviera que insertar un password para tirar de la cadena del water.

Allí absolutamente todo funcionaba con ordenadores. Era impensable un hogar sin tres o cuatro, e incluso llegados a un punto satirizaba con la idea de que cualquier día me despertaría y me habrían cambiado mi lavadora por una con un sistema operativo más novedoso.

Fue una experiencia interesante, y quizás la más vívida porque me aventuré no sólo a viajar, si no a hacer el recorrido en compañía.

Hacer un recorrido en compañía es una experiencia siempre única, dependiendo de quien tengas por compañero de travesías. Aprendes muchísimo sobre ti, sobre los demás y sobretodo lo que es la convivencia en un espacio reducido. Aprendes a querer a alguien o a odiarle a muerte. A mediar, a ceder, a amoldarte… Aprendes los límites de las cosas que estás dispuesta a tolerar y aquello en lo que no vas a ceder un pelo.

Curiosamente te sorprendes con una nueva escala de valores. Muchas cosas que parecían vitales acaban pareciendo tonterías por las que no vale la pena discutir.

Con todo, tanta tecnología creo que terminó por desquiciarme. La gente se comunicaba durante hors y horas ordenador mediante, todos concentrados en sus pantallas y parecía que la vida exterior no existía. Acabé muy estresada de que mi compañero en vez de hacerme caso a mí se abstrajera tantas horas con sus pantallas, prácticamente ignorándome.

Aprendí que muchas veces es mejor dejar a las personas en la intimidad y que lo peor que puedes hacer es mirar ni que fuera por error, a qué dedican otras personas su tiempo, porque muchas veces descubres cosas que hubieras preferido no saber nunca.

De ahí yo creo el que empezara a valorar cada vez más mi intimidad y la intimidad ajena. Era algo parecido a “si sabes que no te va a gustar la respuesta, no hagas la pregunta”.

Pasé otra temporada sabática, recuperándome del viaje anterior, aproximadamente un año hasta que creí que podría estar medianamente preparada para salir al mundo de nuevo.

Aunque me encantaba viajar, y no tenía reparos en seguir viendo mundo, sentía que ya no era aquella niña de 16 años que había pisado el extranjero por primera vez, con los ojos abiertos como platos y el corazón cándido.

Cuando volví a mi “hogar”, decidí que era momento ya de deshacerme de todos los lazos que me unían a mi familia, y que necesitaba vivir aunque fuera allí, por mi propia cuenta, porque con tanta historia a mis espaldas, necesitaba estar a mi aire.

Me estaba volviendo curtida, cada vez más recelosa, en cada nuevo sitio descubrí que la gente dejaba mucho que desear. Debe ser acción y reacción, probablemente yo también me volví peor persona, y la impresión que haya ido dejando como extranjera haya sido en consonancia.

Pero siento que conforme el tiempo pasa me vuelvo más egoísta, más fría, más temerosa, menos efusiva. Creo que todo ello es debido al miedo por no saber qué me voy a encontrar la próxima vez que me embarque en un viaje a no sé dónde, y mi tendencia natural es esperar siempre lo peor aunque desee que pasen cosas buenas.

Pero está en mi naturaleza, o en la naturaleza humana descubrir nuevos espacios, nuevos lugares, nuevas costumbres, quizás a la espera de llegar a un lugar que aunque muy diferente del sitio donde naciste, puedas llamar hogar, porque te sientas como en tal allí.

Un año más tarde estaba probando suerte de nuevo, otra vez lo más cerca del mar que se me ocurrió. Me declaré prácticamente apátrida y me enrolé en un naviero, a surcar los mares allá donde nos llevara el destino.

De todas las maravillas de la tierra, curiosamente el mar es lo más bello. Lo da y lo quita todo. Tiene reacciones inesperadas. Te da de comer o te mata de hambre. Pero la gente que vive en la costa, con sus frágiles navíos, que conocen de la crueldad y la belleza de esas aguas salvajes y saladas, tiene un espíritu especial. Tiene un espíritu libre, parecido al mío pero a la vez distinto.

