“Necesito… Verte.”
“Necesito…. Tocarte.”
“Necesito… Hablarte.”
“Te necesito.”
Y al soltarlo al aire y escucharlo me di cuenta del error, tardío.
No es amor, si no miedo, lo que siento.
Miedo al vacío, lo que me aferra a ti.
Quema mi sangre. Hierve en mis venas. Una vez prendido es imposible de apagar.
Nace en mi pecho, se expande en mis dedos, luchando por salir mientras alzo mis manos hacia el techo.
El ritmo de la música me golpea, me envuelve, me atraviesa, me devora, me arrasa, me engulle… Y yo lo regurgito en cada movimiento.
Me recorre con la fuerza de un rayo y su misma velocidad, alcanzando hasta la última célula de mis piernas, mientras cierro los ojos y me dejo llevar.
No me importa nada, y por una noche no necesito nada más.
En mi mano, la copa vibra, el cristal retumba con cada latido y la música va inflamando el espíritu que me acaba de invadir.
El alcohol se evapora, perdiéndose en forma de calor: un vaho más en el ambiente cargado. Mi piel lo llora con lágrimas sudorosas, y con ello las preocupaciones se exorcizan un compás tras otro mientras solo me importa… Bailar.
Yo soy la llama que admiran, el fuego que temen, el calor que anhelan y no se atreven a rozar. El club es mi reino, el escalón es mi trono y la camarera mi consorte.
Bailo por no mirarte, por no sentirte, por no pensar. Quiero sudar hasta reconocerme solo a mí misma, enmascarando tu perfume, mientras me miras disimuladamente, mientras me sientes y te torturas, mientras piensas en mí aunque lo niegues.
Hoy quiero incinerarte para purificar mi alma.
Hoy quiero que te quemes, y que te duela como a mí.
" Está loca por mí. ¡Qué mujer no lo está! Yo sé que va usted a preguntarme cuál es mi secreto... ¡Voto al diablo que sois osado! El secreto es no darles a entender que se las quiere. No ir nunca de trás de ellas. Que ellas vayan detrás de ti. Hay que avivar el cariño del amor con el abanico de la indiferencia..."- Los Hermanos Marx en el Oeste
El diablo habita en mi interior. Defenestró mi ángel, y ahora tan sólo escucho: “Ataca... Ataca... Ataca...”. La prudencia también me abandonó y se fue a otras tierras. Se fueron con ella, contención y sutileza.
Me pongo tapones en las orejas. Veo la televisión. Pienso en el trabajo. Pero él insiste, yo le oigo…
“Ataca…”
Le ignoro. Me centro en la hoja de cálculo. Copiar celda A4, pegar en C7. Archivo. Guardar cómo.
“Ataca…”.
Te odio. Odio sentirme así. Odio esta impotencia. Odio el tira y afloja. A mí me gustan las cosas sencillas. El "sí" o el "no". El “no sé” me mata.
“Ataca…”
Soy el Dr. Jekill y Mr. Hide. Soy Two Faces. El diablo me llama, yo le oigo. Soy incapaz de hacerle callar... Ya no hay nadie más que yo para frenarle los pies. Mas yo, no tengo la fuerza que hay que tener… Y nadie puede ayudarme. Tampoco lo quiero...
Le oigo tentarme...
“Ataca…”
Es la tortura de tenerlo tan cerca, y tan lejos… Es la contradicción de sentir la lejanía en dos palmos escasos. Es la certeza de no poder besar sus labios, a un centímetro de distancia. Y la obligación de disimular.
Disimular lo que él sabe. Lo que yo sé. Lo que todos sabemos. Me desgasta, merma mi cordura.
Le contemplo como el león contempla a la gacela, con la ansiedad de meses sin probar un buen bocado, con la saliva brotando del costado de la boca y los todos los músculos en tensión prestos a realizar el salto.
Y sin embargo…
“Ataca…”
No me lanzo, pues mis cálculos de velocidad no están bien estudiados, las vías de escape de la gacela son muchas y su viraje, imprevisible. Mil factores aleatorios interfieren la trayectoria…
Pero tengo hambre…
Ya noto cómo relucen mis colmillos. Cómo la adrenalina corre por mis venas. Cómo mi cuerpo se contrae y se prepara…
Ya sólo me importa una cosa.
¡Ataca!
El diablo, hace tiempo que habita en mi interior.
