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11/24/2010

"Necesito..."

Y el sonido de la palabra regurgitó hacia fuera, más allá del pensamiento que creí había plasmado simplemente en mi interior.

“Necesito… Verte.”

“Necesito…. Tocarte.”

“Necesito… Hablarte.”

“Te necesito.”

Y al soltarlo al aire y escucharlo me di cuenta del error, tardío.

No es amor, si no miedo, lo que siento.

Miedo al vacío, lo que me aferra a ti.

1/25/2010

Me arrepiento

De haberte dejado escapar aquella noche invernal, de no haberte dicho, de no haber mirado, y de salir corriendo sin valor… ¿Dónde quedó? El arrojo de los quince… Se dividió a vez por año hasta desaparecer acaso en la lejanía de los treinta.

De sonreír restándole importancia, de pensar en las negativas que tal vez ahogaran los “quizá” poco a poco perdiéndose en una maraña de “y si”.

Y aunque me duele, no cejo en esconderme entre las sombras, entre los libros y sonidos, huyendo esquiva entre las horas que sé jamás compartiremos.

12/02/2009

Silencio

Ausencia de emociones, ese vacío, esa nada. Sensación de extrema quietud y calma.

Cuando los sonidos no llegan al cerebro, porque no surgen o porque los veda. No los registra.

Impresión de ficticia sosiego, impresión de alienación y desesperanza.

Mentira. Negación de todas las cosas que callo y que callas.

Sonrisa. La máscara a través de la que te miro y me miras.

Silencio. Falsa apariencia de paz, tras la cual el corazón se desgarra.

Descuida.

Este silencio no lo romperán ni mi amargo llanto, ni mis doloridas lágrimas.

12/01/2009

Quiero hablarte de amor

Quiero hablarte de amor, a ti, que no me conoces apenas, para quien soy una desconocida más en un océano repleto de voces que hablan al infinito a pesar de que nadie las escuche.

A ti, que quizás llegaste a mi orilla por error.

Quiero hablarte de amor, a ti que apenas te conozco y aun así me inspiraste desde el primer día que te vi, o a ti que no sé quien eres pero cuyas ideas me iluminan cada día.

Quiero hablarte a ti, que me has ayudado tantas veces, sin darte cuenta, o a conciencia, porque con tu apoyo superé los baches que se han ido poniendo delante de mí con el paso de los años.

Y darte las gracias por ayudarme a regurgitar la oscuridad y la amargura que me devoraban, hasta que la purga me ha permitido hablar de cariño y esperanza, sin perderme en la desgracia y el dolor.

A ti, que me escuchas y lees mis locas historias que evolucionan con cada cosa que vivo, con cada cosa que vives y me cuentas, y que yo escucho, transformo y moldeo para que sean parte de mí misma.

A ti que me enseñas, que me tienes paciencia, y que me inspiras.

Porque ya no siento rencor, y lo único que tengo ganas de hacer es escribir una bonita historia, aunque me de miedo que el resultado final no llegue a parecerse siquiera remotamente al brillante paisaje que guardaba en lo más profundo de mi alma.

A ti, que sin saberlo, te apasionaba la arqueología, quiero hablarte de amor desde ese corazón olvidado que encontraste por ventura.

11/05/2009

Frozen, bitter shield

Yo era feliz, ¿sabes?

Quería permanecer allí, en la oscuridad, en el frío hielo, acunada en el silencio, alejada de las risas, escondida en el dolor y la ignorancia.

Quería seguir viviendo entre esa nada, donde todo estaba controlado, donde la vida era un tenue lamento, un llanto monótono, en ese húmedo agujero donde la felicidad no abarca, donde no llega la alegría. Ni la esperanza. Ni la luz. Ni el amor. Donde estaba sólo yo con mis tristes recuerdos cubiertos de polvo, de unos días felices tan, tan lejanos, que pertenecían a un mundo de ficción donde yo era un mero espectador.

Tan vetustos y deshilachados que los contemplaba como quien observa uno de esos souvenires congelados, réplica de un paisaje bajo miríadas de nieve y purpurina. Estaban allí: aislados, y yo vivía tan pasiva que ni sacudir esa bola me atrevía ya.

Pero tú… Tú escarbaste entre la tierra, removiste mis raíces, sacudiste el universo y me sacaste de nuevo al sol. Y brillaba tanto, quemaba tanto que creí enloquecer. Ansiaba correr. Huir de nuevo entre las sombras. No pude conseguirlo. A mi pesar estaba tan maravillada, era todo tan bello, tan perfecto, tan extático… Y el calor, el tacto, me abrumaba... Y el sonido de la risa, la armonía del paisaje, la felicidad tan vasta que escapaba por las yemas de mis dedos. Parecía que podría volar sin alas y rozar el cielo.

¿Por qué? ¿Por qué tan cruel conmigo? ¿Por qué dejaste que se derritiera mi hielo, que se revolvieran mis recuerdos? ¿Por qué permitirme recordar que la dulzura existía? ¿Por qué me enseñaste lo que era ser feliz de nuevo?

Yo te juro que ya no quería saberlo… Cuanto más para perderlo en el vendaval de un antojo. ¿Por qué? ¿Por qué me hiciste eso?

Y me arrancaste las esquirlas, robaste mi oscuridad, me expusiste a esa maldita llama para arder en un capricho y volver a tirarme de nuevo a un agujero, más profundo, más vacío, más triste y aterrador… Más oscuro y solitario. Más perverso, repleto de pesadillas que se alimentan de mis recuerdos de la felicidad que existe bajo la luz del sol.

Yo, de verdad, no quería saberlo: era feliz en mi amargura y mi obnubilada negación del calor.

7/16/2009

Justicia

He roto todas tus fotos. No queda ni una sola colgada en la pared. Te he borrado de todos los discos duros que he encontrado en casa.

Fue un trabajo concienzudo, pero no es que quiera olvidarte... Es que quiero recordarte a mi manera.

Estuve contemplando todas y cada una de esas imágenes antes de borrarlas por sistema. No había ni una sola en la que te haya podido encontrar.

Ya sé que las fotos mienten, tanto o más que la memoria. No obstante, prefiero engañarme sola.

También he intentado dibujarte, pero te esfumabas en el aire antes de que el grafito de mi lápiz entrara en contacto con la superficie del papel.

Cerré los ojos, para visualizarte primero. Fui incapaz de fijarte un solo momento. Cambiabas rápidamente, huyendo de mí como el mercurio. Fue una experiencia frustrante.

Todo pasaba a la vez. En el mismo instante sonreías, te girabas, mirabas hacia el frente; o llevabas traje, camisa y corbata; llevabas tejanos, polo y bambas… Indistintamente era invierno, otoño o primavera. No te recuerdo en verano.

Alcé la vista, desenfocandome completamente, alienándome de lo demás, intentando evocar un solo momento, un instante que pudiera retener… Y recordé. No una imagen, sino un sonido: el de tu risa.

Te vi.

Te recuerdo en Navidad, recortado contra las sombras de la noche, reluciendo la sonrisa en tus labios. Eso es lo que hay guardado en mi interior. Te busqué en el sitio equivocado. No estás en mi cabeza.

Así que espero me perdones, porque tiré todas las fotos: no te hacen justicia... Pero sabe que conservo la media luna de tus labios para los días amargos en los que deseo olvidar todo lo demás.

7/14/2009

¿Vacaciones? Sí, gracias

OMFG!

Estoy de un mal humor estos días que me subo por las paredes. Voy a tener que ponerle remedio el finde o en algún momento.

No estoy muy segura de a qué es debido, pero lo que sí es cierto es que ni yo me aguanto, y para que yo lo note... Estoy a la que salto por cualquier cosa. Creo que me irán bien unas vacaciones y desconectar del multiverso.

Tampoco ayuda que el libro que me pillara ayer, "Nocturna", tenga una puta mierda de traducción, y que me haya ido directa a Fnac a comprar el libro en inglés. No deberían dejar traducir a gente como ese personaje. Es un atentado contra la literatura.

Para colmo, ayer estaba en el tren cómodamente sentada disfrutando de mi libro, cuando se me sentó una pareja al lado con bebé chillón incluído. En momentos como este pienso en porqué no se aniquilará a la especie humana, o en su defecto, al menos porqué no los esterilizan. Y por si no fuera bastante tortura, tampoco conocían el concepto de "higiene" y tuve que aguantar el jodido hedor que emitían sus cuerpos, en un vagón donde el aire acondicionado brillaba por su ausencia.

Joder... Un día cojonudo.

Supongo que también debe contar que me he quedado sin las cenas de los jueves, o bueno, de algún día en la semana.

Se me hace bastante pesado eso de pasar por delante de una mesa vacía en la oficina, con su desocupada silla a juego... Pensando que en cualquier momento alguien vovlerá a sentarse en ella como si simplemente se hubiera ido de vacaciones de verano. Sé perfectamente que no es así. Que no está de vacaciones, que es un traslado y los traslados no tienen marcha atrás.

