4/28/2008

Al final del arcoiris

Es noche de sábado, a mediados de primavera. El calor empieza a aflorar, la gente pasea a pesar de ser las diez de la noche.

Unos planes se cancelan, otros se modifican. Incluso una cena a base de churros y refrescos parece aceptable antes de la sesión golfa del cine.

En algún lugar, ajenos a esta zona de la vida nocturna, los vagabundos dormitan tirados en el suelo, las prostitutas trajinan buscando clientela en sus calles de moda.

En algún lugar, alguien compra tabaco en una expendedora, mientras otro, abstraido, ajeno al ruido de las tragaperras, al olor rancio, a tabaco, al aire viciado que a duras penas se regenera cuando entran o salen del tugurio; embutido en su chaqueta de nylon se abalanza sobre un apático símil de ruleta de casino, automática.

Nadie comparte con él esa partida, que juega solo sentado en esa mesa redonda rodeada de otros cinco asientos vacíos, mientras contempla la bola rodar y girar, esperando que caiga en el sitio adecuado.

Al final del arcoiris, la diminuta esfera blanca cae en una casilla negra, las monedas salta: le toca el gordo. En su mente, deja atrás su vida miserable y mediocre. En su mente, está bebiendo en el bar de mala muerte de siempre, hasta el culo de alcohol. Al borde del coma etílico cae al suelo, redondo, pálido, la mirada perdida, la sonrisa congelada en su rostro, la piel fría como el hielo.

Ajena a él, dándole la espalda, una mujer entrada ya en años, con el cabello descuidado, mal puesto en un pobre recogido a medio deshacer, y atuendo a juego, dilapida moneda tras moneda en las tragaperras mientras el contador sobre su cabeza no para de aumentar enseñando orgulloso su bote.

Fuera de la casa de juegos, la vida sigue, las risas se contagian, la gente se saluda, se besa, se abraza, bromean... Pero ella no es consciente de nada de lo que ocurre más allá de su taburete, de los botones, de los rodillos con las frutas mágicas, a la espera de que los símbolos se alineen. Su mente únicamente registra el ruido de la moneda al caer... Clack... Y como sucedió con centenares de monedas antes que esa, imagina el sonido de la máquina cantando blackpot, y el tintineo de las monedas cayendo al suelo, como una lluvia metálica.

Al final del arcoiris, está ella echada en el suelo, recogiendo todas las monedas que surgen ilimitadamente por la ranura, a dos manos. Se puede ver en su vida nueva, sin su marido alcohólico, sin su hijo drogadicto, sin su anciana madre demenciada, con una chacha que limpie la grasa de su casa, como ella tuvo que hacer cada día para vivir con su patético sueldo que a duras penas llega para las tragaperras.

Más allá de ellos, las puertas del salón se cierran.

Alguien sale con una cajetilla de tabaco entre las manos. Se para. La abre arrancando el plástico, y saca un cigarrillo que lleva a su boca. Inmediatamente lo protege de la brisa con una mano medio huesuda, mientras que con la otra enciende la punta con el mechero.

A su lado, otra figura ha perdido la cabeza hace un rato, dentro de aquel antro. Sin saber por qué algo le viene de repente... "¿Al final del arcoiris?", se pregunta. No tiene ni idea. Pero en el futuro inmediato, cree que al final de la calle esperan unos churros, una buena película, y en el camino hay charlas escuetas y sonrisas breves.

En el camino, también hay silencios, que solo quiebran con el sonido de sus propios pensamientos, volando a toda velocidad entre el ayer, el ahora y el mañana.

Ayer alguien le dijo que pensaba demasiado, hoy se pregunta si no es imbécil sin remedio, y mañana no sabe qué será de su vida.

"Piensas demasiado".

Al final del arcoiris, hay un brick de vino barato, hay un chulo esperando, hay una bola blanca, una moneda de plata, un muñeco de juguete, unos guantes de boxeo, una casa de plástico.

Al final del arcoiris, no hay nada.

4/26/2008

El cigarrillo

(c) Ai Yazawa - Nana_Shinichi Okazaki


Una vez oyó decir a alguien, que si quieres dejar de fumar, lo mejor era tener un paquete delante, y que la fuerza de voluntad necesaria para no coger un cigarrillo fuera mayor que la ansiedad imperativa de llevárselo a los labios, coger el mechero más cercano, prender la llama y encenderlo

Nunca se cuestionó si aquel "alguien" tenía la más remota idea de lo que estaba hablando. Siempre hay decenas de personas diligentes prestas a regalarte sus consejos, pero la mayoría nunca se molestaron en seguirlos por sí mismas.

Empezó a fumar no hace mucho, tal vez un año. Al principio ni siquiera le gustaba.

La boca era para otras cosas, la lengua estaba hecha para paladear otros sabores, los dientes, deberían haber permanecido blancos, sus pulmones deberían haber seguido siendo rosados, y su cuerpo no necesitaba la nicotina.

Pero, eh... Nadie es perfecto... Y era tan "cool"... Y coño... Todo el mundo fuma... ¿O no?

Sus amigos siempre tenían el cigarrillo a mano, siempre la misma marca, esa que ahora también es su favorita. Ha intentado probar otros tabacos, porque en la variedad está el gusto... Más sofisticados, más caros, con un "packaging" más original, nacionales, de importación... Incluso llegó a plantearse probar el tabaco de pipa.

Sin embargo, siempre volvía a los mismos cigarrillos, a ese aroma hoy ya familiar, al sabor del filtro...

Le gustaba comprar esas cajetillas que no todo el mundo conocía, de hecho, solo podía encontrarlas en una ciudad, y dentro de ella, se distribuía en contados estancos, y se podría decir incluso que sólo conocía uno que con certeza absoluta tendría un paquete allí para su disposición.

Podía haber pasado el día más perro de su vida, podía haber sido el más triste, el más apático, el más cansado, el más largo, el más gris, el más solitario. Podía haber sido uno de esos días de mierda en los que hubiera decidido que ya nada valía la pena, y hubiera llegado a la conclusión de que lo mejor, era acabar de una vez por todas con la apatía, la monotonía... En definitiva: su asco de vida.

Pero al llegar a casa, ahí estaba esperando como siempre, en el mismo sitio inmóvil a su regreso.

Entonces, se recostaba en su sofá tan cómodo y mullido, con el hueco perfecto en el que su cuerpo se acoplaba y al reclinarse le acogía y envolvía como un guante a medida, como esos tejanos viejos y desgastados que te gusta ponerte cuando sales del trabajo y quieres quitarte la mierda de traje.

Y al recostarse en su sofá a medida, estiraba la mano... Y lo encendía.

El humo, nacía tímidamente del tabaco abrasado que cambiaba su color marrón por un rojo vivo y crepitante. Subía, y subía, y subía, serpenteando en el aire de su habitación, y se enroscaba.

A veces le entraban paranoias al mirarlo, y creía ver seres fantásticos y mitológicos: duendes, hadas, tal vez algún dragón. Esos eran instantes gratos, pero en ocasiones, la realidad se colaba e invadía ese humo blanquecino, y le veía, su rostro desfigurándose, desvaneciéndose en el ambiente... Y le invadía la ansiedad por seguir fumando hasta acabar con el paquete, y la contrariedad por querer dejar las cerillas quietas y lanzar el paquete contra la pared o tirarlo a la basura.