*** Now Playing: Andre Vicenzzo - Don't be Afraid
Yo, que siempre me he metido con las mujeres que leen novelas rosa, me he descubierto a mí misma, forofa del shojo, que no es si no una versión ilustrada de historias para chicas. Como aquellas que leía de pequeña alguna vez, entre ataque y ataque de Magneto a La Patrulla X.
Muchas veces te ensañas con gente, sin motivo aparente. Para mí, leer novelas rosas era una especie de deshonra. Quería diferenciarme de las demás chicas, yo no era como ellas, me decía. Yo era especial. Yo leía comic americano, yo leía libros de scifi y dragones... ¿Cómo iba a leer alguien como yo un tebeo de Esther?
Y reconozco hoy, que cuando ayer leí, los disfruté, pero yo tenía un "estatus", una "imagen" que no quería que nadie manchara. En cierta forma, era bastante más masculina que hoy.
Todo debe venir ligado del mismo sitio, de la necesidad imperiosa de definir "quien soy". Y es que cuando eres pequeño, tu propia visión es muy nebulosa, y dependes mucho más de la opinión externa. Con los años, vas aprendiendo lo que eres y lo que no, lo que te gusta y lo que no. Y cuando estás solo en casa, puedes ser tranquilamente como te da la gana, cuando nadie te mira.
Así que no deja de ser divertido, que yo que tanto critiqué ese género, soy forofa de la lectura shojo, y me paso los días con uno a cuestas, dentro del bolso, compartiendo el espacio con el mp3 y mi libro de dragones del momento. Porque no son gustos incompatibles.
Muchas veces, cuando estamos inseguros, nos reforzamos a base de pisotear a los demás. A los que son diferentes, a los que aun no se han descubierto a sí mismos, independientemente de la edad que tengan.
Veo a mi hermano, en el colegio, que se mofa de los que sacan buenas notas. Le veo a él, y me veo a mí que era la "empollona", y entonces recuerdo.
Recuerdo a los que me martirizaron, a los que me calificaban de pelota, a los que no me hablaban, a los que no jugaban conmigo en el patio. Porque era uruguaya y sacaba buenas notas. A más me jodían, mejores notas quería sacar, porque mi expediente era su vergüenza.
La gente tiene la costumbre estúpida de excusarse en "fulanito" que es peor que él, más vago que él, más tonto que él, más pobre que él, más fofo que él, más bajo que él... ¿Por qué? ¿Por qué de todos los espejos que hay en el mundo escoges el más roto, el más sucio, el más imperfecto?
Refléjate en alguien listo, en algo hermoso. Busca un modelo, no un chivo donde expiar tus penas.
Le digo a mi hermano, que no sea mediocre, que no haga lo que todo el mundo, que no se ría de los "empollones", que aprenda de ellos. Que les admire, que admire las cosas buenas de la gente, y que recuerde que en esta vida, los pelotas llegan lejos. Ojo con reírse de eso. Pero independientemente, que más que increpar a los listos, los tome de referencia.
La referencia no es "Pepito" que es más malo que yo, porque siempre hay gente peor que tú y mejor que tú. La referencia debería ser alguien mejor a quien admires y de quien digas "yo quiero ser así" y te esfuerces por conseguirlo. Reflejarte en alguien mejor, no es malo. No es malo reconocer que existe. Porque siempre puedes mejorar. Pero compararse con alguien peor no tiene sentido.
Es compadecerse, y condenarse a vivir estancado.
De todas formas, aunque ahora esto me viene a la cabeza, no es lo que estaba pensando al principio cuando me puse a escribir, salvo en que es el miedo que se le tiene a quien se cree que es mejor o diferente de ti, desconocido, lo que te hace ser y actuar así.
Probablemente esa sensación es el origen de todo lo malo. De los celos, de los maltratos y tantas cosas.
Me pregunto muchas veces cómo puedes sentir celos de alguien que no conoces, por alguien con quien no estás. Realmente es una sensación estúpida. Pero yo la tengo cada día. Hay un nombre que simplemente oírlo, me produce urticaria y hace que quiera sacar lo peor de mí, y sin embargo, me contengo. Porque mi parte inteligente sabe que atacar a esa persona es automáticamente perder todo el respeto que haya conseguido generar en todo este tiempo.
Porque la inteligencia tiene que primar sobre la impulsividad, o intentarlo, por lo menos en los momentos cruciales.
