3/25/2008

Conformismo

(c) Dan Phyillaier - Meeting of Land and Water

El roce de tu mano… Con eso me conformo.

No me importa caminar por las mañanas, ni el frío, ni el calor. Ni siquiera distingo los días soleados de los grises. Poco importa la ciudad donde me encuentre, porque en mi mente, en mi corazón, estoy siempre a kilómetros de distancia.

Se me hace muy difícil conciliar el sueño por las noches, la oscuridad está llena de fantasmas, de silencio, de soledad…

Susurro tu nombre como un mantra. Lo repito una y otra vez, con los ojos cerrados, como el conjuro que me traerá la paz y el sueño… Con la esperanza de dormir arrebujada entre mantas en un sofá prestado.

No soy débil. Soy lo bastante fuerte como para afrontar infinidad de adversidades. Sobreviví al cambio de trabajo, a la búsqueda de piso, a las compras semanales. Enterré un montón de exnovios y defenestré varios fantasmas. Animé a las pocas amigas que me quedan en sus momentos de debilidad, porque parece que cuando estoy triste lo que me anima es ayudar a los demás.

Es una distracción como cualquier otra. Y sin embargo, por más que las leyendas urbanas prediquen lo contrario, no soy la reina de hielo, ni desciendo de Juan sin Miedo. Soy una chica normal, de carne y hueso, y como tal, soy frágil, aunque cada día me toca hacerme la dura, y la indiferente y tenga que tragarme la mitad de las cosas que pienso o siento.

El otro día me decían que hay algo en mí que está cambiando, no sabemos porqué ni en qué sentido, ni hacia dónde me llevará, pero dijeron que se alegraban de que me esté sucediendo.

He dejado de darle importancia a cosas que sinceramente, vistas hoy, no son más que tonterías.

He aprendido mucho últimamente. He aprendido que puedo viajar sola, y me ha gustado la experiencia. Y en algún recodo de ese camino que me llevó a escaparme a mi aire por ahí, me di cuenta que también lo que le pido a la vida es algo muy distinto de lo que hace dos años le pedía.

Siempre he tenido pensamientos estúpidos. Alegaba que yo no tenía prototipo de chico ideal, y sin embargo, me atropellaba una retahíla de adjetivos que entretejían de una maraña de estereotipo masculino. Que no fume, que no beba, que haga deporte, que sea culto, que tenga un buen trabajo, que blablabla… Y tal vez me olvidaba de algunas cosas importantes.

Hace varios meses me empezaron a asaltar las dudas, porque mi esquemático universo fue dinamitado sin que se diera cuenta, hasta pasado un buen tiempo. Yo le pedía a la vida un estatus y siempre he luchado con esa dicotomía en mi interior: el estatus social contra la felicidad de estar con alguien que me quiera, y a quien yo pueda querer.

Apareció un alguien, un poco raro, que no era en absoluto lo que yo creía que tenía que se un príncipe azul. Un alguien que fuma, y que bebe, que de tanto en tanto se lía un porro… Que está loco y es friki como yo, aunque cada uno a su manera y con aficiones parecidas a las mías. Físicamente no es el tipo de persona en el que me habría fijado en la vida y sin embargo, le miré… Y lo que es más asombroso, le vi. Lamentablemente, una vez visto, se quedó grabado en mis ojos como la sombra del sol cuando lo contemplas fijamente.

Fue objeto –y mal que le pese, lo sigue siendo-, de tribulaciones mentales o de disección delante de una cocacola o tres pares de cortados. Quizás debería empezar a pensar en incluir la tila en mi dieta y tal vez algún que otro valium (dado que el prozac es 90% placebo, también me vale).

Me fui de viaje, y caminé como hacía años que no había andado a la deriva sola, conmigo misma. Con las bambas, con los tejanos, con la música en las orejas y una cámara de fotos entre mis manos. Ni siquiera tuve tiempo de escribir. Pasé tres días bombardeada con tanta información, con tantas imágenes nuevas, con tantos sonidos diferentes, que no tuve tiempo apenas de pensar conscientemente.

Y a ratitos, te olvidé.

Pero cuando cae la tarde, y cuando el sol se pone, mientras se escondía en algún rincón más allá del Sena, me acordaba… Y pensaba que no te había comprado ni un detalle de cumpleaños. Porque no me gustan, los regalos a pachas. Me gustan porque soy avariciosa y quiero compartir eso "también", pero lo que de verdad quería era llevarte algo propio, que te recordara a mí.

Me acordaba de los chistes privados, y de las risas tontas. Recorrí calles cuyos nombres soy incapaz de recordar, hasta que –como pasa siempre- di con el regalo por casualidad. Tu regalo, y el libro sin el que no pensaba marcharme de París, y al tener todo eso en mis bolsas, me supe libre de pasear tranquila nuevamente.

Una vez con eso en mi poder, apenas volví a pensar en ti… Hasta que volví a casa, a mi casa, a mi cuarto, a mi cama. Acechabas en las sombras. En la ropa, en las sábanas, en mi cabeza. No te pude exorcizar. Me tapé hasta perderme entre las mantas por completo, intentando conciliar el sueño. Increpé a los gatos, y no pude dormir una mísera siesta de dos horas sin un condenado sobresalto. Me rendí a la evidencia, y me propuse hacer mi mochila una vez más.

Me martirizaba la certeza de que no iba a verte en esta ocasión, pero a la par me hacía sentir libre para disfrutar tranquilamente mis paseos, la misma precisa certeza de que no íbamos a estar en la misma ciudad. Fue una sensación contradictoria y a la par reconfortante. No sabría explicar muy bien porqué. Tiene algo que ver con la ansiedad, yo creo.

Es la impresión de estar buscando algo que sabes que alguien se ha llevado muy lejos y no puedes alcanzar. Por un momento, te resignas y en esa resignación existe un lapso de paz. Pero, cuando te das cuenta de repente que alguien ha puesto lo que buscas, nuevamente cerca, al alcance de tu mano… Desesperas.

Me recuerda a aquellos días de pequeño, en que querías sacar el reflejo de la luna del agua, con las manos. Por más que lo intentabas se te escapaba una y otra vez, y se escurría entre tus dedos. Erróneamente creíste que lo tenías al alcance. Y nunca jamás llegaste a cazarla.


Saber que habías vuelto, me produjo desazón. Me trajo la ansiedad. Saberte en la misma ciudad, sumado a la imposibilidad de verte, hizo que mi corazón latiera con fuerza, desesperado.

Hay, ni siquiera en tu presencia, si no en el mero conocimiento de su posibilidad, algo que me llama, algo que hace que mi pulso se acelere, y me explote la cabeza, notando como late hasta la vena más pequeña. Siento, hasta en la más pequeña célula, que a pesar de conocer las calles que camino, estoy perdida y el único sitio que reconozco como destino es esa casa, a la que llegaría aun con los ojos cerrados.

Es difícil luchar contra uno mismo. Es como intentar contener con las manos una presa que se derrumba para evitar que arrase los terrenos fértiles que hay a sus pies en los que tal vez puedan nacer un día los frutos.

Es jodido darse cuenta que incluso el agua destinada a regar un campo puede ser mortal, si cae en proporciones poco adecuadas ahogando el terreno, o si lo lava hasta la esterilidad… Y carecer de la experiencia que te indique cual es el goteo perfecto, relegándote a aprender por ti mismo las cosas.

Constantemente yo siento agitarse el agua que contiene la presa en mi interior. Saberte cerca, cuando cerca es una distancia inferior a cien kilómetros, produce un efecto en mí como la luna en las mareas. Me inquieta, me agita, y no lo puedo remediar. Y no puedo dormir… Y no puedo evitar que mis pies quieran salir corriendo en la única dirección posible.

Curiosamente, tú, que causas estos destrozos en mi alma, pareces ser la única persona que pueda curarme esta locura, y por las noches, aunque no eras como yo te imaginaba, la única nana que escucho, es el sonido de mi voz repitiendo tu nombre una y otra y otra y otra vez… Hasta que me duermo.

A veces, cuando lo consigo, sueño que estiro mi mano, que alcanza la tuya asiéndola fuerte, mientras los dedos se entrelazan, y ya no necesito nada más. Me conformo con algo tan sencillo como eso, y en ocasiones pienso que despertar, es el más cruel de los castigos.

Mientras no pueda tenerte, mientras no pueda tocarte, mientras no pueda estar contigo… Me conformo con eso… Aunque parezca algo tan nímio.

3/07/2008

Ataca

(c) Andrew Jones - Shang High



El diablo habita en mi interior. Defenestró mi ángel, y ahora tan sólo escucho: “Ataca... Ataca... Ataca...”. La prudencia también me abandonó y se fue a otras tierras. Se fueron con ella, contención y sutileza.

Me pongo tapones en las orejas. Veo la televisión. Pienso en el trabajo. Pero él insiste, yo le oigo…

“Ataca…”

Le ignoro. Me centro en la hoja de cálculo. Copiar celda A4, pegar en C7. Archivo. Guardar cómo.

“Ataca…”.

Te odio. Odio sentirme así. Odio esta impotencia. Odio el tira y afloja. A mí me gustan las cosas sencillas. El "sí" o el "no". El “no sé” me mata.

“Ataca…”

Soy el Dr. Jekill y Mr. Hide. Soy Two Faces. El diablo me llama, yo le oigo. Soy incapaz de hacerle callar... Ya no hay nadie más que yo para frenarle los pies. Mas yo, no tengo la fuerza que hay que tener… Y nadie puede ayudarme. Tampoco lo quiero...

Le oigo tentarme...

“Ataca…”

Es la tortura de tenerlo tan cerca, y tan lejos… Es la contradicción de sentir la lejanía en dos palmos escasos. Es la certeza de no poder besar sus labios, a un centímetro de distancia. Y la obligación de disimular.

Disimular lo que él sabe. Lo que yo sé. Lo que todos sabemos. Me desgasta, merma mi cordura.

Le contemplo como el león contempla a la gacela, con la ansiedad de meses sin probar un buen bocado, con la saliva brotando del costado de la boca y los todos los músculos en tensión prestos a realizar el salto.

Y sin embargo…

“Ataca…”

No me lanzo, pues mis cálculos de velocidad no están bien estudiados, las vías de escape de la gacela son muchas y su viraje, imprevisible. Mil factores aleatorios interfieren la trayectoria…

Pero tengo hambre…

Ya noto cómo relucen mis colmillos. Cómo la adrenalina corre por mis venas. Cómo mi cuerpo se contrae y se prepara…

Ya sólo me importa una cosa.

¡Ataca!

El diablo, hace tiempo que habita en mi interior.

3/05/2008

Eulalia

Eulalia era una pequeña zorra frígida.

Cuando la miraba, me recordaba a un pequinés: poca cosa, pequeño, feo y chillón. Y como sus congéneres, ladraba y gruñía, porque era la única forma de hacerse respetar que tenía en la vida.

Eulalia, caminaba por ahí con ademán de personajillo importante, cerca cualquier tipo de fuente de poder. Revoloteaba, como sólo las moscas cojoneras saben hacerlo. Incordiaba cual mosquito, de aquí para allá con sus cotilleos y sus ínfulas de grandeza.

Sí. Eulalia era una gran persona.

Yo la tenía en cierta estima. A fin de cuentas, casi llegamos al bar a la vez.

Cuando empecé a trabajar en el bar, llevando las tareas administrativas en un despachito medianamente acomodado, escondido detrás de la pared al fondo de la barra, pensaba que Eulalia era como yo: o sea, nadie. Con mis cuatro días de vida en el cotarro, y contratando gente como hacía el jefe a destajo, no se me ocurrió nunca pensar que ella, la nueva, tenía más mundillo recorrido que yo en esos tugurios dejados de la mano de Dios.

Eulalia me recordaba a la Señorita Rottenmeier. Vaya estampa: me viene a la mente una imagen de cruza de la Rottenmeier con un pekinés y es algo horrible. Entonces pruebo a imaginarla con alas de mosca y pico de mosquito, todo incluído.

Joder, es una imagen realmente grotesca: Eulalia Bzz-Bzz Rottenmeier. Sí, le queda bien el mote.

Al principio se me ocurrió que tal vez podríamos llevarnos bien. Pero con el paso de los días me di cuenta que no iba a funcionar. Las panteras y los pekineses no congenian. Yo iba a mis anchas, disimulándome entre las sombras, con mi existencia pacífica y sin nada que demostrar a nadie en particular.

Ella, era la porquería de chucho que ladra todo el día para llamar la atención, y corretea de falda en falda para que le hagan caso, ejecutando monerías, para acabar finalmente sentada a los pies del amo. Un espectáculo patético. Pero nunca me afectó, así que simplemente, nos ignorábamos.

Mi vida transcurría entre los papelotes, y la suya, cotorreando con los clientes del bar, como si de una fulana se tratara, la relaciones públicas de un bareto franquiciado.

Día tras día, llegaba yo al bar a la hora de siempre, saludaba a los colegas, saludaba a un par de camareros y me metía para dentro. A fin de cuentas, me pagan por hacer mi trabajo, no por hacer amigos.

Supongo que la soledad entre los armarios de administración, la sobreexposición a la radiación emitida por la pantalla del ordenador y un par de cocacolas de vete a saber tú cuándo, mezcladas con bocadillos de dudosa procedencia, me hicieron empezar a volverme paranoica.

De golpe y porrazo, Eulalia estaba en todas partes.

La muy zorra, aparecía entre mis archivos, o se colocaba a mis espaldas, a hurtadillas como un fantasma, y a veces me pegaba sustos de muerte, con esa presencia que notas, sin verla, respirando sobre tu nuca.

Para ser una mierda de relaciones públicas, la tía se lo tenía muy creído, "marisabidilla" ella, husmeándolo todo como si fuera dueña y señora del lugar, y solo porque de tanto en tanto nos visitaba algún descarriado de la "jet set", y la saludaba, se le subían los humos.

