Miles de millones de estrellas. Tan cerca que parecía que bastaba con levantar la mano. Allí sobre la cabeza, sobre las copas de los árboles.
Mientras andaba, escogió el camino de tal modo que se mantenía siempre lejos de la luz, del brillo de los fuegos, siempre en la zona de las ondulantes tinieblas. No era fácil: pilas de troncos de abetos ardían por todos los alrededores, asaltaban el cielo con una roja claridad entretejida por los brillos de las chispas, marcaban la oscuridad con las más claras proporciones del humo, chasqueaban, arrojaban su luminosidad sobre las siluetas que bailaban alrededor.
Geralt se detuvo para ceder el paso a una comitiva que se dirigía en su dirección, enajenados, gritando salvajes, bloqueando el paso. Alguien le agarró por el hombro, intentó poner en su mano una jarra de madera de la que el tambaleante personaje que repartía a su alrededor la cerveza de un barrilete que sujetaba con la axila. no quería beber.
No en una noche como aquella.
No muy lejos de allí, en un andamiaje de troncos de abedul que se calentaba gracias a un gigantesco fuego, un Rey de Mayo de cabellos claros, con una corona de hojas y flores y vestido con pantalones de lana cardada, besaba a una Reina de Mayo pelirroja, mientras le tanteaba los pechos a través de una fina camisola empapada en sudor. El monarca estaba algo más que ligeramente borracho, se tambaleaba, mantenía el equilibrio sujetándose a la espalda de la Reina, apretaba contra ella el puño cerrado sobre la jarra de cerveza. La reina, tampoco estaba demasiado serena, con la corona caída sobre los ojos, abrazaba al Rey por el cuello y pasaba el peso de una pierna a la otra. La multitud bailaba junto al andamiaje, cantaba, gritaba, movía las varillas recubiertas de guirnaldas de hojas y flores.
- ¡Belleteyn! – gritó directamente a la oreja de Geralt una muchacha joven y no muy alta. Le tomó la mano, le obligó a introducirse entre la comitiva que le rodeaba. Ella bailó junto a él, removiendo la falda y agitando sus cabellos llenos de flores. Le permitió que le introdujera en el baile giró, salió hábilmente del paso a otras parejas.
- ¡Belleteyn! ¡Noche de mayo!
Junto a él, forcejeos, chillidos, sonrisas nerviosas de otra muchacha que fingía luchar y resistirse, conducida por un muchacho a la oscuridad, más allá del alcance de la luz. La comitiva torció, se introdujo entre las pilas ardientes. Alguien tropezó, cayó rompiendo la cadena de manos, dividiendo la cohorte en grupos más pequeños.
La muchacha miraba a Geralt por bajo las hojas que le decoraban la cabeza, se acercó, se apretó con fuerza contra él, rodeándole con los brazos, respirando con fuerza. Él la aferró con mayor fuerza de lo que pensaba, en las manos apoyadas en su espalda percibió la cálida humedad de su cuerpo a través de la fina tela de lino. Alzó la cabeza. Tenía los ojos cerrados, sus dientes brillaban bajo el labio superior que tenía subido, torcido. Olía a sudor y a juncos, a humo y deseo.
Por qué no, pensó él, acariciando su vestido y su espalda, alegrándose del húmedo y vaporoso calor en sus dedos. La muchacha no era de su tipo –demasiado pequeña, demasiado rolliza-, sentía bajo su mano el lugar donde el ajustado talle del vestido al ceñir su cuerpo dividía la espalda en dos redondeces claramente palpables, en un lugar donde no debía haberlas. Porqué no, si en esta noche... no significa nada.
Belleteyn... Fuego hasta el horizonte. Belleteyn, Noche de Mayo.
La hoguera más cercana devoraba con un chasquido el abeto seco y ajado que le habían echado, expulsaba doradas claridades, con luces que lo inundaban todo. La muchacha abrió los ojos, miró hacia arriba, a su rostro. Escuchó cómo tomaba aire con fuerza, sintió cómo ponía en tensión los músculos, cuán violentamente apoyaba las manos en su pecho. La soltó de inmediato. Ella vaciló. Desviando el tronco a lo largo de los brazos un poquito elevados, no despegó la cadera del muslo de él. Bajó la cabeza, luego retiró las manos, se apartó, miró hacia un lado.
Estuvieron de pie por un momento, inmóviles, hasta que la comitiva volvió y cayó sobre ellos de nuevo, los hizo moverse, los separó. La muchacha se dio la vuelta con rapidez, huyó, intentó desmañadamente unirse a los danzantes. Volvió la cabeza para mirarlo. Sólo una vez.
Belleteyn...