Pero es el miedo, lo que te impulsa a borrarlas del mapa.
Yo no sirvo para mentir. No me sale. Pero si no puedo mentir, y no puedo rebajarme a putear, me queda por lo tanto ignorar a esa persona. Si no tengo nada bonito que decir, mejor no decir nada. Aunque me cuesta tanto...
Creo que es el miedo a descubrir que esa persona sea mejor que yo, más agradable que yo, más atractiva que yo, más increíble que yo, lo que hace que quiera borrarla del mapa. Porque en el fondo, tengo miedo de que me quite algo que me importa mucho. Y sin embargo es estúpido sentirse así, porque nadie puede perder lo que nunca tuvo.
Pero es el miedo. es el miedo siempre lo que te hace destrozar las cosas que consideras que te amenazan, aun sin tener la certeza.
Entonces, analizo por qué tengo miedo. ¿Por qué lo tengo? Y volvemos nuevamente al origen de todo, y es la inseguridad. A no ser lo bastante bonita, a no ser lo bastante agradable, a no ser lo bastante simpática, inteligente, etc, etc, en todas las cualidades que piense que alguien va a valorar de mí. Y mi miedo es, que esa persona sea mejor que yo.
Y porque tengo miedo de que sea mejor, y no puedo afrontar eso, mi respuesta instintiva es joderle la existencia.
Más tarde, cuando he analizado ese miedo, y de dónde sale, y por qué lo siento; cuando soy consciente de que lo que realmente me cuestiono no es eso, si no mi valía, antes de volverme más tarumba solo tengo una cosa que pensar. Y es la siguiente: yo soy como soy, con mis cosas buenas y malas. Con el tiempo, iré añadiendo más en ambos lados de la balanza. Pero el esqueleto, no va a cambiar. Y tengo que vivir con eso.
Así que, que yo sea feliz, no depende de que ella sea mejor que yo, ni de mi esperanza inútil de que sea peor. Si no de que yo acepte que soy como soy, y a quien le guste tiene que ser de esta manera. Y si no es así, no hay nada que hacer.
No tengo que tener miedo. Algún día me moriré, pero no de esto.
Nana Oosaki dijo "Si tienes miedo de perder algo, es porque lo tienes".
No está de moda ser sincero.
Ser sincero en esta vida, es sinónimo de inocentón o tonto, y en el caso peor: borde.
Ser sincero está visto como un defecto, como la carne al vivo donde clavar las garras con el menor giro insospechado e infortunado de los acontecimientos.
Ser sincero, es objeto de mofas. De las burlas del vecino.
Es incluso motivo de despido laboral.
La sinceridad es el dedo en la llaga que nadie se atreve a meter, o unas pocas personas, a los que el resto considerará demenciadas o idiotas.
No señor. No está nada valorado, ser sincero.
La sinceridad, provoca miedo.
Y digo yo: ¿por qué tenemos que temer decir lo que de verdad pensamos? ¿Dónde está el problema? ¿Qué es lo malo?
Ser sincero, invita al rechazo.
La gente no está acostumbrada a decir las cosas tal cual las siente. Declaran sentimientos utilizando subterfugios. La gente no está acostumbrada a decir abiertamente “te quiero”, y por ello cuando la ocasión lo requiere te colapsas, te quedas en blanco, te sientes desnudo, desvalido, corazón palpitando a punto casi de salir por la boca.
Ser sincero, es sinónimo de paria.
El mundo premia a los hipócritas, esos que se sientan en sus cómodos y mullidos sillones en la cúspide del poder. Esos que todos saben perfectamente que tienen de sinceros lo que un pedo de buen olor.
Emotivo, efusivo, espontáneo, sincero son sinónimo de inmaduro. Porque las personas maduras son frías, contenidas, comedidas y han aprendido a ser mentirosas e hipócritas.
Entonces, yo, no quiero crecer nunca. Quiero seguir siendo pequeña, quiero seguir siendo una niña, quiero poder seguir siendo sincera. Quiero decir las cosas tal cual las pienso y querría que los demás pudieran aceptarlo tal cual es.
Los niños, son crueles. Son crueles porque se ríen de los nombres poco afortunados de los amigos. Son crueles porque te dicen que te odian sin pensarlo. Son crueles porque son capaces de coger una piedra y lanzártela sin pensar en nada más.
