8/17/2006

Las cosas por sentado

Bien, está demostrado que si quieres algo bien hecho, mejor lo haces tú mismo. En realidad la idea original de este post era hablar de todas esas cosas que uno da por sentado y que de golpe y porrazo algo hace que te des cuenta de que eso no es así ni por asomo.

Anyway.

He estado de vacaciones unos poquitos días en la montaña, en el pueblecito ese de Biescas tan famoso –como suele suceder- por la desgracia del camping de hace unos diez años, en los que una riada se llevó por delante la vida de bastantes personas.

Nosotros nos quedamos en la casa de los abuelos de un amigo, así que de camping, nada. Más vale no tentar a la suerte.

Antes de irme de vacaciones, estuve poniendo la casa a punto. Ya sabéis, lo típico: barrer la casa, poner la colada, limpiar la cocina, lavar el baño, dejar la habitación ordenada y comprar provisiones para los gatos.

Realmente no sé si es que tengo algún problema de gafe o qué, pero para un día que me decido a ir a comprar comida para mis niños al “Animals & Cia” en Gran Vía con Entenza... Se puso a diluviar.

Y digo yo... ¿Por qué a mí? Por que de todos los días del año... ¿Tiene que llover justo esa tarde? “Si ej ke”...

Pero, nada, allí fui yo, sufrida madre de adopción de dos gatos sin pedigree conocido, a comprarle una gran variedad de comida diversa, para que pudieran disfrutar de sus días de paz y tranquilidad en casa. Hay quien tiene a su gato comiendo 3 meses la misma comida. Y si uno no puede permitirse pagar nada más, me parece correctísimo, oiga... Pero si a ti cada día te agrada degustar un plato distinto y no tolerarías un mes a hamburguesas guarras del MacDonalds, ¿cómo tienes la moral de dejar a tu gato comiendo el mismo pienso un mes?

Así que en casa hay como 23 tipos distintos de comida para gato: 20 sobres de sabores variados, 13 latas diferentes y 4 bolsas de kilo y medio de galletitas distintas. Porque si a mí me gusta variar la comida, seguro que a mis niños también. Por el mismo motivo, ¿verdad que a mí me gusta beber el agua limpia y sin ellos cuando voy a coger un vaso? Pues a ellos también. Así que se les cambia el agua dos veces o más al día.

Total que... Me emocioné comprando en la tienda... Bueno, vale: me emocioné muy, mucho, demasiado, porque después no podía casi con el cesto, pero bueno, distribuyendo bien todos los paquetitos, hubiera podido llegar a buen puerto.

Mas cuando llegué a la caja... Tata-tachán-tachán... Estaba diluviando fuera del Animals... Así que hice todo lo que una sufrida madre hubiera hecho por sus hijos... Cargar con todas las bolsas de comida, y coger un taxi hasta casa, y llevar los víveres mientras llueve a cántaros.

Amor de madre.

Treinta euros de comida para gatos más tarde (más 2,80 con 0,20 de propina en taxis), estaba ya en casa, organizando la despensa de los bebés de la casa, y ultimando los detalles de los arreglos prevacacionales.

He estado analizando que casi todo lo que me pasa, es por ser una ansias.

Por seguir a rajatabla aquello de “dispara primero, pregunta después”. Por precipitarme y adelantar los acontecimientos. Resumiendo: soy la viva imagen de la Impaciencia personalizada. Si buscas “impaciente” en el diccionario, sale mi foto. Seguro.

Lo malo de las conclusiones precipitadas es que la mayor parte de las veces vas a cagarla. Está claro que la cagan los demás, no yo, que soy tan perfecta, fantástica y maravillosa, claro. Pero bueno, que al resto de los mortales puede pasarle ese tipo de cosas. Jum...

Además, tiendo a pensar siempre en el caso peor. De toda la baraja de posibilidades que se me plantee para escoger en relación al desenlace de un evento, escogeré como más probable, la peor.

Lo bueno de esto, es que si pasa algo bueno, me llevo una sorpresa grata, y si pasa lo malo ya estaba preparada. Lo malo es que a veces, estás tan fijado con que va pasar lo peor, que todas tus acciones están encaminadas a provocar inconscientemente el desastre.

