3/05/2008

Eulalia

Eulalia era una pequeña zorra frígida.

Cuando la miraba, me recordaba a un pequinés: poca cosa, pequeño, feo y chillón. Y como sus congéneres, ladraba y gruñía, porque era la única forma de hacerse respetar que tenía en la vida.

Eulalia, caminaba por ahí con ademán de personajillo importante, cerca cualquier tipo de fuente de poder. Revoloteaba, como sólo las moscas cojoneras saben hacerlo. Incordiaba cual mosquito, de aquí para allá con sus cotilleos y sus ínfulas de grandeza.

Sí. Eulalia era una gran persona.

Yo la tenía en cierta estima. A fin de cuentas, casi llegamos al bar a la vez.

Cuando empecé a trabajar en el bar, llevando las tareas administrativas en un despachito medianamente acomodado, escondido detrás de la pared al fondo de la barra, pensaba que Eulalia era como yo: o sea, nadie. Con mis cuatro días de vida en el cotarro, y contratando gente como hacía el jefe a destajo, no se me ocurrió nunca pensar que ella, la nueva, tenía más mundillo recorrido que yo en esos tugurios dejados de la mano de Dios.

Eulalia me recordaba a la Señorita Rottenmeier. Vaya estampa: me viene a la mente una imagen de cruza de la Rottenmeier con un pekinés y es algo horrible. Entonces pruebo a imaginarla con alas de mosca y pico de mosquito, todo incluído.

Joder, es una imagen realmente grotesca: Eulalia Bzz-Bzz Rottenmeier. Sí, le queda bien el mote.

Al principio se me ocurrió que tal vez podríamos llevarnos bien. Pero con el paso de los días me di cuenta que no iba a funcionar. Las panteras y los pekineses no congenian. Yo iba a mis anchas, disimulándome entre las sombras, con mi existencia pacífica y sin nada que demostrar a nadie en particular.

Ella, era la porquería de chucho que ladra todo el día para llamar la atención, y corretea de falda en falda para que le hagan caso, ejecutando monerías, para acabar finalmente sentada a los pies del amo. Un espectáculo patético. Pero nunca me afectó, así que simplemente, nos ignorábamos.

Mi vida transcurría entre los papelotes, y la suya, cotorreando con los clientes del bar, como si de una fulana se tratara, la relaciones públicas de un bareto franquiciado.

Día tras día, llegaba yo al bar a la hora de siempre, saludaba a los colegas, saludaba a un par de camareros y me metía para dentro. A fin de cuentas, me pagan por hacer mi trabajo, no por hacer amigos.

Supongo que la soledad entre los armarios de administración, la sobreexposición a la radiación emitida por la pantalla del ordenador y un par de cocacolas de vete a saber tú cuándo, mezcladas con bocadillos de dudosa procedencia, me hicieron empezar a volverme paranoica.

De golpe y porrazo, Eulalia estaba en todas partes.

La muy zorra, aparecía entre mis archivos, o se colocaba a mis espaldas, a hurtadillas como un fantasma, y a veces me pegaba sustos de muerte, con esa presencia que notas, sin verla, respirando sobre tu nuca.

Para ser una mierda de relaciones públicas, la tía se lo tenía muy creído, "marisabidilla" ella, husmeándolo todo como si fuera dueña y señora del lugar, y solo porque de tanto en tanto nos visitaba algún descarriado de la "jet set", y la saludaba, se le subían los humos.

Empecé a tenerla pegada al culo como un molesto tarzanete, o como una ladilla japuta. Era como la infección de hongos que te irrita los genitales y no se va ni se calma por más que te rasques, porque solo consigues quedarte en carne viva.

Para qué negarlo, estaba hasta los cojones de Eulalia.

Todo marchó bien mientras se mantuvo al margen de mi trabajo, pero poco a poco, con eso de que la confianza da asco, o porque se creyó en su derecho, empezó a meter sus zarpas en todas partes. Jodía en la cocina, jodía en la barra (dentro y fuera de ella) jodía en los archivos, jodía en la oficina. Joder... Fijo que hasta al jefe se jodía. Aunque, mal mirado, pocos escrúpulos hay que tener para acostarse con una piltrafilla como esa. Pero bueno, ya que tiene la boca tan grande, posiblemente le sirva para comerla mejor.

