11/24/2010

"Necesito..."

Y el sonido de la palabra regurgitó hacia fuera, más allá del pensamiento que creí había plasmado simplemente en mi interior.

“Necesito… Verte.”

“Necesito…. Tocarte.”

“Necesito… Hablarte.”

“Te necesito.”

Y al soltarlo al aire y escucharlo me di cuenta del error, tardío.

No es amor, si no miedo, lo que siento.

Miedo al vacío, lo que me aferra a ti.

10/28/2010

Primera división

Han sido tiempos duros esos que has vivido hasta volver aquí: una nueva oportunidad de lucha, de jugar entre los grandes, de batir todos los récords. Meses de rehabilitación mentalizándote, antes de encontrar un buen equipo en primera dónde encajar y degustar la gloria. Victoria, la de dulces trazos, más potente que cualquier droga que hayan podido sintetizar jamás en un laboratorio. Tus propias endorfinas invadiendo el torrente sanguíneo para matarte de placer.

Incluso antes de ponerte la camiseta, puedes sentirlo en tu interior: el rugido, el poder, la fuerza, el ansia por salir al campo a darlo todo hasta el final. Noventa minutos infinitos, ni una prórroga, pero da igual, tú ya lo sabes: saldrás victorioso una vez más. Como siempre.

Ese conocimiento te confiere una seguridad exultante que se esparce por todas los invisibles átomos de tu cuerpo, cual carburante a punto de empujar pistones. Seiscientos músculos que vibran, anhelando pisar el campo una vez más, sentir el manto de euforia ajena, saberte el amo y señor del mundo por un rato.

Tu cerebro emite señales invisibles y te prepara… El cuerpo está rayando una orgásmica sensación, sabiéndote a las puertas de una hora y media del tan ansiado coito, con su eclosión final. Por un instante, el vello de tu cuerpo se eriza ante la idea, y dirías que incluso puedes notar la turgencia en tus pezones.

Te giras, para contemplar al resto del equipo, las imprescindibles piezas de este ser curioso e inorgánico donde hasta los suplentes son absolutamente necesarios… Sí… Los sustitutos, los del banquillo, los... Matarías por no volver a sentarte en ese apestoso banquillo entre ellos nunca más.

De un vistazo los valoras, contemplas también a los otros delanteros fijamente, para recordar sus fortalezas y debilidades, tomando buena nota. Una chirriante vocecilla resuena en tu cabeza: equipo, compañerismo, lealtad, equipo… Pones tu mejor y tan ensayadísima (casi desgastada) sonrisa “profident” en la cara, levantas el pulgar y asientes. Todo está preparado, y solo quieres salir fuera y… Marcar.

7/20/2010

Ansiedad

*Click*

*Click click*

*Tecleo rápido*

(Silencio profundo)

*Rrrrrrrrrrr* (la rueda del ratón a moverse hacia abajo)

*Crackkkkkkk* (las patatas fritas al desmenuzarse entre tus dientes)

*Rrrrrrrrrrr* (la rueda del ratón a moverse hacia arriba)

*Tack* (F5)

*Click*

*Click click*

*Crack crack crackkkkk* (más patatas)

(Silencio profundo)

*Crecrecrec crrrrrssssh crrrrrshhhhh* (arrugando el cadáver de la bolsa)

Shooting all the systems down.

7/19/2010

Usar y tirar

Durante un segundo, tan sólo eso, perdió la cobertura, y ese instante fue lo suficiente como para cambiarlo todo.

Atribuyó el fallo al desgaste ocasionado por el tiempo, qué tristeza, seis meses apenas de servicio. No obstante, a qué arriesgarse a una reparación cuando todo es tan sencillo como acercarse a una de las franquicias del proveedor para escoger entre los más exuberantes modelos.

La sola idea de la novedad hace que reverbere algo en su interior, desatando su ansiedad ante la imagen casi erótica de recorrer con sus manos los cantos de una caja nueva que sabe contiene en su interior un modelo intacto, virgen, desafiante, de teléfono. Un modelo desconocido e intrigante que le proporcionará un reto de quince minutos hasta su puesta a punto.

Quizás tenga una cámara de fotos con mayor definición, un reproductor de mp4, una pantalla táctil. No tiene claro para qué la quiere. Simplemente, sabe que quiere esa sensación de poseer esa novedad, más atractiva, más a la moda, más deseable. Como el capricho de un infante que deslumbrado corre tras el último juguete.

Así que entra impetuosamente en la tienda, paga el nuevo teléfono al contado, y vuelve a casa a toda velocidad. Allí, en el silencio que atenaza el salón, arranca sin ningún tipo de decoro la SIM del obsoleto teléfono. Han compartido existencia seis meses. Demasiado tiempo. Demasiado uso. Demasiadas horas. Demasiada monotonía.

Como un Frankenstein cualquiera inserta el pequeño chip, un grotesco corazón, en la ranura. El nuevo terminal vibra, y se estremece bajo la palma de su mano, respirando al nuevo día bajo la mirada atenta y amorosa de su nuevo compañero.

Bienvenido al SXXI. Consumir preferentemente antes del próximo semestre.

6/30/2010

Exorcismo

Diría que, si cierro los ojos, puedo sentir al demonio dentro de mí. Pero no es cierto: es una metáfora.

No hay demonios allí dentro. Estoy sólo yo. Y hoy no hay nada más aterrador que imaginar mi figura con los ojos cerrados. Me atenaza la idea del miedo ante esa oscuridad devoradora.

No necesito privarme de la visión para percibirlo: el filo cortante de esos dientes insidiosos que despedazan poco a poco cada fibra de mi ser, clavándose en mi corazón, anclándose con fuerza en el más ínfimo resquicio, congelándome en su frío. Emponzoñando poco a poco mi torrente sanguíneo, donde tras cada latido, contagia mis células con su veneno. Inundándome de rabia, miedo, inseguridad, envidia, celos, odio.

Siento el corazón que se desboca, perdiendo el control. Y, la conciencia, se debilita relegándose cada vez más atrás: cada vez más lejos, cada vez más inalcanzable. Intento vanamente retenerla estirando las yemas de los dedos, recuperar así lo que con tanto esfuerzo conseguí crear, lo que con tanto tiempo sembré y vi crecer para ahora pisotearlo sin piedad bajo mis pies, sacando a relucir lo peor de mí que creía ya enterrado y olvidado.

Sin fuerzas que me hallo y claudico. “Oh, Señor, perdona mis faltas”, pienso, mientras mis dedos se arquean, mi piel es ahora pelaje y mis colmillos, esos que antes eran humanos, solo quieren desgarrar la carne ajena, la carne propia.

A mis emociones me rindo, con la adrenalina bombeando agitadamente alimentando mi furia. Y lo huelo. Puedo sentirlo: el dulce, inocente, amoroso, frágil y embriagador perfume que tanto me atormenta y me enloquece.

Recorro veloz cada travesía, esquina y recoveco, escogiendo los atajos mientras aúllo con una fuerza tal, que me provoca –incluso a mí- un escalofrío erizando cada fibra de mi ser. Pero no aúllo, no, a la luna, ahora que me hallo a instantes del destino. Aúllo ésta, la demostración más primitiva de impotencia al claudicar a los instintos, sabiendo lo irremisible de mis inminentes actos, preconizando el pegajoso calor, el metálico olor de esa tan amada y preciada sangre que ya no puedo reprimir derramar.

“Oh, Señor, perdona mis faltas, y por favor, que alguien exorcice mi alma”.

6/16/2010

Poniéndome al día

Parece que últimamente tengo cero ganas de escribir, hace como tres meses que no me paso ni a visitar el blog. Vaya moral. Sigo con mis ideas ahí en el tintero, pero estoy demasiado cansada mentalmente en estos días que corren, como para ponerme a escribir nada. Y no es por falta de ideas, pero creo que me ha abandonado la musa de la inspiración.

Por otro lado, estoy cogiendo unos buenos hábitos estupendos ^^

He conseguido volver al gimnasio (¡yupi!). Estoy encantada de la vida, dejándome la piel de 15:15 a 16:30 cada día corriendo y en la bici. También he descubierto el Pilates. Bueno, vaya un invento infernal ese… Creo que uno no es consciente de su mierda de cuerpo hasta que entra en una clase de pilates. Es una tortura cruel, pero efectiva. Ahora que eso de respirar a la vez que se mantiene el equilibrio y tal… No lo tengo muy por la mano aun xD

Año nuevo vida nueva.

En 2010, aunque no hice la lista de buenos propósitos, la tengo presente. Incluía bajar de peso y volver al gim.

Bueno… Bajar de peso… Madre de dios señor, qué tortura.

Resulta que un buen día salí de la ducha, me miré al espejo y pensé… “Joder, ¿eso soy yo?”. Y desde ese día evité reflejarme demasiado en su superficie (ojos que no ven…). Pero lo cierto es que desde hacía un tiempo notaba una sensación completamente nueva y tremendamente incómoda cada vez que me sentaba.

Resulta que cuando me sentaba, mi barriga hacía dos pliegues, de manera que la carne se tocaba entre sí. Molesto y asqueroso a la par. Dios, no había tenido nunca esa sensación.

La cosa no mejoró mucho cuando vi las fotos de la cena de navidad de la oficina, y me di cuenta de cómo estaba la cosa. Resumiendo: en cuatro años en mi trabajo, engordé la friolera de trece quilos. Madre mía… Y eso que cuando entré ya pensaba que me sobraban dos o tres.

Es curioso cómo se deja estar uno y cae en esa dinámica de “ya lo arreglaré”, “por unas patatas no pasa nada”… Etc. Cuado empiezas a caer por ese camino, no hay mucha marcha atrás salvo que pongas todo tu empeño.

Pero la gota que colmó el vaso, fue el día que sentí esa necesidad imperiosa que comienza hormigueando en las tripas, te hace salivar y provoca un estado de ansiedad hasta que te comes cien gramos de conguitos. Normalmente, siempre tenía algo para picar en el cajón, y generalmente era dulce. Porque total, por un puñado de chucherías no pasa nada (vaya falacia). Y justo llegó el día que no me quedaba nada que zampar en el cajón (no sé si aleluya o no…), salvo dos sobres de azúcar moreno de Starbucks de abajo.

Sabes que no vas por el buen camino cuando en pleno ataque, coges los sobres y te los zampas a palo seco. Eso creo que se puede tachar de adicción al azúcar. Sin más. Y fue ahí cuando dije… Hasta aquí hemos llegado.

Me apunté a una dieta súper estricta (ahora estoy descansando de ella hasta pasado San Juan, por dos semanitas), de esas que vives con 485 calorías al día, pero puedo asegurar que no pasas hambre ni te encuentras mal físicamente. Pero requiere de bastante fuerza de voluntad. Renuncié a absolutamente todo lo que me gustaba: patatas fritas, chocolate, dulces, pan, pasta, pizza, la poca fruta que me gusta. Y lo cambié todo por sobres de proteínas, complementos de calcio, potasio, magnesio, sal, vitaminas… Y para comer, una breve lista de verduras.

Yo creo que cuando le dije a mi madre que estaba comiendo brócoli, coliflor, calabacines… Se tuvo que morir de la impresión.

Pero había llegado a un punto que (aunque detesto los lácteos), ya le dije a la doctora: si me tengo que comer un yogur, me lo como; si me tengo que comer un pedazo de queso fresco, me lo como; si tengo que comer pescado, me lo como. Y punto pelota. Pero no quería seguir mirándome al espejo sin gustarme. Y el resultado ha sido bastante bueno. Unos trece quilos en dos meses.

Ahora mismo me tiene comiendo yogures y queso fresco en el desayuno hasta el 24 de junio. Una de las cosas que odio más sobre la faz del planeta xD Pero bueno, ya me estoy habituando.

Eso sí, mientras estás con tus cuatrocientas ochenta y cinco calorías al día, deporte cero. Ahora estoy más feliz porque al comer más normal puedo hacer bici y correr. Me gusta ver que mi cuerpo aun recuerda sus hábitos. En la primera semana ya aguantaba treinta minutos de bici y cuarenta corriendo. Es un gustazo.

La verdad es que aunque sé que eso se acaba en ocho días, me apunté al gimnasio porque me di cuenta que la dieta es mucho más difícil de llevar cuando me quedo en casa sin nada que hacer. Tengo más tentaciones de zampar. Así que prefiero mantenerme ocupada fuera, y a la que se me acabe el hacer deporte aeróbico, iré a tomar el sol a la piscina del gimnasio, y a hacer la cosa esa de pilates, yoga y similares. Me pregunto si podré correr ligerito aunque sea.

