Una cosa que escribí hará cuatro años, y esta tarde me acordé que tenía por ahí.
Quedó inconcluso. Me gusta así. Para mí, ya está completo.
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A veces en los días de lluvia, cuando las frías gotas de agua repiquetean contra el cristal transparente de la ventana de mi habitación, mientras los destellos de los relámpagos iluminan cada tanto la estancia y escucho los truenos, me quedo acurrucada bajo las cálidas mantas que cubren la mullida cama.
Me levanto un momento para abrir la ventana, y dejar pasar así el olor a tierra mojada y hojas de pino que llega del bosque. Me vuelvo a la cama, me tapo, me quedo abrazada a la almohada, quieta sin apenas parpadear... Embobada miro al vacío, hasta que el resplandor de un rayo me saca de mis pensamientos.
Por un momento, un recuerdo triste me viene al presente. Recuerdo esos ojos oscuros, de mirada viva y penetrante. Recuerdo ese pelo castaño, suave, que llegue a acariciar algunas veces. Recuerdo esos, tus labios, sonrosados, cálidos, suaves, que se curvaban para formar esa sonrisa que ilumina tu cara y que hace que al verla yo, hacía que se me iluminara el alma... Entonces no se porque, sin yo quererlo, una lagrima solitaria asoma por mis ojos y resbala lentamente sobre mi cara... Cae despacio, naciendo en su cuenca, y baja deslizándose por mi mejilla... Me quedo quieta, la noto bajar hasta el extremo de la barbilla y caer sobre el dorso de mi mano dejándome un trozo de mi piel, húmeda. Siento el viento traspasar la ventana y noto más frio allí donde cayo mi lágrima.
Me pregunto porqué lloro, te lo preguntarías tu también si me vieras aquí, acurrucada entre penumbras...
Intento imaginarme desde fuera, y se me ocurre que debe ser una visión más bien patética... Una muchacha morena, encorvada, apenas una montaña de sombras en una habitación negra y sin luz, donde los únicos colores que percibes son los diferentes tonos de grises, como gris y azul está mi corazón. Si entraras por la puerta, lo único brillante que podrías distinguir de mi serían mis ojos, pero no brillantes como antaño, como cuando estaba a tu lado; brillantes y cansinos, ojos llorosos, rojizos, que hacen que mi verde iris pierda su atractivo... Tu dirías que se me verían más verdes si caben aun los ojos... Yo te replicaría que no, porque verde es el color de la esperanza, y de eso, los dos, sabemos que ya no nos queda.
Recordar me provoca un sentimiento de pronunciado sofoco, hace que me falte el aire, que se me oprima el corazón, que languidezcan sus latidos y poco a poco parece que mi pulso va a expirar. Me siento encerrada en un espacio tan pequeño, me siento atrapada y con ganas de chillar, y noto que está cercana a mí la sensación de mareo. ¿La recuerdas? Sé que tu también la conoces... Ah, mi amor, pero yo soy altruista, no como tu, y aun tengo un dejo de buena voluntad, así que para que me comprendas y no lo olvides, te la voy a describir...
El mareo era aquella sensación de caer en el negro vacío sin un rumbo fijo y sin la posibilidad de poder aferrarse a nada, es como la sensación de abandono: se te nubla la vista, pierdes el sentido y te abraza la oscuridad. Tienes los ojos abiertos pero no eres capaz de sentir nada a tu alrededor, y en el segundo más inesperado, caes.
Y cuando tu mente cae, tu cuerpo a la par de desploma contra el suelo.
Y cuando tu mente cae, tu cuerpo a la par de desploma contra el suelo.
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