Pero lo cierto, es que nunca lo tiró... O al menos, no en serio... Porque fue a rescatarlo de inmediato, como la pelea esa tonta y sin importancia que tienes con la pareja, que hace que te vayas de la habitación, y al rato decidas volver pensando... "Bah, no es para tanto".

No obstante, también estaba allí en sus mejores momentos: en los días buenos, en los cumpleaños, en las cenas con los amigos, en los viajes, en las vacaciones, en su bar favorito, en sus noches delante de la televisión, o delante del ordenador.

Aquel aroma, hoy ya familiar, le acompañaba siempre, y estaba trenzado, ligado, es más: fundido -me atrevería a decir-, con absolutamente todos los recuerdos de su último año. No podía recordar un solo instante en el que no tuviera constancia de su cigarro.

Incluso cuando no lo fumaba, su mano instintivamente le hacía hueco entre sus dedos, su olor se impregnaba en su piel, en su ropa. Olía a él en casa tanto como en la oficina.

Era un romance, era un idilio. En su cabeza, todo era perfecto.

Era incapaz de imaginarse su vida sin él...

Hasta que se dio cuenta de que era insano.

Pasó de ser la delicia que esperaba en casa, a ser la esclavitud, a ser la obsesión, a ser una crisis de ansiedad, una urgente necesidad que requería ser atendida de inmediato.

Qué malo era cuando se quedaba sin cigarros, cómo le temblaba el cuerpo, cómo tenía ganas de chillar, cómo a veces le atacaba la tristeza, y las ganas de salir corriendo en mitad de la noche al estanco aquel que siempre tenía una caja a su disposición.

Empezó a notarlo su cuerpo, su salud ya no era lo que había sido una vez meses atrás. Tosía, tenía dolores de cabeza, padecía insomnio.

Intentó dejarlo, tirando los paquetes a la basura, esta vez sin posibilidad de rescate. Apartarlo de sus ojos... Pero sus amigos seguían fumando. Le ofrecían una caladita, le ofrecían otro cigarrito. Y rehusaba, y rehusaba, pero al final, un mes más tarde, una semana más tarde, un día más tarde, volvía a caer.

Era un placer doloroso, saber que silenciosamente el cigarro iba a terminar con su vida, con su cordura... Pero no podía, no sabía... ¿¿No quería?? Decir que no. Porque era débil.

Y continúo, con su cajetilla a cuestas, sus cerillas en el bolsillo, sus recuerdos, y sus problemas de salud.

Un día, tuvo un acceso grave de tos. Le atacaron los espasmos, y tenía ojeras que hubieran espantado al más feo de los monstruos, la desesperación corría por sus venas. Era una tortura inaguantable, que no podía paliar. No esa noche. Esa noche tendría que afrontar sus miserias en soledad.

Estuvo meditando un rato... Y llegó a una conclusión. Si tenía que dejarlo, no podía darle la espalda, no podía esconder el tabaco, no debía lanzarlo. Porque siempre iba a haber alguien cercano tan amable de ofrecerle un nuevo cigarrillo, de esa marca que todos compartían.

Lo que tenía que hacer era ponerlo delante, y admirar su forma, el envoltorio abierto, con uno sobresaliendo de forma tentadora.

Tenía que aprender a ser fuerte y decidir no estirar la mano; hasta que llegara el día que aun teniéndolo delante, a la altura de sus labios, fuera capaz de decir: "No, gracias. Lo he dejado".

Una vez oyó decir a alguien, que si quieres dejar de fumar, lo mejor era tener un paquete delante. Quizás esa persona nunca siguió su propio consejo...

Pero aun así, le pareció el más acertado.

4/24/2008

La danza

(c) Jason Chan - Dance of Blades

Se mueven dando círculos, espada en mano. Tanteando el terreno, probándose, midiéndose, estudiándose.

Se observan a los ojos, escrutando sus miradas recíprocas, intentando descubrir la finta por venir. El ataque imprevisto. El error del otro, la guardia baja.

Recolocan sus cuerpos grácilmente, se balancean, se contonean mientras sus pies describen un baile complejo.

Se retan, removiendo el espacio que les separa con estocadas breves, mientras se oye una melodía simple, suave y delicada, compuesta tan sólo del silbido del filo al cortar ese aire sus espadas.

El verdadero reto está en sus mentes: intentan anticiparse, uno al otro; buscar el punto débil, el flanco descubierto, el ínfimo y mortal hueco en el pecho al que atacar y asestar ese golpe definitivo que traiga consigo la victoria.

Centellea el acero en el aire, presto, con movimientos casi volátiles, casuales, y a simple vista la lucha parece sencilla.

Se acercan, invadiendo mutuamente lo que les queda de espacio.

El uno se anticipa, la otra ataja. Ella recupera el equilibrio y contraataca. Toma la delantera, y asesta un golpe contundente. Internamente, se congratula.

Pero la puntería la traiciona, en el postrer momento: no consigue herirle en el pecho. No atraviesa con su espada ese corazón.

Él se aparta. Se repone. Herido, aunque no de gravedad. Bruscamente la golpea en la muñeca sin miramiento alguno, haciendo que deba soltar su espada. Con una segunda estocada le deja una fea raja en el pecho…

Y brotan...

Brota la sangre. Brota la rabia. Brota orgullo. Brota venganza.

Desarmada, recula: en guardia, dando vueltas. Furiosa y temerosa. Sí. Pero aun desafiante.

Se lame la muñeca, mientras sigue estudiándole. Estudiándose.

Se aleja, como el relámpago.

Que el aire corra entre sus cuerpos. Que su herida cure, que la sangre empiece a coagular. Su piel ya no es perfecta, y lucirá en adelante una fea cicatriz.

Él la infravalora, ella aprovecha la ocasión para recuperar su arma.

Pero la derrota trajo consigo el aprendizaje.

En esta danza, prima la sutileza, la gracia, lo inesperado. En esta guerra, tantea, lanza golpes rápidos y contundentes. Aléjate, deja espacio, espera, recupérate, y sigue bailando

4/17/2008

Cilindros y cubos

Cuando era pequeña, me gustaba jugar con cochecitos.

Mientras las niñas normales tenían su colección de muñecas, yo, tenía mi colección de coches, con mis favoritos que eran un deportivo y el coche de bomberos. Tenía tractores y hasta modelos que imitaban vehículos que se utilizaban en la construcción. Recuerdo que tenía dos muñecas, una rubia y una morena, pero de lo que más me acuerdo es de mis coches.

Tenía un Scalextric, de esos que ahora valen una pasta de puro viejos que son, al que jugué poco porque la verdad, jugaba más mi padre. E incluso tenía un tren eléctrico.

Tenía infinitud de libros de cuentos, y tenía tebeos. Me gustaba dibujar, pintar con acuarelas y lapiceros y ponerlo todo perdido, yo incluida.