Aquella ocasión descubrí que por más que me gustaba bañarme en esa humedad salada, soy una mujer de tierra, y no tengo la mentalidad necesaria para establecerme en un sitio así. Y aunque en el proceso siga visitando las playas por donde caminé, e incluso a veces viaje hasta aquellos puertos en los que escalamos, sé que estoy mejor donde vivo ahora.

Después de cada viaje, incluso en el más corto que ha durado un año, esperaba volver tranquila, pero generalmente me fuera por voluntad propia o porque me echaran ya que se me acabó la visa, tan sólo en una ocasión me sentí feliz. El resto, por lo general apenada.

Ahora que soy más objetiva, creo que lo que más me apenaba era no haber descubierto un sitio para mí. Creo que en el fondo -y aunque sé que es muy improbable- creía que no lo encontraría jamás.

Desde aquel último viaje por el mar, pasó otro par de años hasta que me moviera. La verdad no tenía ganas ningunas de recorrer otras tierras, quería simplemente estar tranquila, decidir qué hacer con mi vida, si estaba dispuesta a seguir invirtiendo o despilfarrando mi tiempo y dinero en esa búsqueda estéril que parecía no llevar a ningún sitio.

Ya no quería viajar a la aventura. Estaba aburrida de los pop ups que saltaban por Internet, de los papelotes que repartían al tun-tun por la calle, de los anuncios en los periódicos que leía en los bares. Llegué a la conclusión que todo era la misma basura.

Hasta que un buen día me llegó un amigo moviendo vivamente una hoja en la mano, y me la entregó. Yo la miré y nada más verla me quedé extasiada. Aquel folleto de viajes tenía una pinta tan atractiva. No era como los demás, resaltaba más las maravillas culturales dentro de sus fronteras, aunque no puedo negar que no me atrajeran las fotos de su exhuberante paisaje. Inmediatamente me sentí atraída por ese nuevo destino y me negaba en rotundo a soltar el papel.

Venía tan bien recomendado… Mi amigo me dijo que había estado viajando a aquellos parajes desde su infancia, quizás hacía quince años. Prometía que no me arrepentiría, que era un sitio bastante seguro, con ciudadanos amables e inteligentes, personas muy divertidas y buenas. Era tan tentador. Decidí rehacer las maletas porque algo dentro de mí ardía en deseos de ver esos horizontes, de contemplar como era amanecer bajo su cielo, de descubrir como sabría la comida sobre sus mesas.

Y tenía (y tengo a ratos) tanto miedo de volver a descubrir la mezquindad de los humanos que habiten allí, tanto miedo de que me guste demasiado y expire mi visa, o me echen como persona non grata, tanto miedo de que decidan acoger una nueva delegación de visitantes que sustituya mi presencia en esta nueva casa; que a veces creo que me cuesta respirar.

Disfruto muchísimo de todo lo que estoy viendo, degusto cada día con una voracidad tal que parece que vaya a ser el último amanecer en estas fronteras, pruebo un plato tras otro y la gastronomía es tan exquisita que jamás sacio mi hambre si no que la veo incrementar junto a mi deseo de permanecer donde estoy.

Descubro un barrio tras otro y aunque muchas veces el gentío es más callado de lo que yo desearía, más reservado, aunque no por ello me atreviera a llamrlo insensible, si no simplemente menos demostrativo de sus sentimientos, me gusta pasar mi tiempo con mis nuevos vecinos.

A veces, debido a tantos sitios en donde he estado, y a tantas reacciones que he podido observar en la gente, tengo miedo de que sean falsos conmigo, de que me acojan por compasión o quien sabe porqué. Aquí la gente es tan reservada que tienes que intuir si te aprecian o no.