Ver para creer.

Otro de mis fallos, es –bueno, yo no tengo fallos-... Decía que otra de mis virtudes es dar las cosas por sentado. Eso combinado en la coctelera con mi fantástico buen humor innato, hace que me monte mi película y quiera proceder a matar-destripar-aniquilar a todo el mundo.

Me pierde muchas veces mi adorable boquita de piñón, fábrica de los tacos más refinados que pueda proferir una mujer.

Por ejemplo...

Hoy cuando empecé a escribir el post eran las tres de la tarde o así, puntualizo porque ya son las nueve de la noche. Comprenderéis que hay vida más allá del PC y que me gusta salir por ahí como a todo ser que no quiera morir cual cucaracha (lamentablemente, no tengo a nadie que me mate a polvos xD en fin ¬_¬’ ->todavía<- xD).

A las tres de la tarde, había cruzado el umbral de mi casa, para encontrar el comedero de mis gatos en medio del pasillo completamente vacío. ¿Qué hice yo? ¿Cuál era la reacción lógica de mi persona? Gruñir, explotar y despotricar.

Pero ¿cómo, oh, cómo, osaron dejar a mis pobres bebés sin comida?

Ante las evidencias de:

A) Llamada de mi madre dos días antes preguntando dónde estaba.
B) Enterarme tras la llamada que el martes mis gatos no comieron
C) Llegar hoy a casa y ver el plato vacío en medio del pasillo

Concluí que nadie les había dado de comer a mis gatos.

Entonces empecé a sacar culebras por la boca, vociferé y maldije a mis sufridos progenitores, y les puse comida a mis mininos para dos días por lo menos. Además tengo la manía de ponerles dos tipos distintos de galletas en el plato para que ellos mismos elijan la que mejor les venga en gana en cada momento.

Juré y perjuré que en la puñetera vida les iba a volver a dejar al cargo de mis niños, y seguí gruñendo hasta aburrirme –es que vociferar sola en casa sin oposición es muy aburrido y acabo rápido-.

Había comprado unos pastelitos de estos de repostería casera de pueblo para mis padres y compañía, y como castigo pensé en no dárselos pero bueno, no puedo comerme dos docenas de pastelitos yo sola y aspirar a seguir entrando por la puerta de casa.

Algunas veces he meditado seriamente sobre las virtudes de estar gorda, y de momento, la única cosa que se me ocurre, es que ahorraría en transporte en los tramos de pendiente dirección “abajo”, puesto que podría llegar rodando. Salvando eso... No se me ocurre nada más.

Al final voy a casa de mi madre, le digo que cuando llegué a mi cueva los gatos no tenían comida, y ella me dijo que estaban hermosotes, y que les habían puesto mucha comida cada día.

El concepto “mucho” es muy subjetivo. Depende de la persona.

Ante la pregunta cuanto es “mucho”, la respuesta fue “una o dos latas y un sobrecito de comida”.

Así que habían venido a darles de comer, sól que no sabían que ellos a parte de latas comen galletitas, porque son unos ansias que devoran las latas nada más se las ponen.

Y entonces pensé que hice mal en dar por sentado que mis padres eran unos irresponsables que habían dejado a mis dos tesoros peludos sin cuidados. Y me di cuenta de que –para variar- me había precipitado en sacar mis conclusiones.

A veces las cosas no son lo que parecen a primera vista. Intentaré recordar eso también.

En las minivacaciones estas de tres días que me he dedicado, me pasaron también algunas cosas más curiosas en este sentido.

La primera fue en el camino de ida a Biescas. La verdad es que el hambre estaba haciendo acto de presencia ya en mi estómago, y me moría de ganas de hincar el diente en algo. Así que al final paramos con Grunttt en un restaurante de carretera de esos que bueno, seguramente sólo pararían los camioneros. Porque ya me dirás tú qué hacían personas decentes comiendo ahí.

Miramos la carta, tirado de precio todo. Ensalada cuatro euros, entrecot a la brasa, ocho. Y así toda la carta. Aunque yo mataba por un bocadillo guarro, lo juro.