Es solo que... No me acostumbro.

No es que me lleve particularmente bien con todo el mundo, ni que me guste contarle toda mi vida a la gente que me rodea, cosa curiosa teniendo en cuenta que llevo un blog como el que llevo... Pero es que jolines... Con mi compi podía hablar la mar de bien. Y me reía, y me divertía, y me gustaba salir a cenar y yo qué sé...

Le echo mucho de menos y sé que no volverá.

Entiendo que para él es mucho mejor como están las cosas, y que debería alegrarme de que haya vuelto a casa después de siete años... Pero bueno podía no sé... Haber esperado siete más, puesto el caso...

Me arrepiento de la cantidad de mañanas que por orgullo no dije nada de bajar al desayuno.

En el fondo no es nada grave. Quiero decir: no se ha muerto. Solo se ha mudado como a ochocientos quilómetros. Siempre cabe la posibilidad de escaparse un finde de visita. Pero eso no quita que en el día a día, esa silla vacía me ponga de mala hostia y que intente pasar por ahí delante con pasos rápidos y decididos, intentando estar los mínimos segundos necesarios en la zona.

A veces pienso que en cualquier momento aparecerá como un fantasma y podré volver a llamarlo pequeño desagradable o a meterme con él. Tampoco me apetece mucho ir al restaurante porque no tengo ni ganas de ver la mesa donde cenábamos siempre. En fin.

Tengo ganas de coger las vacaciones y desconectar, y que cuando venga haya otra persona sentada ahí, en esa silla, para que aunque me enfade, no me sienta tan triste como cuando noto ese vacío en la oficina.

Debería ponerme a pensar en excusas plausibles para aparecerme por el norte.

7/08/2009

Un poquito de cordura

A veces, echo la vista atrás. Como todo el mundo, supongo. Pero cuando echo la vista atrás, no veo el camino que quedó a mis espaldas. Me sigo viendo a mí, cada vez más joven, más pequeña, hasta llegar a la infancia.

Con todo, no es el parvulario lo que me gusta recordar, ni los primeros años de rojiza escuela, porque cuando yo era pequeña la vida del inmigrante extranjero era algo más complicada que ahora. Por aquel entonces la gente no te llamaba moro despectivamente: se conformaban con sudaca.

Los niños eran crueles, pero no se hablaba de bullying que está tan de moda. Simplemente llorabas esa maldad sin ponerle nombre. Porque tu vecina, esa que tiene como tú cinco años, acaba de pegarte en el estómago con la punta del palo de una escoba. Porque no eres española.

Recuerdo uno de los primeros veranos en el piso que alquilaron mis padres. Los vecinos rara vez te invitaban a una fiesta, pero eran amables a pesar de todo. Si es que por amabilidad podía entender que te pasaban unos delicados pastelitos a través de los barrotes del patio, en la distancia, como si fueras a contagiarles la peste, el tifus o una plaga de piojos. A veces agradezco esa frialdad. Quien sabe, igual se me hubiera pegado a mí su mojigatería.

Tampoco me gusta mucho recordar el instituto. Son cuatro años de mi vida en los que no estaba muy segura de quien quería ser. Recuerdo haber pasado por varias etapas hasta que encontré un trozo de mí misma. Pero como ya he contado alguna vez, yo no era de las populares. Yo era de esas pequeñas frikis raras con la nariz sumergida entre las hojas de algún libro.

Más de una vez pensé que yo era más lista, me jactaba de mi inteligencia, frente a la de esos pobres diablos que se escondían a fumar porros y colocarse con cola de impacto en los lavabos. Me daban francamente pena y asco. Supongo que era un escudo como cualquier otro. Con todo, el mío, era mejor.

Tuvieron que pasar muchos, muchos años, y alejarme mucho de aquel entonces para encontrar un poco de paz y un grupo donde estar a gusto. Pasaron tal vez seis u ocho. Era un grupo pequeño, de cuatro personas si me contabas a mí. Fueron muchos fines de semana y muchas noches de risas, con vacaciones de viajes. Una época feliz.

Supongo que fueron las hormonas, el efecto “patito” lo que hizo que me enamorara del primer apollardado que se cruzó en mi camino. Supongo que ayudó bastante que le gustara leer como a mí y que fuera inteligente. Supongo que la distancia ayudó también, porque le tenía idealizado.

A veces, echo la vista atrás hasta recordar esos días con una sonrisa. De cuando era más tonta e idealista.

No me arrepiento de lo que he hecho o he sentido, cada uno es como es y yo siempre he sido… Tenaz, por así decirlo. Aprendí muchas cosas.

Entonces, uno entra en el Facebook, y mira las fotos. Es en ese momento cuando empiezo a darme cuenta de la cantidad de años que han pasado. Y me quedo mirando un rostro que a pesar de todo, a veces me cuesta reconocer. Y pienso… ¿Será posible que yo…? ¿Será posible que tú…? Y no acabo la frase porque nos miro y no nos reconozco.

Es curioso porque los recuerdos seguirían igual de vívidos si me esforzara, pero si intento fijarlos es como intentar forzar la vista para ver esa silueta lejana que se recorta entre los rayos del sol, indefinida.

A veces hago un esfuerzo, intentando superponer esas imágenes en mi cabeza: mi recuerdo y las fotografías. Aunque sean todas de la misma persona no consigo hacer que encajen. El chico de hoy me parece tan mayor, tan maduro, tan serio… Nada que ver con el que yo veo en mi memoria.

Acabo divagando, y pienso que seguramente también yo he cambiado, y que ese cambio ha hecho que contemple el mundo con otros ojos. Quizás yo también soy más mayor, más madura, más seria.

Pero el caso es que a veces, no le reconozco, y que no me reconozco a mí tampoco.

A veces pienso si alguna vez le conocí, o si simplemente, todo era un espejismo que se desvaneció al rozar el aire caliente con la punta de los dedos.

A veces pienso si todos los recuerdos de mis vivencias, almacenados cuidadosamente durante treinta años, son así de volátiles, inconsistentes y cambiantes.

A veces, me pregunto si dentro de diez años, cuando contemple de nuevo todo el camino, desde la distancia, seguirá pareciendome tan borroso e irreal, con esas fantasmagóricas siluetas irreconocibles que se siguen recortando entre las sombras del tiempo.

7/02/2009

A un tenista retirado

A veces creo que simplemente te acostumbras. Porque las cosas son siempre iguales un día tras otro, y al siguiente… Así que das por sentado que nada va a cambiar y que todas las mañanas seguirás viendo a las mismas personas.

Piensas que llegarás por la mañana y verás a todo el mundo, contando los viejos chistes malos y poniéndote al día de los cotilleos. Piensas que tienes todo el tiempo del mundo y que no importa si una semana no te has puesto al día, porque ya charlarás la semana que viene.

Quizás es que no todo el mundo siente las cosas de la misma forma, igual que no todos pensamos tampoco de la misma manera. Porque abres tu corazón y compartes tus vivencias esperas que los demás hagan lo propio.

Piensas, cómo puedes haber pasado tanto tiempo con alguien cerca y haber hablado tan poco, y sin embargo te alegras de haber podido ser tan sincera. Incluso –tal vez- cuando no tocaba. Creo que algunas personas son reservadas y no están hechas tanto para hablar como para escuchar pacientemente, y que cuando consigues que te hagan partícipe de una parcela de su vida, puedes sentirte muy orgullosa. Sentirte, y estarlo.

Yo creo que echaré de menos esas noches de jueves, con las cenas en un italiano perdido de la mano de dios, al que se llega con sed y hambre después de haberte extraviado por las calles. Pero no importaba, porque la charla amenizaba los pasos al andar.

Supongo que ya no me reiré tanto en algunas cenas de Navidad. No es fácil sentirse a gusto con los compañeros. Y pocas veces esos compañeros se acercan a la categoría de amigos.

A veces, pienso, me hubiera gustado tener más tiempo para ver si un compañero puede transformarse en amigo.

Es demasiado reservado, pero debe ser parte de su encanto.

¿Quién me pasará ahora los capítulos de Heroes?

Es un torpe, pero le echaré algo de menos.

6/17/2009

Hambre

Tenía tanta hambre… Tanta hambre, que creía que me iba a morir.

Ya no quedaba absolutamente nada comestible.

Había agotado todas las provisiones que tenía a mi alcance, al igual que mis compañeros. Llevábamos horas despiertos, sin parar.

La sensación empeoraba con el tiempo.

Cada centímetro que el sol ascendía esplendorosamente por el cielo, parecía una burla y nos recordaba el cansancio que se filtraba en nuestros huesos.

No sólo el cansancio… También estaba el frío, esa sensación helada a pesar del día brillante y maravilloso que se mostraba ante nosotros, con el despejado cielo azul, y el exuberante verdor de los árboles que jamás alcanzaríamos a rozar desde aquí. Tan cerca, y tan lejos, en nuestra dolorosa esclavitud.