Tenía mi tortuga, Pimpina Condona (pobre, tuvo que cargar con ese nombre mucho tiempo), con la que jugaba mientras no estaba con lo demás, ni experimentaba con las pinturas ni correteaba detrás de los gatos…

También tenía juegos de construcción, al estilo Lego, pero también de aquellos típicos de madera.

Me gustaba montar casitas y castillos con los juegos de construcción, aunque nunca fui demasiado imaginativa y me cansaba rápido de ellos, no como mi hermano que le pones un Lego delante y el tío te construye la base espacial, con sus naves, edificios y a la que te descuidas un diorama con maderas y plastilinas.

A veces, me ponía a jugar con los puzzles, y era entretenido colocar las formas en su sitio. Ya sabes, aquellos puzzles clásicos con pirámides y cubos y cilindros y esferas y los sitios para colocar todas las piezas.

Donde cada cosa, te guste o no, tiene su espacio definido. Donde todo encaja a la perfección en el sitio indicado. Donde te acostumbrabas a poner cada figura como correspondía.

A veces, en un acto de rebelión, ponías las cosas donde no tocaban. Pero no porque fueras tonta, si no porque no te venía en gana. Y te corregían. Te decían que ese no era el sitio correcto y tu replicabas: “Pero si cabe”. Cabe, sí… Pero no “encaja”.

Puedes poner la esfera en el sitio de la pirámide, incluso puedes poner el cilindro en el hueco del cubo… Pero le sobra espacio. Baila, porque no está hecha para ser colocada allí. Podías incluso hacer un “apaño” provisional con plastilina y rellenar los espacios vacíos. Todo menos dar la razón.

Si la cabezonería llegaba al extremo, podías “modelar” el cubo y meterlo en el hueco del cilindro. Y enseñar el puzzle con orgullo.

Pero la realidad es que cada pieza va en su sitio o no funciona, no queda estético, no dura. El cilindro puede caerse de su sitio y el cubo queda horrible porque para conseguir meterlo a presión lo tuviste que romper, desfigurarlo, amoldarlo a algo para lo que no sirve, no estaba hecho ni diseñado y no tiene pinta de adaptarse demasiado bien.

Es curioso como a veces, todavía hoy, intentas colocar las piezas donde no toca.

4/16/2008

A ras de suelo

(c) Steven Stahlberg - Countess Dracula

" Está loca por mí. ¡Qué mujer no lo está! Yo sé que va usted a preguntarme cuál es mi secreto... ¡Voto al diablo que sois osado! El secreto es no darles a entender que se las quiere. No ir nunca de trás de ellas. Que ellas vayan detrás de ti. Hay que avivar el cariño del amor con el abanico de la indiferencia..."

- Los Hermanos Marx en el Oeste


Muchas cosas, a ras de suelo, son prometedoras, desafiantes, una muestra de poder, de habilidad, de coraje. Como volar a ras de suelo, en ese pequeño espacio, ínfima distancia que separa el cuerpo de la superficie, el éxito del fracaso, y que premia la pericia y te transforma en alguien especial digno de admiración.

No obstante, a ras de suelo, también viven los gusanos. Esos seres pequeñitos, repugnantes cuyos días trascienden simplemente reptando entre la tierra, entre la porquería, entre el moho, y pasan la mayor parte de su vida inadvertidos, condenados a morir víctimas del pájaro tan digno que vuela prestamente a ras de tierra.

Y a ras de suelo -como el gusano- viven anímicamente su patética existencia algunas personas. Arrastrándose, dejándose pisotear, humillándose, intentando trepar por el tallo flexible de esa bella planta que al capricho se dobla a un lado u otro. Y sí, son especiales: especialmente idiotas.

Hasta los huevos –hablando en plata-.
Aburrida de emular a los gusanos. Si alguien hubiera querido que nos arrastráramos por los suelos nos hubieran dado anillos y no dos piernas. En consecuencia: que le den al mundo. Que le den a ella. Que le den a él.

Tengo amigas que son capaces de enviar a la gente a la quinta mierda, cuando los demás se muestran inseguros sobre si empezar o no una relación, mantenerla o no, mandarla a la mierda o no.
Y yo -como otras-… En esos momentos de incertidumbre, me quedo bloqueada como en ese examen de mates que te preguntan la solución a una ecuación que has hecho mil veces pero… La mente te juega una mala pasada y te quedas en blanco.

En blanco, sin respuesta, con sudor frío, preguntándote dónde está el baño más cercano, porque tienes ganas de ir a miccionar. Con esa cara de poker, pensando si ya agotaste el comodín del público, o si puedes utilizar el de la llamada para hacer un comité telefónico de urgencia, comentar la jugada con los amigos y dar la respuesta definitiva.

Inexplicablemente, luego, con la cabeza funcionando a todo trapo, cavilando mil argumentos que sean capaces de convencer al otro. Vamos a ver, tú sabes hacerlo, lo has hecho mil veces, hacer que la gente cambie de opinión, llevarlos por tu camino, ponerlos a tu favor… Y sin embargo… Él permanece impertérrito.

Y más diría: gélido, quieto, como una piedra, observando –o no-, como estás al borde de la súplica, cómo te humillas pidiéndole que te devuelva la palabra, mientras te vuelves loca, mientras vuelves locos a los demás.

No se te pasa por la cabeza pensar que no vale la pena.

Por otro lado, tú, persona acostumbrada a manipular la mentalidad ajena, no te planteas que si consigues algo con argucias, no vale nada. Cero. Lo que consigues es una ilusión, una efímera quimera que se desmoronará como el castillo de naipes construido en una mesa sobre cuatro cartas mal colocadas.

Pero no quieres renunciar, no quieres acabar con eso. No todavía. "No se me caerá el castillo", piensas… Cuando lo cierto es que hace tiempo que ya se derrumbó, y lo único que estás haciendo es degradándote. Degradándole. Degradándoles…

Suplicando a sus pies, a ras de suelo, como el gusano que en cualquier momento aplastará con su zapato, y dejará atrás un paso más tarde mientras sigue su camino.

Yo no soy un gusano.

4/14/2008

Retomar la ola

Reinos de Leyenda, Los Años Oscuros

Todos los frikis acaban en el mismo sitio.

Siempre lo dije: “El mundo es un pañuelo…” (“Y tú eres mi moquito preferido”, añadiría Montse), y los frikis, pequeña comunidad de personas afines, gustos similares y complementarios, que pululamos por la red, por las librerías, por las comictecas y ludotecas, que frecuentamos y alimentamos la industria del ocio en general y videojuegos en particular, somos esa extensa familia que se deja de ver y reaparece en el rincón más insospechado.

Esa familia, cuyo primo tercero lejano, por parte de la tía de tu madre que acabó perdida en la jungla del Amazonas porque su avioneta con el pedido del Action Cómics número uno, aytografiado, se extravió entre la arboleda y tuvo que ir a rescatarlo; apareció en la tienda de debajo de tu casa a explicar la hazaña y dedicar no pocas ovaciones al logro.

Hacía como un año que no veía a la gente de Asshai, éramos un grupo más o menos compacto que el año pasado íbamos al cine, a cenar, a frikear, de compras, a casa de uno u otro a celebrar Reyes, a jugar a la Wii… Pero la vida da muchas vueltas, y a veces te separas.

