Durante un segundo, tan sólo eso, perdió la cobertura, y ese instante fue lo suficiente como para cambiarlo todo.
Atribuyó el fallo al desgaste ocasionado por el tiempo, qué tristeza, seis meses apenas de servicio. No obstante, a qué arriesgarse a una reparación cuando todo es tan sencillo como acercarse a una de las franquicias del proveedor para escoger entre los más exuberantes modelos.
La sola idea de la novedad hace que reverbere algo en su interior, desatando su ansiedad ante la imagen casi erótica de recorrer con sus manos los cantos de una caja nueva que sabe contiene en su interior un modelo intacto, virgen, desafiante, de teléfono. Un modelo desconocido e intrigante que le proporcionará un reto de quince minutos hasta su puesta a punto.
Quizás tenga una cámara de fotos con mayor definición, un reproductor de mp4, una pantalla táctil. No tiene claro para qué la quiere. Simplemente, sabe que quiere esa sensación de poseer esa novedad, más atractiva, más a la moda, más deseable. Como el capricho de un infante que deslumbrado corre tras el último juguete.
Así que entra impetuosamente en la tienda, paga el nuevo teléfono al contado, y vuelve a casa a toda velocidad. Allí, en el silencio que atenaza el salón, arranca sin ningún tipo de decoro la SIM del obsoleto teléfono. Han compartido existencia seis meses. Demasiado tiempo. Demasiado uso. Demasiadas horas. Demasiada monotonía.
Como un Frankenstein cualquiera inserta el pequeño chip, un grotesco corazón, en la ranura. El nuevo terminal vibra, y se estremece bajo la palma de su mano, respirando al nuevo día bajo la mirada atenta y amorosa de su nuevo compañero.
Bienvenido al SXXI. Consumir preferentemente antes del próximo semestre.
1 comentario:
Qué fantastico texto! Me gustó mucho.
Besitos
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