Son crueles, porque son espontáneos y aun no saben que tienen que reprimirse y que mentir.
El otro día hice una pregunta. Y me dijeron, es que si te digo la verdad es muy cruel. Pues yo, prefiero mil veces la crueldad de algo cierto a la dulzura de una verdad a medias o la mentira piadosa. Porque me dolerá una vez, caeré al suelo, quizás gatearé unos pasos... Pero siempre me levantaré para seguir caminando.
¿Porqué cuando vas a decir algo una verdad, piensas que estás siendo cruel, injusto, malvado?
Pues yo también quiero guardar mi parte de niña. No lanzo una piedra a la cabeza de nadie porque soy “civilizada”. Y como soy civilizada no hago daño con una pistola. Hago daño con las palabras, porque esas no dejan marcas a la vista de la gente.
Si yo insulto, si yo asalto, si yo retuerzo, si yo apabullo a alguien con mis palabras, no le queda una marca en la cara que diga “Ysondra le destrozó”. Alguien podrá contemplar una cara triste, y por más mísera que esa persona se sienta, no será capaz de reconocer que fue por algo que le dijeron y le hizo sentir mal.
Porque ser sincero y demostrar emociones, es sinónimo de debilidad. Y tienes miedo de que encima que sufres en silencio, si lo explicas, alguien se mofe de ti.
Si eso es madurar, quiero volver a ser pequeña, olvidarlo todo con un “no te ajunto”; y regenerar una amistad rota, con una simple sonrisa o un chupachup.
No quiero dejar de dormir una sola noche, pensando si lo que he dicho está bien o está mal.
No quiero dormir mal una noche, por haber sido fiel a mí misma, y haber dicho exactamente lo que pensaba, de la mejor de las maneras, sin un solo insulto, bromas por medio y bastante neutra. Y sin embargo, a pesar de haber sido sincera y mantener cierta belleza en esa sinceridad, me siento mal.
Mal, porque ser sincero es una carga.
Quizás sinceridad es sinónimo de egoísmo. Quizás sinceridad es la necesidad de decir algo que te está matando, para liberarte, sin pensar que automáticamente el peso de tus pensamientos recae inmediatamente en la persona que escucha. En la persona que lee. Aun sin tú quererlo o sin ser consciente de ello.
¿Qué es lo que hace que ser sincero sea algo negativo?
“No me lo digas”, le dice la mujer al marido que le pone los cuernos. No me lo digas, para que no me duela. No me lo digas para que pueda seguir engañándome. No me lo digas, para que no “exista”. No me lo digas para no traspasarme tu dolor.
“No me lo digas”, para que cargues tú con él. Con el silencio, con el pesar, con la culpabilidad. No me lo digas para no compartir tu desesperación. Miénteme, para que pueda seguir durmiendo tranquila.
Y así, ambos, el que miente u omite; y quien se deja engañar o se hace el loco, bailan al son de la misma música, en la misma sala y abrazados, pero mirando cada uno para el lado contrario con una sonrisa falsa.
Parece que hemos llegado a un final extraño.
Es tan raro, hoy por hoy, que uno diga lo que piensa y siente tal cual, que tal vez lo relacionamos con que nos van a decir algo malo, o que no queremos escuchar. Así que posiblemente evitas por todos los medios escuchar “eso” que te vienen a exponer, corazón en mano.
Muchas veces me dicen, “¿no te da miedo escribir lo que escribes?”, “¿no te da miedo que lo lean?”. No. No me da miedo. Este es el único lugar del mundo en el que puedo ser lo más parecido a mí misma que se me permite. Lo que puedo mandar a un diario, puedo escribirlo aquí sin tapujos.
¿Cuánta gente no dice más a menudo lo que piensa? Ni escribe a un diario, ni lleva un blog, ni lleva un diario, por miedo. Ojalá la gente se expresara más, hablara más, pensara más. Pero no está construido el mundo para que la mayoría piense por sí misma.
Escribes un artículo polémico con miedo de que lo lea nadie. Hablas de problemas en la oficina por lo bajini, para que nadie más os oiga. Vives un cuadro de Norman Rockwell que esconde una demencia de Lovecraft.
Y sin embargo, sabiendo todo esto, y siendo consciente, ni siquiera yo soy todo lo sincera que querría ser, para no hacer daño a algunas personas.