Dejas de habla con una persona, sin saber exactamente porqué, pues no ha pasado nada grave, ni te has peleado…. Simplemente, un día dejaste de llamar.

A más días pasan entre la última llamada y “hoy”, más incapaz te sientes para retomar el contacto. Te invade –sin saber tampoco el motivo- la vergüenza.

Una mañana te despiertas, y te das cuenta que hace un año que ya no hablas con tu grupo de amigos frikis. ¿Dónde estamos todos? Uno estudiando en Escac, otro currando en Madrid y preparando el viaje a Japón con la novia… Ya no le ves a pesar de que le animaste a jugar a WoW en tu Server… Otra es arquitecto, otro está embarcado viajando por el mundo rodeado de tíos en un pedazo de metal que flota en no sabes nunca qué mar en concreto…

Y los días pasan, sin pena ni gloria y te das cuenta que ya no vais ni al cine.

Para ti, los días transcurren entre raid y raid, entre libro y libro, entre viaje y viaje; pero uno de ellos, al abrir el mail, ves un mensaje… ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos? ¿Por qué no quedamos? ¿Nos hemos enfadado? Y si no estamos enfadados… ¿Qué nos impide juntarnos?

Y la respuesta es… La inercia, esa fuerza tan poderosa, que te mantiene unido a alguien por motivos que ya no recuerdas, o también te separa cada vez más. Afortunadamente, alguien tuvo la moral suficiente para acabar con esa estupidez… Así que volvimos a empezar a quedar. Me alegro mucho, en realidad.

Los frikis, acabamos siempre cruzándonos unos con otros, en los mismos círculos.

Hace unos meses fui a la cena tercer aniversario de Asshai, porque a fin de cuentas, aunque ya no soy forera activa, qué demonios… Tenía ganas de salir de casa y relacionarme, charlar y ponerme al día y pasarlo bien con personas que tienen cosas en común.

Y de golpe y porrazo, me topé de bruces con un chico, dependiente de una tienda de cómics que frecuento.

El mundo, es increíblemente pequeño.

Además, a menudo paso por delante de su tienda, que está estratégicamente situada a los pies de la casa de Rosa, lo cual –todo hay que decirlo- es una jodida tortura.

Por lo general, cada vez que quedamos con Rosa para tomar un café justo debajo de su casa (su edifico tiene la tienda friki a un lado, y al otro nuestro café “fashion” de barrio), acabo gastando pasta en mangas (y para colmo me quedan otros tantos títulos cuya adquisición no puedo sufragar). El mundo es un sitio cruel.

Una de esas tarde-noches a la salida del trabajo, en que pasé a cotillear si hay novedades, a pesar de que ella no está para tomar un café; mientras yo oteaba la mesa a la caza de un manga nuevo que leer (probablemente, el mahwa Cynical Orange), escuché de fondo una conversación…

- … Y han puesto a la venta en la web la espada…

Paro la oreja…

- Sí, la del juego, la espada de Arthas.

Paro las dos orejas y no puedo evitar decir…

- Frostmourne, ¿no?

El tipo me mira, mira al dueño de la tienda, me mira una vez más y vuelve a su conversación, pasando de mí como de la mierda.

“Eh tío, ¿qué coño haces?”, pienso, “Pero que no me ignores, coño… ¡¡¡Que yo también sé de qué hablas!!!”

Pero no me incluyen en la conversación, y sin mangas ni charla me voy con las orejas bajas a casa, cual perro apaleado. Mira que es borde la gente /cry.

Unos días más tarde, estaba esperando a Rosa en el portal, cuando el dueño de la tienda asoma a la puerta y me da un papel. ¿Será mi entrada para el Salón del Cómic? Pero no, era un papel con un mail apuntado… El mail de El Friki de la Espada de Arthas. Me comenta que el chaval está pensando comprársela pero que es muy cara si cuentas los gastos de envío, y que hacían un pequeño descuento en los portes si pedía una yo también, así que de estar interesada en la compra, que contactara y que habláramos.

Al llegar a casa le añado al msn, y me pongo a jugar un rato, pero no le veo conectar ni al final de la noche. Bueno, ya hablaremos otro día.

En esas, llegamos al pasado fin de semana.

El viernes ha sido apoteósico, me fui de compras para acabar de arreglar el piso. Total, solo me ha llevado dos años poner en orden el piso de un alquiler de cinco. No está mal…

Estuve comiendo con Derekh, Meri y compañía. Sargas y los otros no pudieron venir, y se me ocurrió que podíamos quedar el finde para ir al Mercado San Antonio.

Después, llamé a mi madre por si quería ir a mirar muebles conmigo.

Me gusta ir a comprar a Ikea, pero odio las aglomeraciones de gente, así que nada como ir entre semana. Aun no consigo explicarme cómo en el tiempo que tardé en bajar las escaleras, ya no quedaban estanterías de las que yo quería y de las que había varias… Pero bueno. Puto Murphy. Tuve que volver el sábado a primera hora para recoger las estanterías que me faltaban.

Al llegar a casa, estaba rota. Rota y medio zombie. No tengo mucha constancia de la hora que era cuando me fui a dormir, pero no creo que fuera antes de las dos de la mañana, que sumados a esos días que dormí cinco horas entre semana, hacía que me durmiera por las esquinas.

¿Para eso dejo la raid? ¿Para seguir yéndome a dormir a las mil? Bueno, al menos me voy a dormir a las mil, pero sin estrés (o casi).

Ikea queda muy cerca de la casa de Montse, una vieja amiga de la infancia, a quien –debería caérseme la cara de vergüenza-, veo una vez al año o dos…

Por el mismo motivo que ya no veo a la gente de Asshai: porque un día dejas de llamar sin saber porqué, y entras en esa espiral decadente. ¿Qué mejor excusa para llamar que un desayuno, si estoy al lado de su casa?

Y nos tiramos toda la mañana de charlas, de risas, desayunamos, comimos, y hasta escribimos un cuento a medias para la uni.

Ella está por graduarse, lo cual indica que hace 3 años que está en la carrera… Tres años que han pasado volando y no me lo puedo creer. Se quiere volver a USA, y yo pienso… ¿Cuántas veces la vi en este tiempo? ¿Cuatro? Y ahora se vuelve a marchar y quien sabe cuando la veré de nuevo. Debería haber aprovechado mejor el tiempo. Debería haber cogido más veces el teléfono para llamarla.

Y más contenta, después de haber pasado un rato juntas, volví a casa.

Hacía un sol del carajo, el cielo azul brillante, y no tenía ganas de coger el bus, quería caminar. Pasear y respirar el fantástico aire contaminado de Barcelona. Ese que a buen seguro contribuye a generar mierda en los poros de mi piel.

Llego a casa, ya comida, y dejo por ahí en medio tiradas mis cosas. Total, el finde que viene es finde de arreglo febril, y poner cada cosa en su sitio en la nueva distribución de casa.

Conecto el ordenador, enciendo el WoW, el msn… Y aparece mensajito de que El Friki de la Espada de Arthas me ha añadido.