En este breve tiempo de estancia, he llegado a la conclusión de que aquí se les conoce por lo que no hacen. Es decir, intento dar por sentado que soy bien recibida mientras no se diga lo contrario. Me paso los días buscando señales que demuestren qué piensan sobre mí los demás, esfuerzo fútil y vano.

Siempre he pensado que soy una persona bastante cristalina, que dejo a entrever lo que siento y pienso en todo momento. Tal vez no sea así. Tal vez aquí la gente crea que es obvio lo que sienten, y por eso no hace falta demostrarlo, como yo tampoco lo demuestro en demasía (principalmente por decoro, aunque sé que en realidad la descripción que estoy buscando es "miedo al rechazo").

Seguramente es que soy nueva y llevo poco tiempo recorriendo estos parajes, y conforme el tiempo pase iré cobrando confianza en mí misma sin esperar que salte el Coco detrás de una farola, o que venga inmigración a echarme a patadas para fuera. Supongo que no puedes conocer una nación en una semana, ni esperar que te conozcan.

Estoy intentando aprender a confiar en esa gente, a mentalizarme de que no todo el mundo es malo, falso o viperino, aunque me cuesta y a veces temo encontrar el rechazo escondido en la sonrisa. Pero supongo que siempre llega un momento en el que tienes que confiar y a fin de cuentas, cada país es un mundo completamente distinto. Seguramente el problema está en mí, ya que hasta el momento no he descubierto nada que me haga pensar que soy mal recibida, si no creo que es más bien al contrario.

Es solo que tengo que acostumbrarme a las costumbres de los lugareños, a sus modos de hacer, que son muy diferentes de los míos, persona bastante más efusiva (por norma general aunque ahora sé que no lo parece) y pasional.

Cada día me levanto con un hambre voraz de descubrir sitios nuevos, sabores nuevos, historias nuevas, paisajes nuevos, y degustar hasta empacharme todos los que ya conocí y descubrí que me encantan.

Cada mañana me levanto con tanta, tanta, tanta, pero tanta hambre, que pienso que por más que me abalanzara a devorar todo lo que aquí se ofrece, al llegar la noche moriría de inanición antes que amanezca el nuevo día.

9/10/2008

Zoom in, zoom out

La tierra es un sitio mucho más pequeño de lo que parece. Y tiene demasiada mierda por metro cuadrado para ser lo que es (tanto orgánica como inorgánica, y en la primera categoría está adscrita una considerable cantidad de “human beings”).

La mayoría de la gente vive anclada a un sitio. Nacen, crecen, se reproducen y mueren allí. Por tradición, por pasotismo, por miedo.

Algunos de los que estamos locos, cuando estamos aburridos, realizamos sanos ejercicios mentales, como por ejemplo mientras estás sentado en un parque, empiezas a estirar la imagen hacia fuera, y cada vez eres más y más pequeño hasta que al contemplar la Tierra desde fuera o intentar imaginarte la Vía Lactea engullendo el planeta, todo pierde significado.

Entonces, en un segundo la cámara te devuelve de golpe a la imagen inicial donde estás ahí en el banco.

Bueno, también hay que decir que a los que estamos locos, la vida muchas veces nos parece irreal, como una película que están proyectando en el cine, y cuesta un tanto readaptarse y concentrarse en que es la "realidad". la cantidad de filósofos que no habrán debatido y debatirán al respecto con esots y otros símiles hasta el final de los tiempos.

Después de eso, la mayoría de cosas parecen gilipolleces.

El mundo es cada vez más pequeño, porque viajar es mucho más rápido, y la gente está conectada unas a otras de formas que la mayoría de veces ni imaginan.

Un día se te da por viajar, y a más viajas, y por más diferente que parezca todo, la verdad es que siempre es más de lo mismo. Claro que hay diferentes arquitecturas, y filosofías, y religiones, y puntos de vista. Pero, ¿sabes qué pasa? Todo está contaminado por la misma basura: los humanos.

