De haberte dejado escapar aquella noche invernal, de no haberte dicho, de no haber mirado, y de salir corriendo sin valor… ¿Dónde quedó? El arrojo de los quince… Se dividió a vez por año hasta desaparecer acaso en la lejanía de los treinta.
De sonreír restándole importancia, de pensar en las negativas que tal vez ahogaran los “quizá” poco a poco perdiéndose en una maraña de “y si”.
Y aunque me duele, no cejo en esconderme entre las sombras, entre los libros y sonidos, huyendo esquiva entre las horas que sé jamás compartiremos.
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