Empezamos a hablar.

“Hola”, “¿Qué tal?”, y le comento que no me voy a comprar la espada, que vengo del Ikea, y que estoy en plan “redecora tu vida”. Me dice que él tampoco la va a comprar de momento y que estamos en contacto por si acaso, para futuras compras frikis conjuntas.

La conversación se va por otros derroteros.

Recuerdo que es de la UPC, y no sé cómo acabamos hablando de nuestras historias gamers… Y como parece que es tan friki como yo… Le pregunto… “Oye, tú conocías pusa? ¿RL?” y me dice… “Sí, yo jugaba en Reinos, de hecho”.

Y me apisona la emoción, seguida de corto por la mañana de recuerdos y sensaciones que me dejan más plana contra el suelo que un dibujito 2D estampado en la acera. Empiezo a avasallarle… A preguntarle, si conoció a esta o a aquella persona…

Y les conocía… A Bane, a Dreamhealer, al Elho… Y no se me cayeron las bragas al suelo del susto, porque llevaba los tejanos puestos.

Qué fuerte…

Recordar tantas cosas de golpe, y compartirlas, con un tío que acabas de "conocer" de rebote en una tienda de manga, porque el dueño te ha dado su mail en un papel, y fue la pura casualidad de que ese jueves pasaste a pesar que no está en tu ruta habitual… Pensando que de haber ido otro día cualquier ni te hubieras cruzado.

Se despertó la morriña en mí, recordando los viejos tiempos muderos, las viejas risas. Los viejos amigos…

Cuando la conversación acabó, me volví a Warcraft, a raidear un rato con la maga de un amigo, y a pensar, en lo que es la vida, minada de casualidades.

Mi madre me arrancó de la ensoñación y me trajo a tierra de una patada. Se habían llevado a mi padre al médico, de urgencias, porque no se podía mover bien y le dolía mucho el pecho. Me dijo que me llamaría por si tenía que ir a cuidar a mi hermano. “Vale”, respondí yo, mientras seguía raideando en Mount Hyjal.

Y pensé… Que le den a Mount Hyjal. Lo de mi padre no es grave, pero, aun así… Tenía ganas de verle, porque en estos últimos días me estaba dando cuenta de verdad de que las cosas hay que hacerlas en el momento. Igual mañana quiero ver a mi padre y está muerto y ya no puedo.

A mi padre no le gusta que le visiten si está enfermo, pero, ¿qué carajo? Y me vestí y me fui, aunque solo fuera para decirle que con la mascarilla, solo le faltaba el X-Wing y podría ser un perfecto piloto de la Alianza. Mi padre, claro, me llamó japuta porque no se podía reír, y yo no podía parar de hacer bromas chorras.

No es que siempre hayamos tenido una relación especial, pero bueno, ahora la relación mola más, porque hablamos de tú a tú.

No hay que perder el contacto con la familia. A veces, se me olvida.

A la noche, cuando volví a casa, quería dormir, pero me crucé a Nacho, y estuvimos hablando… De muchas cosas y me entré de nuevo la morriña… Así que al final, le enseñé el Devel: una ruta turística por un MUD medio muerto, medio vivo… Le expliqué lo poco que yo recordaba de cómo funcionaba… Y miraba mis chars creados en 2004. Parece tan lejano todo.

Y me preguntaba, mientras le enseñaba mi antiguo hogar, dónde están mis amigos, dónde está la gente con la que me hablaba… Cuándo dejé de llamarlos, porqué perdí el contacto… Y les eché de menos, ellos, que me enseñaron el Laberinto, con quienes pasé tardes de verano riéndome en la Charli, jugando a la consola, al MUD, gritando entre las cuatro paredes de aquella ínfima asociación “Iñigo Montoya”…

Aquellos, a quienes en navidad les mandaba algún regalito.

Dejé de pasear con Nacho a las cinco de la mañana, y me fui a dormir, que al día siguiente era ya domingo y yo había quedado para ir al Mercado.

El domingo fue uno de esos días a los que le faltan varias horas: mercado de mañana, comprar la comida a las 13.30h, comida con la familia a las 15h, posterior vuelta a casa de Derekh a jugar a la wii, y al final, sesión de cine.

Me lo pasé genial, y sobretodo, me ha hecho mucha gracia, ese encuentro en una tienda friki, porque pienso que aunque los años pasan y quizás perdí el contacto con algunas personas, es posible que por azar las vuelva a encontrar por el camino, visto lo visto de que acabamos todos en los mismos sitios.

Y para los que aun conservo cerca, me sirve para recordar que los fines de semana, son para eso: para descansar, para divertirse, para estar con los amigos, para ver a la familia, para ir al cine…

Para retomar las cosas donde las dejaste, y ver a las personas que no puedes tener cerca entre semana… Para no perder esa ola, y que la inercia te empuje a estar un poco más solo cada día, y que mañana, en vez de divertirte , te preguntes porqué ya no hablas con la gente que te quería y con quien tan bien lo pasabas… Y te encuentres respondiéndote que no lo sabes, mientras matas un bicho más, mientras subes de nivel.

4/10/2008

¿Sabes?

(c) bumskee_Min Yum - Above the Clouds

A veces tengo mis días malos, esos en que todo parece una mierda. Son grises, y fríos. Son depresivos. Esos en los que no tengo ganas de reír y a veces no tengo fuerzas para llorar. Me siento apática, y ni siquiera me arreglo.

Cuando muchos de esos días se acumulan, el piso se resiente. La cocina puede pasarse tranquilamente de dos semanas a un mes acumulando platos. Acumulando vasos. Acumulando moho.

Lo único que tengo constancia de hacer, es cambiar el agua a los gatos, ponerles la comida y limpiarles la arena. A veces, me acuerdo de poner la lavadora, pero doblar la ropa es un hastío. Así que simplemente, la saco, la pongo por encima de la cocina, o la llevo a mi cuarto donde acabo tirándola en el suelo.

Tú no conoces mi habitación, pero el cabezal de la cama hace unos ochenta centímetros de altura.

Bien, la pila de ropa que se amontona desde el suelo, ahora mismo le supera considerablemente.

Como me quedé sin sitio, últimamente me dedico a tirar los abrigos y el resto de la ropa que me saco encima del escritorio de la biblioteca, donde tengo el sobremesa. En consecuencia, hace meses que no lo uso, y ni siquiera puedo practicar con la tabla digitalizadora porque no hay espacio.

Me fastidia barrer, así que tengo una aspiradora. Pero también pasarla por la casa me fastidia.

La única habitación que se libra de esta existencia entrópica y el abandono (y por los pelos), es el salón, donde he acabado haciendo vida delante de la tele y el portátil. Es el único sitio que permanece levemente adecentado, más que nada porque si no, no tengo dónde meterme.

He empezado a odiar mi cuarto, donde duermo. Está medio vacío y carece de alma. ¿Sabes a lo que me refiero? Solo hay una cama y un armario. No hay nada más, ni libros ya siquiera. Y eso, contribuye un poco a la melancolía.

Es curioso, porque está pintado de azul -que es mi color favorito-, pero ni siquiera con ello me siento más cómoda. Así que he decidido mudarme al salón.