Tal vez eso es madurar. Darse cuenta del dolor que puedes causar y aprender a callarte a tiempo. Pero a veces, muchas veces, como ayer, como hace una semana, como hace un mes, he necesitado ser sincera.
Esta noche, insomne, sabiéndome culpable de que otras personas compartían mi falta de sueño; no podía dejar de pensar, si hice bien o mal. Si tenía derecho a decir lo que pensaba, sin haber reparado en la inquietud que iba a causar.
Y a pesar de todo, necesité ser infantil, lanzar la piedra, decir las cosas como son, irreflexiva, sin pensar en las consecuencias. Pensando que hacía lo mejor… Sin darme cuenta de todo lo que, sin quererlo, estaba cargando en sus espaldas.
*** EDIT
Es curioso, que ahora que estaba releyendo el post, me he quedado pensando, sobre la sinceridad, me ha venido a la cabeza el ataque de sinceridad que tuvo otra persona.
Pensar, que dentro de dos días, hará un año que desapareció una parte importante de mi vida.
Pensar, que yo no supe manejar un acceso de sinceridad de otra persona, la confesión de una vida sumida en las mentiras, que a su paso, transformaba en mentira parte de la mía.
Probablemente, ser sincero sí, es un suicidio emocional. Muchas veces cuando te ves con la necesidad de ser sincero, es para destapar una caja de Pandora. Pero, si en vez de aguantar con la mierda hasta el cuello hasta el final, no empezaras las cosas con mentiras, no te verías obligado a abrir la caja y con ella traer tus desgracias al mundo.
Tras un análisis rápido me doy cuenta que la carta que recibí hace 364 días, no hubiera necesitado ser escrita, si hace 2.922, aquella persona no hubiera lanzado la inofensiva bolita de nieve desde la cumbre de la montaña... Sin tener ni puta idea de cuán alta estaba y el inmenso impacto final.
Supongo que todos deberíamos tener derecho a ser sinceros, pero inherente a ello también tenemos el derecho de elegir, y entre esas elecciones, la de perdonar o no.
Quizás yo tenía el derecho de ser sincera ayer, y mi interlocutor, el de aceptarlo o no, responder, o no.
P.D.: Sigo sin perdonarte.
*** Now Playing: Muse- Showbiz
Una vez mi hermano vino a mi casa, y vio mi Warcraft encima de mi escritorio. Él aun tenía unos once años. Inmediatamente, se lo pidió a mi padre. Y con la misma velocidad le dije a mi padre que no se le ocurriera comprárselo en la vida.
Mi padre me miró alucinado, mi hermano me miró como si fuera una egoísta, y yo tenía encima una sensación parecida a la que tal vez dos padres drogadictos tienen cuando su hijo les dice que quiere probar una dosis. Tú sabes que es malo, y sabes que aunque estás enganchado no quieres que tus hijos lo estén. Así que le dices que ni hablar del peluquín.
Entonces ese día vislumbré una leve sombra de duda, ¿por qué estaba tan segura que no era bueno que jugara mi hermano? Y sin embargo, estando yo enganchada, no quería ni oír hablar de que lo estuviera él. A fin de cuentas, que yo arruine mi tiempo no es lo mismo que lo haga él, que tiene que estudiar. Claro. Je. Como si eso fuera todo.
No sé cómo se da cuenta un alcohólico de que está llegando al límite, ni cómo se da cuenta un adicto a cualquier cosa, droga ilegal o tabaco. Quizás un día te pasas tanto que te asustas. Estás cerca del come etílico, o en un sueño profundo por otras circunstancias. Entonces, si tienes suerte que por lo general las primeras veces supongo que sí que la tiene, y te levantas… Te das cuenta al recuperarte, de lo que has hecho, de cómo has reaccionado… Del precio que está pagando tu cuerpo o tu mente.
Quizás alguien puede pensar que es una comparación exagerada esta que hago, pero… Tendría que haber estado ahí para verlo, o jugar así para sentirlo. Quizás no es más que otra forma de ludopatía. Yo no gastaba dinero… Pero gastaba mi tiempo.
Algún día recuperaré el post de “es sólo un juego”, pero mientras, acabo este.
Para variar, venía pensando en el autobús.
Creo que soy el tipo de personas, que a según qué juegos no puede jugar, o al menos, en según qué modalidades de según qué juego.