Me quedan ocho quilitos que bajar y ya estaré estupenda y divina de la muerte ^^ Me muero por verme entonces. Lo que sí es cierto es que una vez te ves mejor, ya no quieres perder ese cuerpo. Así que me cuesta menos esfuerzo. También me va genial el gimnasio para despejar la cabeza, porque hay días que querría aniquilar a la humanidad.

Aunque suene contradictorio, me he apuntado este año a un curso de ciento veinte horas de repostería profesional. Sé que parece una locura, teniendo en cuenta que estoy a dieta, pero bueno… Me sigue gustando mucho cocinar xD Y adopté una Thermomix para casa. Por cierto, uno de los mejores inventos del mundo. Primero pensé en pagarla al contado y después lo repensé y la dejé a plazos. Es cosa de invitar a los amigos a comer, para cocinar y engordar poco, jajajaja. A ver si también puedo hacer algún cursito de panadería después. A este paso me veo poniendo una boulangerie en Barcelona xD

También estoy contenta de que vi a Sara poco después de su cumple, y salimos de fiesta por Zaragoza (donde descubrí el whisky caramelo, que por cierto, está riquísimo). Me lo pasé genial ^^ A ver si puedo subir a finales de agosto a Cork unos días =) Buah, nos zampamos una lasaña que hice, tremenda ^^

Tema libros, últimamente leo menos, estoy más aplatanada por las mañanas. Es posible que sea el efecto de salir de la dieta dura (que contrariamente a lo que puede parecer, me hace sentir muy despierta). Ni idea. Y mis compras de libros están bastante enfocadas a temas de gastronomía. Rosa se ríe porque dice que todo las energías destinadas a comer las estoy canalizando a través de los libros de cocina. Tremendo como se ha multiplicado la estantería.

Entre las cosas asombrosas que he descubierto están los siguientes libros:

- The Joy of cooking. Es el libro que se menta en la película “Julie & Julia”, que por cierto, me encantó. Es uno de los manuales clásicos de la cocina norteamericana, y conseguí al edición setenta y cinco aniversario. Es un libro muy curioso, porque te das cuenta como han ido evolucionando por allí las cosas desde mil novecientos treinta. Por ejemplo, incluye gran variedad de recetas asiáticas, mexicanas, sudamericanas en general, italianas… Refleja muy bien la evolución de su sociedad y la integración de los diferentes grupos étnicos en la cultura general. Es un manual completísimo, muy bien explicado todo (con listados de comida y propiedades, frutas, etc, en cada apartado), con un apartado de unas ochenta páginas sobre consejos y técnicas. Aunque creo que lo más gracioso para mí fue el apartado de menús “ejemplo”, en el que había uno específico para los días de la superbowl. Tremendo xD. Quizás lo único que se echa en falta son fotos, pero cuatro mil quinientas recetas con sus fotos respectivas… Ese libro no bajaba de los ciento cincuenta dólares. La pena es que queda fuera del alcance si uno no lee inglés, pero va a ser de mis favoritos ^^

- Rose’s Hevenly Cakes. Un libro maravilloso sobre tartas. También en inglés, pero no hay una sola foto que no te haga salivar, y las explicaciones están muy logradas. Además las medidas se indican en cuatro formatos distintos, lo cual se agradece.

- El Larousse de los postres, de Pierre Hermé. No tenía ni guarra de quien era Pierre Hermé y ahora soy fan suya. Este libro es genial para hacer postres caseros, y si se siguen las explicaciones al pie de la letra, salen unas cosas deliciosas. Probé un par de ellos y… Me muero por hacer un brioche. Ahora estoy a la caza y captura de todos los libros que encuentre de Pierre.

Bueno, y a parte de eso, un montón de cosas más. En fin, tengo ganas tremendas de que llegue septiembre para empezar las clases, aunque será curioso ir a clase hasta la una y media y después al gimnasio xD

Y viajes, este año me parece que será escaso. Lo único que tengo pendiente es Noruega la semana antes de empezar el curso de repostería.

Por lo demás, las cosas siguen igual en casa y con los gatos, y algunas mejorías en la vida personal xD Pero bueno, eso ya otro día. Y a ver si me pongo a escribir de nuevo ^^

3/02/2010

2.0.

Dicen que no hay peor dolor que el de las muelas. Dicho esto, incluso por mujeres que han parido a sus propios hijos, sin cesárea.

Dicen, también, que si nos acordáramos de cuando nos salieron los dientes, cuando críos, ese dolor habría sido insoportable. No hay más que ver a los pobres infantes mordisqueándolo todo, royendo lo que pillan y llorando a pleno pulmón.

Imagino que debe ser así.

Pero aun sin saber cuánto duele un parto, me atrevo a decir que por lo menos a fecha de hoy, hay algo que duele más al nacer que los dientes, y este algo es la conciencia.

La conciencia…. Vaya un invento.

Desde luego que se vive mucho mejor sin ella que con ella. Se vive de una forma despreocupada, y por ello, feliz. Pero cuando nace la conciencia, la cagaste, porque entonces empiezas a mirar alrededor. Y no a “mirar con ojos nuevos”. A mirar, y punto, porque hasta entonces mirabas al suelo, al cielo o al frente, enfocando en las cosas que te gustaban. Pero no mirabas jamás al entorno.

La conciencia nace, aproximadamente, con la misma exactitud que caracteriza la aparición de la muela del juicio. Es decir: cuando le sale de los huevos. Porque igual aparece a los 18 que a los 30.

Ciertamente que prefiero los 18, porque así tienes un poco más de tiempo para el rodaje, y además estás contagiado con esa explosión de energía adolescente, y una visión idealista de la vida, que no se ha contaminado con la amargura de la madurez y la incorporación a la monótona rueda de la vida, así que la vitalidad de la juventud hace más llevadero el descubrimiento.

Aunque claro, dicho así, es más posible que nazca a los treinta, cuando el hastío te hace levantar la vista de la rueda. Y créeme si te digo, ante la duda, no se te ocurra alzar los ojos, que no te va a gustar nada lo que vas a contemplar.

Quien sabe lo que hace que eclosione. En cada uno es un detonante distinto, así que yo puedo hablar del mío y no del de los demás. Y mi detonante fue mi padre.

Podría decir que fue mi padre, en tanto que modelo a seguir –que es lo que todos solemos decir de nuestros progenitores-. Pero no, fue mi padre, aquel gran desconocido (con el beneplácito de robarle la frase a Star Trek). Y no es que es que me enorgullezca especialmente de ello, porque no fueron precisamente bellos sentimientos los que me sacudieron en las aguas turbulentas de la conciencia.

Veamos…

Padre no es aquel individuo que un día plantó su semillita en mamá y de ahí nace uno a los nueve meses. Puede que sí, y puede que no. Padre es la persona (masculino singular, que hoy en día podemos encontrar en su versión masculino y plural en la familia) que vela por ti desde que sales del útero materno (o desde que le dejan), se deja los cuernos para criarte, saca fuerzas de quien sabe dónde, y lucha cada día para ayudarte a crecer y a hacerte persona, lo mejor que puede.

Padre no es, desde luego, el que te pega las soberanas palizas cuando llegas a casa, el que te amenaza, maltrata a tu madre y a tu familia, el que te insulta y te llama maricón o merma tu autoestima, ya que el tiene tan poca que debe rebajar la de los hijos más allá de la suela del zapato de la autoestima para sentirse alguien, y se entretiene haciéndote la vida imposible esperando –contra natura- que seas un perdedor desgraciado como él. Ese es un hijo de puta. Que bueno, tal vez tuvo padre, o salió de otro hijo de puta. Nunca se sabe.

Quizás un padre también tenga componentes de hijo de puta en pequeños porcentajes, pero quien puede criticar eso, cuando yo misma también tengo alguna porción de ello.

Pero bueno, mi padre, es –eminentemente- padre. Solo que yo me he pasado mucho tiempo mirándole tras la pared de hija, y reconozco que esa pared enturbia bastante la visión.

Sé que me repito cuando digo que no dejo de asombrarme a mí misma a pesar de llevar treinta y un años conmigo, pero así es.

En esta vida hay muchos misterios inexplicables, a veces te topas con la explicación de alguno, y otras no.

Uno de esos misterios –quizás no tan inexplicable, vale- es: ¿por qué me llevo mejor con mis amigos que con mis padres? Porque cierto es que en ocasiones, hago más o de mejor humor algo por mis amigos que no hago de la misma forma por mis progenitores.

Me imagino que hay quien echaría las manos a la cabeza con este comentario, pero después de charlar con los amigos, me doy cuenta de que no soy la única.

Con el paso del tiempo, desarrollas una cierta aversión-incompatibilidad-intolerancia con la familia. Sí, esa que se ha pasado veinte años diciéndote lo que podías hacer y lo que no tenías que hacer. La que te jodía recordándote que tenías que hacer los deberes y estudiar antes de ver la tele, la que te decía que llegaras pronto a casa y no te entretuvieras jugando, la que te prohibía comer golosinas y te obligaba a morir por ingesta de verdura-pescado-casquería-yogures y quien sabe cuántas animaladas más.

Claro, dónde vas a comparar… Porque, que yo recuerde, mis amigos no me han prohibido comer lo que me gusta, hacer lo que me place e ir con quien yo guste. Dónde vas a comparar eso con el historial negro peste de la aversión familiar.

A los dieciocho, obviamente, no te das cuenta de nada de esto por lo general, y eres un inconsciente. Pero con el paso del tiempo, a los treinta, no sabes cómo un día empiezas a pensar en lo ridículo de la situación.

Y eso es lo que me pasó.

A fecha de hoy, estoy completamente convencida de que la existencia de mis padres en Uruguay no era del todo complaciente, porque si no, me vas a explicar cómo es que una pareja con una cría de cuatro años deja atrás todo lo que conoce, abandonando a su familia y la protección que otorga un entorno conocido, en pro de los misterios de España. Nadie deja atrás algo tan importante como eso, salvo que vea que no tiene el futuro que espera.

Mis padres, a lo largo de su vida, han trabajado de muchas cosas para criarme, lo mismo que cuando llegó mi hermano, mucho más tarde, tuvieron que duplicar el esfuerzo, y yo no lo valoré en la medida que tocaba. Se me metieron en la cabeza las cosas de marca que no tenía, que no tenía las consolas del momento ni íbamos de vacaciones a otros países. Poco a poco todo aquello contribuyó a enturbiar mi visión, sin detenerme a considerar que me habían dado algo bastante más interesante y escaso, que es una cabeza pensante, la curiosidad, pasión por la lectura, la escritura y la capacidad de razonar por mí misma, tan necesaria para hacer frente al futuro.

Minucias. ¿Dónde estaba mi Game Boy? ¿Y las vacaciones en la playa? ¿Y las clases de esquí?

El que se ha llevado siempre la peor parte de todo siempre fue mi padre.

Cuando empecé a ganar mi dinero, lo que se puede considerar dinero en serio, allá por mis dieciocho, comencé a hacer regalos de navidad, cumpleaños y días señalados más dignos. Fue entonces cuando me atravesó al idea, por primera vez, de que no conocía a mis padres.

Veamos…

No sabía su color favorito, ni sus esperanzas o sueños, lo que soñaban que serían de mayores en su infancia, dónde querrían ir de vacaciones, qué tipo de ropa les gustaba. Sabía muy pocas cosas de ellos. Y por primera vez me di cuenta… Sé más de mis amigos que de mis padres. Quizás por esa relación vertical que tenía con ellos, mientras con mis amigos hablaba de igual a igual. Y me di cuenta que a veces pensaba en ellos como en el enemigo. Pero bueno, debía ser una ocurrencia ridícula, y la guardé con mis demás ridiculeces en algún rincón de mi cabeza, que obviamente cayó en el olvido.

Unos meses antes de la última vez que marché de casa de mis padres (había estado temporalmente un mes), se me dio por escribir, como forma de purga. En ocasiones echaba la vista atrás releyendo lo que había pensado tanto tiempo ha. Siempre me ha parecido un terapia maravillosa. Y una vez me descubrí pensando… Ojalá mis padres hubieran escrito a su vez, para conocerles mejor a través de sus palabras. Me hubiera encantado.

Siguieron pasando los años, me fui de casa unas tres veces. Otro día ya contaré porqué (o no). Así llegamos a dos mil ocho.

En dos mil ocho, sucedieron una serie de cosas que hicieron que le recomendara a mi padre que escribiera, para purgarse. Ni que decir, que mi padre tiene mucho más tiempo libre que yo, así que al final le ha dado duro y parejo a su nueva afición. Tanto es así, que se apuntó a un par de comunidades de escritores, y parece que lo que concibe gusta.

