2/23/2007

Una maga en Azeroth (I)

AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UNA MAGA EN AZEROTH

CAPITULO I - Esperanza (I)

Era media tarde de un día soleado en Tirisfal, cuando la menuda maga elfa de negros cabellos decidió ir de aventuras.

Se había hospedado la noche anterior en la posada de Undercity, y recuperarse así del cansancio de la dura jornada, en compañía de sus hermanos de batalla.

Desde hace una semana que no se le borra la sonrisa de la cara (salvo en contadas y especiales ocasiones, tras un encontronazo), feliz por haber encontrado un grupo de compañeros afines con quienes explorar el continente: han logrado formar un ameno colectivo de jóvenes locuaces y arrojados, de momento todos ellos bien avenidos. Atrás quedaron sus días compartiendo la hermandad con su buena amiga, Moony.

Saranna pasó por el banco un momento, a recoger una bolsa repleta de patas de araña, y se dirigió rauda a comprar un vuelo en el primer murciélago disponible a Hammerfall. Afortunadamente el tiempo acompaña y no tendrá que empaparse bajo la lluvia en el camino.

Se acomoda tranquilamente sobre el lomo de la bestia, mientras le acaricia el pelaje áspero, pero familiar. Cada tanto, le da un trocito de para de araña. Los pobres murciélagos recorren largas distancias, y siempre ha creído que es mejor que viajen contentos. Nunca se sabe si a última hora te podrían dejar caer en un arrebato colérico, si bien parecen animales bastante pacíficos y bien entrenados.

Murci –como ha decidido llamar a la bestia en un ataque de originalidad-, aterriza suavemente sobre las maderas cerca de la posada de Hammerfall, tras lo cual ella baja al suelo de un salto, le palmea la cabeza, le rasca detrás de las orejas y entrega la bolsa de patas a Urda -la cuidadora del poblado- para que tenga a Murci bien alimentado en su ausencia.

Pega un par de brincos, lo que provoca que su larga melena ondee tras ella, acompañando en el movimiento a sus largas orejas. Se despereza, estirando los brazos mientras mira al cielo: definitivamente, es un día fantástico para salir a explorar.

Intenta localizar mentalmente a sus amigos, pero la mayoría siguen durmiendo… “Es igual”, se dice, “iré a dar una vuelta por las zonas de elementales”. Había leído no hace mucho en el Arathi Post que por algún motivo habían aumentado la población de elementales sin motivo aparente y se pedía a los lugareños desocupados que fueran a echar un ojo.

Nunca le ha gustado mucho la soledad, motivo por el cual acabó en Defensores de Lunargenta, donde la gente es abierta y está ávida de novedades. Para ella es mucho más agradable vivir en compañía, ni que sea de Da Vinci II, su pequeña mascota, una ardilla mecánica que le regaló Evitame cuando perteneció a los Hatebreeder.

Siempre ha pensado que las construcciones de los ingenieros tienen que tener algo de mágico. Todavía no ha visto que su compañero mecánico se oxide, ni siquiera tras un día entero de llover. Es algo que le resulta totalmente asombroso.

Con Da Vinci a sus espaldas, formula un par de hechizos de protección, su sempiterna inteligencia y su escudo de maná -no es algo que tenga que pensar, es un reflejo instintivo-, y se pone al trote en camino.

Decide que su primera parada son los elementales de roca, viven en un terreno tranquilo –apara todo lo tranquilo que puede llegar a ser un territorio en disputa entre la Alianza y la Horda-.

A medio camino, se detiene a recoger unas hierbas en el suelo: pequeños tallos dulces al gusto y que dejan un aliento fresco después de masticarlos. Puede que el mundo crea que los elfos que ahora llaman “de sangre” o “sanguinarios” hacen honor a su nombre, dejando a su paso un rastro de sangre y dolor… Pero no algunos han decidido no perder el contacto con la naturaleza, y no ven la vida a través del cristal con que miran sus congéneres. Algunos, aun esperan que un día llegue la paz. Todo esto pensaba la joven mientras recuperaba el aliento en su larga carrera.

Con un pase rápido de manos, renueva su escudo, y prosigue su camino.

Asombrada, contempla la cantidad de raptores y arañas que pueblan el paraje. Se le antoja increíble que no se hayan extinguido en estos tiempos de caza indiscriminada. Parece que algunos ejemplares alcanzan la edad madura para poner huevos y criar las nuevas generaciones.