No soporto perder. Ni a las cartas, ni en el Monopoly, ni el las damas o el parchís o cualquier juego. Quizás eso es lo que hace de una raid una perdición para mí.
Me lo tomo todo en serio. Siempre. Intento hacer las cosas lo mejor que puedo, sean lo que sean. Y destiné demasiados esfuerzos a la raid. Es solo un juego… ¿Cómo se me fue la pinza tanto?
Perdí el control el día que me di cuenta que tenía que avisar de que no iba a estar tal día conectada… O cuando estaba cansada y quería dormir pero no podía desconectar, porque era dejar tiradas a 24 personas… Y cada vez más cansada y más cansada y más estresada…
Empecé a fallar en el trabajo. Los números me bailaban, los papeles se amontonaban… ¿Cómo pude permitir eso? No lo sé. Estaba demasiado absorbida. Estaba demasiado cansada. Tenía demasiadas ganas de dormir.
Dormía los fines de semana, y entre semana dormía poco, para aguantar hasta el final.
Dicen por ahí las malas lenguas, que la raid es para los parados, para las amas de casa, los estudiantes, para la gente de baja, para los ricos, para los que no tienen familia ni obligaciones. Para los que pueden dormir hasta tarde y tienen horarios de trabajo normales.
Pero la raid no es para mí, que trabajo diez horas al día, llego a casa a las nueve, y me levanto a las 6.30.
Cenaba delante del ordenador, o no cenaba. No veía a mis padres entre semana. No veía la tele, ni veía anime, ni leía libros. Solo leía en el bus, pero muchas veces se me cerraban los ojos, así que me ponía música.
Acabé poniéndome maquillaje…
No jugaba con mis gatos, es más, me enfadaba si pasaban por encima del teclado. No ordenaba mi casa los findes porque estaba tan cansada que solo quería dormir.
Fuerte, ¿eh? Debo parecer una enferma. Y lo estaba. Y quizás aun lo estoy un poco, pero ya empecé el tratamiento de desintoxicación.
Si me quería ir un fin de semana, tenía que avisar que no iba a estar conectada. Si tenía sueño, tenía que decir que me quería ir a dormir, y muchas veces decían que vale, pero sabías que jodías la raid y te quedabas hasta el final. A veces notabas ese “va quédate un poco más”, pero lo decía gente que duerme hasta las 9 o las diez o las once. O que se despiertan a las ocho de la mañana, o que trabajan 7 u 8 horas nada más…
Cada vez estaba más quemada. Más quemada… Más quemada… Más quemada…
Es solo un juego. Jugamos para divertirnos…
Mentira.
Reírte es divertido, hablar con los amigos, es divertido… Estar esclavizado con horarios, no lo es. Pedir permiso para dormir, no lo es… Estar contento porque tienes todo el tiempo del mundo para jugar, no lo es.
Coger un taxi para llegar a casa a tiempo de raidear, no es divertido.
No, yo no soy el tipo de persona que pueda permitirse jugar allí.
Y aun ahora, que no tengo clan, por la explosión del lunes, una parte de mi piensa… Igual podría cambiarme a otro y jugar más Light. Pero no es posible… Una vez pruebas la raid y la tienes en las venas, no puedes dejarlo. Si vas a otro clan tiene que ser igual o mejor que el tuyo o te quemas.
Y es volver a empezar.
Así que la única opción que queda es irte a un clan pequeño, volver con los amigos, jugar en PvP o usar el WoW como un Messenger.
Había pensado entrar en Last Hope. Me da pena saber que no mataré a Illidan. Pero mientras escribo estas palabras, y las leo... Me doy cuenta de que no tengo que hacerlo. ¿Cómo puede darme pena eso? Debería darme pena otro tipo de cosas. Mis gatos, por ejemplo. Ver poco a mi hermano, leer menos… Estar enfadada cada día… No rendir.
Y aunque me muero de ganas de jugar (de fumar, de otra copa, de otro pico, como podría pensar alguien en otra situación), sé que no tengo que hacerlo. No quiero perder el control otra vez.
Así que me iré a jugar con mis amigos battle grounds, o arenas, o instances de lows… Pero la raid hardcore no es para mí, con la vida que tengo ahora.
Mientras estaba en Shattrath estaba apenada. Pensando en la gente que estaba e Black Temple y que yo ya no veré eso en la vida. Pero hay más juegos. Hay más formas de juego. Hay vida en el planeta.
