4/16/2008

A ras de suelo

(c) Steven Stahlberg - Countess Dracula

" Está loca por mí. ¡Qué mujer no lo está! Yo sé que va usted a preguntarme cuál es mi secreto... ¡Voto al diablo que sois osado! El secreto es no darles a entender que se las quiere. No ir nunca de trás de ellas. Que ellas vayan detrás de ti. Hay que avivar el cariño del amor con el abanico de la indiferencia..."

- Los Hermanos Marx en el Oeste


Muchas cosas, a ras de suelo, son prometedoras, desafiantes, una muestra de poder, de habilidad, de coraje. Como volar a ras de suelo, en ese pequeño espacio, ínfima distancia que separa el cuerpo de la superficie, el éxito del fracaso, y que premia la pericia y te transforma en alguien especial digno de admiración.

No obstante, a ras de suelo, también viven los gusanos. Esos seres pequeñitos, repugnantes cuyos días trascienden simplemente reptando entre la tierra, entre la porquería, entre el moho, y pasan la mayor parte de su vida inadvertidos, condenados a morir víctimas del pájaro tan digno que vuela prestamente a ras de tierra.

Y a ras de suelo -como el gusano- viven anímicamente su patética existencia algunas personas. Arrastrándose, dejándose pisotear, humillándose, intentando trepar por el tallo flexible de esa bella planta que al capricho se dobla a un lado u otro. Y sí, son especiales: especialmente idiotas.

Hasta los huevos –hablando en plata-.
Aburrida de emular a los gusanos. Si alguien hubiera querido que nos arrastráramos por los suelos nos hubieran dado anillos y no dos piernas. En consecuencia: que le den al mundo. Que le den a ella. Que le den a él.

Tengo amigas que son capaces de enviar a la gente a la quinta mierda, cuando los demás se muestran inseguros sobre si empezar o no una relación, mantenerla o no, mandarla a la mierda o no.
Y yo -como otras-… En esos momentos de incertidumbre, me quedo bloqueada como en ese examen de mates que te preguntan la solución a una ecuación que has hecho mil veces pero… La mente te juega una mala pasada y te quedas en blanco.

En blanco, sin respuesta, con sudor frío, preguntándote dónde está el baño más cercano, porque tienes ganas de ir a miccionar. Con esa cara de poker, pensando si ya agotaste el comodín del público, o si puedes utilizar el de la llamada para hacer un comité telefónico de urgencia, comentar la jugada con los amigos y dar la respuesta definitiva.

Inexplicablemente, luego, con la cabeza funcionando a todo trapo, cavilando mil argumentos que sean capaces de convencer al otro. Vamos a ver, tú sabes hacerlo, lo has hecho mil veces, hacer que la gente cambie de opinión, llevarlos por tu camino, ponerlos a tu favor… Y sin embargo… Él permanece impertérrito.

Y más diría: gélido, quieto, como una piedra, observando –o no-, como estás al borde de la súplica, cómo te humillas pidiéndole que te devuelva la palabra, mientras te vuelves loca, mientras vuelves locos a los demás.

No se te pasa por la cabeza pensar que no vale la pena.

Por otro lado, tú, persona acostumbrada a manipular la mentalidad ajena, no te planteas que si consigues algo con argucias, no vale nada. Cero. Lo que consigues es una ilusión, una efímera quimera que se desmoronará como el castillo de naipes construido en una mesa sobre cuatro cartas mal colocadas.

Pero no quieres renunciar, no quieres acabar con eso. No todavía. "No se me caerá el castillo", piensas… Cuando lo cierto es que hace tiempo que ya se derrumbó, y lo único que estás haciendo es degradándote. Degradándole. Degradándoles…

Suplicando a sus pies, a ras de suelo, como el gusano que en cualquier momento aplastará con su zapato, y dejará atrás un paso más tarde mientras sigue su camino.

Yo no soy un gusano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Huy! pero que buena está esa foto, que piernas más largas tiene esa señorita!

besos, soy Ana Lucia de http://chiflame.net/