Cuando llega al círculo interior, contempla desde lo alto el monolito de piedra. Espera que, en algún lugar, la Princesa de la Tierra viva días más felices tras su liberación.

Distingue una menuda figura… Parece que un gnomo ha llegado ante que ella al lugar, a buen seguro para comprobar si es cierto que la población de elementales necesita ser controlada. Dedica unos momentos a contemplarle y analizar qué clase de posible enemigo podría ser… Deflagración arcana… Es un mago.

Suspira al aire. Qué le va a hacer.

Estos días pasados, cada vez que se ha topado con un aliado, ha tenido que luchar. Ya está cansada. No tiene ganas ningunas de matar a nadie. Tampoco parecen entenderla cuando ella habla, en un esfuerzo por explicar que es pacífica y no va a causar mal alguno.

“En fin”, se dice, “la vida es un cara o cruz… Voy a probar suerte”.

Baja a la carrera con la capa agitándose, y la falda arremolinándose a sus pies, empuñando su preciosa Vara Ilusionaria y el Encendedor de Jaina que Darkmäge le regaló. Sonríe al recordar cómo le gusta chincharle cuando se cruzan, y se encara así al elemental, con una sonrisa en la cara, pero sin perder de vista al pequeño gnomo.

Se concentra apuntando con precisión y vocalizando un hechizo que generará el cono de frío destinado a impactar en su enemigo. Sus experiencias previas le han demostrado que tiene tiempo de lanzar tres conos, antes de que el bicho la deje aturdida. Los primeros días había introducido el congelar sus movimientos en la estrategia, pero lo desestimó por pérdida de tiempo y esfuerzo mental.

Tras la deflagración del primer golem, Da Vinci chilla aterrado mientras pedazos de roca llueven a su alrededor. “Mejor será que lo coja en brazos, o le guarde en la mochila, en cualquier momento una piedra le aplasta la cola”, piensa. Así que se agacha para arropar la ardilla con un brazo.

Está segura que la visión de su estampa, ardilla en brazos, mientras contiene elementales, tiene que ser de lo más divertido para quien la pueda observar en su tarea de la tarde. No le importa, sabe que es un ejemplar raro de elfa, y así lo acepta.

Ensimismada como estaba en sus pensamientos, no se percata de la proximidad de la figura que ha llegado hasta su lado.

Por un segundo las pupilas se le contraen, presa del pánico.

No está acostumbrada a la batalla, pero ha aprendido una cosa: que si la alianza quiere acabar con ella, casi siempre lo consigue, más que nada porque suele negarse a luchar.

Nota como el corazón se le acelera y los músculos se tensan por la presión del momento. Su mano, agarrotada en torno al bastón, parece actuar por si misma intentando trazar algún hechizo… Pero su mente, mantiene la insta a mantener la calma.

El hombrecillo, intenta decir algo… Y sonríe…

La sonrisa de la Alianza es traicionera, muchos han sido los que le sonrieron y la atacaron por la espalda. No hay honor en ellos… Pero no hay honor tampoco en muchos de sus “compañeros” de la Horda. No hay honor en este mundo, y no se hable más. Es un concepto arcaico que ha caído en desuso.

El mago frunce las cejas al ver que ella no comprende… Pero se esfuerza en repetir sus palabras…

Saranna se arrepiente de no haber intentado aprender nunca común, pero no es algo que se enseñe ya en su pequeña escuela de Sunspear. Se esfuerza por leer sus labios…

“El m…”… “El mas…”…“El más alto”…

“¿El más alto?”, se pregunta incrédula “¿Me está llamando larguirucha la cosita esta?”

El diminuto mago la mira con cara de exasperación, por las dificultades que le está acarreando la diferencia de idiomas en la comunicación…

Se señala a sí mismo con el índice, apuntando a su propio pecho y repitiendo sus palabras… Y ella comprende “Ah… Es su nombre… Elmaslato… Qué gran sentido del humor tienen los gnomos” Y le sonríe en respuesta, pronunciando su propio nombre con su voz musical que en comparación a la del gnomo parece de cristal.

Elmasalto sonríe a su vez. Breves instantes más tarde, agitando su mano a modo de despedida, mientras retoma su cruzada contra los elementales, a la vez que ella hace lo propio.

El día continuaba tranquilo en un círculo iluminado por la luz del sol, radiante en su trono celeste.

El pequeño gnomo saludaba cada tanto mientras realizaba sus estudios de prospección a los trozos de elementales que se desperdigaban en la tierra.

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