Ya sé que mudarse dentro de la propia casa de uno, no es muy frecuente. Pero necesito ese “cambio de aires”. Más que nada porque el salón es muy acogedor, tiene más espíritu, y está repleto de las cosas que me gustan: mis libros, mis cómics, mis muñecos, mis dvds, la tele… Es cálido.

He pensado cambiar la biblioteca a mi actual dormitorio, porque ya no tengo más espacio para libros, y transformarla en vestidor. Cuando lo pienso, si Montse me oyera, se reiría porque fue la primera idea que tuvo ella para ese cuarto. Y si se entera mi casera, la Sra. Montse, me mata… Porque le hice tirar una puerta nueva que no me servía para nada en el salón. Qué cosas…

Pero todos esos cambios, harán que me sienta mejor conmigo misma, así que valen la pena.

Sí, todos sabemos –y yo la primera- que tiendo a ser fatalista. Ahora lo único que quiero es encontrar la forma de sentirme bien conmigo misma, pero a veces es muy difícil. Sobretodo porque no es un secreto que me siento incompleta. “Lo tengo todo…”, pero yo siento que me falta lo más importante para mí.

Esa persecución del fantasma que puedo ver por el rabillo del ojo, de esa sombra escurridiza que jamás consigo definir, me lleva siempre por el camino de la amargura y a tientas la persigo aunque se que es difícil porque nunca tengo idea detrás de quien estoy corriendo.

Es como perseguir a alguien, mientras solo ves la espalda de la gente. Por un segundo, crees percibir una espalda conocida, te acercas, estirando la mano y asiendo con ella un hombro, para obligar a voltearse a esa figura… Pero cuando se dan la vuelta, solo puedes vocalizar “Perdón, me he confundido”. A veces, la mirada que te devuelve el dueño de esa espalda, es comprensiva, o compasiva, e incluso se permiten lanzarte una cálida sonrisa… Pero otras, cuando se giran están irascibles, te contemplan como si estuvieras loco, te acribillan con su mirada y te dejan en el sitio con total desconcierto… Y el vacío expandiéndose en tu corazón.

Sin embargo, porque somos humanos, volvemos a perseguir esas espaldas con el deseo de que mañana, cuando se gire, encontraremos la sombra que andamos persiguiendo.

Hay gente que inexplicablemente, vive feliz sin esa persecución… Y yo lo admiro.

Pero es cansado, es cansado correr tanto trecho… Por eso quiero llegar a casa y estar a gusto, para reposar y retomar las fuerzas. Para divertirme, y estar en paz.

No obstante, también hay días buenos. No sé si es que son pocos, o quizás como siempre, recuerdas más los malos, pero bueno lo cierto es que también hay días maravillosos.

Como hoy.

En los días buenos, el sol brilla, y el cielo es azul, con nubecitas blancas. A lo lejos, si te esfuerzas, escuchas incluso la banda sonora de Evax dando por culo. Es lo único que estropea ese tipo de días.

Pero, con pequeñas salvedades, en días como hoy pienso que el mundo lo diseñaron para que yo fuera feliz. Porque parece que todo sale redondo, y está bordado con pequeñas puntadas, bien elaboradas y perfectas, donde todos los dibujos encajan unos con otros en un diseño pulcro y deslumbrante.

Mal que bien, avanzo. Realmente, más “bien” que “mal”.

Voy conociendo gente que me aprecia, que valoran más o menos quien soy y como soy. Algunos se han dado cuenta de que vivo en mi montaña rusa personal, que paso de la risa al llanto y viceversa con una facilidad pasmosa que incluso les exaspera... Pero como me aprecian, me comprenden y me perdonan... Y si algo hacen, es regalarme un mimo y ayudarme a que amaine la tormenta.

Ayer me decían que admiran la forma rápida que tengo de olvidar y de pasar de un tema a otro con facilidad.

Bueno, así es la vida, ¿no? Te caes, te levantas, un poco de mercromina y sigues caminando.

Y aunque soy consciente de que llegará mañana y quizás esté otra vez compadeciéndome de mi misma y mis “desgracias” (que ya querría todo el mundo decir que su única preocupación en la vida es la media naranja), lo cierto es que todo va siguiendo un curso fluido que no tengo ni idea de hacia dónde me lleva, pero es a algún sitio interesante (aunque claro está, acabe en el mismo sitio que acaba el curso de todo el mundo).

Para muestra, un botón.

Llevo muchos meses berreando con que me quiero ir a Madrid, que no me mandan a ningún curso de formación desde el trabajo… Y hoy me llega uno de un año con fecha de finalización en abril del año que viene, en el que un miércoles o dos al mes estaré por la capital, gastos pagados. Además, a parte de formándome, conociendo gente y reafirmando lazos con otras personas que ya conozco.

Me hacía ilusión ir a la Worlwid Invitational de Blizzard… Y resulta que acabaré yendo por todo lo alto.

Quería viajar, me fui a París y me voy a Lisboa… En París pasé unos días geniales caminando y con Asha. Lisboa… Los hados dirán. Pero pase lo que pase, lo cierto es que aprenderé algo nuevo, seguro, y también estoy segura de que me divertiré.

Mucha gente habla del destino, de si estamos o no marcados por él. A veces, pienso que son tonterías, y otras dudo de que sea así.

Si existe o no el destino, no lo sé.

Pero sí estoy convencida de que cada uno recorre su camino y perseverando puedes llegar hasta donde querías.

Tal vez no exista el destino, pero a veces pienso que por lo menos la buena suerte pasa por mi lado y me tira un ligero soplo de aire fresco de tanto en tanto, para que me despierte, recupere el aliento, mire adelante y siga caminando hacia donde tenga que llegar.

Cualquier mañana de estas, me despierto en Madrid, voy a Maestro Churrero, me siento en la terraza a leer… Y sé que estoy en casa.

Y entonces, me acuerdo de las palabras de Raza… “A veces conseguir lo que quieres es lo peor que te puede pasar” y simplemente espero que por una vez, no tenga razón… Y si acaso, no demasiada.

Sé que habrá cosas que echaré de menos el día que me vaya de Barcelona, a donde sea… Pero también sé que quiero cambiar un poco de aires.

¿Sabes?

Hoy estoy feliz.

El apasionante mundo de los addons, ¡con links incluídos!

WoW - Saranna en sus años mozos, primer día en Botánica,
cuando la vida era feliz y apacible en Ad Infinitum,
aun no había conocido la histeria de la raid,
y un item azul era la repolla.

No debo estar en mis mejores semanas cuando incluso internet se ha puesto en mi contra, y ha llevado mi portátil al lado oscuro. WoW no saca screenshots. Me veo reinstalando -enfrentándome a la posterior debacle de comprobar que todo está en su sitio-.

Encima, ayer estaba trasteando aburrida, haciendo un post para el foro con lo que es un addon, y que en caso de duda quien sea aprenda para qué sirven, dónde encontrarlos, y toda la pesca... Cuando el foro de los cojones -a pesar de estar pinchado" recordarme en este ordenador"- me deslogueó cuando iba a publicar y mando a tomar por culo mi trabajo (un poco más serio que la versión 2.0, fruto de una histeria cargada de no poca irascibilidad).

