8/09/2006

Buena fe



A veces me sorprendo todavía, de que queden buenas personas sobre la faz de la tierra. Imagino que me llama la atención porque tengo muy claro que yo no soy una de ellas (o depende del día).

Es algo tremendamente anormal que yo haga algo (por voluntad propia) en pro de mis congéneres y sin esperar nada a cambio. Esto enraba un poco con altruismo y egoísmo.

Once upon a time, in a far, far, far away place… Estaba yo estudiando tercero en el instituto. Una de las asignaturas tenía de nombre “filosofía”, que tenía todos los números para ser galardonada con el premio “Asignatura Pastel del Año”.

Abrías el libro, y sólo eso ya daba miedo.

Yo no sé si les pasa a todos los estudiantes, pero el día más feliz después de las vacaciones para mí, era cuando iba corriendo al cole a comprar los libros nuevos y me ponía a ojearlos nada más tenerlos en mis manos. Mis favoritos en EGB eran los de mates y ciencias naturales. Después el de historia y castellano. El de catalán llegó a ser odioso en séptimo y octavo (actuales 1º y 2º de ESO).

Cada año, cuando abría los libros pensaba que como aun me quedaban días hasta el inicio del curso, podía ir adelantando cosas en casa, con los libros en la mano.

De buenos propósitos está el mundo lleno. Y el cubo de la basura supongo que también.

Era lo mismo que los cuadernillos de repaso de deberes para el verano. Sólo el año que en nuestro cole se les dio por pedir un libro Santillana, hice los deberes. Cuando daban cuadernos de repaso de los “cutres”, ni los abría. Tenía que venir mi padre detrás a decirme que los hiciera.

De todas formas, eso era para los tontos. Mi cerebro privilegiado no necesitaba hacer deberes en verano (hasta que llegué al instituto, claro, ahí me di cuenta que había algunos –pocos, claro- cerebros más privilegiados que el mío, o más acostumbrados a la vida machaca de hincar codos todos los días).

Así que cuando tenía seis o siete años, y no había descubierto la moda estadounidense de los famosísimos “propósitos de año nuevo”, había establecido mis “propósitos del nuevo curso”, que probablemente acababan en el mismo sitio que los primeros: perdidos en algún agujero negro del multiverso.

En fin. El caso es que a los 14 años, el día de recoger los libros del nuevo curso no había perdido su encanto y los abría y cotilleaba como si tuviera siete años. A pesar de que las matemáticas fueron todo un trauma, el libro de mates seguía siendo de mis favoritos, junto con el de historia y el de biología. El libro de filosofía tenía cosas muy interesantes y otras puro bodrio. Lo curioso es que además, como pasa con muchos libros, el título de la portada no tenía nada que ver con el contenido interior.

Aquello era más bien psicología. Y esos apartados me encantaron.

El profesor era muy bueno también. Aprendí muchas cosas con él. Nos enseñó a pensar, más que a leer el texto. Hacíamos debates en clase de temas diversos, a veces sobre filosofía y a veces sobre psicología.

Los temas más candentes fueron la muerte, la amistad, y el altruismo.

La muerte es algo que nadie está preparado para afrontar. Los mayores rehuyen pensar en ello, y los niños de dieciséis no son conscientes de que existe. Es como los billetes de 500 euros. Todo el mundo ha oído hablar de ellos, sabe que circula, pero no ha visto uno en la vida. Con la muerte pasa lo mismo. Cuando eres joven sabes que existe, hablan mucho de ella en la tele, pero no lo has visto de cerca. Como no lo has visto de cerca, en tu mundo no existe (por lo general).

Ya hablé hace un tiempo de la muerte, y las conclusiones principales salieron de esa charla en una mañana de primavera en el instituto. Lo que más duele es que tu “yo” se pierde. Un compañero, Sergi S. lo acertó de pleno.

La tertulia de la amistad bueno, fue toda una debacle. Fue una charla de apología de la homosexualidad, prácticamente. Lo cual, visto hoy en perspectiva, y analizando el aspecto físico del profe, me da que pensar.

Él decía que la amistad, y estaremos todos de acuerdo, es una forma diluida de amor. El decía que la amistad pura no existía, que siempre había una “atracción”.

Bueno, a ver, está claro que todos tus amigos tienen que tener algo especial que te atraiga para que lo sean. Pero él defendía que los amigos eran personas que podrían haber sido algo más, pero que por alguna circunstancia la relación no avanzó más allá.