Las horas fluían en silencio, entre miradas disimuladas que nos lanzábamos los unos a los otros, deseando que en cualquier momento un poco de comida apareciera en el aire por arte de magia, algo que nos evadiera por un segundo.

Poco a poco, a los rugidos famélicos se unieron emociones poco gratas: molestia, rabia, desesperación, angustia, agresividad…

Aquellos que estaban acostumbrados al sabor del tabaco, se volvían más irascibles por segundos, ante la imposibilidad de obtener una pequeña dosis de nicotina adicional. Casi me daban lástima. Al menos, yo, tan sólo notaba que el hambre roía cada centímetro de mis entrañas. Mis manos no temblaban espasmódicamente con el hueco perfecto entre los dedos índice y corazón, donde ellos esperaban ver en cualquier momento, el menudo cilindro de papel blanco con su corona dorada.

Realmente, ¿desaparecería alguna vez este pesar?

Aunque era conscientes de que pronto llegaría el inevitable final –lo cual nos ungía de cierta felicidad y descanso-, y que de alguna manera nos sentiríamos libres aunque mañana volviera a comenzar otra vez todo de nuevo… No podía dejar de odiar el maldito aire acondicionado de la oficina, que me estaba matando, ni a la gente que paseaba más allá del cristal a cinco metros de mí disfrutando del perfecto día de primavera, ni podía dejar de maldecirme tampoco, por haberme dejado en casa el desayuno, junto al monedero.

¡Maldita sea!

5/11/2009

Anhedonia

Si no lo dices, si no lo piensas, no existe.

Y porque no existe, no duele, te convences.

Te permites el lujo de seguir caminando por los mismos lugares, como siempre, como cada día, como hiciste ayer y como harás mañana, con algo guardado en lo más hondo de tu corazón. Tan profundo está escondido que no alcanzas siquiera a percibirlo. O tal vez no lo percibes porque careces del valor de clavar los ojos en esa profunda oscuridad.

No late, no hace ruido, ni siquiera transmite su calor. Está muerto a todas luces. No obstante, no fue ayer: fue hace mucho. Tantos años que ya no te perturba. Tanto que ni siquiera en tu memoria permanece el recuerdo del último día que algo te atravesó.

Por eso, caminas sin sentir nada, olvidando los hechos y olvidando las palabras, pensando que eres fuerte y que nada ha sucedido, que despertarás mañana al nuevo día sin llorar. Porque eres fuerte, te convences, y ya no lloras… Si no lloras sea tal vez porque no tengas más lágrimas que derramar.

Y en cada paso algo se hunde, en cada paso algo se aleja. Te congratulas sin afrontar que no es el ánimo lo que te empuja, si no que te estás consumiendo hasta la médula.

Mutilaste todos tus nervios uno a uno.

No te queda corazón para sentir.

10/01/2008

Splitted

La verdad es que llevo unos días que para qué. Parezco el Dr. Jekill y Mr Hyde. Paso bastante rápido del buen al mal humor, aunque en el fondo no tengo así demasiados motivos para estar enfadada. las cosas van como van, y salen como salen.

El otro día vi un cartelito por ahí no sé dónde, que decía que todo tiene un final feliz, que por lo menos llega al final. Sí bueno, tengo mis teorías al respecto.

Quizás estoy demasiado amargada. Quien sabe.

La verdad es que en esta psada semana he llegado a odiar internet. Pero a odiarlo de veras. Yo. Eso ya es grave.

Que yo diga odie internet... En fin. Es como que el Papa declare que Dios no existe. Algo del estilo, que indica que estamos cercanos al apocrilipsis.

Mal mirado internet es como un arma de doble filo.

Estos días pasados encontré viejos amigos de cuando iba al instituto, gente que hacía mil que no veía, y me alegro mucho de haberlos encontrado la verdad. Aun me queda ver si en algún sitio por ahí perdida, puedo localizar a Georgina.

La cosa es... ¿Hasta qué punto puede un reencuentro con alguien hacer tambalear tu vida? No sé, no lo tengo muy claro.

Cuando era pequeña, me gustaba un tal Héctor Carrasco. Bueno, primero fue un pobre chaval, Tomás Morgado, que era así majo pero claro yo iba a primero de EGB, asíq ue eso no cuenta xD Después el que más tiempo me duró fue Héctor, que a todo esto no sé qué le vi.

Mirando atrás me doy cuenta que siempre he sido bastante obsesiva, en el sentido que si alguien me gusta, quiero saberlo todo de ese alguien. Imagino que visto desde fuera, asusta. No es que me dedique a preguntar directamente, claro, pero sía fijarme en los detalles y averiguar por mi cuenta intereses, aficiones, conocidos, todo lo que pueda. Es la maldición de ser muy inteligente y saber acudir a muchos recursos.

De todas formas, erróneamente me ha pasado que los objetos de mi investigación han creído que les quería más de lo normal. No es así. Simplemente, soy muy curiosa. Lo hubiera hecho por cualquier persona que me llamara un mínimo la atención. Aunque también es cierto que luego me encariño muy rápido.

Pero el tiempo pasa, para todo el mundo. A veces me acuerdo de Joan, tachándome de romántica porque me gustan las películas ñoñas, aunque yo ya sé que eso no existe y por eso precisamente, insisto, me encanta ver esas pelis. Igual que leo libros de fantasía aunque sé que no existen los dragones, solo porque sería bonito que tal vez existiera. Soñar es gratis. A veces se me hace tan dura la realidad, que ¿para qué voy a ver treinta películas como "Munich", o como "Un corazón indomable"?

Por eso yo sé que las cosas me afectan hasta cierto punto.

Dicen por ahí que la memoria engrandece los recuerdos, los modela, los tergiversa... Bueno, imagínate ahora que mezclas eso con internet, y coges un recuerdo, lo reencuentras en la red a través de una red social, y lo reafirmas mitificándolo además con al distancia. "Dinastia" al lado de eso es broma.

¿Por qué la gente tira cosas que tiene, por castillos en el aire? No lo puedo entender bien.

Hoy por hoy sé que si estando yo con alguien apareciera Héctor, le mandaba al carajo. Es más, hoy por hoy, se me aparece Tony que es la persona que más he querido en mi vida, y le mandaba al carajo igualmente. Pero parece que a veces las espinas se quedan más clavadas en algunas personas que en otras.

Entonces, miras la contraparte, y averiguas por ahí que esa quimera estaba casada, prometida, "arrejuntada", o como quieras decirlo, con alguien; cuando justo a través de una red social reencuentra a la persona que tú estás conociendo, y empiezan a hablar. Y un buen día, ella se entera que tú existes y da a entender que está celosa. Y el chico en cuestión cree leer que entonces si se pone celosa, es que él le importa. Y te deja porque quiere intentarlo con ella, quimera que hace 13 años que no ve, y todo en base a un recuerdo.

Es difícil de racionalizar. Bueno, como cualquier sentimiento en esta vida.

Entonces empiezas a pensar en lo poco que vales, aunque todo indique que no es culpa tuya. Y pienso joder, yo me merecía esa oportunidad. Quiero decir, yo estaba ahí, yo demostré interés, yo me cogí un avión y me fui a verle, y no porque esté enamorada ni nada, si no porque pensaba que valía la pena conocerlo más. Y no me hubiera importado para nada seguir conociéndolo.

Me gustaría que fuera una de esas excusas malas que te dan por ahí, pero va a ser que no.

Entiendo también que no vale la pena que le de más vueltas, por más que me jodió y me dolió. Porbablemente bastante más de lo que se haya pensado. Pero no fue tanto por su culpa como quizás por culpa mía por sentirme estúpida por confiar en nadie. Cada vez se te van más las ganas de confiar en la gente.

Reencontré en esa red social a mi amigo de la infancia, quien intentó muchas veces hacer de mí alguien más asquerosa y superficial, para que me jodieran menos y disfrutara más de la vida. Bueno, creo que igual es tiempo de probarlo.

A más camino más compruebo que la vida no está hecha para las buenas personas, ni laboralmente ni en lo personal.

Me imagino el panorama, aunque no quiera, de la muchacha esta que estará ahí con los lloros de lo mal que le fue con su relación anterior, etc. Y me acuerdo de eso tan típico que hace la gente que para superar una relación fallida se enganchan a lo primero que viene, y si encima te hace caso, y está empezando otra relación con alguien... Bueno, una dosis de celos para demostrar que a ti también te importa.

Qué más da que intente entenderlo. Qué más da como sea. La cosa es que valgo menos la pena que eso. Pues nada.

No es que viva amargada, porque a veces miro el blog y pienso, joder, no escribo una puta cosa alegre. No es que no me pasen cosas buenas (que son las menos, también hay que decirlo), pero necesito desfogarme de las malas.