Ahí empezó todo, y surgió el gusano insano de la envidia, que venía gestando en algún rincón de mi interior con el rencor de los años. Ese rencor que yo llevaba acumulado, del cual era consciente, pero desconocía hasta qué punto me tenía envenenada.

Entonces, mi padre recibió una invitación para ir a mejorar su estilo literario, en Sudamérica. Y el gusano que habitaba en mi corazón murió, presa de las llamas que le incineraron de inmediato, a la par que me abrasaban por dentro, tan podrida estaba. Me duró la amargura más de un año, en el que cada vez que lo veía me enfadaba. ¿Hasta qué punto conmigo misma, o con el mundo? Lo desconozco. Y algo me dolía.

No se puede vivir en la amargura, presa de la envidia insana y un rencor asqueroso. No se puede vivir siendo egoísta completo. O quizás se puede vivir, pero es difícil conciliar el sueño por la noche.

No quiero decir con esto que no se pueda sentir envidia, ni que el desearle el mal al prójimo desaparezca de inmediato. Pero hay un grupo de personas que no deberían ser el destinatario, ni la causa, de esas emociones. Hasta que una mañana me pregunté: ¿Cómo puedo tener envidia de mi padre y sentir tanto rencor? Y comencé a desenmarañar la emoción hasta su origen.

Desenmarañar esa emoción hasta su origen, no fue ni fácil, ni dulce. De hecho fue un asco. Un montón de noches durmiendo mal, un montón de noches de no dormir, y días flagelándome con la idea de mala persona –y lo que es peor, mala hija- que soy.

Poco a poco fui tomando conciencia de mi misma. De las cosas que hacía mal, y las que tenían un pésimo efecto por omitirlas. De lo egoísta que he llegado a ser, el poco tiempo que le he dedicado a mi familia, tanto a mis padres como a mi hermano, que iba camino a ser otro desconocido como ellos. De lo poco detallista que he sido.

La verdad es que con mi hermano me llevo diecisiete años y sólo sabe hablar con propiedad de las consolas y los videojuegos. También de Robotech, pasión heredada. Entonces un día vi la luz. ¿Le gusta a mi hermano Robotech por sí mismo, o es su forma de intentar acercarse a mí, porque sabe que es mi serie favorita, y en el camino se transformó en su favorita también? Como con mis padres, no sabía gran cosa de él, sus gustos ni sus esperanzas.

Creo que no hay cosa más dolorosa que irse a dormir enfadado con uno mismo. Es muy difícil perdonarse los errores. Y no hay cosa más triste que darte cuenta de que estás obrando mal y sin embargo darte cuenta de que no eres capaz de actuar de otra manera para que lo intentes.

Entonces, un día, sucede lo impensable, y sin tener muy claro cómo, el fuego rabioso remite y tus ojos empiezan a mirar con claridad descubriendo el exterior.

Empecé a darme cuenta en Navidad. Curioso, como si fuera el Mr. Scrooge de Dickens. Mi madre estaba preocupada por qué querría de regalo, pero, ¿qué le regalas a quien ya lo tiene todo? Porque yo vivo de puta madre dentro de mis posibilidades, y mi calidad de vida supera la de mis padres con creces. Mi sueldo para mí sola es mayor que el de mi madre para tres. Y me di cuenta… ¿No es hora ya de devolverles las atenciones que he recibido desde pequeña? Así que el pasado año, yo fui Papá Noel, y compré regalos para todos menos para mí.

Así llegamos a este mes pasado, hará cosa de dos semanas, y con algo tan estúpido como leer “Sinuhé el egipcio”, y ver “Gran Torino”. Me di cuenta que quería disfrutar de los míos, antes de que fuera demasiado tarde. Antes de que me levante una mañana y no pueda ver a mi padre porque se ha muerto. Todavía tengo tiempo de conocerlos, veinte años o más… Y no quiero desperdiciar un minuto.

Enfrentarse a todas esas partes oscuras de uno mismo, y solo, ahuyentarlas e iluminarlas para ser algo mejor que antes no es fácil, porque siempre pensamos que somos mejores de lo que es la realidad. Duele darse cuenta de cómo son las cosas. A mí, por lo menos, me ha dolido más que cualquier otra cosa.

Tampoco es fácil dejar de ser el centro del universo y aceptar que, si bien no tenemos porqué dejar de estar en el centro, tampoco tenemos porqué estar solos en esa posición privilegiada. En vez de rabiar y competir con mi padre, ¿por qué no crear algo conjunto, que pueda recordar en el futuro? ¿Por qué no compartir? Compartir no es algo que se me dé bien a priori pero todo es cuestión de práctica, para abolir esa necesidad de protagonismo.

Y en todo este proceso, aun hubo una cosa que me sorprendió si acaso más que todo lo anterior.

Son tantos años los que dedican los padres a cuidarnos, que a veces uno olvida que ellos también son humanos. Mi madre me asombra a veces todavía, con sus facetas de niña, con ese espíritu joven que la acompaña todos los días. Yo creo que por eso, parece mucho más joven de lo que es, y está llena de vitalidad, aunque sé que muchos días sonríe pese a que su interior esté nublado. Mi madre es una mujer muy fuerte, y también merece que la trate mejor de lo que lo hago.

Cuando hay un problema, muchas veces nos giramos y buscamos el consejo paterno, porque siempre pensamos que lo saben todo, y lo tienen todo claro. Que tienen todas las respuestas y son inmutables porque jamás se inquietan. Son esa fuente de consejo –tantas veces inoportuno y gratuito, que no se ha pedido siquiera-, que un día te descolocas porque les ves a ellos pidiéndote consejo a ti, y les descubres esperando tu apoyo y ayuda, a veces incluso el cobijo.

Ese cambio de roles, me dejó descentrada, cuando me di cuenta que mi padre, de igual a igual, hablaba conmigo de sus problemas, sus inquietudes y sus anhelos.

Porque cuando el hijo crece, si tiene suerte, sucede lo impensable y es que te encuentras elevado a la posición de adulto y aunque no te lo esperaras, tus padres, que ya no tienen necesidad de criarte porque eres un ser humano hecho y derecho, se refieren a ti como a otro igual. Y es en esa igualdad de condiciones, en las que descubres que además de un padre, tienes un amigo.

En fin. Llegar a todas estas conclusiones, deshacerme del egoísmo y la envidia me ha costado bastante, pero estoy orgullosa de haber alcanzado un pequeño progreso y haber evolucionado a un versión 2.0 de mí misma, mientras seguiré puliéndome en el camino. Esta vez será un poco más sencillo, tal vez, porque tengo tres nuevos amigos.

Realmente no imaginé que vería el día en que dijera que mi padre es todo un modelo a seguir, y que estoy muy orgullosa de él, a pesar de los líos en los que a veces nos ha metido. Con sus cosas buenas, y sus cosas malas.

Así que ahora, a disfrutar de este descubrimiento, y a destinar muchas más horas a la familia, y menos a las cosas tales como el ordenador. Mañana siempre habrá un ordenador, una tele, un juego… Pero hay otras cosas que al girarse uno, no estarán allí ya.

3/01/2010

LIBRO - "Sinuhé, el egipcio", Mika Waltari

Aquí estoy, retomando el viejo ritmo de lectura. La verdad es que no tengo la sensación de haber dejado de leer, y sin embargo, mientras echo un vistazo a mi bilioteca, he acabado con pocas novelas. Me parece que es porque he ido saltando de una a otra hasta que alguna consiguió seducirme.

Así la cosa, me he dado cuenta que han quedado olvidadas a medio leer:

- Los jardines de la luna, Steven Erikson
- Desde Dos Ríos (La Rueda del Tiempo I), Robert Jordan
- El imperio del sol, J.G. Ballard
- Guía del Autoestopista galáctico, Douglas Adams
- Los propios dioses, Asimov

En fin, es lo de siempre: para cada libro hay un momento, y a veces aparece algo de sopetón que varía tus prioridades.

El otro día estaba paseando por el Fnac, y uno de los chavales que estaba por allí me comentó que estaba leyendo "Sinuhé el egipcio", de Mika Waltari (lo cual me recuerda pasar a interrogar a Rafa sobre su viaje a Japón >_< ¡Qué mala es la envidia! /cry).

Qué quieres que te diga. Es uno de esos libros que por mí misma dudo muchísimo que hubiera cogido, como pasó con "La Catedral del Mar". Pero buen, estaba algo hastiada después de terminara "Papá Puerco" y me llamó la curiosidad.

Creo que es por una cuestión de prejuicios, que tiendo a pensar que la novela "normal" es sumamente aburrida y no me va a gustar nada, así que a veces esta autosugestion hace que me pierda muchas cosas. La verdad es que la sección de scifi y comics me la sé casi de memoria, y algo de la de bolsillo, pero la de literatura extranjera y poesía es una gran desconocida (de hecho el otro día perdí a mi padre en la sección de poesía xD -es que es algo bajito y no lo vi detrás de la estantería...- ¬_¬'). Bueno, y la nacional, a qué engañarnos.

Me pasa con las novelas un poco como con la música. no sé por qué extraño motivo tiendo a pensar que si es en inglés, será mejor. Un prejuicio estúpido como cualquier otro.

Pero bueno, el caso es que me estaba preguntando qué misterio habría encerrado Waltari ahí entre cientos de miles de letras apretujadas en las páginas, y la edición de bolsillo era la mar de asequible. La primera idea que me vino a la cabeza cuando lo cogí entre las manos fue un recuerdo de mi abuela, que es una apasionada de Egipto, y que creo que me mencionó esa historia alguna vez.

Para mi sorpresa, el libro no solo no era aburrido en absoluto, si no que me atrapó desde el primer momento. Está escrito en primera persona, de forma muy viva, y enseguida te sientes partícipe de todo lo que pasa en la vida de Sinuhé y de sus allegados. Y bueno, aunque me avergüenza reconocerlo -porque no dice gran cosa en favor de mi cultura general-, aprendí muchas cosas leyendo y ese hecho me asombró. Claro que mis amigos me dijeron que eso es lo que pasa cuando dejas de leer sobre dragones y te adentras en la novela histórica.

Bueno, esa semana de lectura intensiva me di cuenta que llevar un Iphone no va a echar a perder jamás mis ratos de lecturas en pro de los videojuegos de teléfono: estuve anotando como una posesa las cosas que quería mirar con más detalle, personajes históricos, mapas... Y en el Iphone podía ir mirando todo lo que había anotado, gracias a internet ^^ E inclusopodría haberlo consultado en el momento :_) Ah... Qué maravilla tab complementaria *^-^*

Hablando de mapa, es la única cosa que eché de menos en el libro. Desconozco si la edición de tapa dura lleva uno, pero es inconcebible -al menos para mí-, poder seguir con tranquilidad la historia sin poder situar los hechos en un sitio del mundo. Y mira que es curioso, puesto que siempre he detestado la geografía. Hasta que te das cuenta que no te puede gustar la historia sin mirar los mapas. Absurdo haber tardado tanto. Pero bueno, el ser humano es absurdo, y yo me temo que me tengo que incluir.

En fin, he disfrutado mucho de la experiencia, y la verdad es que recomiendo a cualquier curioso que camine por las arenas junto a Sinuhé, tiene muchas cosas que aprender de su mano, y otras tantas ideas para meditar.

Y ahora, para descansar un poco, me voy a tomar unos días de relax en un Londres de ficción, con viajes en el tiempo, de la mano de Félix J. Palma. Sigo en mi cruzada contra mis propios prejuicios. Si es que esto de que le nazca a uno la conciencia no puede ser bueno...

2/25/2010

LIBRO - "Papá Puerco", Terry Pratchett (y mi relación con este buen hombre)

Qué puedo yo decir de este buen hombre… A Terry Pratchett o le amas o le odias. Es complicado quedarse a medias tintas. Ocasionalmente también sucede que empiezas detestándole y acabas queriéndole, y hasta echándole de menos.

Personalmente, mi primera toma de contacto con Pratchett fue con “El color de la magia”, en su edición Fantasy, de Martínez Roca. Tengo que decir que igual por aquel entonces tenía yo trece años y como que no cuajó nuestra amistad, cayendo en el olvido.

Todavía hoy me sorprendo que siempre se pueden sacar cosas buenas de algo malo, como por ejemplo, con mi tercer ex aprendí un montón de cosas a pesar de que acabara detestándole. Con él descubrí: Milo Manara, Hugo Prat, Miquelanxelo Prado, Rubén Pellejero, Frezatto; y redescubrí a Terry Pratchett y Tim Burton.