Recuerdo que señaló a dos amigos (masculino singular) sentados juntos, pupitre contra pupitre y que eran “mejores amigos” reconocidos por todo el mundo. Y les empezó a preguntar cosas de gustos, aficiones y tal. Y que llegados a un punto les preguntó que si tanto tenían en común, tanto disfrutaban de la mutua compañía, y eran tan afines, porqué no eran pareja.

Espantados se miraron, y respondieron que “es que no me gustan los tíos”. Y claro la cosa era tal que: no te gustan los tíos, o la sociedad te ha dicho que el hecho de que te guste un tío es malo (dicho sociedad por no decir Iglesia, supongo).

Bueno, el Apocalipsis en clase. Pero yo disfruté muchísimo. Si analizo en perspectiva, muchos de mis amigos cuando los conocí // Bueno esto necesita ser explicado un poco mejor, porque Internet ha trastocado un poco esto.

Me refiero a que los amigos que hice conociéndoles a la vez físicamente, muchos fueron susceptibles de haber llegado a ser algo más. Vamos, que me atraían lo bastante. En cambio, los amigos que tengo que conocí primero en Internet, de haber hablado muchas veces con ellos, me atrajeron primero por su personalidad y forma de ver el mundo. Y después, cuando les ves físicamente se quedan en amigos, o pueden ser algo más.

Analizando la situación, yo por mi parte y siendo sincera como siempre, le daría la razón al profe. Todos tus amigos te atraen por una cosa u otra, tanto hombres como mujeres, pero algo hace que ese sentimiento no “evolucione”.

El tercer tema así candente, fue el altruismo. Aquel hombre era un moderador brillante y un brillante manipulador. Estuvo sacando opiniones de aquí y de allí. De los egoístas, de los “salvadores de ballenas”… Muy entretenido.

Era digno de ver: cómo la gente que se declaraba egoísta, era abucheada por su comportamiento por los “salvadores de ballenas”. Hasta que el profesor empezó a desarrollar un hilo de pensamiento que indicaba que el altruismo no es más que una forma más de egoísmo, ya que haces el bien a los demás no buscando su propio bien, si no por el hecho de que tú te sientes bien haciéndolo.

Que nadie es altruista sintiéndose mal siéndolo, y sin que saquen ningún tipo de provecho de esas acciones. No hablamos de provecho material, el provecho espiritual también cuenta.

Si haces las cosas bien, te espera el Cielo. Entonces, ¿Cuándo haces el bien, no estás siendo egoísta? ¿Para no ir al infierno y pasarlo mal toda la eternidad? Porque si lo que te venden según quienes fuera cierto, y cuando tu cuerpo expira “vives” eternamente, ¿no sería La Putada estar encadenado en el Infierno?

Es para pensárselo, ¿eh? Si no te portas bien 80 años, te vamos a joder el resto de la Eternidad. Hombre, si yo fuera creyente, me lo planteaba lo de portarme mal. Visto así, 80 años de sacrificio por una Eternidad de vida tranquila en tu parcelita celestial, no es tan sufrido.

Entonces, amig@s mí@s, ¿la gente es buena por naturaleza? ¿o por miedo al castigo? Ya no ni siquiera físico.

Mucha de la gente que se proclama “altruista” pertenece a la clase más baja de egoísta que existe.

En fin, que “t’emociones molt” (te emocionas mucho). Me pongo a hablar y me quedo sola.

Todo esto venía, aunque nadie se lo crea (aunque si alguien se ha leído los 69 posts anteriores ya me conoce lo bastante para saber que el vuelo elíptico de una mosca me inspira un escrito), a que me quedé sorprendida de que hará yo qué sé, un mes o así, un chico, en un Burguer King vio que al de delante se le cayó un billete de cinco euros y se lo dijo. Y el chaval, emocionado le dio las gracias.

Es que, a ver, estas cosas ya no pasan en la vida real. Son poco frecuentes.

Claro, a quien le sorprenda que yo me sorprenda, voy a explicarle lo que me dijo una amiga al respecto, para que lo entienda.

Ella comentó que si hubiera sido yo quien hubiera visto el billete primero, hubiera sido capaz de decirle al chico que por favor se apartara, que SE ME había caído un billete y el estaba pisándolo y no me dejaba cogerlo.