A veces siento que algo dentro de mí se rompe, cuando creo que ya está bien pegado y me va costando más y más arreglarlo, como pegar una figura que se ha caído y a la que se le rompió un brazo, y cada vez que se cae cuesta más pegarlo hasta que un día igual ya no puedes hacer nada.

No es que no sea capaz de estar alegre, ni que no me ría con los demás, es simplemente que estoy jodida y siento esas dos partes de mí separadas como el agua y el aceite dentro del mismo vaso, y no soy capaz de cohesionarlas. Además está el hecho de que soy muy fatalista, todo sea dicho.

Los fines de semana son los mejores días, sobretodo cuando quedamos para comer, cenar, ir al cine, jugar a rol (sí, ahora estoy descubriendo el rol de mesa y hombre, me río bastante), vemos una peli, cocino, paseamos y tal. A veces me quedo a dormir en casa de Dereck y Meri porque duermo mejor en su sofá que en mi cama, pero ya no lo necesito tanto. Supongo que es el hecho de saber que no estás solo en la casa, y que ese sofá que lanza soul link al instante te atrapa (me he dormido intentando ver "La novia cadáver", "El caso Slevin", y no sé cuántas más).

Y cualquier día dejo Warcraft, porque ocupa mucho tiempo y cada día es más aburrido; y descubrí con Rosa un centro cívico cerca del trabajo donde hacen varios cursitos interesantes, además que estoy muy emocionada con el tema de la gastronomía.

Por cierto, que el tema de viajar me ha gustado mucho y creo que voy a seguir con ello en los años venideros, aunque la verdad prefiero viajar sola a ir en según qué compañías.

9/18/2008

Señales

Parecía todo tan obvio, y para mí era todo tan extraño…

No es que jamás hubiera viajado a otros países, de hecho había estado en cinco, y este era mi sexto destino.

Aunque todos eran parecidos cuando visitaba sus capitales, y aunque todos tenían edificios y calles o vías (en mayor o menor medida más austeras o más hermosas en su arquitectura y construcción), todas eran diferentes y en ello -supongo- se encuentra la enormidad de viajar y conocer nuevos lugares.

La primera vez que viajé, era muy joven, y aunque para muchos pudiera parecer precoz, tenía tan solo dieciséis años cuando me establecí por tres años en la capital que elegí como destino. Era mi primer viaje al extranjero, y había oído maravillas en boca de mis amigas, por lo menos tres o cuatro habían empezado ya a deambular fuera de casa a sus anchas, y yo, envidiosa, decidí que también quería probar suerte y dejar atrás la seguridad de mi casa paterna.

Aquel donde me instalé, era un humilde pueblo costero, no demasiado basto en extensión, ni tampoco demasiado refinado. Parecía haber sido construido como una villa que fue creciendo poco a poco.

No había demasiadas comodidades, salvo un gimnasio y una casi exangüe biblioteca. Restaurantes, los justos y necesarios. Pero mi favorito -como siempre-, era un italiano al que cada viernes acudía a cenar, si podía ser cerca de la ventana que daba a las ramblas, desde donde en ocasiones contemplaba el mar.

Siendo como era un emplazamiento tan sencillo, me acostumbré rápido al lugar. Acabé conociéndolo como la palma de mi mano, y era difícil perderse callejeando porque todo estaba (aunque de forma primitiva) bien señalado en cada esquina para que nadie pudiera llegar a extraviarse.

Parecía que la confianza vivía de forma perpetua entre los ladrillos y el asfalto, y en esos tres años no encontré apenas un rincón oscuro que pudiera producirme inquietud haciéndome sentir insegura.

El pueblo me arropaba, y dormí en paz todas las noches hasta prácticamente el final de mi estancia.

Conforme los años iban pasando, no obstante, empecé a notar una cierta sensación de agobio.

Daba la sensación que el pueblo se me había quedado pequeño. Empecé a aburrirme de pasear por las mismas calles, comer en los mismos sitios, me sentía encerrada, encajonada, y cuando hablaba con mis amigas les comentaba que igual hice una elección errónea, pero claro, también hay que entender que era la primera vez que me lanzaba a la aventura.

Poco a poco fue cambiándome el humor, empezaba a estar más irascible, no tenía dónde huir, siempre encontraba las mismas caras conocidas.

Empecé a valorar la posibilidad de realizar actos vandálicos contra los inmuebles que antes tan hermosos me parecían, con la idea de que alguien se dignara a echarme de allí, aunque en realidad quería destrozarlo todo porque simplemente empezaba a odiar ese emplazamiento.

Mi presencia desarmonizaba allí por donde pasaba, dejando cicatrices en forma de grafitis en las paredes, y otros comportamientos poco honrosos.

Fue entonces, al darme cuenta que estaba perdiendo el respeto por aquella villa que tan gratamente me había acogido, donde había pasado tres años increíbles conociendo un montón de sitios nuevos, descubriendo tantas emociones, sensaciones y sentimientos nuevos, que decidí que tenía que marcharme de ahí.

Cuando partí, decidí volver una temporada a la comodidad de mi ciudad natal, a la casa de mis padres, a esas cuatro paredes que tan bien conocía, porque me pareció que no estaba preparada para cambiar a otra ciudad nueva repleta de desconocidos.

La tranquilidad de convivir con ellos aguantó apenas un año, pues como bien era sabido por mis amistades, el trato con mi padre no era del todo amistoso. No sé porqué pero creo que se podría decir que por algún motivo, nos odiábamos mutuamente.

Estaba tan harta de todo, tan hastiada, tan histérica, tan resentida, que me marché de nuevo una vez más, pero esta vez, casi como vendetta personal contra mi progenitor, eligiendo como destino una ciudad que sabía que él detestaba a pesar de que yo jamás habría tenido noticia alguna de su existencia, de no ser por las fotos y vídeos que él me enseñó en su día (hecho del que ahora seguramente -en breve- iba a estar profundamente arrepentido).

Su primera reacción al saber la noticia de mi marcha fue de cierto alivio, porque con ese movimiento yo demostraba que estaba superando mis rabias y recuperando mi entereza. Pero claro, bien me había guardado yo de decirle dónde iba en realidad, pues tenía la certeza que si se enteraba antes de que tuviera todo atado y bien atado, pondría todo de su parte para impedir mi marcha.

Poco más tarde de dos semanas después, lo tenía todo organizado para establecerme de nuevo por mi cuenta.

Creo que a primera vista lo que más me gustó de aquel lugar, fue la cantidad de museos y galerías que había en todas partes. Era como si todo el mundo en aquella ciudad fuera un apasionado del arte, ilustraciones en escaparates de artistas desconocidos, y a mí, eso me fascinaba, me encantaba, me deslumbraba. No había día que no recorriera las salas descubriendo maravillas de artistas cuyo nombre oí mentar jamás.

El centro estaba tan bien comunicado, que podías moverte sin problemas hacía donde quisieras. Había cafeterías abiertas hasta bien entrada la noche donde era posible quedarte conversando en las calles más allá de la hora bruja. En el centro, no había peligro alguno incluso en la oscuridad de la noche, ya que elaboradas farolas iluminaban la zona, mientras los carteles indicativos te dirigían de vuelta si por desgracia llegabas a extraviarte.

Por aquel entonces empecé a dibujar con mayor frecuencia, animada e inspirada en gran medida por todas las obras que me rodeaban día y noche. Parecía que mis manos estaban poseídas por las musas, mientras daba forma una ilustración tras otra a los seres que habitaban por aquel entonces en mi imaginación, mejorando con cada trazo.

Fue la época más prolífica de mi vida, y desde entonces, tomar un lápiz entre mis manos es una costumbre que se ha ido espaciando poco a poco cada vez más, hasta el punto que tengo que sentir algo tremendamente fuerte para que la imagen irrumpa en la hoja a través de mis manos.

En mi euforia, y sintiéndome segura de mí misma, decidí escribirle a mi padre una misiva explicándole que me había mudado a esa ciudad tan esplendorosa que él me había descubierto (y que ahora seguramente detestaba por dos). La respuesta no se hizo esperar, presa a medias de la rabia y la desesperación, instándome a volver en el acto.

Pero yo, desafiante, ignoraba su cháchara y me regocijaba en cierta medida con su creciente impotencia, con el sabor dulce de estar haciendo algo que le molestaba profundamente, pero que no podría remediar.

Con la osadía que otorga la confianza, un día decidí aventurarme por la periferia de los barrios que rodeaban al centro, donde todo era tan hermosamente idílico.

Conforme iba avanzando, los carteles empezaban a desaparecer, y por las noches me percaté de que la iluminación escaseaba en las aceras. No es que no hubiera farolas, que en realidad ahí estaban, de pie, inmutables, pero rotas o con sus luces parpadeando de forma agónica.

Con todo, jamás me amilané y siempre seguía aventurándome un poco más, explorando los nuevos terrenos.

