La culpa de esto lo tuvo mi… A ver que piense… Mi tercer ex (tantos hombres de mi vida en 27 años hacen que pierda la cuenta).
Diría que todo empezó el día que se compró el móvil nuevo. Pero mentiría. No, no, no. Todo empezó casi el día que nos conocimos, que además era cuando se representaba en Madrid el musical de “La Bella y la Bestia”.
Era una de esas cosas que me hacía ilusión de morirme. Era caro para lo que yo me podía permitir gastar en aquel entonces. Pero no me importaba ahorrar para pagarlo. Porque de verdad me hacía tremenda ilusión.
Cada dos por tres, cuando paseábamos por la Gran Vía madrileña, y pasábamos por delante del teatro, le decía que si íbamos a verla. Él me decía que era muy caro.
Él estaba pagándose la universidad privada para estudiar, y se pagaba el coche y trabajaba para pagarlo. Así que no me parecía bien insistir mucho. Por el mismo motivo, tampoco le dejaba que me comprara cosas caras. Es más, no le dejaba que me comprara cosas apenas ni caras ni no caras.
Siempre he pensado que la pareja es para ayudarse mutuamente. Y que si ves que el otro está atravesando un mal momento, tienes que ayudarle. Yo sabía que andaba también mal de pasta, porque además yo vivía en Barcelona y me pagaba la mitad del vuelo siempre. Y las relaciones a distancia son caras.
Así que muchas veces, cuando me quería comprar algo, yo le decía que no, gracias.
Lo que no sabía yo, era que al decirle que no quería que me lo comprara, estaba minando su orgullo masculino. Los tíos tienen… Unas nociones terriblemente estúpidas de eso del orgullo. Animalitos ellos. Son tan terriblemente cortitos a veces. Aunque bueno también hay mujeres que… Déjalas correr (pasa que como estoy en fase lesbi, con ellas no me voy a meter =P xD).
Bueno, el caso es que Grunttt me indicó a posteriori que si algún día un hombre me quiere comprar algo, que le deje hacerlo. Que ellos se sienten importantes así. Yo lo enfoqué desde el punto de, si el chico me importa, y sé que lo está pasando mal, prefiero que guarde el dinero para la uni que para pagarme un ridículo jersey (esto dicho por alguien que se está pagando la privada antes que el coche, porque para mí la educación va primero).
Resultó que al rechazar el regalo, de algún modo extraño estaba rechazándolo a él.
Aun no entiendo muy bien el mecanismo de transmisión que les lleva de una idea a otra. Pero bueno, parece que es así. Por lo que ahora, si me quieren comprar algo, que me lo compren. Visto que encima lleva a discusión el que no le deje regalarme nada...
Quizás tiene que ver con eso que a mí tanto me cabrea, lo de “es mi dinero y me lo gasto como quiero”. Quizás él pensaba que era su dinero y era su problema si me quería regalar un jersey o no. Visto así… Tiene su lógica.
Anyway…
Total, que en aquel entonces no le dejaba que me regalara cosas, para que no gastara. Pero también había otro detalle, y es que cuando me regalaba algo era algo que le hacía ilusión a él. No digo que no me gustara la ropa interior, que me encanta gastarme la pasta de la vida en modelitos. Pero yo qué sé. Me gusta más leer.
He aquí otro concepto interesante: los regalos (me voy por los derroteros, lo sé). Bueno, analizaremos los regalos después del Efecto Pastel de Manzana.
Bueno, entre unas tonterías y otras, pasó el tiempo y llevábamos juntos dos años más o menos. Y era la última semana de representación del musical. Le dije una vez más que porqué no íbamos a verlo. El me dijo que era una pasta. Y ahí se acabó el tema.
La Bella y la Bestia, salió de la cartelera de espectáculos de Madrid.
Todo el hueco que yo tenía de ilusión por verla, se llenó con rencor y pena. Y tenía una ilusión MUY grande por verla.
No le maté porque… Yo qué sé. Pero le detesté lo indecible. Y no lo mandé a dormir a la bañera porque estaba yo en su casa xD
Pero eso no fue lo peor, no. Lo peor fue que la semana siguiente de que quitaran de cartelera la obra, fuimos a un Media Markt, porque se quería comprar un móvil. Estuvo eligiendo entre un Nokia y un Siemens.