Todo el mundo tiene algo que enseñarte, segurísimo. Pasa que yo soy muy obtusa y la mitad del tiempo me lo paso cerrando las orejas, y despotricando, así que no me entero de todo lo que debiera.

Ahora que miro atrás desde la seguridad de la distancia, tengo que reconocer que cuando aquella relación terminó, el chico tuvo algunos detalles, como regalarme libros que pensó que me gustarían, como todas sus ediciones Gran Fantasy de Pratchett. Entre ellas estaba Mort (sin sobrecubierta, por eso, una pena). Tardé muchísimo en darle una oportunidad al libro porque eso de que pusiera Pratchett en el lomo me provocaba urticaria.

Pasa que hay veces que te quedas sin cosas que leer, o estás aburrido de lo de siempre, miras un libro y dices… ¿Por qué no? Así cogí yo “Mort”. Y lo disfrute. Joder, de qué manera. Vaya que si lo disfruté… Y acabé claudicando. Coñe… Igual Pratchett mola.

Como resultado, conocí a Rincewind, Tata Ogg, la Muerte, Mort, al gran dios Om, y un sin fin de personajes entrañables i –porqué no reconocerlo- inolvidables. Mis sagas favoritas son las de la Muerte, las brujas y Rincewind. El tema de los guardias no me ha acabado de cuajar, pero voy a darle otra oportunidad.

Otra de mis pasiones son los gatos. Una vez vi un libro en el Fnac del Triangle que ponía: The Amazing Maurice… Y pensé… ¡Coño! Un libro de gatos… Una especie de cargada a El Flautista de Hamelin… Y lo compré sin darme cuenta que el autor era… Terry Pratchett xD Así que ya al final, una termina por reconocer lo obvio: vale, me gustan sus novelas, al menos unas cuantas.

Así llegó el libro de cocina de Mundodisco a mi sección de gastronomía en la biblioteca, y así llegó a mis manos Papa Puerco. Que si bien –según los entendidos- no es la mejor obra de este autor y está considerada de las más flojillas, para mí que soy una de esas enamorada de las tradiciones navideñas ha sido una lectura súper divertida. Monstruos, festejos, institutrices, la Muerte y algunas reflexiones para la posteridad –aunque

Y si hay algo que quiero remarcar de este buen hombre antes de cerrar el post, es que lejos de escribir soplapolleces, es un escritor muy crítico, que lanza no pocas puyas a la sociedad entre sus escritos. Muchas verdades desagradables se dicen a la cara enmascaradas en bromas.

Ahí queda eso. Bueno vale, sí… Eh Pratchett… I <3 U!

Poca gente ha conseguido cambiar una primera impresión en mí xD Será que maduro…

1/25/2010

Me arrepiento

De haberte dejado escapar aquella noche invernal, de no haberte dicho, de no haber mirado, y de salir corriendo sin valor… ¿Dónde quedó? El arrojo de los quince… Se dividió a vez por año hasta desaparecer acaso en la lejanía de los treinta.

De sonreír restándole importancia, de pensar en las negativas que tal vez ahogaran los “quizá” poco a poco perdiéndose en una maraña de “y si”.

Y aunque me duele, no cejo en esconderme entre las sombras, entre los libros y sonidos, huyendo esquiva entre las horas que sé jamás compartiremos.

1/20/2010

Far from the distance

Es curioso como alejarse, siempre da una perspectiva de las situaciones que nunca pensaste que ibas a poder contemplar. Uno se puede alejar de algo o de alguien espacial o temporalmente. A veces ambas.

Yo me encuentro últimamente con esto.

Allá por noviembre se me dio por comprarme la Xbox, por el sencillo motivo que estaba hasta los cojones del WoW. Es muy curioso, porque de hecho el juego me sigue gustando, pero ya… No sé, ya no tiene magia. Me parece todo lo mismo, y si lo pienso… Va para cinco añitos la cosa.

Estos cinco años me han servido de mucho. Como todos, han tenido sus cosas buenas, y sus cosas malas. Empecé a jugar cuando no existían los servidores españoles, y ni siquiera jugaba en los reinos autoproclamados españoles.

Cuando compré el Warcraft, vivía en pareja. Mi compañero era un forensic de seguridad informática, uno de esos frikis de los ordenadores que adoran los cacharros y que le encantaba Linux. Él me acompañó de expedición por Barcelona, en busca de una tienda que tuviera un ejemplar de ese juego que se había agotado tan rápidamente.

Jugaba a ratitos, mientras él estaba a sus cosas en el ordenador, no sabía la mitad de cosas del juego que sé ahora, ni conocía remotamente el concepto de raid ni las exigencias.

Yo vivía feliz en Moonglade, un servidor de Role Playing. Mi primera encarnación fue como priest elfa nocturna. Se me ocurrió que era el mejor rol que podía desarrollar en un sitio nuevo, donde no conocía nada, porque es un hecho indiscutible: todo el mundo adora a los sanadores.

Allí hice amigos, que no he podido ver en persona jamás, mayoritariamente eran chavales de Turquía. Me lo pasaba bomba. El mundo era impresionante, todo era nuevo e inexplorado. Terrallende no existía y muchísimo menos Northrend.

Yo recuerdo los nombres de las ciudades y del mundo en general en inglés. De hecho, nunca he podido jugar en castellano, me supera y odio las traducciones.

Mi primera mazmorra fue Stockades, me llevó uno de mis amigos, y me pareció fabulosa, toda llena de peligros: él, con su paladín abriéndome camino y enseñándome los entresijos de Silvermoon. Morí no sé cuántas veces, de puro imprudente, pero no me importaba. Era divertido: me reía todos los días.

Conforme conocía a más gente y estaba bien con ellos, ya no conectaba únicamente por el juego: quería ver a mis “amigos”, comentar qué tal el día, ir de excursión, hacer safari fotográfico (porque sí, yo hacía safaris fotográficos).

Por aquel entonces no estaba en ninguna guild importante ni de raideo. Me entretenía con mis cositas para un lado y para el otro. Nunca pude entrar en Zul Farrak porque no tenía nivel suficiente, estaba orgullosísima de mi primer vestido rare, que era de color blanco, y me maravillaba cuando veía alguien con dos o tres piezas épicas. Era rarísimo ver a alguien con un tier, y más cuando los tiers eran de ocho piezas.

El centro del mundo era Ironforge, y para mí, lo mejor del año era el festival de invierno con Father Winter. Las primeras navidades en Azeroth fueron las mejores. Me pareció un detalle increíble por parte de los programadores. Abría todos los paquetes con una ilusión tremenda, y tenía el banco petadísimo de tonterías y vestidos que no quería vender ni tirar.

Iba pocas veces a la Auction House, porque no tenía dinero apenas. Me había hecho enchanter / tailor; pero no había descubierto como funcionaba bien el tema de encantar. Me desesperé porque me parecía carísimo subir la profesión (y lo era).

A veces me paraba a contemplar simplemente a la gente que paseaba en sus monturas, y me quedaba alucinada. Yo nunca conseguí ir en tigre.

Después de más o menos un año, dejé de jugar. Mi alter ego online llegó a nivel 36 y ahí dije… Quiero un parón. Y ahí acabó todo por un tiempo, porque en realidad vivía bastante feliz con mi compañero y se me pasó pronto la curiosidad por el Warcraft. Curiosamente, seguí jugando en los MUDs, a tiempo parcial.

Entonces empezaron a cambiar un poco las cosas en mi vida. Al año, mi relación con mi pareja terminó y tuve que vivir el traslado a casa de mis padres mientras me buscaba un sitio propio. También estaba muy hastiada con mi trabajo en la promotora inmobiliaria, acabé harta de mis jefes, y tan estresada que me dieron cuarenta y cinco días de baja por estrés. Se me había quedado completamente paralizada la mitad derecha de a cara, y aunque no me lo dijeron, no sabían si la volvería a mover bien.

Cortar con mi pareja, desde luego, mucho no ayudó. Me apoyé más en los amigos, pasaba muchísimas horas con ellos, en el cine, en el cyber, de paseo, de vacaciones… Y con el tiempo conocí a otra persona especial, que si bien no tuvimos un final de comer perdices, sigue siendo un gran amigo y me alegro muchísimo por ello.

A finales de esta segunda relación, el mundo empezó a abrirse bajo mis pies. Es curioso como cuando una parte de tu vida va bien, otra parece ir condenadamente mal. Había conseguido cambiarme de trabajo, entré en una entidad financiera, conseguí mi propio piso de alquiler para vivir a mi aire, y adopté dos gatos. Superé la última ruptura con mi última pareja, y fue entonces cuando volví al WoW, porque la vida real empezó a caer en picado.

Caer en picado quiere decir que el mundo tal y como yo lo conocía, y con los pilares que lo mantenían, fueron dinamitados por completo y se volatilizaron, perdiéndose en el tiempo. Mi mejor amigo, al que conocí durante ocho años y que para mí era como un hermano, resultó ser el mentiroso más grande de la historia, y se había inventado su vida entera, superando con creces al personaje de “Vida de nadie” que interpretaba José Coronado. Me sentí tremendamente estúpida, y creo que entré en una espiral depresiva.

Descubrí que ya que había perdido a mi mejor amigo y a su tropa (tan mentirosos como él, porque le encubrieron ocho años, y no me podía fiar ya de ellos), y en vistas de que Joan tenía que embarcarse, me vi completamente sola, y mi vía de escape fue aquella caja con CDs que instalaban un videojuego, al que una vez dediqué brevemente mi tiempo.

Empecé a dedicarle horas y horas y horas. Todas las que salían de los demás sitios, incluso del sueño. A jugar más y más y más. Pero, eh… Me divertía. Encontré un grupo de gente de Barcelona y alrededores, y acabé en un clan con ellos. Todos eran conocidos de Vulcana. De aquello hace ya tres años, y estoy encantada de haberlos conocido.

Con ellos aprendí a raidear, y salí muchas veces al cine, y a comer, y a cenar. Volví a tener un grupo estable de amigos (de hecho a día de hoy, vivo en la misma ciudad que ellos y me fui a esa ciudad porque estaban allí). Nos reíamos muchísimo cuando jugábamos, nos estresábamos cuando nos equivocábamos. Contábamos qué tal el día. Nos fuimos de viaje a Madrid a conocer a los que estaban por allí, y nos hemos ido juntos de vacaciones.

No me quejo para nada. Vi muchísimas cosas nuevas que no había visitado en la vida, y tenía siempre encima mío la amenaza de que me iban a poner en silencio el micrófono cuando hablábamos por el TS, porque a veces me venía la risa tonta y me carcajeaba sola de las cosas.

Contábamos chistes, y nos metíamos unos con otros, siempre desde el cariño. Más que un clan, era un grupo de amigos.

En aquel entonces, Warcraft ocupaba un sitio muy importante de mi vida, llenaba el vacío en mi vida real que no conseguía llenar de otras maneras. Salió bien, conocí gente genial, y poco a poco, pasando por todas las etapas, la ilusión por el juego se fue apagando como una bengala, entre otras cosas porque mi vida actual es muchísimo más estable.

Además, por el camino, aprendí a vivir sola. A veces es una puta mierda no tener a nadie en casa con quien conversar, pero bueno, uno enciende el PC y habla con los colegas con un simple doble clic. Aprender a vivir sola, llevó a aprender a estar bien conmigo misma la mayor parte de las veces, sin necesitar tanto a los demás.

Cuanto menos necesitaba de la compañía aunque fuera virtual, más me ponía a hacer cosas en casa que no requerían estar con nadie, como cocinar, o ver la tele, o leer. Así que cuando conectaba a Warcraft era realmente porque quería hacerlo, y no porque era una necesidad o una obligación.

En su día, Warcraft lo fue prácticamente todo. Dedicaba muchísimas horas. Ahora es una nota a pie de página, y los problemas que se derivaron de todo ello, los líos por los rolls, los ítems, los dkps de la raid, la raid en sí, y los enfados con otros jugadores, opr chorradas, empezaron a diluirse, y a transformarse en simplemente eso, tonterías.

Después de dejar la raid, y conectar solo de tanto en tanto, me dí cuenta que cada vez que entraba, había un tomate distinto en el guild chat, un marrón nuevo, una pelea nueva, una discusión… Y no sé cómo me quedé pensando.

Cuando llego del trabajo, y conecto, es con ánimo de saludar y pasármelo bien con la gente. Quiero disfrutar de mi tiempo. Porque ya tengo muchísimos marrones en el día a día y preocupaciones en el trabajo. Lo que quiero es divertirme y evadirme.

Me entristece ver que el ambiente ya no es el que era, y cada vez conecto menos y me siento más como una extraña. Me pregunto donde están los tiempos aquellos en los que nos reíamos y hacíamos el tonto.

Desde la distancia de mi exilio todo ese mundo empieza a perder consistencia, y sus problemas se vuelven cada vez más banales. A la par, las risas que nos pegábamos adquieren nitidez en mis oídos y me apena ver que cada vez son más escasas.

Me gustaría poder compartir mi punto de vista, y decir… Oye, ¿os acordáis cuando nos divertíamos? Yo lo pasé en grande con todos. No deja de ser un juego, y los problemas que ocasiona deberían perder importancia.

Pero sé perfectamente que cuanto más pendiente estás de ese mundo, más importancia le das a esos problemas, y a veces perdemos el norte.

Solo cuando te alejes lo suficiente, te acordarás de los malos momentos y tal vez te rías. Me gustaría que cuando te alejes, puedas escuchar bien nítidas las carcajadas que compartiste con el resto del clan, y olvides los malos rollos.

Yo, desde esta distancia en la que me encuentro ahora, y a pesar de todo, solo recuerdo los buenos momentos. Cuando vuelva, me gustaría poder seguir diciendo "me lo estoy pasando de puta madre", y no tirarme rallada las horas cuando desconecte el ordenador.

Ojalá que los puntos de fricción desaparezcan, y que todo lo que haya para recordar sea un cúmulo de sonrisas legendarias.

Pensamiento raro del día: café y especia

Me gusta mucho el café de Lavazza (de hecho, mil veces más rico que el Nespresso).

Ya no recuerdo cuándo fue, antes de vacaciones de verano, eso seguro. Cerraron la cafetería del Fnac de la Illa, donde desayuno muchas veces, y en su lugar apareció una pared de pladur y maderas.

Primero la pared era blanca impoluta, y tenía una puerta provisional. Siempre que pasaba por allí me quedaba la curiosidad de qué estarían haciendo.

Un buen día, decoraron toda la superficie con un cartel rojo que decía que iban a abrir pronto una cafetería Lavazza. Lavazza a mí, no me decía nada por aquel entonces.

Tenían que inaugurar el espacio en septiembre, creo. Llegamos a principios de octubre sin novedades, pero un buen día la pared desapareció, dejando ver una preciosa cafetería pseudo-fashion, decorada en blancos y rojos, con sillas que tenían un aire de diseño.

La superficie de la barra era muy curiosa, un cierto empedrado con una amalgama plástica que lo recubría. Peculiar. Desde luego, tenía un aire de "prohibitivo". Pero claro, yo tenía que probar la cafetería, no era posible que me hubieran desposeído del placer de salir de caza literaria sin poder degustar un café, o repostar buenas energías para volver a la oficina.

Lo cierto es que el sitio me encantó. El café me encantó, y el combinado de desayuno de café y croisant, está muy bien.

Hoy he aprovechado un segundo para adentrarme y comentar con Rafa mis impresiones de "El mundo sumergido", y me apoderé de un ejemplar de "El imperio del sol". Es divertido hablar con alguien de libros, y poder comentar las cosas.

Estuvimos comentando por encima sobre canción de Hielo y Fuego, sobre el escritor este, el tal Ballard, y Dune y Ender y compañía; y después recogí mi cortado.

La verdad es que el cortado estaba bastante caliente, y era muy espumoso (siempre tiene mucha espumita). Como no quería quemarme, se me dio por soplar un poco. Entonces, la espuma se desplazó y por una de esas se hizo un túnel, con una obertura detrás por la que salía el aire. En el momento me pareció divertido.

Volví a soplar a ver si se repetía el fenómeno, cosa que no fue así. Sin embargo, la forma en la que se separaba la espuma me recordó -no sé porqué- a la boca de un navegante cuando inhala dentro de su tanque de especia. Me di cuenta de lo absurdo de la idea, y me propuse pagar con tarjeta (cosas del directo, cuando estás acostumbrado a no llevar efectivo encima: me había quedado sin cambio).

Salí de las fauces de la Illa leyendo las primeras páginas de "El imperio del sol", como hago tantas veces que leo mientras camino para aprovechar mi tiempo "libre", preguntándome qué será la próxima cosa que imagine entre las miríadas de burbujas que flotan en la superficie de mi dosis diaria de cafeína.

LIBRO - "La física de lo imposible", Michio Kaku

Lo que más adoro de mis amigos es que tienen (por lo menos) una gran zona de su cuerpo muy en forma y genialmente trabajada, y esta es: el cerebro. Esto es objeto de deleite cotidiano cada vez que nos encontramos, y hace que me lo pase genial con ellos.

Por ejemplo, recuerdo un viernes que fuimos a cernar a un bar, donde hacen por cierto uno de los coulants de chocolate más ricos que he probado, y donde las croquetas son un vicio.

Normalmente somos unos cuatro o seis picoteando, así que se pueden generar dos o tres conversaciones paralelas. Tampoco es que las mesas sean muy grandes, pero si algo caracteriza a los españoles, es ese afán por que su voz sea escuchada por encima de la de los demás xD Es incríble ver cómo intentan comunicarse las personas de una punta a otra de la mesa, mientras los de en medio hablan de lo suyo.

No recuerdo cómo acabamos hablando del tema, creo que estábamos teorizando sobre súperheroes, y eso derivó en el libro "La física de los superheroes", y también teorizando sobre las ventajas del teletransporte y frikadas del estilo (esta última cuestión, junto con si es mejor una cápsula hioipoi o el teletransporte, es un recurrente habitual xD).

Entonces salió a colación que, ojito al teletransporte, que estaba clasificado como imposibilidad de grado I. ¿Perdón?

Resulta que Ibai se había leído un libro que se llamaba "La física de lo imposible" que separaba en tres grupos cuestiones que hoy consideramos como ciencia ficción, según podrían llegar a ser posibles dentro de este siglo o el siguiente, las que no serán posibles hasta medio plazo, y las últimas en las que la humanidad tiene que hacer un recorrido inmenso para mejorar su tecnología.

Se tratan en el libro cuestiones como: invisibilidad, teletransporte, campos de fuerza, láseres, robots, inteligencia artificial, viajes en el tiempo y el espacio, universos paralelos, etc.

Aunque para un profano, o alguien con poca imaginación, o con una visión muy clásica de la vida, esto puede ser una locura, aporta teorías y ejemplos de experimentos y proyectos en los que se está trabajando en la actualidad para conseguir quizás en el futuro un efecto deseable, parecido a lo que ahora soo sale en los tebeos o las pelis de ciencia ficción.

Para mí ha sido un libro interesantísimo, me ha abierto la mente a unas cuantas ideas nuevas, y me ha despertado muchísimo la curiosidad. De hecho, ahora estoy leyendo otro libro de Michio Kaku, que me ha prestado Ibai también, que se llama "Universos Paralelos".

Seguro que lo voy a disfrutar tanto como su predecesor =) Animo a los que se atrevan a leerlo, es impresionante ^^

Para quien quiera saber más sobre Michio Kaku

Página oficial de Michio Kaku (inglés)

Wikipedia

También tiene podcasts descargables para el Iphone o el Ipod =)

LIBRO - "El mundo sumergido", J.G. Ballard

Una de las cosas que tiene pasearse tan continuamente por según qué secciones de Fnac es que acabas conociendo a los dependientes, como ya he dicho más de una vez.

En una de las excursiones de la semana pasada, Rafa me preguntó si había leído algo de J.G. Ballard. La verdad es que como estoy abriéndome paso entre todo ese cúmulo de títulos desconocidos, no me había topado con ningún libro de ese autor. Obviamente, también desconocía que se han hecho adaptaciones al cine de algunas obras, como "El imperio del Sol", de la mano de Spielberg.

La primera cosa que me dijo Rafa fue: escribe cosas bastante raras. Pero le encantaba el autor, y como siempre estamos intercambiando títulos, pensé en darle una oportunidad, y rebuscando en la sección den autor me encontré con el libro que nos ocupa.

La verdad es que me ha parecido raro de cojones y poco concluyente. En sí la historia es sencilla: mundo postapocalíptico, en el que el eje de la Tierra se ha visto trastocado, los polos han empezado a derretirse y el mundo ha quedado anegado en agua. La inmensa mayoría de ciudades son escombros bajo las aguas, excepto unas pocas.

La humanidad se ha ido retirando hacia los polos, y el libro se inicia con una expedición de militares y científicos, que acuerda replegarse hacia el norte ya que se van acercando desde el sur las lluvias que no harán más que empeorar la situación.

Curiosamente la gente empieza a soñar con el período cretácico, y tienen la sensación de recordar la jungla que ven a su alrededor. Confieso que aquí me perdí un poco y tuve que releer alguna página.

Me quedó la sensación de que no pasaba nada en el libro. Es la historia del personaje principal, con algunos complementos, y no tiene apenas acción. Creo que el problema de que no lo haya disfrutado por completo es que esperaba que pasara "algo", cuando en realidad al acabar la historia te das cuenta que lo que importa es la reacción de la gente en esas circunstancias.

Me recuerda a cuando vi la serie esa del Gran Hermano zombie: aun estoy esperando que me expliquen porqué aparecieron (aunque según me dijeron los amigos, nunca se suele comentar, simplemente están ahí y lo que importa es el "drama" humano).

Supongo que me pasó algo así, porque al finalizar la historia me quedé pensando "¿Y ya está?". Aunque bueno, tampoco es que tuviera muchos desenlaces posibles, desde luego.

Voy a intentar echarle un ojo a "Noches de cocaína", a ver qué tal, porque pululan críticas por ahí que me llevan a pensar que tal vez esta elección como toma de contacto no ha sido la más adecuada.

Wikipedia J.G. Ballard

1/14/2010

Cocinando con Yson - Tarta de Yoshi

Pues...

La cosa es que hace poco fue el cumpleaños de Meri, y se me dio por hacerle un regalo especial... Una tarta de Yoshi xD

He aquí el resultado de mi primer experimento de decoración con merengue xD

Al menos se reconoce al muñeco, que ya es algo xD *^^*

La cosa va de negros.

Esto es lo que puede pasarle a (casi) cualquiera un buen sábado por la mañana.

Bueno, primero y principal. Esto es una vivencia real y aviso (para las mentes pervertidas que pueda estar trajinando excentricidades varias) que muy probablemente no tiene nada que ver con lo que os podéis estar imaginando a priori.

Además, tengo algunas cuestiones que alegar en mi defensa, a saber:

- Apenas había dormido cinco horas en dos días. La noche del jueves al viernes no había dormido porque me fui de fiesta con una rubia espectacular (probablemente, la mujer de mi vida xD), y acabamos en su casa (cada uno imagine lo que guste xD). La noche del viernes al sábado no dormí demasiado, en parte por culpa de la Xbox.

- Mi metabolismo es lento procesando el alcohol, así que el sábado aun estaba (probablemente) trabajando con el alcohol ingerido en la farra del jueves.

- Era MUY temprano (cualquier hora antes de las dos de la tarde, es demasiado temprano >>siempre<<).

- No distingo bien un negro de otro, me parecen todos iguales, a los hechos me remito. ¿Qué pasa? Los hombres no distinguen el rosa del fucsia, y bien que los diferencio yo.

El tema es que cuando llegan navidades, hay cantidades de cosas que desaparecen de las tiendas por arte de magia, sin saber exactamente cómo. Por ejemplo, te acercas hoy al Fnac, hay quince ejemplares de "El Juego de Ender", y vas mañana y no queda ni uno.

Amazing.

Entonces, tienes varias opciones: a) te resignas, b) persigues al primer tipo que veas con el libro en las manos, para arrancárselo (vivo o muerto, qué más da), c) recurres al móvil y a los teléfonos de emergencia.

Yo opté por recurrir a la opción C. ¿Y qué son los teléfonos de emergencia? Pues los teléfonos de emergencia son una excelente selección de tiendas cualificadas, expertas en primeros auxilios frikis, donde puedes encontrar los remedios más específicos (aunque a veces, extremadamente caros xD ¬¬). Mis teléfonos de urgencia son: Gigamesh, Kaburi, Norma, Game, y Fnac.

Cuando tienes un antojo, y entra dentro de los cánones normales, puedes solucionarlo cruzando la Diagonal, y comprando en Fnac (que es lo que hago yo aproximadamente cinco veces a la semana). Cuando tienes un antojo sibarita -o no sabes dónde encontrar algo-, te vas a Gigamesh, llueva, truene, nieve y caiga el diluvio universal mientras Eolo remueve tifones por la ciudad.

Así que nada, como no quedaban ejemplares de "El juego de Ender" ni "Maestro Cantor", llamé a Gigamesh, donde Ramón salvó mi alma de la condena eterna y conseguí los regalos de navidad de mi padre y un amigo.