Hoy me han dicho que vaya mierda que el dinero cohíbe la movilidad de las personas. Bueno, yo creo que no es el dinero, somos nosotros simplemente, al menos en el mundo capitalista.

Hace tiempo que me di cuenta que soy compradora compulsiva, rasgo que llevo unos meses intentando paliar. Considero que la cosa es grave cuando echando la vista atrás no recuerdo la mayor parte de las cosas en las que he gastado el dinero, lo cual me lleva a pensar que todo lo que compré era bastante inútil.

Suelo comprar cosas cuando estoy triste o ansiosa, cruzo la calle, me meto en frac y arramblo con libros y películas. Si tengo menos suerte y no controlo tanto, bueno podría arramblar con una tele. Consigues un instante de felicidad momentánea a “precios populares”. Pero es efímera.

Así estamos educados en “el mundo civilizado”.

Me pongo a pensar en la frase esa de “cohíbe la movilidad”. ¿Es culpa del dinero que yo no me pueda mover con libertad? Sí y no. Hasta cierto punto. Estamos educados para comprar la casa, el coche, la tele de plasma, las tetas de plástico, el viaje a las Bahamas. Y lo que es peor, estamos educados para comprar todo eso incluso con el dinero que no tenemos.

Yo sinceramente pienso si quiero comprarme un piso. Desde el punto de vista egoísta exclusivamente, ¿para qué quiero un piso? ¿Para qué quiero vivir hipotecada? La vivienda es un gasto fijo que vas a tener que soportar hasta que te mueras (y después pagarás la bonita urna o ataúd que ocuparás “n” años más). Para mí comprar un piso era útil si ese gasto fijo se reducía a una cuota durante 15 o 20 años., y después a vivir la vida. Desde mi prisma egoísta no tiene sentido pagar una cuota de algo que acabarán pagando mis nietos.

Un taxista me dijo, ya pero si vives de alquiler estás tirando el dinero. Bueno, teniendo en cuenta que cuando me muera el dinero me va a sudar los bajos… Pero si compras un piso, dijo, se lo puedes dejar a tus hijos.

Quizás el día que los tenga pienso de otra manera. Pero ahora mismo pienso… ¿Para qué quiero un piso? Cuando me muera se quedará aquí, ¿y qué voy a hacer con él? ¿Pido que me hagan un mausoleo con los ladrillos? (y encima paga la parcela para el mausoleo).

La gente también está todo el día cambiando las cosas. El coche, el móvil, la tele… ¿Qué pasa? ¿Es que tu coche de hace 8 años no funciona? Si no funciona, vale, cómprate otro. ¿O es que no vas a la moda? Ah, claro. Ya no es bonito, ya no brilla, ya no tiene el mismo estatus. Lo mismo con el móvil, y otras tantas cosas.

Sí que es cierto que ahora parece todo fabricado con el culo. Pensemos en la ropa, que si Mango, que si Inditex, que si H&M. basura de ropa que te la pones dos veces y a la mierda. No está pensado para durar, si no para que te compres otra cosa luego. No esperarás que por lo que cuesta encima sea de buena calidad.

Es más, te contaré una cosa.

Mis padres de pequeña, tenían una tienda de moda. Ellos llevaban a cabo todo el proceso desde la elección de los tejidos, el patronaje, la confección y la venta. Una vez pusieron un stand en la feria de Valencia. Me mandaron para que me encargara de todo, y mi padre me dijo que quería que vendiera los productos más baratos. Yo le dije que no quería, porque la gente tiene esa estúpida idea de que si no es caro no es bueno.

Así somos de gilipollas.

Me gustaría saber, si te levantaras y te fueras al armario, ¿cuántas de las prendas que tienes ahí crees que sobrevivirán 2 inviernos?

Las cosas no están hechas para que duren, porque en ese caso la gente podría llegar a comprar menos.