Me dice Grunttt “igual ahí no tienen bocadillos”. “Pues entramos y preguntamos” digo yo. Porque... ¿Cómo no iban a tener un bocadillo en un restaurante guarro de carretera? Y así nos adentramos en el establecimiento, para encontrarnos a dos mujeres muy arregladas, madre e hija, seguramente. Ambas con blusa, falda, foulard, pelo recogido la una, en coleta la otra, hablando entre sí.

Para mi más completa perplejidad, resultaron ser las regentes del restaurante que, por muy en mitad de la nada que estuviera ubicado, era de “categoría” y no, no servían bocadillos.

Yo había supuesto que eso tenía que ser un tugurio. Mal supuesto, no fue así.

Seguimos andando en coche, hasta llegar al siguiente lugar. Un tal “Área de Servicio de Monrepós”. Nada más entrar, en la barra se veían cantidades industriales de magdalenas de distintos tipos, colores y tamaños. Alucinante. Creo que empecé a salivar nada más ver las de chocolate. Ya tenía postre.

A veces no hay mal que por bien no venga... Si nos llegan a dar un bocata en el restaurante para pijos de carretera, no hubiéramos conocido este nuevo lugar.

Nos sentamos...

- ¿Llevas suelto? – preguntó Grunttt
- Hombre, algo llevo...
- ¿Llevas tarjeta? Aquí deben coger tarjeta.
- Sí, pero creo que se la ha muerto el límite por este mes... Oiga –pregunto yo hacia la camarera- ¿Cogen tarjeta?
- Sí, sí –responde ella.
- Bueno –confirmo a Grunttt- cogen tarjeta pero diría que la mía está muerta...
- Perdone –insisto a la camarera- ¿Tienen cajero aquí fuera?
- No, no hay cajero aquí –responde la camarera que debía pensar “polacos” o “éstas gentes de ciudad”.
- Ostia –maldigo yo... –Oiga, ¿y cheques restaurante aceptan?
- No –responde la camarera nuevamente, mirándome desde detrás de la barra con cara de hastío y seriedad.
- Joder, nen –le digo a Grunttt -. Bueno, tenemos 14 euros con algo en efectivo metálico... Para algo dará.
- Un bocata de tortilla para mí, y una cocacola –me dice él.
- Oki –le digo –. Perdone –me dirijo a la camarera que estaba ya un poco hasta las narices de mí- un bocata de tortilla, una cacocola de lata... Bueno dos cocacolas de lata, y... ¿tiene tortilla a la francesa?
- No, sólo lo que hay en el letrero –dice ella.
- Jum... Bueno pues... No se, un bocata de longaniza.
- Ok. Entonces, dos cocacolas de lata, un bocadillo de tortilla y uno de longaniza, ¿no?
- Sí, eso es –respondo yo, y me siento en la mesa frente a Grunttt.
- Joder tío, éstos de pueblo... Qué complicados que son.

Nos indica la señorita que ya tenemos las cokes en la barra. Grunttt se levanta a recogerlas. Al poco, nos llaman nuevamente para decirnos que tenemos los bocatas. Voy a recogerlos yo, para pagar. Miro el platito. Joder, son grandes los bocadillitos... Uno de tortilla. ¿Y esto qué carajo es? pienso mirando el que se supone era el mío...

Lo abro, lo inspecciono. Coño, hay dos butifarras.

- Oiga, perdone –le digo a la sufrida camarera.
- ¿Sí? –pregunta ella.
- Que yo había pedido uno de longaniza....
- Y ahí está.
- ¿Perdón? –digo yo incrédula con cara de asco-. Esto es una butifarra...
- No, no, eso son longanizas.
- Es que en Barcelona la longaniza es como el fuet, como el salchichón, ya sabe.
- Es que en Aragón la longaniza es eso, parecido a su utifarra catalana, pero está muy bueno...
- Ya pero es que no me gusta la butifarra... Bueno a ver es igual, ¿cuánto es?
- Once con veinte.
- Vale –digo yo poniendo la pasta en la mesa- Y ahora deme un bocadillo de... Atún, y me lo cobra y ese de... Longaniza... Si quiere lo tira porque no me lo voy a comer.

