Quema mi sangre. Hierve en mis venas. Una vez prendido es imposible de apagar.
Nace en mi pecho, se expande en mis dedos, luchando por salir mientras alzo mis manos hacia el techo.
El ritmo de la música me golpea, me envuelve, me atraviesa, me devora, me arrasa, me engulle… Y yo lo regurgito en cada movimiento.
Me recorre con la fuerza de un rayo y su misma velocidad, alcanzando hasta la última célula de mis piernas, mientras cierro los ojos y me dejo llevar.
No me importa nada, y por una noche no necesito nada más.
En mi mano, la copa vibra, el cristal retumba con cada latido y la música va inflamando el espíritu que me acaba de invadir.
El alcohol se evapora, perdiéndose en forma de calor: un vaho más en el ambiente cargado. Mi piel lo llora con lágrimas sudorosas, y con ello las preocupaciones se exorcizan un compás tras otro mientras solo me importa… Bailar.
Yo soy la llama que admiran, el fuego que temen, el calor que anhelan y no se atreven a rozar. El club es mi reino, el escalón es mi trono y la camarera mi consorte.
Bailo por no mirarte, por no sentirte, por no pensar. Quiero sudar hasta reconocerme solo a mí misma, enmascarando tu perfume, mientras me miras disimuladamente, mientras me sientes y te torturas, mientras piensas en mí aunque lo niegues.
Hoy quiero incinerarte para purificar mi alma.
Hoy quiero que te quemes, y que te duela como a mí.
1 comentario:
Escribes muy bien!
Saludos desde México!
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