Ahora vivo a cuarenta y cinco minutos en tren de Barcelona. Lo llevo muy bien entre semana. Pero bajar un finde, madrugando para comprar... Es duro. Muy duro. Aunque la causa es buena.

Me levanto pues el sábado a las ocho. OMFG ¡a las ocho!, que no están despiertos ni mis gatos. Me voy a la ducha, porque tengo que sacarme las telarañas que cierran mis ojos, despejarme, y ver si me despierto de una vez. Cuando considero que estoy lo suficientemente aseada, me acicalo y me intento arreglar los pelos. Y digo intento, porque ya a estas alturas, que le jodan al secador, el pelo al viento.

Voy a por un café, y en esas suena mi teléfono. ¡Aleluya! ¡Mis colegas bajan de compras a Barcelona también, y me bajan en coche! ¡Yupi!

En realidad también tenía que ir al PC City a devolver un netbook que me compré en un acceso de compra compulsiva, pero bueno, me dicen estos que si solo (única y exclusivamente, palabrita de la buena, y te lo juro por Snoopy) voy a recoger libros y no voy a curiosear por la tienda (bajo ningún concepto), porque me lío el rato padre, me esperan aparcados en doble fila, y me dejan después cerca del PC City.

Y entre charlas, risas y música progresiva (parece mentira que haya diferentes clases de metal o jevi o como carajo se llame), llegamos a Barcelona, y más concretamente, paramos delante de la tienda de Alejo.

Así que, ahí voy yo, saliendo por la puerta de la derecha y exponiendo mi cuerpo a una muerte (casi) segura al atravesar Ronda Sant Pere a la carrera, entro en la tienda y le digo a Antonio que venía a recoger mis libros.

En estas que me dice: “¿Te gusta Narnia?” Y yo respondo, “Sí, pero no me líes que ya o puedo gastar más por este mes porque…”. Me parece escuchar que dice algo que está bien de precio y atino a oír “…eve noventa y cinco”.

Y pensé, deben ser veintinueve noventa y cinco y tal, y le digo que hombre, está guay pero ya lo tengo en inglés y… Y claro, me dice: “Es que por diez euros, está tirado”. Coño… Diez euros… Ya no me va de ahí…Y me lo llevo junto al resto de la pesca que incluye un libro para mi hermano (“Fundación e Imperio”, que para una vez que el niño sale de la consola y quiere leer algo y lo pide, hay que conseguirlo xD).

Salgo de la tienda más feliz que unas castañuelas, pensando en qué compra más guay que he hecho y en explicárselo a Ibai y Pablo nada más llegue. Vuelvo a mirar en la bolsa (es curioso que siempre miras y remiras la bolsa de la compra, como para asegurarte de que las cosas no se han fugado). Joer, ¡qué buena compra que he hecho!

Por allá diviso el coche de Ibai aparcado en segunda fila (no he tardado tanto, digo yo), y por una vez decido realiza una acción prudente, esto es: entrar por la puerta de la derecha por donde los autobuses y el resto de coches no circulan y no me atropellarán.

Llego, abro la puerta, saludo –porque otra cosa no sé, pero mis padres me inculcaron buena educación- diciendo lo típico: “Nyaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!”, y me pongo a arreglar las bolsas.

A todo esto, no veo la chaqueta de Pablo por ningún lado. Miro al asiento del copiloto, que está vacío. Conclusión lógica: Pablo ha bajado a comprar. Y sigo a lo mío.

No sé porqué, algo me impulsa a mirar por encima de mi hombro izquierdo, y veo que desde el asiento del conductor asoma una cabeza (que por cierto tiene pelo corto, color miel, y de cabellera ciertamente espesa, y que no se parece en nada visto así a la de Ibai). La cabeza sigue asomando y me encuentro con una cara que… Coño… No es Ibai…

Y es justo, justo, justo, en ese precisísimo y concisísimo instante que me doy cuenta que (¡FUCK!) me he equivocado de coche.

El tío que me está mirando (edad aproximada 24 años), lleva una cara de desconcierto. No entiendo porqué, a fin de cuentas no es tan extraordinario que alguien entre en tu coche, arregle sus bolsas, después de decir “NYAAAAAAAAAAAAAA”, y siga a su bola.

Hago lo que cualquier persona haría en una situación así: balbucear “Este no es…”, dejando la frase inacabada, mientras reculo hacia fuera con mis bolsas a rastras y busco con la mirada (disimulando, como si todo estuviera perfecto), el coche de Ibai.

Para más inri, al salir, me topo con una muchacha euroasiática que se dirige a su vez al coche del que he salido, probablemente la acompañante.

El coche de Ibai, un Megane Negro (de los viejos con el culo que es más feo que un pedo); estaba aparcado en batería justo con el Honda Civic (también de color negro, puntualicemos, que es el origen de todo el percal) del que yo salía en algo parecido a una perpendicular.

Ni que decir que los dos cabrones (que podrían haber hecho algo para impedir que me metiera en ese embrollo, pero textualmente cito: “Era muchísimo más divertido no hacer nada y observar, total, tampoco hubiera dado tiempo –risas-”), estaban despollándose a mi costa, mientras yo decía que: ¡A mí que me cuentas, el otro coche también era negro!.

La anécdota será recordada en los anales de nuestro grupo y lo contarán a sus nietos. En caso que no los deje impotentes de una patada y por ello no puedan reproducirse nunca jamás.

Ten amigos para esto…

1/13/2010

Cuando Fin de Año es un día de mierda o crónica de un Fin de Año (en tres actos) - III

Acto tercero: Mierda

Hay pocas verdades indiscutibles en el universo.

Una de estas leyes es:

“Cuando no eres fumador, y no tienes la posibilidad de echar el polvo mañanero para irte al curro con la sonrisa en los labios, la segunda mejor cosa que puedes hacer es tomarte un buen café espresso, hecho por tu cafetera ultrapija, y degustarlo mientras revisas el mail que dejaste ahí hace cuatro horas (no sea que haya pasado alguna hecatombe mientras dormías y no te hayas enterado, o que te haya tocado una lotería vía forward de esas que te mandan los colegas sin CCO)”.

Y esto, como diría un amigo mío, es así (para darle más énfasis se puede añadir “¡Copón!”).

Junto con la calefacción, que te permite salir de la cama con los mínimos exigibles de ropa (esto es: la interior), otra de las fantásticas comodidades del siglo XXI, es la cafetera automática con cápsulas. Puestos a elegir, escojamos esa delicia de café italiano que se ha puesto de moda ahora, por encima de la de toda la vida que anuncian actores en televisión.

Y bueno, ya que de mañana no se folla, pues qué menos que un buen café, digo yo. Así que vamos a ello.

Fíjate qué grande es el cerebro, que él solito empieza a introducir la ilusión del aroma del café recién hecho en tu nariz. Mientras caminas hacia la cocina, lo vas notando, ese aroma tostado, con un ligero dejo margo, lo justo, y eso te recuerda la textura sedosa y su cuerpo, con un toquecito de azúcar. Ah… Esto es vida.

El caso es que como en otras tantas cosas, encender la luz es la vuelta a la cruda realidad, donde la imaginación da paso a las más catastróficas siatuaciones: cuando te das cuenta que efectivamente ayer estabas borracho y vomitaste en medio del pasillo, cuando descubres que tienes un bulto estorbando al otro lado de la cama y no recordabas que (joder, ¿en serio?) era tan feo, etc.

Sí, amigo mío, sí. Porque al encender la luz de la cocina viste… ¡EL CHARCO!

Pero vamos a ver. Recapitulemos. Hoy no es veintiocho de diciembre, ni es martes trece, ni es viernes trece, ni ninguna otra fecha satánica que valga la pena mencionar. Entonces… ¿Qué coño hace ahí en medio ese puto charco OTRA vez?

Miras con odio hacia la lavadora. Mentalmente la amenazas con aporrearla con un martillo hasta la saciedad. En eso, un pensamiento tenebroso asalta tu mente: no me jodas que también se está lloviendo el baño de nuevo.

Corres hacia el baño, pero todo está en orden. Por prudencia, vas al recibidor y compruebas todos las palanquitas del cuadro de mandos, y todo está en su sitio. Respiras tranquilo y vuelves a por el puñetero café. Te viene a la cabeza una analogía: la del café a medias y un polvo a medias. Las dos te dejan un jodido sabor amargo en la boca y provocan un pequeño cúmulo de mala ostia.

Después de recoger otra vez el agua te vas a tu queridísimo sofá con el café en la mano, medio frío, que por cierto, ya no es para nada espumoso. Ni tele, ni pollas. Que le den al mundo, que le den a las noticias, que se joda el Año Nuevo, el fin de año, la noche vieja y su puta madre.

Quien coño te mandaría a ti invitar a los amigos a cenar en tu casa, en un alarde de buen anfitrión. Ahora tienes que ir a la oficina, llegar a casa a las tres (por gracia divina hoy la jornada es reducida), y preparar las cosas.

Entonces, de sopetón, un ruido te saca de tu ensimismamiento. Pero no es un estruendo, ni algo subido de tono. Es algo más sutil, más difícil de percibir. Incluso es rítmico, y no cesa. Es un curioso *ploc, ploc, ploc*.

¡Ay, la leche! ¿Ploc, ploc, ploc?

Eso te suena a algo conocido, y desde luego, no es un ruido que pueda hacer la lavadora. Es más bien algo como las goteras, y las fugas de agua, y cortocircuitos.

Te acercas de nuevo a la cocina, y te paras a escuchar por las paredes, con muchísima atención, aunque sin ver nada llamativo.

Hombre, desde luego no son imaginaciones tuyas, pero es obvio que por ahí pasa algo. Aunque claro, como no entiendes de fontanería, es posible que simplemente sea agua cayendo poco a poco por la tubería. Que vamos, igual es normal, solo que –por norma general- tienes cosas más interesantes que hacer en el día cuando estás en casa que comprobar cómo suena una tubería por la que pasa el agua con normalidad.

Ya estás a punto de pagar la luz cuando el *ploc, ploc, ploc* deja de escucharse. Pero en su lugar aparece un *fsssssssssssssssssssssssssss*, y te das cuenta de una cosa. *Fsssssssssssssssssssssssssss* suena como que bastante más continuo, y si quieres mi opinión, suena a más amenazante.

Vuelves a la pared que estabas observando, y claramente ahí está, por fin se deja ver esa fuga de agua viperina y traicionera que te ha estado jodiendo la existencia sin tu saberlo durante tres putos días.

Pero la amenazas zarandeando en la mano derecha el libreto del Seguro del Hogar, porque ahora vas a volver a llamar el Técnico y La Fuga se va a cagar en las bragas. Vaya que sí.

Ahora que ya te lo digo, mientras ha pasado todo esto has perdido la noción del tiempo y por si no lo recordabas, tenías que ir a la oficina. Pero no puedes irte hasta que arreglen, así que te quedas esperando al fontanero y ya llamarás a avisar que llegas tarde.

Por cierto, que en un Banco el 31 de diciembre es uno de los peores días para faltar, porque es el que se celebra anualmente como día del Apocrilipsis Mundial, en el que los duendes de las transferencias trabajan a destajo y los clientes se dan cuenta de sus más acuciantes necesidades de efectivo. Así que ármate de valor para decirle al Jefe que no vas a llegar en hora, en una jornada con 5 horas laborables y prepárate para que piense que te estás escaqueando.

El *fsssssssssssss* cada vez más insistente te saca de tus pájaras mentales, y llamas de nuevo al seguro a ver si el Técnico tardará mucho. Éste llega aproximadamente cuatro pasadas de mocho más tarde. Comprueba el baño, que está seco, y va a la cocina.

Bueno, qué decir de tu cocina.

Verás, en tu cocina se puede grabar ahora un documental. Por las junturas entre el suelo y la pared está saliendo una cantidad considerable de agua, y un geiser se ha abierto sitio en una de las paredes.

Evacuas prudentemente la caseta de arena de los gatos, su agua y su comida. De paso, los pones en cuarentena en otra zona de la casa.

En esas oyes una voz que dice: vamos a tener que empezara a romper.

¡Oh my fucking God! ¿A romper? ¿A romper qué?, te preguntas.

La pared, obviamente.

Y el fontanero empieza a picar sin piedad en la pared de tu cocina recién reformada, como un médico abriendo se paso entre carne gangrenada con la única ayuda de su fuerza de voluntad, armado de su bisturí, echando a un lado la materia inservible y purulenta que impide alcanzar una sección limpia donde poder atajar la infección.