Quien sabe... Igual aquello de "Abuelita, abuelita, qué boca tan grande tienes...", "Es para comerte mejor...", le llegó al alma de pequeña.

Con los meses me di cuenta de que la mosquita muerta era una trepa de cuidado. Cuchicheos por aquí, plantadita de oreja por allá, miraditas un poquito más lejos... Haciendo camarilla con gente de otros baretos de la franquicia... Todo el día envuelta en ese halo de misterio, haciéndose la interesante, y encerrándose en el despacho del jefe cada dos por tres.

Lo que yo no sabía, ni podía saber puesto el caso hasta que un chavalito de la barra me lo comentó, es que la buena de Eulalia venía de ser jefecilla de camareras en un bar un poco más abajo (cerca de la calle de las putas, fijo que de ahí adquirió sus andares y modales de ramera barata), y en cuanto vio que en el local de la zona de lujo había un puesto de relaciones públicas disponible, no dudó en hacer cuanto fue necesario para hacerse con él.

Nada hubiera sucedido, si no hubiera empezado a utilizar su táctica del "divide y venderás" entre los compañeros, envenenando el ambiente.

Llegó un punto que por allí donde Eulalia pasaba, se hacía un silencio incómodo, atravesado por leves carraspeos. La gente apartaba la mirada. Se iban de allá donde estuvieran como si de repente recordaran que tenían que hacer algo muy urgente en cualquier otro lado del local. Los que estaban sentados, se levantaban... La tensión se notaba en el ambiente.

Exactamente no sé cuando, empezaron los mangoneos en temas de vacaciones. Un buen día, Bzz Bzz Rottenmeier ya se encargaba de cuadrar las vacaciones de todo el mundo, controlaba las pagas, controlaba clientes, proveedores... Poco a poco se hizo con el poder de todo, en silencio.

Coño, ya tenía que comerla bien, ya...

Y después llegaron las ínfulas de grandeza, las miraditas "ese no es mi trabajo", "es tu problema", "tú verás"... Y un día dejaron de ser miraditas, para ser palabras arrojadas a la cara con un "tu misma" cargado de autosuficiencia.

Maldita zorra.

Yo también quería ascender, pero no como tú. Yo no necesito gruñir, yo sé hacerme respetar. Tú no tenías nada interesante que aportar: tu trabajo era una mierda, y traficabas con información robada en el aseo de señoras, o que le sonsacabas a los compañeros entre sonrisas y utilizabas a sus espaldas.

Nah, Bzz Bzz, eso era un privilegio tuyo.

A mí me gusta la vía directa, esa que nos ha traído hasta aquí.

Ahora que miro tu coche desde aquí, me encantaría pensar una buena coartada para explicar porqué mis huellas están por la carrocería de tu vehículo, cómo es que te caíste 37 veces sobre el cuchillo, por qué tienes esas feas rajas en la cara y te faltan mechones de pelo... Pero oigo las sirenas acercándose y estoy levemente colapsada.

La verdad, muy fácil no va a ser. Que tu coche haya quedado estampado cual acordeón ahí en medio y no muy lejos del bar, no creo que sea sencillo de explicar tampoco.

En fin. Qué cojones...

Supongo que alegaré enajenación mental transitoria. En las pelis funciona. Y si no... ¿Cómo era eso? Ah, sí... Juego a rol, soy peligrosa, y tengo una katana debajo de mi cama.

Qué le vas a hacer... Yo siempre te dije que me gustaba la vía directa, que soy muy impulsiva... Y tengo un pronto muy malo...

Y tú, me tenías hasta los huevos.

P.D.: Siento haberte arrancado los mechones de pelo. Qué putada... Se me rompió una uña. En tu línea: jodiendo hasta el final.

3 comentarios:

Chema Castro dijo...

Pues conociéndote no esta demás preguntar: ¿es un cuento o sólo unas líneas generales del día de hoy?

Me gusta eso de caer 37 veces sobre el cuchillo :-)

Saludos :-P

Ysondra dijo...

Ey ^^

Me alegro de leerte, que llevo días intentando hablar contigo, pero Black Temple te debe tener ocupado xD =)

Sí a mí también me encantó esa parte xD

Un beso!

Polako dijo...

Magnífica historia que invita a la reflexión sobre la persona que la ha escrito... ¡Es coña! xD
Algunas partes son de Pulitzer.

Un abrazo y sigue escribiendo...por favor.