Y sí, realmente, yo hubiera sido capaz de tamaña treta. Y sólo por cinco euros. Por quinientos, no te cuento xD.

De hecho es legendario mi radar detector de divisas caídas. Una vez, en Valencia, en el Centro Comercial frente a la Ciudad de las Artes y las Ciencias, vi en el suelo de mosaicos un billete de cinco, también, y lo cacé, mientras Grunttt me miraba y me decía que siempre que salimos por ahí encuentro dinero. Nos compramos unos helados.

Una vez me encontré también en la entrada un billete de lotería que al llevarlo el sábado estaba premiado con 45 euros.

Yo las cosas si me gustan, me las quedo. Supongo que en la categoría de “cosa” entran los hombres xD jias jias jias :_) Sí, porque aunque no se lo quieran creer, ellos también están tiraditos por el suelo, como los billetitos de cinco euros xD juas juas juas (por no decir "tiraditos en el suelo como..." algo mucho más feo y corriente jo jo jo >=) ).

Vale, nunca seré una buena columnista, porque no puedo evitar (más bien “no quiero evitar”) los juicios de valor. Boh. Qué sería de mi vida si no me metiera con ellos, pobrecitos. Bueno, qué sería de mí si no me metiera con la gente en general. Es mi pasatiempo particular cuando me aburro o estoy exasperada.

Así que el chico este, me sorprendió.

Y hoy, me han vuelto a sorprender, pero en el trabajo.

Esta mañana, he tenido que coger un taxi para venir a la oficina. Y eso que me levanté a las 6.30 am como siempre (bueno, me desperté, me levanté 15 minutos más tarde). Mucha gente me pregunta que si entro a las ocho y vivo cerca, para qué pongo el despertador tan temprano.

Porque no me gusta marchar de casa y dejar una pocilga tras de mí.

Mi rutina de la mañana es: me levanto, refunfuño (si no, no sería yo), pienso “cinco minutos más”, echo a los gatos de encima mío (que por cierto, me han dejado un arañazo en la cara, sería cuando me quisieron despertar), me levanto, voy a la cocina, les pongo la comida, friego los platos, pongo a calentar la plancha, voy al baño (y tal), vuelvo a mi cuarto, hago la cama, recojo la ropa del día anterior (si la noche de antes tenía ganas, la dejaba ya recogida) y si tengo tiempo la doblo y si no la echo al armario cual pelota. Después me arreglo, vuelvo a la cocina, plancho la ropa, recojo pipi y popo de los gatos, les pongo agua, cojo una barrita de chocolate para el “desayuno” en la oficina y me voy.

Todo eso me lleva unos 40 minutos. Normal que necesite levantarme pronto.

Si me fuera por la puerta sin recoger la casa, al volver estaría de mala ostia porque me daría cuenta de que vivo en un cuchitril. Ya me da rabia mi habitación desastre, porque no he acabado las obras… No soportaría tener mi cubículo hacho una porquería.

Para más inri, esta mañana no encontraba las llaves, que al final vi que tenía al lado de un peluche, ni la tarjeta del bus. Y me tocó mucho la moral, porque sabía que estaba dentro del libro que empecé a leer “Industria, Luz y Magia”. La tarjeta de bus suele ser mi marcador del libro. Ya eran casi las ocho de la mañana, había perdido el bus pese a todo, porque no localizaba las llaves que no estaban en su sitio habitual, ni la tarjeta.

Así que nada, a pagar taxi tocaba.

Y en esas que me llama la casera al móvil a decirme que últimamente me dejo la puerta del portal abierta. Increíble. Llamarme a las ocho de la mañana al móvil para eso. En fin.

Y nada al rato, aparece un compañero y me dice “¿sabes si alguien ha perdido una tarjeta de metro?” y le digo yo “¿tres viajes o así le quedan no?” y me dice “dos”.

Era mi tarjeta de bus. Que el encontró ayer en el pasillo de las oficinas. Y me la devolvió. Y lo bueno es que el muchacho se entretuvo preguntándole a todo el mundo si era suya, antes de que llegara a mí.

¿Hoy en día, quien narices devuelve una tarjeta de metro con dos viajes, y se entretiene en preguntar a la gente si es suya? Si casi pierdes más tiempo que dinero valen los dos viajes.

Y entonces caigo que aun hay gente con buena fe en el mundo.

Y me quedo a cuadros.

No hay comentarios: