Los días pasan rápido y las entrevistas se suceden, algunos de los sitios que visito no me gustan, otros deciden que no tengo la experiencia suficiente, pero un buen día suena mi móvil y alguien dice mi nombre y me concierta una entrevista para el día siguiente a las diez de la mañana.
Ese día me levanto temprano, me ducho, me visto para causar buena sensación, formal pero sin dejar de ser juvenil, me peino y salgo con tiempo para ir caminando y pensar por el camino.
Las oficinas en cuestión están en la Plaza de Francesc Maciá, en un edificio de negocios. Subo a la planta doce, el ascensor va tan rápido que me mareo, y espero poder acostumbrarme. Salgo del ascensor y me encuentro delante de una puerta de cristal, que me abre una señorita muy arreglada con sus cabellos oscuros recogidos en un perfecto moño, y me mira con sus ojos marrones mientras me dice sonriente que tome asiento en los sofás que enseguida me atienden. Mientras tanto, yo lo observo todo con asombro, el lugar es increíble, las paredes son puros ventanales y se ve toda Barcelona desde Collserola hasta el mar, y pienso: “Ojalá pudiera trabajar aquí”.
Me hacen una entrevista relativamente larga, me explican todo lo que desean de una persona y lo que esperan de ella, y me preguntan por mis aptitudes y preferencias, me explican como funciona la compañía, y cuando me dejan sola para deliberar, no puedo dejar de contemplar la Diagonal por la ventana... Me recuerda tanto a mi adorado Paseo de la Castellana... Cuando vuelven al despacho me comentan que me incorporaré el 7 de enero, me ofrecen contratos de 6 meses y posibilidad de hacerme fija el año siguiente.
Salgo de la oficina muy contenta, no sin antes mirar la recepción donde trabajaré, en 33 metros cuadrados para mí sola. No parece ser el trabajo de mi vida, pero por algo se empieza.
De ese momento hace ya un año, y desde entonces han cambiado muchas cosas. En primer lugar somos tres en casa. Mi padre ya no está, se marchó a Méjico a vivir con otra persona. Desde entonces estamos más tranquilos.
Mi madre que está sola, tiene ahora mucho más trabajo y yo la ayudo aportando lo que puedo, y mi hermano pequeño va a un colegio nuevo donde está más contento (pequeño demonio, es maravilloso verle feliz).
Yo he vuelto a la universidad a pesar de que trabajo a tiempo completo. Sí señor, como ya dije el año pasado, ¡Internet es EL invento! Gracias a ello puedo permitirme estudiar y trabajar a la vez.
Por mi parte, he tirado la Caja de la Vida a la basura, ya no la necesito, ahora sé cual es mi lugar en el mundo, sé que tengo que trabajar duro y luchar cada día por conseguir realizar mis sueños. Tengo mis responsabilidades, tengo mis gastos, ahora administro mi vida, mi tiempo, mi dinero. Tampoco quiero que mi hermano pequeño se tropiece con esa caja antes de tiempo, él tiene casi nueve años y un mundo de juegos que le quedan por descubrir. Ser adulto y luchar por la familia y el futuro es algo que ahora nos toca a mi madre y a mi.
Soy una buena secretaria que estudia Estudios de Asia Oriental y que dentro de poco estará en el departamento de Comercio Exterior de alguna empresa de renombre, en la Cámara de Comercio o quizás, porqué no, en un Consulado español allá en Japón (soñar es gratis), pero sobretodo soy una chica de 25 años con toda la vida por delante, y sé que en el futuro, llegaré muy, muy lejos. Ser adulto es difícil y acostumbrarse al ritmo que se exige es costoso, pero no puedo negar que a pesar de todo, tengo todas las satisfacciones que podría desear, y por fin puedo volver a mi carrera.
Mi Caja y Yo, un escrito de Ysondra Targaryen.
Barcelona, 30 de Septiembre de 2003
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