4/08/2008
Turmalina
Desde el primer momento que la vio, quedó prendado de ella. Era brillante. Era bella. Tan llamativa que no pudo quitarle sus ojos de encima.
Siempre tan radiante, atrayendo a todos con su magnetismo, tan valorada… No pudo más que fijarse en ella, anhelarla, desear poseerla y tenerla únicamente para sí.
Para ella, él no existía. No era nadie, ni tan sólo le veía. No se había fijado jamás en su presencia. Era inocuo, pasaba desapercibido entre los demás.
Para él, era tan alegre, tan carismática, tan luminosa, tan divertida… Siempre con su sonrisa presta a resplandecer, con sus palabras siempre amables con todos y sus comentarios ocurrentes.
Le producía curiosidad, le parecía simpática. Quiso conocerla, y poco a poco se acercó a ella.
Le pareció interesante, era entretenido hablar con ella. Saber que atraía a todo el mundo la convirtió en algo exótico. Escuchar sobre ella alabanzas y sólo palabras de reconocimiento o admiración.
Parecía el tipo de chica que cualquier persona con dos dedos de frente querría tener a su lado.
Pensó que era fría, dura, inalcanzable. Inexplicablemente, era parte de su encanto, le otorgaba un morbo añadido. Intocable, esquiva. Nadie la tenía. Libre como el viento, pensó. A más distante la veía, más reto suponía demostrar que él estaba ahí, más interés ponía.
Consiguió hacerse notar, prácticamente sin esfuerzo, porque él también era alguien carismático e inteligente. Poco a poco, la fue capturando, atrayendo como la flor llama a una abeja.
Empezó a dedicarle cada vez un poco más de su tiempo.
Puedo conseguirla, se decía. Le cegaba como un diamante tallado, con la luz cantando iridiscente en cada una de sus caras.
Hasta que una mañana el milagro sucedió.
Primero fue la sensación de gozo, la exultancia del reconocimiento, de saberse reflejado en su mirada. De ser consciente que pasó de ser un ente incorpóreo y fantasmal, a tener cuerpo de hombre a sus ojos.
Era tan agradable, tan reconfortante, sentir que ella sabía que él estaba allí. Que existía, que era de carne y hueso, que era real, que no era un desconocido. Había pasado a estar en su círculo de amigos. Y ahora, ella le hablaba, le tenía en consideración, le tenía estima. Le valoraba.
Por un instante se sintió feliz, sabedor de que poseía una joya única, que le devolvía la mirada solo a él.
Estaba fascinado.
Siguió conversando con ella, cada vez más. Cada vez la conocía mejor. Conocía los matices de su voz, sus alegrías, algunas penas. Degustaba sus palabras, algunas de ellas dedicadas en exclusiva para él y solo para él.
Empezaba a entender a sus propios amigos, a paladear lo que ellos simplemente entreveían desde la lejanía que marca esa frontera que separa la amistad de algo mayor y más profundo.
Y era suya. Sí. Era suya.
Al final, era una existencia en la que ella ocupaba gran parte de su tiempo. Se sentía dichoso de sentir que estaba encantada y saber que a su lado, ella brillaba todavía más.
Empezaron los regalos.
Entonces percibió alborozado lo que era ser el centro de alguien, estar colmado de halagos. Descubrió que no era tan fría, ni tan dura, ni tan inalcanzable. Y se volvió humana. No puedes querer a una piedra, se dijo, por más bella que sea; pero puedes querer a una mujer.
Y a su vez, se dejó querer, embriagado, extasiado por sus detalles, por sus cálidas palabras, por sus atenciones.
Cada día, con la confianza que había nacido entre ambos, arrancaba de ella una capa de austeridad, de dolor, de temor; y por ello cada día, ella más resplandecía, bella, pero cercana, tangible, real.
Una mañana, se dio cuenta de lo que había conseguido: ya no era tan esquiva, ya no era intocable, ni tan "libre"; y sus ojos, que antes miraban al infinito a través de él, sin verle, se volvían y devolvían su reflejo de hombre real, una y otra vez.
Pasaron los meses, estaba siempre consigo. La enseñaba a los amigos, a la familia. Todo eran alabanzas. Ellos, que la descubrían por vez primera, la percibían como el día aquel tan lejano en que la conoció.
Brillante. Bella. Radiante. Alegre. Luminosa. Divertida.
Y él les respondió que no, que era una persona normal con quien se podía conversar. Que no era una diosa. Que era real.
Y al pensarlo, al darse cuenta, él se quebró: ella era normal.
¿Dónde estaba el misterio? ¿Dónde estaba el reto?
Como ya la tenía, y podía contemplarla de cerca, veía que era una joven corriente, que ya no llamaba la atención.
Poco a poco, empezó a distanciarse. Ella, sin darse cuenta, sin entenderlo, sin aventurarlo, continuaba entregándose al completo. A más se entregaba, más tierra empezaba a poner él de por medio.
Hablaba más con sus amigos, le hacía menos caso, ponía excusas sin sentido, aplazaba los encuentros. Empezó a ignorarla, a darle largas. Y ella comenzó a apagarse, a entristecerse, a desesperar. A llorar por las noches.
A culpabilizarse, a preguntarse por qué, a preguntarse qué hizo mal. Intentaba buscar respuestas: si ella no cambió, ¿qué había pasado?
Por contra, él empezó a verse perseguido, acosado, asediado. A sentirse culpable por cómo estaba actuando. No era consciente aun del daño que estaba causando.
Ella empezó a estar irascible, triste, enajenada, celosa, rencorosa, siempre rabiando. Le atacaba, le miraba a la vez con pasión, con ternura, con deseo, con odio, todo atravesado con una daga de dolor y de traición.
Él, no pudo superarlo, no tenía fuerzas par soportar la carga de su gema que ya no brillaba.
Y la tiró.
Ella, se hundió poco a poco en la miseria, desesperada, cada vez un poco más en su pesar, en el barro.
Sucedáneo de piedra preciosa, él la llamó. Y como tal, la desechó…
Porque desengañado, una vez en su poder, pensó que ya no valía nada.
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2 comentarios:
Es lo que tiene el idealizar o crear películas de fantasías con las personas... después... si alguna vez tenemos la suerte (o desgracia) de conocerlas a fondo nos damos cuenta de que el vaso no tenia ni la mitad del agua que pensábamos que había adentro... y rápidamente pasamos a buscar otro vaso. La culpa no es del vaso... la culpa es de las falsas y a veces inalcanzables virtudes y rasgos que pensamos que tiene.
Saludos
No voy a entrar en debates... pero me da que ese comportamiento es mas de hombres que de mujeres... sigh
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