Bueno, vale. No es lo mismo, es más peliculero, pero si lo miras comparándolo con un problema médico, en el que entras en la consulta y dices: Doctor me duele aquí, (señalando un costado del vientre) y te meten al quirófano porque es apendicitis, se parece, digo yo. A mí me vale la analogía. A tomar pro culo.

Y llegamos a la parte del diagnóstico, cuando el Técnico dice: es una obstrucción del bajante de la Comunidad.

Y digo yo, ¿qué pasa? ¿Qué Frodo ha tirado el Anillo Único por el bajante? ¿Tengo vecinos hobbit que lanzan pelos por el bajante? ¿Se atascó con panes Lenva? ¿O qué mierda?

Total, que le miras con cara de “A mí que me explicas, me has roto la pared, ahora lo arreglas, y lo dejas como nuevo”. Pasa que no sabes cómo, el fontanero ahora se parece a una especie de balrog llameante y no hay huevos de decírselo. Se ha fortificado detrás de un escudo de fuerza que dice “Problema de la comunidad” y parece que todas tus miradas malignas, tus palabras amenazadoras y hasta tus lloriqueos resbalan y no producen efecto.

Pues ahí te quedas.

Con tu agua, que ahora ya sabes que es fecal. Eso quiere decir que el mal olor que había no era de la piedra de los gatos no, es de las meadas y cagadas de los vecinos. Por cierto, que te cuestionas cómo es que sale medio claro y no es de color marrón, aunque tampoco te quejas del detalle.

Vuelves a llamar al trabajo, a comunicar que definitivamente no podrás ir hoy. Llamas al presidente de la comunidad, al vicepresidente, a los vecinos. Los dos primeros no están, y los demás no saben nada del seguro comunitario ni teléfono de emergencias.

Cuando ya estás hasta los cojones de recoger agua que no cesa de verter en la cocina, por quien sabe dónde que se está filtrando, llama el Seguro de la Comunidad, que horas más tarde (aproximadamente cinco), manda otro fontanero. Cuando oyes el tiempo que van a tardar, obviamente chillas, amenazas, entras enrage y todo el repertorio. Te advierto que no sirve de nada, porque están más acostumbrados a tratar gente estresada como tú, que tú a tratar gilipollas como ellos.

Entonces llega la fase de resignación y aprovechamiento del tiempo, que consiste en mirar el reloj, ver que son la una de la tarde, sacar cuentas del tiempo perdido, de todo lo que te queda por hacer, ir a por la compra, y empezar a preparar la cena de fin de año.

A partir de ahí todo es como una película muda absurda que pasa a cámara rápida, porque cuando llegan los operarios tú estás en la cocina, haciendo hojaldritos mientras un sutil aroma a mierda invade tus fosas nasales y se te cuela hasta lo más hondo del cerebro. Como pasa con el olor a lejía, sabes, pero más desagradable.

Mientras tanto, que sepas que tienes una catarata de agua cayendo por el baño en suitte de tu habitación, pero tranquilo achicando con una toalla aproximadamente quince minutos, lo arreglas. eso sí el parqué empapado, se lo reclamas a la comunidad, junto con tu ataque de nervios. Suerte que aprovechaste a hacer un video (que podrías colgar en Youtube) de tu visita a las nuevas cataratas de la vecindad.

Te mandan a casa un camión para que acaben con la obstrucción de la cañería, y los técnicos parecen una especie de astronautas con sus botas enormes de plástico, sus guantes que evitan calambrazos eléctricos y una manguera que ya la querría el Rocco Sifredi ese.

Pero esta parte, hay que imaginarla a cámara lenta.

Ahí tenemos a los sufridos muchachos, con su gran manguera a los pies y sujetando un enorme taladro que va a agujerear el bajante que pasa por tu pared.

Entonces, nada más practicar el agujero, empiezan a saltar en todas direcciones por la cocina cantidades industriales de tropezones con diferentes tonalidades –y hasta diferentes texturas, me atrevería a decir yo- de marrón. Grandes, y medianos y pequeños, acompañados de un líquido de tono ocre y asqueroso. Que sí, a qué engañarnos: es mierda.

Y entre todo ese mejunje que nada tenía que envidiar al café con tropezones de Austin Powers 2, saltaron cúmulos de compresas usadas y toallitas del culo y quien sabe qué mierdas (en sentido figurado, nos referimos ahora) más.

Vamos, que surgió tal cantidad de heces que podrías haber abierto tu propia sucursal de Shitbucks.

Pero, tranquilidad. No desesperes. Después de mirar el reloj compruebas que son las siete y media. Aun tienes dos horas y media para limpiarlo todo, acabar de cocinar, preparar el salón, ducharte y arreglarte.

¡Eh! ¡Ánimo! Usa tus habilidades de Flash, fijo que de esta te salvan.

Y la moraleja de todo esto es: señoras, las compresas no se tiran por el water, ni las toallitas de los bebés; señores, los condones a la papelera. Que para cuatro veces al año que follan, no hace falta que lo notemos porque nos embozan el bajante.

Moraleja dos: pórtate bien o los Reyes Magos te harán llegar mierda de verdad, y no de esa dulce y comestible.

Vaya fin de año de mierda…

Cuando Fin de Año es un día de mierda o crónica de un Fin de Año (en tres actos) - II

Acto segundo: ¿Puede haber algo más terrorífico que ver Zombieland?

¡Sí señor! Ya puedes notar la alegría del nuevo año, la emoción, los buenos deseos para todo el mundo (o lo que mierda se supone que deberías de sentir a estas alturas del año, a poco más de veinticuatro horas de Noche Vieja).

Ha sido un día de infarto en la oficina, parece que cada vez que se acaba el año llega con ello el fin del mundo. Como cuando ibas al colegio y te ponías a estudiar y a hacer los deberes en el último momento, y te abrumaba todo lo que había que hacer. De pequeño piensas que los mayores son más organizados, eficaces y eficientes que tú. Cuando creces te das cuenta que eso no cambia, pero que tienes más canas.

Afortunadamente, tu jefe te ha dejado salir un rato antes y has podido quedar con los amigos para ir al cine, a ver una película de humor: Zombieland. Claro que a ti no te gustan las películas de zombies, pero bueno, esta es de humor (o algo así, dicen). De todas formas, por dos euros con cincuenta céntimos, no se puede pedir mucho.

Que sí, que vale. Que ya sabes que deberías estar en casa precocinando y todo eso, pero, ¿Quién se puede resistir a una sesión de colegueo? ¡Te lo mereces, hombre! Y más después de tu nochecita de ayer. ¡Claro que sí! ¡Hay que procrastinar! Es lo que se lleva en la vida moderna. Total, al salir del cine, una horita en la cocina, y en esa hora habrás hecho un bizcocho, preparado la carne para el horno, un par de empanadillas y alguna torta. ¡Sesenta minutos dan para un montón!

Con una fantástica provisión de palomitas dulces y una bebida refrescante, te adentras con los amigos en la oscura garganta que es la sala de proyección. Parece que después de una tirada de agilidad y carisma, pierdes contra uno que ha llegado antes que tú y se ha apropiado del mejor asiento de toda la fila (maldito bastardo), pero te queda la tranquilidad de escoger el segundo mejor asiento.

Después de hora y media, sales con un litro más de líquido en el cuerpo, que curiosamente está buscando la forma de salir al exterior, de manera que te mueres por ir al baño, aunque ya a estas alturas prefieres que sea el tuyo. Total, estás cerca de casa.

Ah, el hogar. El descanso del guerrero. El sancta sanctorum de los grandes pensadores. El altar de exaltación de todo friki.

Sacas como puedes las llaves de su escondite. Parece mentira cómo pueden llegar a esconderse las muy cabronas dentro de un bolso, camuflándose a posta con el resto de inquilinos de la oquedad. Las metes a presión por el agujero de la cerradura. Está claro que no a la primera, porque aproximadamente el 99’95 por ciento de tus facultades están concentradas en no mearte encima. Y cuando traspasas la puerta, le das al interruptor para encender la luz…



He dicho: le das al interruptor para encender la luz…



¡Que le das el interruptor para encender la jodida luz!



Y nada. Que no hay luz.

Te asalta un pensamiento histérico: Pero, vamos a ver. ¿Cómo que no hay luz? ¡Había puta luz esta jodida mañana cuando me fui a la oficina! ¿¿¿¿ Cómo que no hay luz????

Obviamente, no hay linterna en casa. Nunca se te ocurrió pensar en comprarla. Y en todo caso, si alguna vez tuviste esa brillante (que ironía) idea, está claro que se te olvidó. A los hechos nos podemos remitir.

Aunque, no todo está perdido: Todo humano de clase media que se preste y que viva en el mundo occidentalizado tiene un artefacto en su poder. Que es casi como la navaja suiza del siglo veintiuno, porque hace de madre, de memoria, de calendario, de reloj, de alarma, de reproductor de música, vídeo, cámara de fotos y hasta consola de videojuegos (y no quiero saber qué más cosas hace). Y ahora, vas a descubrir su nuevo poder: la luz.

Ya querría Pyros (de la Hermandad de Mutantes Diabólicos) hacer luz con esta facilidad (todo el mundo sabe que necesita llevar esos ridículos tanques a la espalda).

Tu mente hace un chequeo rápido de motivos principales por los que te quedarías sin luz en casa. A saber: a) factura impagada (no es posible, estás al día), b) corte de luz en la escalera (los demás parecen tener luz), c) cortocircuito o efecto gato a la brasa (esperas que no sea esto).

Te parece recordar que existe algo a la entrada que se llama cuadro de luces, con muchos botoncitos. Porque sí, tenía MUCHOS botoncitos con sus consiguientes etiquetitas para todo. Si tuvieras un consolador eléctrico en casa que se enchufara a la corriente, no te extrañaría que en el cuadro de luces hubiera una etiqueta que pusiera “Consolador”.

Le das al que parece ser el culpable de todo y rezas por no tener gato al carbón en el piso.

Abres impaciente la puerta del pasillo, porque a todo esto se te había olvidado que tenías ganas de mear, pero después de tanta tensión, te has acordado de golpe. Compruebas que los gatos están bien, ya que los has apartado espantándolos en tu rauda travesía al lavabo (a ritmo de “fusssssssssss”, “fussssssssssssss”), y cuando llegas al baño y enciendes la luz ves que tienes… Un lago.

La verdad es que se te van las ganas de mear del susto.

Entonces pasa lo siguiente por este orden:

- Tu vejiga se tapona milagrosamente, y aguanta, aunque parecía que no daba más de sí.
- Te das la vuelta, te quedas de espaldas al baño, y vuelves a girarte, esperando que esta vez cuando mires no esté inundado (efecto “si no te miro no estás”). Está claro que al volver a mirar sigue estando empapado. No sé qué coño estabas imaginando que pasaría.
- Te cagas en todo lo que se menea.
- Y te quedas fijándote en el ruido que hace el extractor del baño (a todo esto un eco en tu cabeza dice ¿y yo me dejé encendido el extractor? ¿cuándo mierda?).

Acto seguido sucede algo increíble, y por primera vez te das cuenta de una cosa: no eres mutante. Y en todo caso, si lo fueras, está claro que tu poder no es “Aguantar el pis hasta reventar”, porque estás que no puedes más y buscando una alternativa viable (que es justo el baño que tiene al lado, aquel al que aun no has arreglado el tema de la cisterna, después de siete meses de vivir en el piso). No obstante te congratula que quizás puedes tener hiper velocidad como Flash, debido a lo raudo que has llegado al siguiente water.

No, si… Vaya fin de año estás teniendo.

Total que te acercas a la cocina a recoger el mocho. Anda, que entre la lavadora de ayer y esto de hoy….

Enciendes la luz de la cocina y te encuentras con… ¡Otro charco! Y ya estás a punto de tirarte de los pelos.

¿Pero por qué? ¿Por qué a ti? ¿Pero qué has hecho tú?

Te quedas pensando qué inundación atacas primero, ésta o el baño. Está claro que esta que es la más cercana. Recoges todo, y te vas al baño. Aproximadamente en quince minutos queda todo arreglado, pero ya no das más.

Recuerdas que sigues con la nevera y las cervezas, cava, sin aguas ni zumos y quizás solo queda un poco de Coke de la de ayer. Necesitas un chute de burbujas por las venas (si es que le queda algo de gas a eso).

Te tiras en el sofá y decides darle al vicio, encendiendo la Xbox. Un poco de realidad alternativa, por favor, gracias.

Debe ser que el sofá es la versión primitiva de lo que en siglos venideros se descubra como la máquina pensante. Acojona reconocer la cantidad de ideas brillantes te asaltan entre las mullidas profundidades de los cojines, y al calor de la manta. Así que recapacitas: ¿Cuándo dejé encendido el extractor?