A los seis meses empezaba a conocer el extrarradio tan bien como los barrios con sus galerías.

Cuando llevas tanto tiempo recorriendo las mismas calles, empiezas a fijarte en los detalles. Me percaté de algunas anomalías aquí y allá. Era como si nadie se hiciera cargo del mundo que existía más allá de los museos y las cafeterías. Aquí, había boquetes en las calles, algunas baldosas estaban rotas, incluso excrementos resecos de animales estropeaban el paisaje.

Existía la miseria, hasta el punto que muchas veces me ofrecí a entregar limosnas, o a pagar incluso algún almuerzo. No alcanzaba a comprender el contraste tan acusado entre esas dos partes de un todo que coexistían como si fueran el día y la noche de la misma ciudad.

Aquí las miradas vibraban entre reparos y mentiras, con el brillo de la desconfianza que tan raro se me hacía al compararlo con la multitud de sonrisas del centro. Aquí, la gente incluso intentaba que me extraviara del camino cuando intentaba volver a mi apartamento.

Aunque me doliera en lo más profundo de mi ser (porque una de las cosas que más ocupa mi corazón es el orgullo), las dudas estaban echando raíces en mí, y comenzaba a creer que tal vez –y sólo tal vez- mi padre hubiera estado acertado en sus juicios sobre este sitio.

Quizás tenía razón. Quizás no era todo tan maravilloso. Quizás estaba plagado de gente malvada, de mentirosos, de vándalos que iban a acabar por arrastrarme sin remedio hacia una vida de oscuridad y pesar. Pero entonces, recordaba las delicadas filigranas de los edificios que había visto el primer día, el esplendor del cielo, y no podía creer que algo aparentemente tan bello y perfecto no fuera realidad… Y con todo, la duda había arraigado y empezaba a crecer mientras yo intentaba hacer caso omiso.

Dejé de visitar la periferia, prefiriendo quedarme dando largos paseos entre los cuadros hermosos y las amplias avenidas, como un niño pequeño que niega la existencia de aquello que no ve. Mientras, mis ojos ahora suspicaces detectaban detalles en los que no habían reparado antes, como el movimiento por el rabillo del ojo de una sombra furtiva que te acecha, la caja que ejercía de hogar a medio recoger de un indigente, las sonrisas de la gente que me cruzaba que ahora se me antojaban falsas.

La paranoia se acentuaba día a día. Ya no me sentía cómoda caminando sola, ya no me entretenía asomarme a las galerías ni pararme en las terrazas de los cafés, mientras todas las imperfecciones que había visto en los barrios exteriores parecían aflorar cual setas tras una copiosa lluvia en el bosque.

Probablemente la explicación es que yo tergiversé la realidad. Veía lo que quería ver, los ojos ciegos a lo malo que no quería percibir. O quizás es esa reacción tan humana a estar extasiado ante la novedad, durante ese tiempo en el que todo es tan perfecto y maravilloso que vives como hechizada.

Lo que tienen los hechizos, es que cuando se rompen te das de bruces con la cruda realidad, de sopetón. Es como caer con un paracaídas sin que éste se abra, por lo que te desintegras contra el suelo. No recuerdo exactamente cuándo ni cómo pasó. Quizás fue el cansancio.

Vivir de y entre mentiras es muy agotador, básicamente porque matas el tiempo generando excusas para modificar todo aquello discordante que ves, y así llegó el día en que realmente ya no daba más… Pero tampoco quería volver a mi país, a mi ciudad, con el rabo entre las piernas y reconociendo que me había equivocado.

Aguanté y aguanté, pero llegó la mañana en que irrevocablemente, tuve que volver. Y lo hice feliz y liberada, sin pensar siquiera en la ciudad que dejaba a mis espaldas, en el desencanto que sufrí, si no más bien volví intentando engañarme haciéndome creer que jamás había viajado allí.

Periódicamente fui alternando la vida donde nací, con otros paisajes. Después de aquel periplo que me recordó (más que enseñarme) que no hay peor ciego que el que no quiere ver, y en el que aprendí a marchas forzadas lo mala que puede llegar a ser la gente y lo poco de fiar que son; viajé tres veces más.

Mi tercer viaje acabó en una gran ciudad, mayor aun que la que había visto antes, y el mejor recuerdo me lo llevé creo que las panaderías y pastelerías en las que pasaba algunos fines de semana leyendo. En ocasiones llegué a trabajar de panadera, para ayudar a quienes me habían acogido en su casa. Acabé aburrida del lugar también.

La apatía del gentío, las pocas ansias de lucha, el conformismo que se respiraba allí no cuajaba mucho con mi forma de vivir ni mis aspiraciones.

Si de algo me ha servido viajar “tanto” es que en cada visita he aprendido algo de mí misma, aquella ocasión, por ejemplo, fue darme cuenta de que no podría estar jamás en un lugar donde la gente no tuviera ambiciones, donde fueran grises, apáticos y derrotistas, como si estuvieran esperando siempre a que yo, la viajera emprendedora, arreglara sus vidas, cuando en realidad ni yo misma era capaz de sostener la mía.

Después de esto, tras volver a casa, tardé cuatro años aproximadamente en sentir esa necesidad de marcharme dejando nuevamente la patria a mis espaldas. De hecho, debido a las experiencias anteriores, me sentí muy reticente a viajar de nuevo (de ahí mi poca iniciativa).

La vida no es como la pintan en las películas, ni los países tan increíbles como los documentales de la tele. Pero un buen día se cruzó delante de mí un panfleto publicitario muy bien maquetado, con unas fotos tan atractivas que decidí probar suerte. Además, era un sitio bastante diferente y tras mucho debatirlo conmigo misma pensé… ¿Por qué no?

Así que en la siguiente ocasión, hice mis maletas y acabé en algún rincón muy avanzado tecnológicamente. Aun hoy me sorprendo de que no tuviera que insertar un password para tirar de la cadena del water.

Allí absolutamente todo funcionaba con ordenadores. Era impensable un hogar sin tres o cuatro, e incluso llegados a un punto satirizaba con la idea de que cualquier día me despertaría y me habrían cambiado mi lavadora por una con un sistema operativo más novedoso.

Fue una experiencia interesante, y quizás la más vívida porque me aventuré no sólo a viajar, si no a hacer el recorrido en compañía.

Hacer un recorrido en compañía es una experiencia siempre única, dependiendo de quien tengas por compañero de travesías. Aprendes muchísimo sobre ti, sobre los demás y sobretodo lo que es la convivencia en un espacio reducido. Aprendes a querer a alguien o a odiarle a muerte. A mediar, a ceder, a amoldarte… Aprendes los límites de las cosas que estás dispuesta a tolerar y aquello en lo que no vas a ceder un pelo.

Curiosamente te sorprendes con una nueva escala de valores. Muchas cosas que parecían vitales acaban pareciendo tonterías por las que no vale la pena discutir.

Con todo, tanta tecnología creo que terminó por desquiciarme. La gente se comunicaba durante hors y horas ordenador mediante, todos concentrados en sus pantallas y parecía que la vida exterior no existía. Acabé muy estresada de que mi compañero en vez de hacerme caso a mí se abstrajera tantas horas con sus pantallas, prácticamente ignorándome.

Aprendí que muchas veces es mejor dejar a las personas en la intimidad y que lo peor que puedes hacer es mirar ni que fuera por error, a qué dedican otras personas su tiempo, porque muchas veces descubres cosas que hubieras preferido no saber nunca.

De ahí yo creo el que empezara a valorar cada vez más mi intimidad y la intimidad ajena. Era algo parecido a “si sabes que no te va a gustar la respuesta, no hagas la pregunta”.

Pasé otra temporada sabática, recuperándome del viaje anterior, aproximadamente un año hasta que creí que podría estar medianamente preparada para salir al mundo de nuevo.

Aunque me encantaba viajar, y no tenía reparos en seguir viendo mundo, sentía que ya no era aquella niña de 16 años que había pisado el extranjero por primera vez, con los ojos abiertos como platos y el corazón cándido.

Cuando volví a mi “hogar”, decidí que era momento ya de deshacerme de todos los lazos que me unían a mi familia, y que necesitaba vivir aunque fuera allí, por mi propia cuenta, porque con tanta historia a mis espaldas, necesitaba estar a mi aire.

Me estaba volviendo curtida, cada vez más recelosa, en cada nuevo sitio descubrí que la gente dejaba mucho que desear. Debe ser acción y reacción, probablemente yo también me volví peor persona, y la impresión que haya ido dejando como extranjera haya sido en consonancia.

Pero siento que conforme el tiempo pasa me vuelvo más egoísta, más fría, más temerosa, menos efusiva. Creo que todo ello es debido al miedo por no saber qué me voy a encontrar la próxima vez que me embarque en un viaje a no sé dónde, y mi tendencia natural es esperar siempre lo peor aunque desee que pasen cosas buenas.

