7/02/2008

Sísifo

Su cuerpo ardía, y la única paz era fruto del contacto de esa piel fría y tersa.

La abrazaba y la atraía contra sí, acurrucándola mientras se amoldaba a su figura desnuda: era la única forma de lograr conciliar el sueño por las noches.

Su castigo, su locura, su perdición. Su deseo, su tesoro, su vida.

La irregularidad de su silueta tan familiar, donde sus dedos apretados habían dejado marcas desgastadas en una piel casi perfecta. Esa, que en ocasiones había inundado de lágrimas, que odiaba y amaba. Ese cuerpo que querría aniquilar pues su visión evocaba sus flaquezas y sus errores, cuyo peso llevaría siempre.

Era un recuerdo perpetuo de los errores pasados, su carga presente y la condena que arrastraría su pecho en todos los días que quedarán por venir, y sin embargo, a pesar de los agravios y las magulladuras, del dolor y las maldiciones, de las cicatrices y la desesperación... Era todo lo que tenía, era todo lo que quería, era lo único que anhelaba tener a su lado.

Hace mucho tiempo, todo era distinto, cuando aun creyó que podía escapar de los hados, y burlar al destino. Huía, con el corazón en un puño, creyendo que podía dejarlo todo atrás.

En vano hacía sus esfuerzos. No importaba lo rápido que corriera, lo mucho que se alejara, las veces que intentara perderse ni los rincones en lo que se escondiera: sus pies volvían al mismo sitio de forma invariable, al mismo punto.

Por las noches acechaba entre las sombras del sueño, su deseo tornado pesadilla con el sudor frío rociándole la espalda y las manos temblorosas. Los ojos cerrados con fuerza y esa esperanza vana de despertar y que todo hubiera desaparecido. Pero no, al despuntar el alba estaba siempre allí, en el mismo sitio, esperando en silencio.

Los ciclos se suceden: un verano que le calcina por dentro encendiendo la chispa en su pecho que le transformará en cenizas achicharrando sus huesos y arrancando a tiras su piel. Un invierno que le congela el alma penetrando en su cuerpo con astillas y la promesa de no librarse jamás de su garra. La primavera plácida que precede al estío en que nacen los sueños y el otoño que le ayuda a preparar el espíritu para y afrontar estoicamente los días gélidos.

Ya no huye, ha madurado. No es resignación: es determinación y aceptación de los hechos. No se puede luchar contra los dioses.

*** Now playing: Anna inspi Nana – Kuroi Namida

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Y sin embargo, Prometeo lo hizo. ¿Será él quién está enterrado bajo la piedra, convertido él mismo en poco más que un trozo de mármol?

Observo.

Anónimo dijo...

¡Cuánta belleza! ¡Cuánto dolor! ¿Cuál es el poder de las palabras? Las palabras son inútiles, inocentes, inofensivas, las palabras son sólo el mango del cuchillo afilado que corta tus entrañas, el gatillo de la bala que atraviesa tu corazón. Las palabras no tienen poder... el poder lo otorga el conocimiento.

Ysondra dijo...

Quien sabe... Tal vez, junto a Pandora.