En el complejo de naves comerciales, había un Bocatta y le dije que porqué no entrábamos a comer una tartaleta de manzana de esas que me gustaban tanto. Me dijo que vale, pero que se quería comprar el móvil primero (*umpffffffff* este tío es subnormal… ¿qué carajo estoy haciendo con él?).
Cuarenta y cinco mil pelas (antiguas pesetas, al cambio unos 270.- Euros) se gastó el tío en el móvil de las pelotas. La conversación fue tal que así:
- Es un poco caro –dijo él -. ¿Me lo compro? No sé cual me gusta más… ¿Cuál te gusta más?
- El que tú quieras. El que te guste más.
- Ya pero… Es que no sé cual llevarme –mirando los dos modelos-. ¿Tú cual te llevarías?
- No te voy a responder a eso, es tu móvil. Elige tú.
- Ya, ya, ¿pero tú que harías?
- Ya sabes lo que pienso de los consejos… En serio –cabreada y disimulando-, el que tú quieras. Es TU móvil.
- Ya pero…
- A ver –le interrumpí-… Tú lo que quieres es que te diga que te compres uno, para quedarte tranquilo, sentirte apoyado y comprártelo. Y no, yo no te voy a dar mi aprobación, porque me parece estúpido que te estés quejando todo el rato de que no llegas a la uni y ahora te gastas cincuenta mil pelas en un móvil.
- Te quería comprar un móvil a ti también…
- No, gracias, mi Alcatel One Touch Easy aun funciona. No necesito otro.
- Bueno, ya hablaremos. Qué, ¿Cuál me llevo?
- Joder, el que tú quieras. Coge uno y vámonos ya.
Unos cuarenta minutos más tarde de lo que entramos, estábamos saliendo por la puerta con el jodido móvil nuevo suyo, un siemens bastante chulo. Mi orgullo me impedía dejar que me comprara un móvil nuevo.
Se me antojó una especie de soborno, para que me calmara y no le jodiera el polvo nocturno con mi enfado. Pues casi me cabreó más intuir eso.
Salimos del Media Markt. Fuimos a comprar al Eroski, para tener la nevera llena el finde. Nos subimos en el coche.
- ¿No se te olvida nada? – le pregunté.
- No, no, lo tenemos todo.
- ¿Seguro? – insistí.
- Sí, está todo – dijo arrancando el coche, y conduciendo por delante del Bocatta.
- ¿Seguro que no se te olvida nada?
- Que no, que está todo –decía él, mientras yo miraba por la ventana, cómo el Bocatta desaparecía tras de mí y en él mi tartaleta de manzana.
Sinceramente empezaba a creer que el tío era un subnormal y encima, sordo y desmemoriado.
Y poco detallista.
Y egocéntrico.
Y…
Entonces hice algo muy típico de mí: decirle dónde la había cagado cuando ya no podía arreglarlo. Le dije que se olvidó mi jodida tartaleta, pero teníamos su puto móvil, y para colmo había costado una pasta y era como diez veces más caro que la entrada del musical que yo había querido ver y me dijo que no porque era muy caro.
Exploté.
Así que ese día, estaba realmente cabreada porque:
A) No me había escuchado. O me escuchó, pero no me atendió y no grabó en memoria lo que le había pedido.
B) No me había podido comprar mi tartaleta de manzana.
C) Teníamos un estúpido móvil encima
D) Se había gastado 5 veces más pasta en el móvil que lo que costaba la entrada que yo llevaba dos años pidiendo
E) Me había dado cuenta de que lo que a mí me importaba a él se la llevaba floja.
Estaba REALMENTE cabreada.
Y esto es el Efecto Pastel de Manzana: guardar rencor eterno por aquellas cosas que han hecho las parejas, y decirlo cuando ya no pueden arreglarlo.
Estoy trabajando duro para paliarlo, y ahora intento decir lo que me pasa en el momento que todavía se puede arreglar.
Aunque la verdad, en aquel momento eso me importaba una mierda y lo que quería era disfrutar sádicamente con su cara de idiota al saber que la había cagado y no podía arreglarlo.
Otra cosa que hará que no haya tantos Efecto Pastel de Manzana en mi vida, es que intentaré salir con subnormales que al menos sean lo bastante listos para darse cuenta de que esos detalles me importan, y que tienen que tenerlos en cuenta.
No es tan difícil coño. Yo recuerdo lo que quieren los demás.
Bueno, próximamente: El Arte de Regalar.
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