Es noche de sábado, a mediados de primavera. El calor empieza a aflorar, la gente pasea a pesar de ser las diez de la noche.
Unos planes se cancelan, otros se modifican. Incluso una cena a base de churros y refrescos parece aceptable antes de la sesión golfa del cine.
En algún lugar, ajenos a esta zona de la vida nocturna, los vagabundos dormitan tirados en el suelo, las prostitutas trajinan buscando clientela en sus calles de moda.
En algún lugar, alguien compra tabaco en una expendedora, mientras otro, abstraido, ajeno al ruido de las tragaperras, al olor rancio, a tabaco, al aire viciado que a duras penas se regenera cuando entran o salen del tugurio; embutido en su chaqueta de nylon se abalanza sobre un apático símil de ruleta de casino, automática.
Nadie comparte con él esa partida, que juega solo sentado en esa mesa redonda rodeada de otros cinco asientos vacíos, mientras contempla la bola rodar y girar, esperando que caiga en el sitio adecuado.
Al final del arcoiris, la diminuta esfera blanca cae en una casilla negra, las monedas salta: le toca el gordo. En su mente, deja atrás su vida miserable y mediocre. En su mente, está bebiendo en el bar de mala muerte de siempre, hasta el culo de alcohol. Al borde del coma etílico cae al suelo, redondo, pálido, la mirada perdida, la sonrisa congelada en su rostro, la piel fría como el hielo.
Ajena a él, dándole la espalda, una mujer entrada ya en años, con el cabello descuidado, mal puesto en un pobre recogido a medio deshacer, y atuendo a juego, dilapida moneda tras moneda en las tragaperras mientras el contador sobre su cabeza no para de aumentar enseñando orgulloso su bote.
Fuera de la casa de juegos, la vida sigue, las risas se contagian, la gente se saluda, se besa, se abraza, bromean... Pero ella no es consciente de nada de lo que ocurre más allá de su taburete, de los botones, de los rodillos con las frutas mágicas, a la espera de que los símbolos se alineen. Su mente únicamente registra el ruido de la moneda al caer... Clack... Y como sucedió con centenares de monedas antes que esa, imagina el sonido de la máquina cantando blackpot, y el tintineo de las monedas cayendo al suelo, como una lluvia metálica.
Al final del arcoiris, está ella echada en el suelo, recogiendo todas las monedas que surgen ilimitadamente por la ranura, a dos manos. Se puede ver en su vida nueva, sin su marido alcohólico, sin su hijo drogadicto, sin su anciana madre demenciada, con una chacha que limpie la grasa de su casa, como ella tuvo que hacer cada día para vivir con su patético sueldo que a duras penas llega para las tragaperras.
Más allá de ellos, las puertas del salón se cierran.
Alguien sale con una cajetilla de tabaco entre las manos. Se para. La abre arrancando el plástico, y saca un cigarrillo que lleva a su boca. Inmediatamente lo protege de la brisa con una mano medio huesuda, mientras que con la otra enciende la punta con el mechero.
A su lado, otra figura ha perdido la cabeza hace un rato, dentro de aquel antro. Sin saber por qué algo le viene de repente... "¿Al final del arcoiris?", se pregunta. No tiene ni idea. Pero en el futuro inmediato, cree que al final de la calle esperan unos churros, una buena película, y en el camino hay charlas escuetas y sonrisas breves.
En el camino, también hay silencios, que solo quiebran con el sonido de sus propios pensamientos, volando a toda velocidad entre el ayer, el ahora y el mañana.
Ayer alguien le dijo que pensaba demasiado, hoy se pregunta si no es imbécil sin remedio, y mañana no sabe qué será de su vida.
"Piensas demasiado".
Al final del arcoiris, hay un brick de vino barato, hay un chulo esperando, hay una bola blanca, una moneda de plata, un muñeco de juguete, unos guantes de boxeo, una casa de plástico.
Al final del arcoiris, no hay nada.
2 comentarios:
El "arco iris" no es sino uno más de los caminos que se abren ante ti. Por desdicha, es un camino que serpentea entre las brumas del subconsciente, y es fácil extraviarse en la embriaguez de su recorrido.
Pero el arco iris no es una fábula, ni tampoco una utopía. Aparece tras la tormenta, y hace que tu cielo vuelva a iluminarse. Pero, ¿cómo es tu arco iris? ¡No apartes los ojos! ¿Lo ves desaparecer?
Aristóteles dijo una vez: no es más feliz quien más posee, sino quien menos necesita.
Al final del arco iris... están aquellos que han sabido encontrarlo.
Hey Tony =) Me alegro de verte por estos parajes de nuevo.
Jum... Yo vi una vez aparecer el arcoiris, pero ya no veo dónde acaba. El último arcoiris que vi, fue en Versailles... Y era precioso.
¿Al final están quienes supieron encontrarlo? Quien sabe, pero si es así, cuando seamos unos yayos, espero verte la cara por aquellos parajes =)
Por cierto: Espero que subas escritos tuyos, me gustaban mucho.
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