La gente está pilladísima con todos sus créditos, empezando por la hipoteca y acabando con los del Cofidis.

Ahora no tengo tiempo de ver la televisión, pero bueno para la mierda que dan en la tele, ni falta que hace. Por cierto: la programación televisiva actual, está planificada para subnormales profundos (que son la mayor parte de la población).

Todo en la vida es un negocio, y los medios mueven mucha, pero que mucha pasta. Tampoco es ningún secreto que la televisión oferta lo que los televidentes buscan. Bueno, es una ecuación sencilla.

Si la televisión oferta lo que los televidentes quieren, y está llena de programas basura estilo corazón, gran hermano, operación triunfo, y demás concursos gilipollescos, no hay que ser muy listo para llegar a algunas divertidas conclusiones.

Entonces escarbamos un poco más. La publicidad. Qué asco. Esa basura que contamina tus programas favoritos. Por dios. Ya podían metérsela por el c**o.

¿Pero es que tú te piensas que el publicista es tonto? Ellos se encargan de contratar las mejores franjas horarias para anunciar cada producto. Así que según la hora es más probable que veas anuncios de una u otra cosa, según la época del año, etc.

Recuerdo que antes cuando podía ver la televisión por las mañanas, algunas veces mientras atendía remotamente el noticiero, en medio emitían anuncios de “financieras” que te prometían darte hasta seis mil euros al momento.

Fíjate tú qué cosas.

Hay mucha gente que se despierta y toma el desayuno delante de la televisión.

Muchas veces cuando te despiertas lo haces con las preocupaciones con las que te fuiste a la cama, por ejemplo, el dinero que debes. Entonces, estás mirando las noticias y salta un anuncio de esos y a ti se te ilumina la chispa de la “sabiduría” y piensas, vaya con eso podría tapar el agujero que dejó la visa que usé para comprar la tele nueva.

Podría ser peor, podría ser: así me pago las vacaciones. Fantástico. Engánchate a un crédito que vas a estar pagando tres años para pagar las fabulosas vacaciones esas de una semana en el Caribe. Eso sí, espero que saques muchas fotos, y que sean preciosas y las disfrutes, porque vas a cagarte en ellas las próximas navidades o cuando se te rompa la lavadora.

Me pregunto cuántas personas de forma impulsiva cogen el teléfono y llaman para solicitar un crédito.

Seamos serios. Seis mil euros son una mierda. No dan para nada. Como mucho para una urgencia puntual, porque hoy en día, ¿qué haces con seis mil euros? Solo dan para urgencias breves o caprichos.

Miramos entonces la franja nocturna, de madrugada. Sí, sí, esa que está llena de anuncios calientes y la Teletienda. ¿Quién carajo mira la tele a las 4am? Algún aburrido que no tiene nada que hacer. Es un target perfecto para comprar compulsivamente en Teletienda, todos esos artilugios que no vas a usar en la puñetera vida, para llamar a la línea erótica o consultar su futuro con Madame Ventura. Si ya te digo yo cual es tu futuro y gratis: estás jodid@.

Por cierto, otra cosa que detesto de la publicidad: los anuncios de tratamientos de belleza, y estética. ¿Quieres que me compre tu fantástica crema adelgazante? Coño. No me pongas una anoréxica a anunciarla, si no tiene nada que perder de peso. ¿Quieres que me compre tu crema anti arrugas? No me pongas una modelo quinceañera que acaba de utilizar una crema anti acné.

Pero lo preocupante, lo de veras preocupante, es que la gente se lo cree, y va y se las compra esperando parecerse a eso que tienen en patalla.

No te digo yo que la humanidad es eminentemente estúpida. Los humanos merecen morir, como dice Bender en Futurama.

Aun no entiendo porqué se lo creen, pero vamos, es así.