Empecé a tenerla pegada al culo como un molesto tarzanete, o como una ladilla japuta. Era como la infección de hongos que te irrita los genitales y no se va ni se calma por más que te rasques, porque solo consigues quedarte en carne viva.

Para qué negarlo, estaba hasta los cojones de Eulalia.

Todo marchó bien mientras se mantuvo al margen de mi trabajo, pero poco a poco, con eso de que la confianza da asco, o porque se creyó en su derecho, empezó a meter sus zarpas en todas partes. Jodía en la cocina, jodía en la barra (dentro y fuera de ella) jodía en los archivos, jodía en la oficina. Joder... Fijo que hasta al jefe se jodía. Aunque, mal mirado, pocos escrúpulos hay que tener para acostarse con una piltrafilla como esa. Pero bueno, ya que tiene la boca tan grande, posiblemente le sirva para comerla mejor.

Quien sabe... Igual aquello de "Abuelita, abuelita, qué boca tan grande tienes...", "Es para comerte mejor...", le llegó al alma de pequeña.

Con los meses me di cuenta de que la mosquita muerta era una trepa de cuidado. Cuchicheos por aquí, plantadita de oreja por allá, miraditas un poquito más lejos... Haciendo camarilla con gente de otros baretos de la franquicia... Todo el día envuelta en ese halo de misterio, haciéndose la interesante, y encerrándose en el despacho del jefe cada dos por tres.

Lo que yo no sabía, ni podía saber puesto el caso hasta que un chavalito de la barra me lo comentó, es que la buena de Eulalia venía de ser jefecilla de camareras en un bar un poco más abajo (cerca de la calle de las putas, fijo que de ahí adquirió sus andares y modales de ramera barata), y en cuanto vio que en el local de la zona de lujo había un puesto de relaciones públicas disponible, no dudó en hacer cuanto fue necesario para hacerse con él.

Nada hubiera sucedido, si no hubiera empezado a utilizar su táctica del "divide y venderás" entre los compañeros, envenenando el ambiente.

Llegó un punto que por allí donde Eulalia pasaba, se hacía un silencio incómodo, atravesado por leves carraspeos. La gente apartaba la mirada. Se iban de allá donde estuvieran como si de repente recordaran que tenían que hacer algo muy urgente en cualquier otro lado del local. Los que estaban sentados, se levantaban... La tensión se notaba en el ambiente.

Exactamente no sé cuando, empezaron los mangoneos en temas de vacaciones. Un buen día, Bzz Bzz Rottenmeier ya se encargaba de cuadrar las vacaciones de todo el mundo, controlaba las pagas, controlaba clientes, proveedores... Poco a poco se hizo con el poder de todo, en silencio.

Coño, ya tenía que comerla bien, ya...

Y después llegaron las ínfulas de grandeza, las miraditas "ese no es mi trabajo", "es tu problema", "tú verás"... Y un día dejaron de ser miraditas, para ser palabras arrojadas a la cara con un "tu misma" cargado de autosuficiencia.

Maldita zorra.

Yo también quería ascender, pero no como tú. Yo no necesito gruñir, yo sé hacerme respetar. Tú no tenías nada interesante que aportar: tu trabajo era una mierda, y traficabas con información robada en el aseo de señoras, o que le sonsacabas a los compañeros entre sonrisas y utilizabas a sus espaldas.

Nah, Bzz Bzz, eso era un privilegio tuyo.

A mí me gusta la vía directa, esa que nos ha traído hasta aquí.

Ahora que miro tu coche desde aquí, me encantaría pensar una buena coartada para explicar porqué mis huellas están por la carrocería de tu vehículo, cómo es que te caíste 37 veces sobre el cuchillo, por qué tienes esas feas rajas en la cara y te faltan mechones de pelo... Pero oigo las sirenas acercándose y estoy levemente colapsada.

La verdad, muy fácil no va a ser. Que tu coche haya quedado estampado cual acordeón ahí en medio y no muy lejos del bar, no creo que sea sencillo de explicar tampoco.

En fin. Qué cojones...

Supongo que alegaré enajenación mental transitoria. En las pelis funciona. Y si no... ¿Cómo era eso? Ah, sí... Juego a rol, soy peligrosa, y tengo una katana debajo de mi cama.

Qué le vas a hacer... Yo siempre te dije que me gustaba la vía directa, que soy muy impulsiva... Y tengo un pronto muy malo...

Y tú, me tenías hasta los huevos.

P.D.: Siento haberte arrancado los mechones de pelo. Qué putada... Se me rompió una uña. En tu línea: jodiendo hasta el final.