Pero está en mi naturaleza, o en la naturaleza humana descubrir nuevos espacios, nuevos lugares, nuevas costumbres, quizás a la espera de llegar a un lugar que aunque muy diferente del sitio donde naciste, puedas llamar hogar, porque te sientas como en tal allí.

Un año más tarde estaba probando suerte de nuevo, otra vez lo más cerca del mar que se me ocurrió. Me declaré prácticamente apátrida y me enrolé en un naviero, a surcar los mares allá donde nos llevara el destino.

De todas las maravillas de la tierra, curiosamente el mar es lo más bello. Lo da y lo quita todo. Tiene reacciones inesperadas. Te da de comer o te mata de hambre. Pero la gente que vive en la costa, con sus frágiles navíos, que conocen de la crueldad y la belleza de esas aguas salvajes y saladas, tiene un espíritu especial. Tiene un espíritu libre, parecido al mío pero a la vez distinto.

Aquella ocasión descubrí que por más que me gustaba bañarme en esa humedad salada, soy una mujer de tierra, y no tengo la mentalidad necesaria para establecerme en un sitio así. Y aunque en el proceso siga visitando las playas por donde caminé, e incluso a veces viaje hasta aquellos puertos en los que escalamos, sé que estoy mejor donde vivo ahora.

Después de cada viaje, incluso en el más corto que ha durado un año, esperaba volver tranquila, pero generalmente me fuera por voluntad propia o porque me echaran ya que se me acabó la visa, tan sólo en una ocasión me sentí feliz. El resto, por lo general apenada.

Ahora que soy más objetiva, creo que lo que más me apenaba era no haber descubierto un sitio para mí. Creo que en el fondo -y aunque sé que es muy improbable- creía que no lo encontraría jamás.

Desde aquel último viaje por el mar, pasó otro par de años hasta que me moviera. La verdad no tenía ganas ningunas de recorrer otras tierras, quería simplemente estar tranquila, decidir qué hacer con mi vida, si estaba dispuesta a seguir invirtiendo o despilfarrando mi tiempo y dinero en esa búsqueda estéril que parecía no llevar a ningún sitio.

Ya no quería viajar a la aventura. Estaba aburrida de los pop ups que saltaban por Internet, de los papelotes que repartían al tun-tun por la calle, de los anuncios en los periódicos que leía en los bares. Llegué a la conclusión que todo era la misma basura.

Hasta que un buen día me llegó un amigo moviendo vivamente una hoja en la mano, y me la entregó. Yo la miré y nada más verla me quedé extasiada. Aquel folleto de viajes tenía una pinta tan atractiva. No era como los demás, resaltaba más las maravillas culturales dentro de sus fronteras, aunque no puedo negar que no me atrajeran las fotos de su exhuberante paisaje. Inmediatamente me sentí atraída por ese nuevo destino y me negaba en rotundo a soltar el papel.

Venía tan bien recomendado… Mi amigo me dijo que había estado viajando a aquellos parajes desde su infancia, quizás hacía quince años. Prometía que no me arrepentiría, que era un sitio bastante seguro, con ciudadanos amables e inteligentes, personas muy divertidas y buenas. Era tan tentador. Decidí rehacer las maletas porque algo dentro de mí ardía en deseos de ver esos horizontes, de contemplar como era amanecer bajo su cielo, de descubrir como sabría la comida sobre sus mesas.

Y tenía (y tengo a ratos) tanto miedo de volver a descubrir la mezquindad de los humanos que habiten allí, tanto miedo de que me guste demasiado y expire mi visa, o me echen como persona non grata, tanto miedo de que decidan acoger una nueva delegación de visitantes que sustituya mi presencia en esta nueva casa; que a veces creo que me cuesta respirar.

Disfruto muchísimo de todo lo que estoy viendo, degusto cada día con una voracidad tal que parece que vaya a ser el último amanecer en estas fronteras, pruebo un plato tras otro y la gastronomía es tan exquisita que jamás sacio mi hambre si no que la veo incrementar junto a mi deseo de permanecer donde estoy.

Descubro un barrio tras otro y aunque muchas veces el gentío es más callado de lo que yo desearía, más reservado, aunque no por ello me atreviera a llamrlo insensible, si no simplemente menos demostrativo de sus sentimientos, me gusta pasar mi tiempo con mis nuevos vecinos.

A veces, debido a tantos sitios en donde he estado, y a tantas reacciones que he podido observar en la gente, tengo miedo de que sean falsos conmigo, de que me acojan por compasión o quien sabe porqué. Aquí la gente es tan reservada que tienes que intuir si te aprecian o no.

En este breve tiempo de estancia, he llegado a la conclusión de que aquí se les conoce por lo que no hacen. Es decir, intento dar por sentado que soy bien recibida mientras no se diga lo contrario. Me paso los días buscando señales que demuestren qué piensan sobre mí los demás, esfuerzo fútil y vano.

Siempre he pensado que soy una persona bastante cristalina, que dejo a entrever lo que siento y pienso en todo momento. Tal vez no sea así. Tal vez aquí la gente crea que es obvio lo que sienten, y por eso no hace falta demostrarlo, como yo tampoco lo demuestro en demasía (principalmente por decoro, aunque sé que en realidad la descripción que estoy buscando es "miedo al rechazo").

Seguramente es que soy nueva y llevo poco tiempo recorriendo estos parajes, y conforme el tiempo pase iré cobrando confianza en mí misma sin esperar que salte el Coco detrás de una farola, o que venga inmigración a echarme a patadas para fuera. Supongo que no puedes conocer una nación en una semana, ni esperar que te conozcan.

Estoy intentando aprender a confiar en esa gente, a mentalizarme de que no todo el mundo es malo, falso o viperino, aunque me cuesta y a veces temo encontrar el rechazo escondido en la sonrisa. Pero supongo que siempre llega un momento en el que tienes que confiar y a fin de cuentas, cada país es un mundo completamente distinto. Seguramente el problema está en mí, ya que hasta el momento no he descubierto nada que me haga pensar que soy mal recibida, si no creo que es más bien al contrario.

Es solo que tengo que acostumbrarme a las costumbres de los lugareños, a sus modos de hacer, que son muy diferentes de los míos, persona bastante más efusiva (por norma general aunque ahora sé que no lo parece) y pasional.

Cada día me levanto con un hambre voraz de descubrir sitios nuevos, sabores nuevos, historias nuevas, paisajes nuevos, y degustar hasta empacharme todos los que ya conocí y descubrí que me encantan.

Cada mañana me levanto con tanta, tanta, tanta, pero tanta hambre, que pienso que por más que me abalanzara a devorar todo lo que aquí se ofrece, al llegar la noche moriría de inanición antes que amanezca el nuevo día.

7/10/2008

Reconocimiento

(c) Ai Yazawa - Nana


Como sentía que no me valoraba, me esforzaba en destacar. Porque nunca, o casi nunca, recibía sus halagos.

Creía que tenía que brillar como una estrella. Quería que todos me admiraran, que me adoraran. Y entonces tal vez, se daría cuenta de que yo también estaba allí.

Así que me alimentaba.

Me alimentaba de ellos, de sus palabras, de sus miradas, de sus caricias; y con ello crecía poco a poco, como una planta que recibe su dosis diaria de agua y calor.

Poco a poco extendía mis ramas al cielo, esperando ver crecer las hojas verdes y delicadas y anhelando impaciente un día ser capaz de florecer y dar un fruto delicioso.

Siempre dejándome la piel a tiras en el esfuerzo que representaba lucir la sonrisa perfecta, irradiando simpatía, destilando inteligencia. Arreglada, cuidando las apariencias, todos los detalles con la minuciosidad de una estrategia de batalla.

En algún momento me acabé desdoblando en dos, y era incapaz de distinguir donde comenzaba la “farsa”, y si realmente era tal. Al final era como el traje que luces cuando vas a la oficina, ese estilo formal que acaba parasitando tu armario y que se impregna en tu casa hasta que es imposible arrancarlo de allí.

Pero en mi fuero interno, yo creía... Yo sentía… No: yo SABÍA que por más que cultivaba mis virtudes, algo hacía que me creyera insignificante si estaba a su lado. Así que cada vez me esforzaba más en crecer para alcanzarle, hasta llegar a lo más alto, con la esperanza de mirar a mi alrededor y poder encontrar mis ojos a la altura de los suyos.

Cuando llegó ese día, me detuve en el cielo estática buscándole, pero fui incapaz de encontrarle y me carcomía el porqué… No fue hasta entonces que se me ocurrió.

Sin darme cuenta le había perdido en aquella carrera solitaria donde al parecer era la única participante.

Nunca consideré que tal vez no se esperaba de mí que fuera perfecta. Nunca se me ocurrió que simplemente tenía que ser yo, porque estaba demasiado cegada buscando la manera de que un día al mirarme reconociera mi existencia.



