Diría que, si cierro los ojos, puedo sentir al demonio dentro de mí. Pero no es cierto: es una metáfora.
No hay demonios allí dentro. Estoy sólo yo. Y hoy no hay nada más aterrador que imaginar mi figura con los ojos cerrados. Me atenaza la idea del miedo ante esa oscuridad devoradora.
No necesito privarme de la visión para percibirlo: el filo cortante de esos dientes insidiosos que despedazan poco a poco cada fibra de mi ser, clavándose en mi corazón, anclándose con fuerza en el más ínfimo resquicio, congelándome en su frío. Emponzoñando poco a poco mi torrente sanguíneo, donde tras cada latido, contagia mis células con su veneno. Inundándome de rabia, miedo, inseguridad, envidia, celos, odio.
Siento el corazón que se desboca, perdiendo el control. Y, la conciencia, se debilita relegándose cada vez más atrás: cada vez más lejos, cada vez más inalcanzable. Intento vanamente retenerla estirando las yemas de los dedos, recuperar así lo que con tanto esfuerzo conseguí crear, lo que con tanto tiempo sembré y vi crecer para ahora pisotearlo sin piedad bajo mis pies, sacando a relucir lo peor de mí que creía ya enterrado y olvidado.
Sin fuerzas que me hallo y claudico. “Oh, Señor, perdona mis faltas”, pienso, mientras mis dedos se arquean, mi piel es ahora pelaje y mis colmillos, esos que antes eran humanos, solo quieren desgarrar la carne ajena, la carne propia.
A mis emociones me rindo, con la adrenalina bombeando agitadamente alimentando mi furia. Y lo huelo. Puedo sentirlo: el dulce, inocente, amoroso, frágil y embriagador perfume que tanto me atormenta y me enloquece.
Recorro veloz cada travesía, esquina y recoveco, escogiendo los atajos mientras aúllo con una fuerza tal, que me provoca –incluso a mí- un escalofrío erizando cada fibra de mi ser. Pero no aúllo, no, a la luna, ahora que me hallo a instantes del destino. Aúllo ésta, la demostración más primitiva de impotencia al claudicar a los instintos, sabiendo lo irremisible de mis inminentes actos, preconizando el pegajoso calor, el metálico olor de esa tan amada y preciada sangre que ya no puedo reprimir derramar.
“Oh, Señor, perdona mis faltas, y por favor, que alguien exorcice mi alma”.
1 comentario:
Qué lindo texto! atrapante e intenso. Me encantó!!
BEsitos
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