Tu mente procesa en ese instante la siguiente ecuación, muy sencilla:

Agua en el baño = Humedad

Extractor encendido = Electricidad

Humedad + Electricidad = Cortocircuito Diferencial Bajado

Y en consecuencia, decides llamar al seguro del hogar.

A todo esto… ¿Pero tu has visto la hora? Son las once de la noche. Hace tres mil seiscientos segundos que deberías estar durmiendo. O mejor aun: deberías estar preparando la cena de Fin de Año para mañana, a estas alturas.

Qué grande es tu seguro. Otra cosa no (porque barato, no es) pero que responde… Responde. Viene un técnico, revisa el baño, mira la cocina (ya que está, de paso, que le eche un ojo al tema ese del agua por allí). Arregla el baño y, nada, lo de la cocina alguna tontería. No hay problema, ya está todo arreglado. Alguna pequeña fuga ocasional del vecino de arriba.

¡Qué suerte! Al menos ha sido puntual y no se te sigue inundando la casa.

Son la una de la mañana. Te quedan cinco horas de sueño, y mañana arreglar la casa, hacer la cena y todo, en seis horas.

Pero bueno, te invade la tranquilidad, porque total, hoy has descubierto que eres Flash: llegas al baño en nanosegundos. Puedes apostar a que tu recién descubierto poder mutante funciona también para limpiar y cocinar mañana.

Pero seguro, ¿eh?


Acto III

Cuando Fin de Año es un día de mierda o crónica de un Fin de Año (en tres actos) - I

Pues sí.

Cuando vas por ahí por la calle y escuchas a la gente, suele repetirse lo siguiente:

- Es un día de mierda.
- He tenido una mierda de día.
- Vaya mierda de día.
- Qué día más mierda.

Y cualquiera de sus variantes. Porque, claro, te refieres a que has tenido un día como el culo, donde todo ha salido mal, y todo huele fatal. Pero en el fondo, no deja de ser una metáfora. ¿O no?



Acto Primero: Por un día no es Santos Inocentes.

Pongamos que un día llegas a tu casa, vas a la cocina, pisas el suelo despistado, porque claro, llevas algo así como quince horas fuera de casa, has trabajado casi trece de ellas, y cuando llegas a tu hogar lo primero que quieres hacer es abrir la despensa para ver si por alguna de aquellas casualidades de la vida, los armarios han aprendido a reproducir materia comestible por sí solos (que no sea moho, gusanos o cosas del estilo, se sobreentiende, obviamente). Te invade la esperanza de que abrirás la puerta y aparecerá un jugoso solomillo a la pimienta con ricas patatas al horno recién hechas. Que para el caso, sería más lógico encontrar eso al abrir el horno, pero no hay por qué ser puntillosos.

Pongamos que, en el trayecto de unos tres metros de largo que recorres de una punta a otra de la cocina, la suela de tu calzado produce un ligero *splash* al contacto con la superficie de la cerámica y tu cerebro procesa que ese *splash* sugiere que, más que rozar la superficie lustrosa, has rozado una superficie acuosa.

Entonces blasfemas algo parecido a "mierda", "me cago en todo", "ostia puta", o cualquier improperio del estilo. Y te quedas mirando anonadado el charco de agua (¿qué coño hace eso ahí, si cuando me fui esta mañana no estaba?) que decora el suelo de la cocina, con el rastro de cal y quien sabe qué más porquerías diluidas que se han evaporado con el calor de la calefacción, dejando un deleznable y abstracto cuadro en tonos blancos.

Curiosamente, te quedas mirando un buen rato, lo suficiente como para seguir con la vista el rastro y determinar que (maldita sea), ya se te ha jodido la lavadora que pierde agua. Y (me cago en la puta) tenía que pasar en invierno, claro. Afortunadamente, no en fin de semana, pero sí de noche.

Tomas una seria determinación: a tomar por culo, que le den a todo, que tengo hambre. Coges el mocho, recoges el agua y abres el armario que –obviamente- no ha generado el entrecot. Aun así, sobreviven algunas galletas, y recuerdas que quedan aceitunas gazpacha en la nevera y algo de Cocacola (que empieza a perder el gas).

Recuerdas con nostalgia aquellos maravillosos tiempos en los que eras exigente, cuando -¿qué carajo?- la Cocacola SIEMPRE tenía gas, porque tenías tiempo para hacer la compra, y antes caliente fuera de la nevera, que con hielo y sin gas. ¿Dónde se quedó esa determinación? Aproximadamente la olvidaste hará un par de horas, que es el tiempo que llevas muerto de sed, y te has dado cuenta que tampoco te acordaste de comprar agua.

Lo único que te queda en la nevera son litros de cava y champagne que llevan ahí amontonándose desde 2004, empezando por aquel Moet aquel que te regaló tu jefe para su boda; y una docena de cervezas okupas que tus colegas dejaron hace como un mes en la nevera. La vida sería más sencilla si te gustara la cerveza, pero dios… Es un asco.

Así que miras el despojo que es tu aparentemente escuálida botella de Cocacola semifría, desbravada… Vamos: hecha una mierda. Pero la miras… Con qué ojos la miras… Como si fuera la última mujer sobre la faz de la Tierra, y tu última oportunidad de pasar un buen rato.

Qué coño. Seguro que hay cosas peores que beber, a lo largo del mundo.

Te sientas en el sofá, con las tostadas de quien sabe cuándo, las olivas que abriste hace dos días y tu Cocacola sin gas. Enciendes la tele y pones las noticias. A ver: pones las noticias porque eres una persona de mundo y te gusta estar a la última, y no, no pones el fútbol (pues porque no, y punto).

No obstante, tu mente sigue dándole vueltas al misterio de la lavadora.

A todo esto, alguna parte de tu inconsciente cerebral (que no cerebro inconsciente, que puede dar lugar a malas interpretaciones), evoca la imagen de rastros de agua por debajo del armario más cercano a la entrada de la cocina -que está como a dos metros de la lavadora-, y que ha pasado por debajo del cacharro de la arena de los gatos. Vaya percal. Tomas nota de revisar urgentemente la lavadora (esto es: antes del mes que viene, o la semana próxima, quien sabe), y sigues viendo la tele antes de irte a dormir.

Ha sido el veintinueve de diciembre más duro de dos mil nueve. Estás seguro de ello. Básicamente porque es el único veintinueve de diciembre de dos mil nueve que has vivido este año (al que, afortunadamente, le quedan dos días).


Acto II

Acto III

Pensamientos extravagantes de mi neurona atípica: Ficción

Tengo un amigo preocupado por mi salud mental. No voy a señalar a nadie (eh, Dani? xD)

Opina que debería dejar de leer los libros que leo últimamente (básicamente scifi y divulgación xD), porque afectan a mi cabeza (complicado pensar que aun puedo estar MÁS afectada).

Meri (LET), opina que ya está bien así xD

El caso es que hoy venía leyendo en el tren "Física de lo imposible", de Michio Kaku. Ha sido una mañana de perros, he llegado tarde a la oficina porque me he dormido. Anoche me costó lo indecible conciliar el sueño gracias a la gripe y un maremoto de mocos, así que para cuando conseguí dormirme quedé eso: bien dormida xD :_

No recuerdo lo que venía pensando. Lo cual me da mucho por culo porque en ese momento que estaba leyendo sobre universos bebé, viajes en el tiempo, antimateria y antienergía y todas esas grandes revelaciones; se me antojó que era una idea cojonuda y que lástima que no tuviera un papel a mano (nota mental: volver a poner una libreta en el bolso). Cómo no la pude anotar, se me olvidó. Cosas que pasan.

El caso es que se lo estaba contando a Dani -porque hoy tengo un día de universos paralelos y "What If"-, quien no sin cierta razón, teme por mi perdición absoluta en la locura y me dice que si soy consciente que uno de los primeros síntomas de enloquecer es ir anotando las ideas extravagantes (que mejor pensar son genialidades).

A veces pasan cosas que a uno le dejan pensando estupideces. Hoy es uno de esos días que veré estupideces hasta en la sopa xD =)

Después de comentar esto, me acordé que el último día que desee tener mi libreta fue leyendo "El fin de la infancia". Iba yo camino a Barcelona en el tren de la mañana para llegar a la oficina, muy enfrascada en mi historia.

En una de esas se sienta un señor a mi derecha en el asiento contiguo. Se pone a leer. Claro: los lectores somos muy curiosos, y nos gusta saber qué está leyendo el de al lado (será por veces que no he intentado leer un periódico ajeno, el título del libro de otra persona, etc. de hecho una vez incluso vi un poli leyéndose sus informes en el tren xD Con la carpetita de la jefatura de policía y todo ahí cubriendo los papeles).

Observo que el libro es así como muy pequeño, y negro, con papel fino estilo Biblia. Pienso que debe ser una de esas ediciones de clásicos que pululan por ahí. El señor en cuestión (lo recuerdo), llevaba un maletín de Calvin Klein (con el estampado CK por todas partes), un abrigo también de marca, y en su conjunto parecía lo que se denomina comúnmente "vestido pijo".

Está súper concentrado en su lectura, y no puedo evitarlo... Me pongo a leer yo también, y me tropiez con un "S. Mateo" y un "Dios y la riqueza". Y me quedo... Ahiva...

Primer pensamiento: mira qué curioso. Aquí estamos los dos leyendo ficción. El señor un Nuevo Testamento y yo a Arthur C. Clarke.

Segundo pensamiento... Como divulgue mi primer pensamiento me van a tachar de hereje.

Tercer pensamiento: Coñe, igual en varios países del mundo me lapidarían por pensar algo así... Suerte que soy occidental y europea.

Porque claro, ya que nadie ha demostrado la existencia de un dios, es ficción (desde mi humilde punto de vista y sin querer ofender a nadie). Entonces los dos estamos leyendo libros de ficción ^^ Qué bonito =) Pasa que a ese señor no le habría gustado un pelo que le comentara lo que estaba pensando.

Entonces me asaltó el cuarto pensamiento, así como de rebote: Coñe… Alguien que va a dar una charla sobre Dios y la riqueza y tal, ¿y lleva un maletín de Calvin Klein y ropa ultrapija de marca? Y me entró la curiosidad de preguntarle qué opinaba dios de los maletines de Calvin Klein. Así que el señor, sin conocerlo de nada, me pareció hipócrita.

Eso me llevó a recapacitar sobre la edad media, no sé porqué. Quizás culpa de que hace poco leyera “La Catedral del Mar” y mi subconsciente recordó las limosnas en la puerta de la iglesia. Así que todos los ricos que leen la Biblia, en el fondo, me parecen hipócritas.

Pero bueno, decidí abstenerme de preguntar nada. Aun así, me pareció muy chocante.

Entonces sobrevino el quinto pensamiento. Si uno se casa por la iglesia, el matrimonio tiene validez a los ojos de dios porque es quien te está viendo, se supone. Y dios tiene el valor que la gente le quiere dar porque cree en el.

Así la cosa me di cuenta que yo estoy casada, y dos veces (y una de ellas además, reconfirmada xD). Porque… ¿Por qué tiene que tener más valor un matrimonio celebrado a los ojos de Cristo, por ejemplo, que de Lummen? ¿Por qué Lummen tiene menos adeptos y son los jugadores de un videojuego? ¿O que su pariente lejano, Seldar? Y me di cuenta que en cierta manera, tengo dos maridos xD

Total, que llegados a este punto, decidí seguir leyendo a Clarke, que era algo más “normal” xD

En días como estos, entiendo perfectamente que no interese que la gente lea y tenga sus propias ideas y teorías, que aunque puedan parecer excentricas o ridículas, no dejan de ser un ejercicio de la imaginación. Sin la cual, probablemente muchas cosas de las que hoy leí en “Física de lo imposible”, no se hubieran llegado a estudiar nunca.

Tengo treinta y un años. Llevo aproximadamente 28 años de contaminación literaria e ideas estrafalarias, que han hecho expandirse mi imaginación a territorios alejados por completo de mí en el tiempo y el espacio, e incluso a mundos alternativos con magos y dragones.

Es tarde para solucionarlo.

No va ya en que deje de leer estas cosas nuevas de ciencia ficción que me estoy chutando vía ocular cada día en el tren. Debería dejar de leer “cualquier cosa”. Y aun así, ya no tengo salvación, porque mi mente es muy rápida y creativa. No tengo salvación porque pienso en universos paralelos, mi imaginación desborda, mucho más que el común de la gente, y ¡por eso necesito mi libreta! Porque en algún sitio tendré que ponerlo todo cuando salga por los lindes xD =)