Le vi una vez nada más. Le vi sin verle.
Coincidimos por ahí como coincide tanta gente, y por cosas de la vida compartimos un par de horas en lugares imposibles.
Somos amables y generosos el uno con el otro. Acabamos lo que teníamos que hacer y nos despedimos con un “Hasta luego”. Esas dos palabras que dices siempre por compromiso. Como “pásame la sal”, “hace buen tiempo hoy” y otras tantas sandeces.
Los dos sabemos que lo más probable es que no volvamos a vernos en la vida. O quizás sí, pero no nos recordemos. ¿Qué más dará? No es algo que nos quite el sueño a ninguno de los dos.
Al día siguiente, aburrimiento, hastío. Otra vez esperando que ocurre lo imposible en el mismo sitio. La ciudad me aburre. La gente me aburre. Siempre es más de lo mismo.
De repente alguien me invita: “Eh, ¿te quieres venir un rato?”. "Sí claro, porqué no… ", respondo. Total no hay mucho más interesante que hacer que contemplar el infinito y el mismo océano de caras impersonales una y otra vez.
Cuando ves una, las has visto todas: más de lo mismo. El mismo corte de pelo, el mismo color de tez, los mismos ojos almendrados. Tan aburrido. La misma ropa en todas partes.
Para mi sorpresa, ahí está de nuevo. Le saludo. Me saluda. Charlamos animadamente. Pienso que es simpático.
Un par de horas más tarde cada uno se va por su lado… Y entonces le digo… “Oye… ¿Vamos de picnic?”. “¿De picnic?” me responde. “Sí, claro. De picnic… Ya sabes”.
Debió pensar que estaba loca. Pero accede sin problemas.
“Ok”, le digo yo “¿Quedamos en alguna de aquellas islitas que hay ahí cerca?”.
“Claro, pero dame ventaja que tú tardas menos en llegar que yo”.
“Sin problemas”, le respondo. Mientras tanto aprovecho el tiempo. Paso por casa, me cambio de ropa. Me acerco a la tienda, compro algo de fruta. Nada ostentoso: uvas y ciruelas. Un par de pastas y una botella de vino.
Me planto en la que sería nuestra isla por un tiempo, y llego antes que él.
Supongo que se asombra al verme en vestido. Probablemente eso refuerza aun más su idea de que estoy loca. Pero no tanto como cuando le ofrezco una copa de vino y algo de fruta.
Se queda atónito. Sonríe. Se ria a carcajadas. “Estás loca”.
“Dime algo que no sepamos”, le replico yo.
Las horas pasan… Las nueve, las diez, las once… Las doce, la una… En algún momento nos hacemos conscientes del tiempo que pasó. Y fue tan grato disfrutarlo y compartirlo… Tan dulce…
“¿Vamos a algún lado?”, me pregunta.
“Claro”, respondo yo.
Y esta vez nos vamos de paseo nosotros dos. Cuando necesitemos compañía, la encontraremos seguro.
De pronto son las seis de la mañana. ¿Cómo pasó tan rápido el tiempo? ¿Por qué me resisto al sueño? No tengo ganas de dormir… Pero los dos estamos cansados y nos despedimos.
“Hasta mañana”, le digo. No necesito preguntar si le veré. Estoy segura de que estará. Y el me devuelve un “Hasta mañana”.
Aquellos eran días de verano. El final de mis vacaciones, de hecho. Y un buen día tocaba volver a la oficina.
La última noche le recuerdo que tengo que volver a mi vida normal. No más paseos de madrugada, le digo. Charlar un rato, pero a las doce me voy, que a las seis y media me levanto.
“¡Ey!” Le digo. “¡Vamos al cine! ¡Vamos al teatro!”.
“¿Al cine?”, me responde.
“Sí claro.”
“Sí, y ¿cómo lo hacemos? ¿Quedamos el fin de semana para ir al cine a la misma hora, a la misma película y la comentamos por móvil?”
“¡Pues claro!”, le respondo yo.
Nos reímos y ahí queda la cosa.
“Oye…” insisto… “¡Vamos al teatro!”.
“¿Al teatro?”
“¡Sí, al teatro! A ver un musical”
“¿Un musical?”
“Sí, “La Bella y la Bestia”. Lo estrenan en breve”, sonrío.
“Bueno vale, vamos al teatro. ¿Quién compra las entradas?”
“Las compro yo, y ya me lo darás.”