Para que no tenga que volver a pasar por esta experiencia traumática, y a quien le pueda servir, dejo el post, mi lista de addons favoritos y sus links. Quien quere "Mis favoritos" teniendo blog.

Ahora ya solo falta que se me borre el blog entero, y me pego un tiro directamente (amén de los backups).


*** El apasionante mundo de los addons ***

1.- ¿Qué coño es un addon?

Un addon es un programita chiripitifláutico, cuya última finalidad es permitirte jugar con una mano y dedicar la derecha o la izquierda según los vicios de cada cual -y si eres diestro o zurdo-, a realizar otras tareas más interesantes.

Se crean basándose en las herramientas que Blizzard nos presta para ello, en su sistema o lo que carajo sea de programación. El resultado final de un addon es que te simplifica (muchas veces) lo duro que es ser un raider yonki del infierno.

También sirve para niubis que serán próximamente potenciales yonkis.

2.- ¿Dónde puedo encontrar un addon?

Páginas hay muchas. Pero principalmente yo miro estas tres:

3.- ¿Qué addons necesito?

Desde el jugador super-casual al buen proyecto de yonki del infierno, todos pueden usar addons.

Los más básicos son:

  • I.- Los que miden el daño
  • II.- Los que miden el aggro
  • III.- Los que te ayudan a tener tu interfaz más decente
  • IV.- Los que te facilitan la vida de por sí

I.- Los que miden el daño

La única finalidad de este tipo de addons es saciar la necesidad masculina de fardar, vulgarmente conocida como “yo la tengo más grande”.

Las malas lenguas, y algunos profanos, sostienen que es también el mecanismo por el cual un oficial o líder de raid (yonki supremo del infierno) determina si estás o no al día, en relación a tus compañeros de raid o clase, tanto a nivel de daño como de healing.

Básicamente se habla de dos:

Ambos son igual de útiles, si bien el SW Stats está más valorado, creo que debido a tema de sincronización y posiblemente a que sea más configurable. Personalmente, aun me estoy peleando con los addons post parche 2.4, lo cual no hace si no reafirmarme en que a pesar de haberlos actualizado igual debería reinstalar mi WoW.

Este tipo de addons, cuando los tiene toda la raid instalada, cuentan el daño de todo el mundo, y su healing. Es importante que estén sincronizados, si no, los datos que emiten no "sirven para nada" (en el hipotético caso de que hagan algo más que distraer a todo el mundo).

II.- Los que miden el aggro

Aggro: concepto que define lo condenadamente mal que le caes a un bicho, de forma que cuando le "fostias" más que los demás, se te viene directo a darte en los morros, pasando del tanque (personaje cuya única finalidad es recibir todos los panes, probablemente de tendencias sadomasoquistas).

Es interesante saber cuándo vas a atraer al bicho, para echarte cubito y que se muera el siguiente en aggro a ti, tirar de invis si eres mago y te da tiempo, vanish si eres rogue, feign death si eres hunter; y que el resto se coman tus marrones (véase por lo general, compañeros con habilidades en cd, y healers con telitas).

Aprovéchate de esto para cargarte a ese tío que te cae mal en la raid, y quítate el aggro cuando esté justo por debajo de ti.

Como pasa con los medidores de daño, solo funcionan cuando todo el mundo lo tiene instalado.

III.- Los que te ayudan a tener tu interfaz más decente

Interfaz: Lapabro culto que se utiliza para definir la cosa esa a través de la que juegas, que está compuesta por su cúmulo de botoncitos, y espacios destinados a que pongas ahí tus bolsas, tus hechizos, tus habilidades, tus macros, y cualquier otra guarrería del estilo.

En él también se incluye tu retratito, el chachimapa con su chachireloj y toda la pesca.

Interesantes al respecto son las barras modulares que permiten recoger información que de otra manera, no serías capaz de apreciar a menos que estuvieras viendo a cada rato tu personaje, para comprobar el estado de tu armadura o arma; tus bolsas para contar los slots libres y la pasta que te queda, etc.

Los más utilizados son:

Personalmente, yo utilizo Fu Bar, así que para quien lo utilice puedo recomendar de base:

  • Money Fu: Te indica el dinero que tienes disponible, tanto en tu personaje actual, como entre todos los personajes que tienes en tu reino, así como dinero ganado/gastado durante el rato que estás jugando hasta que desconectas.

  • Durability Fu: Evalúa constantemente el estado de tu equipo, diciéndote en qué porcentaje se encuentra. Cuando estés full epic, también servirá para que te estreses pensando en lo caros que van a ser tus wipes.

  • Bag Fu:Controla cuántos espacios libres te quedan en el inventario, sin tener que ir abriendo bolsa a bolsa y contando los slots.

Hay mil módulos más. Cotillea los que más te interesen. Se encuentra fácil tanto en la página de WoW Curse como en el enlace a WoW Ace.

  • X Perl Unit Frames: Permite toquetear y poner a tu gusto tu retrato, la party, la raid, el focus, target, focus de focus. Modificar el tamaño de todos esos frames, recolocarlos en la pantalla como mejor te parezca, y algunas tonterías más. Bastante útil en raid, ya que la forma que tiene Warcraft por defecto de colocar los frames, ocupa demasiado espacio en la pantalla.

IV.- Los que te facilitan la vida de por sí

Aquí entran toda clase de pijotadas: desde los addons de chateo a casi cualquier mariconada que te puedas imaginar.

Para mi gusto, imprescindibles, los siguientes:

  • Deadly Boss Mods: Si quieres raidear, esto es imprescindible para saber qué hacer y a qué atenerte en todo momento. Si no lo tienes y tu RL te llama manco, tienes perdón de Dios. Si lo tienes, y la cagas... Bueno, siempre puedes irte a jugar a la petanca. Este addon te indica en todo momento las fases en las que se encuentra el boss, los ataques importantes que va a hacer a continuación, el tiempo que le queda para entrar en enrage, y cuando es importante estar a distancia de tus compañeros, a quien tienes cerca para alejarte de él (entre otras muchas cosas).

  • Autobar: Este addon es una barra adicional a las que ya tienes en el interfaz, que te deja mucho espacio disponible para utilizar en las barras “de serie”.Con él y un simple clic, puedes utilizar todas las pociones de tu inventario, los elixires, las gemas, comidas y bebidas, venenos, ítems de quest, castear teletrans, portales y la piedra del hogar; pets, vendas, utilizar tus profesiones. La bomba. Imprescindible descargar también: Autobar Config

  • Quest Helper: Por descubrirme la existencia de este y los dos que le siguen, Muri se merecería una estatua. Es el addon imprescindible para cualquier novato que entra en WoW y no tiene ni folla de dónde están las quests, lo que tiene que hacer y dónde entregar. Es el addon rey para quien se ha cambiado de facción y no tiene ni idea de donde están las quests tampoco (aquí me incluyo yo), y el addon de referencia de cualquier persona con memoria pez (también me incluyo).