Entonces, ¿es culpa del dinero que estés pillado por los huevos? Estoy intentando visualizarlo, veamos. Sí, ya puedo enfocarlo: un trozo de papel ahí intentando castrarte apretando fuerte. Vaya, no es verde. Es blanco. Jum… No es un billete. Es papel higiénico.

Bueno, intenté imaginármelo y no funcionó.

La culpa es tuya. Por comprar gilipolleces que no necesitas.

¿Te acuerdas cuando ibas al colegio y suspendías? ¿Cuándo después decías “me han suspendido”? Tú y yo sabemos que es mentira, que por lo general nadie “te suspende”. Tú no diste la talla. Esto es lo mismo.

Nadie te puso una pistola en la cabeza, y te obligo a comprarte el coche, la casa, la tele de plasma, las tetas de plástico, el abrigo de visón, el Breil. Nah, lo hiciste porque quisiste.

Pero si la mayoría de gente pensara así, teniendo en cuenta que esas cosas son en mayoría chuminadas, el sistema actual no funcionaría. Yo, claro, no tendría trabajo. Los humanos volverían al trueque, y a estar rallados porque les faltan comodidades en la vida. Tampoco habría industria, ni nada parecido.

Y yo probablemente no tendría WoW ni comics.

Sinceramente, tenemos lo que nos merecemos.

Psssssssssssse… Es ahora cuando creo que volveré a mi ejercicio de visualización universal.

9/09/2008

Querido blog:

Te tengo estos días y semanas más que abandonado.

Me he dado cuenta de que te necesito menos, y que, como humana (y por consiguiente, ente egoísta) que soy, te dedico menos tiempo del que a pesar de todo lo que hemos compartido sé que te mereces.

En cierta forma deberías estar contento por mí, del hecho que ya no necesite tanto de nuestra conjunta terapia. No es que no siga estando profunda e irremediablemente desequilibrada, ni que haya conseguido volverme una persona racional de la noche a la mañana. Es más, creo que probablemente, me he vuelto más loca y estoy haciendo lo que mucha gente considera estupideces.

Pero bueno, tú que ya me conoces de sobras, sabes nunca hago caso a la gente. Así me va a veces. Pero bueno, también sabes que odio los deportes de equipo porque si alguna vez pierdo en algo, quiero que sea por mi propia culpa y no la de algún gilipollas, y también quiero los éxitos solo para mí.

No tengo ni idea de qué has andado haciendo este mes. Me figuro que aburrirte sin nadie que viniera de visita por la red. Yo por mi parte, he tenido unas vacaciones –contra todo pronóstico- de lo más entretenidas.

Mientras tú vegetabas por aquí sin nada interesante que hacer, yo estuve de barbacoas, saliendo, yendo al cine, conociendo a gente... Y correteando por Zaragoza e Inglaterra. Cuando hago memoria, me da un vuelco el corazón. Han sido unos días muy raros,pero también muy agradables. Tengo la sensación de que se fue una persona y volvió una y media, y para colmo, distinta.

No me siento tan ligada a ti estos días, ni te tengo tanta confianza. Me pregunto si no habrás estado flirteando por ahí y a quien habrás estado contando mis secretos, pero bueno sé que te encanta estar haciendo nuevas amistades y en ocasiones son un tanto verduleras.

Estoy muy contenta estos días, aunque a ratos tenga ligeros accesos de pánico. Tampoco es nada nuevo que suelo ser bastante catastrofista. Nada grave, lo típico mío, ya me conoces. Me he dado cuenta de que me he acostumbrado tanto a nuestros ratos de charla en la intimidad, que me cuesta mucho hablar a veces con otras personas y decir sinceramente lo que siento o pienso, como si fuera un error, un pecado, o una debilidad. Imagino que la gente "normal" suele ser más abierta. Pero bueno, supongo que eso también se pasa. O algo así.

En fin, cuando tenga un rato me paso y te explico más cosas, ahora mismo solo quería dejarte una nota para que supieras que sigo viva.