El lunes mientras enviaba a todo el mundo a la mierda… Que les dije no pocas barbaridades: “Ojalá te quedes en el paro, o viviendo bajo un puente, pero con wifi, eso sí, y que tu única preocupación sea la raid. O sin vida social, con todo el tiempo del mundo para jugar, o que los suspendas todo y tengas todo el tiempo del mundo para jugar”, me acordé de Petra Arkanian. Una de las mejores pilotos que iban con Ender Wiggin, y del día que se rompió. Ese día Ender supo que ya no volvería a poder contar con Petra al máximo, así que ya no era útil.
Petra se fue llorando y diciendo que lo sentía, que sentía haber fallado, haberla jodido y que no lo haría más. Pero Petra estaba rota ya. Ya no valía. Lo que la hizo brillante se esfumó.
Ayer me fui a dormir a las once de la noche, no tenía nada importante que hacer, no tenía nadie a quien dar explicaciones…
Estuve jugando con los gatos, con la PSP, mirando “Tú la letra, yo la música”. Estuve jugando en C’Thun, un SM Cathedral, mientras otra parte de mí pensaba en Mount Hyjal. Y es precisamente el acordarme de esas cosas, las que definitivamente me hacen no apta para raidear. Porque me crea adicción.
Y hay muchas cosas mejores en las que invertir el tiempo.
No le doy explicaciones ni a mi padre. Así que no quiero dárselas a nadie más ni en un foro.
Y aunque me cabreara, y la gente piense que mi oficial es malo (porque sí, las raids “pro” son como ejércitos, con su general, sus capitanes y sus soldados rasos como yo), mi oficial me hizo el favor de mi vida al invitarme a irme. Hubiera vuelto a explotar, y yo lo que necesito no es un épico, ni el tier 6. Es dormir, y divertirme.
¿Parezco enferma? Seguramente lo estoy/estaba. Pero me alegro de haberme dado cuenta y haberme parado a tiempo.
Lo malo no es jugar online, ni Warcraft ni nada parecido. Lo malo es sacrificar más tiempo del que tienes, y que eso afecte al resto de tu vida.
Gastar dinero no es malo, comprar no es malo. Pero robar para tener dinero para comprar… Eso sí es grave. Llenarte de tarjetas de crédito para usar dinero que no tienes para comprar en el Corte Inglés cosas que no vas a usar o no son importantes, es malo.
¿Es malo el Corte Inglés? ¿Es malo Fnac? No. Eres tú quien decide cuánto gastas, cómo, cuándo y dónde.
¿Es malo Warctaft? No. Pero eres tú quien decide, también aquí, cuánto juegas, cómo juegas, cuándo juegas y dónde.
Y en el momento que bien no eres libre de decidir todo eso, o no te sientes –por lo que sea- libre, de decidir todo eso, es momento de decir adiós. Al juego, o a la raid, o cambiarte de clan o lo que sea. Pero decir adiós y tomar las riendas.
Algunas personas se indignaron porque dejé a entrever que estábamos enfermos. Pero es verdad. Una persona sana, no dedica tanto tiempo a eso.
Reconocer que estás enfermo, no es malo. Lo malo es negarlo o enmascararlo. No ser consciente de eso, o querer mentirte y hacer ver que todo está bien.
La mierda es que yo, soy consciente de muchas cosas, entre ellas siempre tengo presente que puedo engañar a los demás, pero a mí no. Y aunque dijera que lo tenía todo bajo control, yo sabía que estaba perdiendo las riendas.
El lunes, lo único que hice, quizás de la forma menos adecuada, fue retomarlas.
No voy a dejar de jugar, porque en sí me divierte. Lo que no pienso volver a permitir es estar esclavizada a la pantalla. Yo decido cuándo, cuánto y cómo. Qué razón tenían mis antiguos compañeros, cuando me dijeron "ese camino ya lo recorrí, y no pienso volver a recorrerlo". Ahora entiendo a qué se referían. Pero es como el enchufe: hasta que no metes los dedos dentro, y compruebas el voltaje de la descarga por tí mismo... Da igual lo mucho que te avisen, que no paras.
Y por todo esto, es por lo que no quería que mi hermano empezara a jugar. Porque yo soy capaz de llegar a estas conclusiones, pero alguien de 13 años, dudo que pudiera alcanzarlas.