  • Recipe Radar: Porque la mitad de veces estás buscando una receta y no tenías ni guarra de que estaba justo, justo, en el poblacho que visitaste antes de coger el grifo o la mantícora de turno. Te indica con un icono de “receta” en el minimapa, que tienes una cerca.

  • Minimap Button Bag: Bien, y ahora que tengo tres millones de addons en mi interfaz, y no sólo he conseguido que Warcraft vaya lento del carajo, si no que además ya no veo mi jodido minimapa, ¿cómo coño saco toda esa manada de botoncitos que le campean? Pues bajando este fantabuloso addon que es una “mochila” para botones de otros addons. Cuando necesites utilizar uno, clica el Botón Único, y busca el que necesitas.

Ales, fin del tutorial para principiantes sobre el apasionante mundo de los addons, qué son y dónde conseguirlos.

¡Hazte con todos! ¡Hay más que Pokemons!

Mantén tus addons siempre actualizados después de cada parche o expansión, si no lo haces, te serán de tanta utilidad como un condón del siglo pasado.

Acepto aplausos, abrazos, chocolatinas, golds, epics, patterns, razón: aquí.

4/08/2008

Turmalina

(c) Jean Tay - At First Sight


Desde el primer momento que la vio, quedó prendado de ella. Era brillante. Era bella. Tan llamativa que no pudo quitarle sus ojos de encima.

Siempre tan radiante, atrayendo a todos con su magnetismo, tan valorada… No pudo más que fijarse en ella, anhelarla, desear poseerla y tenerla únicamente para sí.

Para ella, él no existía. No era nadie, ni tan sólo le veía. No se había fijado jamás en su presencia. Era inocuo, pasaba desapercibido entre los demás.

Para él, era tan alegre, tan carismática, tan luminosa, tan divertida… Siempre con su sonrisa presta a resplandecer, con sus palabras siempre amables con todos y sus comentarios ocurrentes.

Le producía curiosidad, le parecía simpática. Quiso conocerla, y poco a poco se acercó a ella.

Le pareció interesante, era entretenido hablar con ella. Saber que atraía a todo el mundo la convirtió en algo exótico. Escuchar sobre ella alabanzas y sólo palabras de reconocimiento o admiración.

Parecía el tipo de chica que cualquier persona con dos dedos de frente querría tener a su lado.

Pensó que era fría, dura, inalcanzable. Inexplicablemente, era parte de su encanto, le otorgaba un morbo añadido. Intocable, esquiva. Nadie la tenía. Libre como el viento, pensó. A más distante la veía, más reto suponía demostrar que él estaba ahí, más interés ponía.

Consiguió hacerse notar, prácticamente sin esfuerzo, porque él también era alguien carismático e inteligente. Poco a poco, la fue capturando, atrayendo como la flor llama a una abeja.

Empezó a dedicarle cada vez un poco más de su tiempo.

Puedo conseguirla, se decía. Le cegaba como un diamante tallado, con la luz cantando iridiscente en cada una de sus caras.

Hasta que una mañana el milagro sucedió.

Primero fue la sensación de gozo, la exultancia del reconocimiento, de saberse reflejado en su mirada. De ser consciente que pasó de ser un ente incorpóreo y fantasmal, a tener cuerpo de hombre a sus ojos.

Era tan agradable, tan reconfortante, sentir que ella sabía que él estaba allí. Que existía, que era de carne y hueso, que era real, que no era un desconocido. Había pasado a estar en su círculo de amigos. Y ahora, ella le hablaba, le tenía en consideración, le tenía estima. Le valoraba.

Por un instante se sintió feliz, sabedor de que poseía una joya única, que le devolvía la mirada solo a él.

Estaba fascinado.

Siguió conversando con ella, cada vez más. Cada vez la conocía mejor. Conocía los matices de su voz, sus alegrías, algunas penas. Degustaba sus palabras, algunas de ellas dedicadas en exclusiva para él y solo para él.

Empezaba a entender a sus propios amigos, a paladear lo que ellos simplemente entreveían desde la lejanía que marca esa frontera que separa la amistad de algo mayor y más profundo.

Y era suya. Sí. Era suya.

Al final, era una existencia en la que ella ocupaba gran parte de su tiempo. Se sentía dichoso de sentir que estaba encantada y saber que a su lado, ella brillaba todavía más.

Empezaron los regalos.

Entonces percibió alborozado lo que era ser el centro de alguien, estar colmado de halagos. Descubrió que no era tan fría, ni tan dura, ni tan inalcanzable. Y se volvió humana. No puedes querer a una piedra, se dijo, por más bella que sea; pero puedes querer a una mujer.

Y a su vez, se dejó querer, embriagado, extasiado por sus detalles, por sus cálidas palabras, por sus atenciones.

Cada día, con la confianza que había nacido entre ambos, arrancaba de ella una capa de austeridad, de dolor, de temor; y por ello cada día, ella más resplandecía, bella, pero cercana, tangible, real.

Una mañana, se dio cuenta de lo que había conseguido: ya no era tan esquiva, ya no era intocable, ni tan "libre"; y sus ojos, que antes miraban al infinito a través de él, sin verle, se volvían y devolvían su reflejo de hombre real, una y otra vez.

Pasaron los meses, estaba siempre consigo. La enseñaba a los amigos, a la familia. Todo eran alabanzas. Ellos, que la descubrían por vez primera, la percibían como el día aquel tan lejano en que la conoció.

Brillante. Bella. Radiante. Alegre. Luminosa. Divertida.

Y él les respondió que no, que era una persona normal con quien se podía conversar. Que no era una diosa. Que era real.

Y al pensarlo, al darse cuenta, él se quebró: ella era normal.

¿Dónde estaba el misterio? ¿Dónde estaba el reto?

Como ya la tenía, y podía contemplarla de cerca, veía que era una joven corriente, que ya no llamaba la atención.

Poco a poco, empezó a distanciarse. Ella, sin darse cuenta, sin entenderlo, sin aventurarlo, continuaba entregándose al completo. A más se entregaba, más tierra empezaba a poner él de por medio.

Hablaba más con sus amigos, le hacía menos caso, ponía excusas sin sentido, aplazaba los encuentros. Empezó a ignorarla, a darle largas. Y ella comenzó a apagarse, a entristecerse, a desesperar. A llorar por las noches.

A culpabilizarse, a preguntarse por qué, a preguntarse qué hizo mal. Intentaba buscar respuestas: si ella no cambió, ¿qué había pasado?

Por contra, él empezó a verse perseguido, acosado, asediado. A sentirse culpable por cómo estaba actuando. No era consciente aun del daño que estaba causando.

Ella empezó a estar irascible, triste, enajenada, celosa, rencorosa, siempre rabiando. Le atacaba, le miraba a la vez con pasión, con ternura, con deseo, con odio, todo atravesado con una daga de dolor y de traición.

Él, no pudo superarlo, no tenía fuerzas par soportar la carga de su gema que ya no brillaba.

Y la tiró.

Ella, se hundió poco a poco en la miseria, desesperada, cada vez un poco más en su pesar, en el barro.

Sucedáneo de piedra preciosa, él la llamó. Y como tal, la desechó…

Porque desengañado, una vez en su poder, pensó que ya no valía nada.