Y no sé cómo cuando me quiero dar cuenta ya son las tres de la mañana. Me despido con risas y dolor en el alma. Pero bueno, en “un rato” estamos charlando de nuevo, ahí perdidos en esa islita donde la gente que nos ve nos observa curiosos preguntándose que hacemos apartados del mundo.
Si les respondes “charlar”, no se lo creen y se van entre sonrisas.
No todo en esta vida es lidiar. Ni copular. Ni nada semejante. A veces puedes disfrutar de la lengua de alguien sin tenerla invadiendo tu cuerpo. A veces simplemente otra mente te fascina y quieres volver a conversar con esa persona otro día más.
“Dios, “ya son las tres!”, exclamo. “¡Voy a morir!”. Nos reímos, nos despedimos con las prisas y ya nos veremos mañana.
Pero “mañana” no le veo. No sé dónde está. Es la hora de siempre y no está allí.
Tampoco aparece “pasado mañana”. Preguntar si alguien le vio sería estúpido. Así que vuelvo a frecuentar el rincón gris y aburrido de la ciudad. Vuelvo a ver pasar copias de mí misma (de mala calidad), y a veces copias de él. Pero no le encuentro.
Tres días más tarde aparece. “¿Dónde te metiste?”.
“Me fui de vacaciones me contesta.” Vino su mejor amigo y estuvo pasando unos días con él… Y me dice… “Tengo que decirte algo” (¿por qué todas temblamos cuando un hombre dice algo del calibre…?). “Que mañana me marcho. Me aburrí de estar aquí.”
Y me embarga la tristeza. Últimamente lo único que alegraba la monotonía del lugar eran esas charlas vespertinas… Y las risas juntos. Visitar lugares tomando el pelo a la gente que nos creía pareja. Cuando nos dimos cuenta de eso, explotamos el filón.
Mañana iba a ser un día gris.
“¿Vamos de picnic?” Le digo.
“Vale, ya voy yendo para allá”.
“¿Aun recuerdas cómo llegar?”, pregunto.
“Claro”, responde él.
Ahora veo nuestro picnic distinto ¿Cómo decirlo? A la vez más gris porque es el último, pero aun colorido porque es agradable disfrutar de estas veladas.
Charlamos un rato más. No me gustaría que fuera la última vez que charláramos y por otro lado pienso que está acostumbrándose a mis locuras. Él mismo parece igual de loco que yo.
“Oye…” Le digo. “¿Compramos las entradas?”
“Claro”, me responde.
“He visto unas que me gustan mucho… Pero no sé si te importa en esa zona. Si quieres vamos un poco más atrás.”
“¿Me estás llamando agarrado?”
Pienso un rato y le digo, “Mmmmmmmmm. Sí”. Y me río.
“Ya he comprado las entradas. Seis de octubre a las dieciocho horas. Fila 12 asientos 13 y 14.” Y sé que al decir esa frase poco queda que añadir.
Me dice “Dame tu teléfono, por si llegas tarde que sepa dónde buscarte”. Así que se lo doy. Le digo “Dame tú el tuyo, porque seguro que llegas más tarde que yo”.
Pero me dice que no.
Y luego añade “Voy a hacer algo mejor”. Y entonces suena mi teléfono, dejando su número registrado. Deliciosamente previsible.
Dos horas hablando en castellano y en inglés. Con ese acento tan peculiar de alguien de “aquí” pero que ha vivido en muchos “allí”, y tiene más de británico o de “ciudadano del mundo” que de español.
Me deleita hablar con él. Pero todo lo bueno se acaba.
Y llega “mañana”.
Él ya se ha ido. A mí me quedan esta monotonía, dos entradas de teatro pagadas con una VISA y una cita con un amigo que no he visto en la vida, en la puerta de un teatro de Madrid.
2 comentarios:
"No todo en esta vida es lidiar. Ni copular"
Efectivamente... no todo va a ser follar, como dice Krahe.
http://www.youtube.com/watch?v=xgBA4RHF_Qg
Vaya, pensaba que solo hablabas, pero veo que también escribes XDD.
Está bien ver como un juego sirve para tantas cosas, divertirte, conocer gente, rallarte...
Yo otra cosa no podré hacer, ir de heroicas ya sabes xD, a ver si con suerte arreglamos lo de las raids de 25 y volvemos a verle el brillo a este juego.
Undrros
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