(c) Ai Yazawa - Nana

7/02/2008

Sísifo

Su cuerpo ardía, y la única paz era fruto del contacto de esa piel fría y tersa.

La abrazaba y la atraía contra sí, acurrucándola mientras se amoldaba a su figura desnuda: era la única forma de lograr conciliar el sueño por las noches.

Su castigo, su locura, su perdición. Su deseo, su tesoro, su vida.

La irregularidad de su silueta tan familiar, donde sus dedos apretados habían dejado marcas desgastadas en una piel casi perfecta. Esa, que en ocasiones había inundado de lágrimas, que odiaba y amaba. Ese cuerpo que querría aniquilar pues su visión evocaba sus flaquezas y sus errores, cuyo peso llevaría siempre.

Era un recuerdo perpetuo de los errores pasados, su carga presente y la condena que arrastraría su pecho en todos los días que quedarán por venir, y sin embargo, a pesar de los agravios y las magulladuras, del dolor y las maldiciones, de las cicatrices y la desesperación... Era todo lo que tenía, era todo lo que quería, era lo único que anhelaba tener a su lado.

Hace mucho tiempo, todo era distinto, cuando aun creyó que podía escapar de los hados, y burlar al destino. Huía, con el corazón en un puño, creyendo que podía dejarlo todo atrás.

En vano hacía sus esfuerzos. No importaba lo rápido que corriera, lo mucho que se alejara, las veces que intentara perderse ni los rincones en lo que se escondiera: sus pies volvían al mismo sitio de forma invariable, al mismo punto.

Por las noches acechaba entre las sombras del sueño, su deseo tornado pesadilla con el sudor frío rociándole la espalda y las manos temblorosas. Los ojos cerrados con fuerza y esa esperanza vana de despertar y que todo hubiera desaparecido. Pero no, al despuntar el alba estaba siempre allí, en el mismo sitio, esperando en silencio.

Los ciclos se suceden: un verano que le calcina por dentro encendiendo la chispa en su pecho que le transformará en cenizas achicharrando sus huesos y arrancando a tiras su piel. Un invierno que le congela el alma penetrando en su cuerpo con astillas y la promesa de no librarse jamás de su garra. La primavera plácida que precede al estío en que nacen los sueños y el otoño que le ayuda a preparar el espíritu para y afrontar estoicamente los días gélidos.

Ya no huye, ha madurado. No es resignación: es determinación y aceptación de los hechos. No se puede luchar contra los dioses.

*** Now playing: Anna inspi Nana – Kuroi Namida

6/26/2008

¿Por qué?

(c) justangel_Özge Gürer - Out of My Self


Seis letras, un espacio y dos interrogantes que me atormentan. Un cúmulo de inseguridades, y una incerteza.

Algo que no controlo, algo desconocido.

Una pregunta para la que no tengo respuesta.

Los nervios que me carcomen, la histeria que me alimenta y mientras tanto esas palabras permanecen cegándome como faros en la noche cuando intento dormir y mantener los ojos cerrados.

No puedo escapar.

Las veo formarse en mi cabeza, incluso delante de la pantalla, en el trabajo, en mis ratos de ocio. Desfilan como las piezas de Tetris en mis peores días de adicción: con diferentes tamaños, diferentes colores y un significado único…

La sensación de quedarse en blanco delante de la última pregunta del examen. De no saber qué responder en la entrevista de trabajo. De sonreír forzado y último el chiste del que todos ríen. De llegar vestido de rosa chicle a una cena de gala.

Me estreso y me siento paranoica al creer que todos menos yo conocen la respuesta y se mofan en mi espalda.

Me doy cuenta de que los años pasan y algunas cosas siguen siempre igual, de que existe el fantasma de las navidades pasadas y vuelve cada año con puntualidad, mientras yo le miro y contemplo su frac desgastado, escucho su viejo cuento, ese que narra cada año y me pregunto… Por qué aun le escucho si siempre es lo mismo una y otra vez, como un disco rallado... Por qué el no ha cambiado como yo…

Por qué aun se me aparece y en ocasiones me persigue.

No tengo respuesta.

Y lo peor es la certeza de saber que si no apareciera me sentiría perdida… E igualmente seguiría preguntándome ¿por qué?

6/12/2008

Distancia

Imagen: Autor desconocido

Poco a poco se separa,
aquel que fuera tan cercano.
Aquel que creí conocer tan bien,
como las palmas de mis manos.

Poco a poco se rebela,
y se convierte en un extraño.
Gente nueva, ideas nuevas,
que ametrallan el pasado.

Se aleja y me deslumbra,
mientras se debate en frenesí,
él, la cara oscura de la luna,
es hoy quien me eclipsa a mí.

5/19/2008

Melancolía

(c) Henning Ludvigsen - Wall

Tristeza y vaga añoranza por cosas de antaño.

Añoranza de ti, de mí, de todo lo que quedó a nuestras espaldas.

Recuerdos de ayer, que me ciegan hoy y me perderán mañana.

Cicatrices que dejaste en mi piel, rastros de lágrimas.

Apatía, desesperanza, nostalgia… Y miedo.



5/15/2008

Frágil

(c) Livingrope_JS Rossbach - Little Fish

Como no me atrevía a mirarle cara a cara, muchas veces tenía que contentarme con atisbarle de reojo, y al hacerlo me sentía como el ladrón que estudia a su víctima camuflado en un traje de calle común, escondido entre la gente corriente.

Otras tantas veces tuve ganas de abrazarle, pero me contuve. Por respeto, por decoro, por miedo… ¿Qué sé yo? Por lo que sea que la gente al final no hace lo que quiere. Aun así, siempre tuve la sensación que de haberlo intentado, se hubiera escurrido entre mis brazos como el agua.

Agua... Cuando lo pienso, me recuerda al mar: Amplio, profundo, desconocido.

Calmado a simple vista, pero más allá, encadenado donde nadie pueda percibirlo, está revuelto con los remolinos de la exasperación, la pena, quizás la rabia, todo contenido bajo la superfície.

Como el mar, también es imposible de abarcar en su totalidad. Puedes recorrerle, sí, pero siempre bordeando la orilla, nunca llegando más allá, porque ese espacio tan vasto está vetado para quienes no poseen la seguridad y estabilidad de los grandes barcos y el mío, no llega a la categoría de cayuco.

Quizás me equivoco, pero cuando me siento y le contemplo, sé que no daré la talla. Que me perderé sin remedio y que si no me atrapa en sus olas para hundirme hasta el fondo y pudrirme allí olvidada, me devolverá a la orilla como otra náufraga más.

A veces, es melancolía.

Una marina pintada con azules y grises, el cielo nublado y la brisa salada que te trae su aroma aunque no quieras. “Mírame”, te impele, “Ámame… Pero no intentes acercarte, no intentes abrazarme”. Te conmueve con sus colores pálidos, hace de ti poeta inspirándote a escribir lo que jamás antes habrías imaginado. Te conmueve, te enternece, y a su vez, te arrastra a la locura.

Sabes que no puedes abarcarle, que no puedes poseerle, que no vas a comprenderle. Y aun así, tan sólo te queda amarle. Contemplarle un instante y dejarlo luego todo atrás.

Quieres inmortalizar ese segundo. Grabarlo en la memoria para evocarlo desde hoy hasta el fin de la eternidad. Una foto, una pintura, un dibujo, una historia… Lo que sea con tal de que mañana, cuando su recuerdo se desvanezca entre tantos otros, puedas reclamarlo y revivirlo una vez más.

Frágil y bello como el cristal. Transparente y puro. Musical según lo roces, capaz de atravesarte hasta el fondo del alma con su tonada.

Valioso y deseable.

Me recuerda al mar, y también al diamante en bruto que late allí enterrado en algún lugar inhóspito, profundo, reposando sobre un lecho de roca. Ni siquiera tiene la esperanza de que le descubran, poco le importa.

A veces pienso que, como las rocas, preferiría seguir allí enterrado fuera de la vista de los demás. Desapercibido, resguardado de las manos impuras que le quieran modelar, porque jamás podrá llegar al dedo que tiene que lucirle. Eso le apena y le entristece, le roba su brillo tornándolo opaco, deslucido… Y a mí me mata viendo lo que podría ser y no será nunca, mientras esa imagen me deslumbra.

Su pena es mi dolor porque no puedo ayudarle, porque mis manos son torpes y no han aprendido jamás a tallar, porque mi inexperiencia le rompería en mil pedazos.

Es el retazo de ceniza con forma de cuerpo que queda más allá de la vida. Se desvanece y se pierde con un ínfimo soplo de aire, con el mínimo roce -ni que sea cuidadoso- de un dedo.

Escapa de mí.

La pavesa que desprende la tierra calcinada, herencia de árboles que ya no viven en el bosque, cuya madera prendió en un segundo y ardió rápidamente. Es la ceniza, hija de ese fuego que calentó su cuerpo y no dejó nada tras de sí salvo nostalgia.

Allí quedan los campos, estériles, donde nunca más brotará nada. Despertarán en diez años, en cien años, en mil años o tal vez nunca, cuando yo ya no esté aquí para regarlos, para cuidarlos y verlos resurgir esplendorosos.

Es el agua que me ahoga, el fuego que me quema, la roca que me hiere, el cristal que tengo miedo de romper… Junto conmigo.

3/25/2008

Conformismo

(c) Dan Phyillaier - Meeting of Land and Water

El roce de tu mano… Con eso me conformo.

No me importa caminar por las mañanas, ni el frío, ni el calor. Ni siquiera distingo los días soleados de los grises. Poco importa la ciudad donde me encuentre, porque en mi mente, en mi corazón, estoy siempre a kilómetros de distancia.

Se me hace muy difícil conciliar el sueño por las noches, la oscuridad está llena de fantasmas, de silencio, de soledad…

Susurro tu nombre como un mantra. Lo repito una y otra vez, con los ojos cerrados, como el conjuro que me traerá la paz y el sueño… Con la esperanza de dormir arrebujada entre mantas en un sofá prestado.

No soy débil. Soy lo bastante fuerte como para afrontar infinidad de adversidades. Sobreviví al cambio de trabajo, a la búsqueda de piso, a las compras semanales. Enterré un montón de exnovios y defenestré varios fantasmas. Animé a las pocas amigas que me quedan en sus momentos de debilidad, porque parece que cuando estoy triste lo que me anima es ayudar a los demás.

Es una distracción como cualquier otra. Y sin embargo, por más que las leyendas urbanas prediquen lo contrario, no soy la reina de hielo, ni desciendo de Juan sin Miedo. Soy una chica normal, de carne y hueso, y como tal, soy frágil, aunque cada día me toca hacerme la dura, y la indiferente y tenga que tragarme la mitad de las cosas que pienso o siento.

El otro día me decían que hay algo en mí que está cambiando, no sabemos porqué ni en qué sentido, ni hacia dónde me llevará, pero dijeron que se alegraban de que me esté sucediendo.

He dejado de darle importancia a cosas que sinceramente, vistas hoy, no son más que tonterías.

He aprendido mucho últimamente. He aprendido que puedo viajar sola, y me ha gustado la experiencia. Y en algún recodo de ese camino que me llevó a escaparme a mi aire por ahí, me di cuenta que también lo que le pido a la vida es algo muy distinto de lo que hace dos años le pedía.

Siempre he tenido pensamientos estúpidos. Alegaba que yo no tenía prototipo de chico ideal, y sin embargo, me atropellaba una retahíla de adjetivos que entretejían de una maraña de estereotipo masculino. Que no fume, que no beba, que haga deporte, que sea culto, que tenga un buen trabajo, que blablabla… Y tal vez me olvidaba de algunas cosas importantes.

Hace varios meses me empezaron a asaltar las dudas, porque mi esquemático universo fue dinamitado sin que se diera cuenta, hasta pasado un buen tiempo. Yo le pedía a la vida un estatus y siempre he luchado con esa dicotomía en mi interior: el estatus social contra la felicidad de estar con alguien que me quiera, y a quien yo pueda querer.

Apareció un alguien, un poco raro, que no era en absoluto lo que yo creía que tenía que se un príncipe azul. Un alguien que fuma, y que bebe, que de tanto en tanto se lía un porro… Que está loco y es friki como yo, aunque cada uno a su manera y con aficiones parecidas a las mías. Físicamente no es el tipo de persona en el que me habría fijado en la vida y sin embargo, le miré… Y lo que es más asombroso, le vi. Lamentablemente, una vez visto, se quedó grabado en mis ojos como la sombra del sol cuando lo contemplas fijamente.

Fue objeto –y mal que le pese, lo sigue siendo-, de tribulaciones mentales o de disección delante de una cocacola o tres pares de cortados. Quizás debería empezar a pensar en incluir la tila en mi dieta y tal vez algún que otro valium (dado que el prozac es 90% placebo, también me vale).

Me fui de viaje, y caminé como hacía años que no había andado a la deriva sola, conmigo misma. Con las bambas, con los tejanos, con la música en las orejas y una cámara de fotos entre mis manos. Ni siquiera tuve tiempo de escribir. Pasé tres días bombardeada con tanta información, con tantas imágenes nuevas, con tantos sonidos diferentes, que no tuve tiempo apenas de pensar conscientemente.

Y a ratitos, te olvidé.

Pero cuando cae la tarde, y cuando el sol se pone, mientras se escondía en algún rincón más allá del Sena, me acordaba… Y pensaba que no te había comprado ni un detalle de cumpleaños. Porque no me gustan, los regalos a pachas. Me gustan porque soy avariciosa y quiero compartir eso "también", pero lo que de verdad quería era llevarte algo propio, que te recordara a mí.

Me acordaba de los chistes privados, y de las risas tontas. Recorrí calles cuyos nombres soy incapaz de recordar, hasta que –como pasa siempre- di con el regalo por casualidad. Tu regalo, y el libro sin el que no pensaba marcharme de París, y al tener todo eso en mis bolsas, me supe libre de pasear tranquila nuevamente.

Una vez con eso en mi poder, apenas volví a pensar en ti… Hasta que volví a casa, a mi casa, a mi cuarto, a mi cama. Acechabas en las sombras. En la ropa, en las sábanas, en mi cabeza. No te pude exorcizar. Me tapé hasta perderme entre las mantas por completo, intentando conciliar el sueño. Increpé a los gatos, y no pude dormir una mísera siesta de dos horas sin un condenado sobresalto. Me rendí a la evidencia, y me propuse hacer mi mochila una vez más.

Me martirizaba la certeza de que no iba a verte en esta ocasión, pero a la par me hacía sentir libre para disfrutar tranquilamente mis paseos, la misma precisa certeza de que no íbamos a estar en la misma ciudad. Fue una sensación contradictoria y a la par reconfortante. No sabría explicar muy bien porqué. Tiene algo que ver con la ansiedad, yo creo.

Es la impresión de estar buscando algo que sabes que alguien se ha llevado muy lejos y no puedes alcanzar. Por un momento, te resignas y en esa resignación existe un lapso de paz. Pero, cuando te das cuenta de repente que alguien ha puesto lo que buscas, nuevamente cerca, al alcance de tu mano… Desesperas.

Me recuerda a aquellos días de pequeño, en que querías sacar el reflejo de la luna del agua, con las manos. Por más que lo intentabas se te escapaba una y otra vez, y se escurría entre tus dedos. Erróneamente creíste que lo tenías al alcance. Y nunca jamás llegaste a cazarla.


Saber que habías vuelto, me produjo desazón. Me trajo la ansiedad. Saberte en la misma ciudad, sumado a la imposibilidad de verte, hizo que mi corazón latiera con fuerza, desesperado.

Hay, ni siquiera en tu presencia, si no en el mero conocimiento de su posibilidad, algo que me llama, algo que hace que mi pulso se acelere, y me explote la cabeza, notando como late hasta la vena más pequeña. Siento, hasta en la más pequeña célula, que a pesar de conocer las calles que camino, estoy perdida y el único sitio que reconozco como destino es esa casa, a la que llegaría aun con los ojos cerrados.

Es difícil luchar contra uno mismo. Es como intentar contener con las manos una presa que se derrumba para evitar que arrase los terrenos fértiles que hay a sus pies en los que tal vez puedan nacer un día los frutos.

Es jodido darse cuenta que incluso el agua destinada a regar un campo puede ser mortal, si cae en proporciones poco adecuadas ahogando el terreno, o si lo lava hasta la esterilidad… Y carecer de la experiencia que te indique cual es el goteo perfecto, relegándote a aprender por ti mismo las cosas.

Constantemente yo siento agitarse el agua que contiene la presa en mi interior. Saberte cerca, cuando cerca es una distancia inferior a cien kilómetros, produce un efecto en mí como la luna en las mareas. Me inquieta, me agita, y no lo puedo remediar. Y no puedo dormir… Y no puedo evitar que mis pies quieran salir corriendo en la única dirección posible.

Curiosamente, tú, que causas estos destrozos en mi alma, pareces ser la única persona que pueda curarme esta locura, y por las noches, aunque no eras como yo te imaginaba, la única nana que escucho, es el sonido de mi voz repitiendo tu nombre una y otra y otra y otra vez… Hasta que me duermo.

A veces, cuando lo consigo, sueño que estiro mi mano, que alcanza la tuya asiéndola fuerte, mientras los dedos se entrelazan, y ya no necesito nada más. Me conformo con algo tan sencillo como eso, y en ocasiones pienso que despertar, es el más cruel de los castigos.

Mientras no pueda tenerte, mientras no pueda tocarte, mientras no pueda estar contigo… Me conformo con eso… Aunque parezca algo tan nímio.