Y así las cosas, al final me comí un bocata de atún, sólo que la buena mujer no me lo cobró y además nos dejó el de longaniza para probar. Cosa que hice, aunque no me gustó y se lo acabó de comer Grunttt.

Y aprendí que no hay que dar por sentado que lo que un nombre quiere decir en un lugar del mundo y todos entendemos por eso, no tiene porqué ser lo mismo en otro, ni que sea a 300 kilómetros de tu propia casa. Impresionante.

La mujer se quedaría pensando: estos pardillos de ciudad. Yo pensé, estos paletos de pueblos. Pero lo que es innegable es que en la ciudad nadie te hubiera regalado un bocata, te hubiera dicho te jodes y te pagas otro, y ella me dejó buenamente probar la longaniza que ahora ya sé que no me gusta. Y además me enseñó que no hay que subestimar ni infravalorar a las gentes de pequeñas poblaciones.

Pueden ser mucho mejor personas que nosotros, los de la Capital.

Eso sí, las magdalenas, la cosa más buena que he probado en la vida, así que invito a todo el que vaya por la N-240 en dirección a Jaca que se pare en el Área de Servicio de Monrepós y compre unas cuantas. Porque aparte de que están a un precio increíble (no llega a ocho euros la caja de una docena), están buenísimas de la muerte.

Y ya el recolmo fue en Biescas, en el bar o restaurante L’Aspiga, entramos, vimos una mesa libre, y nos sentamos sin preguntar.

Así que vino la camarera, y nos dijo tan ancha “en mi pueblo uno primero entra, saluda al camarero y pide permiso para sentarse”, sin dejar de sonreír. Y por mi cabeza pasó un “pues en el mío me siento y punto”. Pero la Prudencia me indicó que no dijera nada, o esa noche no nos daban de cenar.

Grunttt que tiene mucha mano izquierda, le siguió la coña a la tía, y al final nos sirvieron la cena en... Unos sofisticadísmos platos cuadrados, de diseño.

Así que resultó que por habernos sentado sin saludar, sin pedir permiso, etc., insultamos a lo que puede ser uno de los restaurantes pijos del pueblo, llamándolo sin quererlo, tugurio de mala muerte, porque nos sentamos como lo haría Pedro por su casa, sin esperar a que el maître nos indicara nuestro lugar.

Ver para creer.

Como estudiante de protocolo, voy a tener que fijarme más en estas cosas, para no seguir metiendo la gamba.

Allí donde fueres, haz lo que vieres.

Y esta tarde, me he “reconciliado” con Ana, después de mi estúpido acceso de irritabilidad premenstrual. Hemos quedado para tomar un café y tal. Y le conté que estuve explotando en el blog y tal y que me di cuenta de que me he comportado como una auténtica imbécil últimamente y que todo me molestaba.

Y claro, que me di cuenta que era yo la que estaba mal, y así se lo he contado. Me disculpé, claro, por haberme puesto como me he puesto estos días pasados. Y ella me disculpó. Pero lo que ahora sé, es que el domingo aquel que íbamos a salir un rato antes de que se fuera de vacaciones, ella no estaba teniendo la mejor de las tardes.

En parte eso contribuyó a que no nos viéramos. A veces las cosas desde el propio punto de vista, con información sesgada, no se perciben tal como son.

Estaba hablando hace poco con Nemo. Le dije que no me arrepiento de nada de lo que he hecho hasta ahora, pero que algunas cosas, vistas con la perspectiva que el tiempo otorga, hacen que me sienta idiota.

No me arrepiento porque sé que la decisión que tomé, en el momento que la tomé, fue correcta, ya que fue la mejor posible (desde mi punto de vista) con toda la información de que disponía en el momento. No obstante, si pudiera repetirla a posteriori, con la información adicional que ahora poseo, habría hecho una cosa distinta.

Pero eso no es arrepentirse, es recapacitar. Porque si hoy por hoy tuviera que repetir algo que hice, con la información misma de ese momento, lo repetiría.

Nota mental: no más “cosas por sentado”.

Asias, Ana, por tu paciencia infinita, y la sabiduría que te otorga el hecho de tener la regla y comprender que yo también la tengo (casi todos los días del año).

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