¿Qué hago yo aquí?
En la oscuridad brilló una estrella, relampageó, atrajo la mirada. El medallón del cuello de Geralt vibró. Geralt amplió inconscientemente la retina, adaptó sin esfuerzo su vista a la oscuridad.
La mujer no era una aldeana. Las aldeanas no llevaban capas de terciopelo negro. Las aldeanas, llevadas o perseguidas por los hombres a través del soto, gritaban, risoteaban, se agitaban y retorcían como una trucha sacada del agua. Ninguna de ellas daba la sensación que ella daba de ser quien conducía hacia la oscuridad al alto muchacho rubio de la camisa desabrochada.
- Yennefer.
Ojos de pronto muy abiertos, violetas, que ardían en un blanco rostro triangular.
- Geralt...
Soltó la mano del querubín rubio cuyo pecho sudoroso brillaba como una placa de cobre. El muchacho se tambaleó, giró, cayó de rodillas, agitó la cabeza, miró a su alrededor, murmuró. Se levantó poco a poco, pasando por ellos una mirada de incomprensión y nerviosismo, después de lo cual anduvo con paso inseguro en dirección a las hogueras. La hechicera ni siquiera le miró. Contemplaba atentamente al brujo, y su mano apretaba con fuerza el borde de la capa.
- Me alegro de verte de nuevo –dijo él con fluidez. De inmediato sintió cómo desaparecía la tensión que había entre ambos.
- Lo mismo digo –sonrió ella. Le daba la sensación de que en aquella sonrisa había algo forzado, pero no estaba seguro-. Una sorpresa muy agradable, no lo niego. ¿Qué haces aquí, Geralt? Ah... Perdón, perdona esta pregunta tonta. Por supuesto, haces lo mismo que yo. Al fin y al cabo es Belleteyn. Sólo que a mí me has pillado, por así decirlo, con las manos en la masa.
- Te he interrumpido.
- Sobreviviré –sonrió-. La noche sigue. Si quiero, hechizaré a otro.
- - Una pena que yo no sea capaz –dijo, intentó con gran esfuerzo parecer indiferente-. Justamente acaba de ver mis ojos a la luz y ha huido.
- Al amanecer –dijo ella, sonriendo cada vez más artificialmente-, cuando de verdad se dejen llevar, no prestarán atención. Todavía encontrarás a alguna, ya verás...
- Yen... –Las palabras se le quedaron en la garganta. Se miraron el uno al otro, largo, largo tiempo y el rojizo resplandor del fuego jugaba con sus rostros. Yennefer suspiró de pronto, cerró los párpados.
- Geralt, no. No comencemos de nuevo...
- Es Belleteyn –la interrumpió-. ¿Lo has olvidado?
Ella se acercó poco a poco, le puso las manos sobre los hombros, poco a poco y con cuidado se apretó contra él, le tocó con la punta de sus pechos. Él le acarició sus cabellos negros como ala de cuervo, poblados de rizos retorcidos como serpientes.
- Créeme –susurró ella, alzando la cabeza-. No me lo pensaría ni un segundo si se tratara sólo de... Pero esto no tiene sentido. Todo comenzaría de nuevo y se terminaría como la última vez. No tiene sentido que...
- ¿Acaso todo tiene que tener sentido? Es Belleteyn.
- Belleteyn.-Volvió la cabeza-. ¿Y qué? Algo nos trajo a estas hogueras, a estas gentes que se divierten. Teníamos la intención de bailar, de hacer locuras, de embriagarnos un poco y hacer uso de la ligereza de costumbres que reina aquí una vez al año, una ligereza que es inseparable de la fiesta del ciclo repetido de la naturaleza. Y mira, nos topamos el uno con el otro después de... ¿Cuánto tiempo ha pasado desde...?¿Un año?
- Un años, dos meses y dieciocho días.
- Me conmueves.¿Lo haces a propósito?
- A propósito. Yen...
- Geralt –le cortó, se alejó de pronto, bajó la cabeza-. Pongamos las cosas claras. No quiero.
Él afirmó con la cabeza dando señal de que el asunto estaba suficientemente claro.
Yennefer se retiró la capa por encima de los hombros. Bajo la capa llevaba una fina camisa blanca y una falda negra sujeta con un cinturón de eslabones de plata.
- No quiero comenzar de nuevo –repitió-. Y pensar en hacer contigo lo que... lo que tenía pensado hacer con el rubito... Con las mismas reglas... Este pensamiento, Geralt, me parece un poco feo. Ultrajante para ti y para mí. ¿Comprendes?
De nuevo él movió la cabeza. Ella le miró desde detrás de sus pestañas.
- ¿No te vas?
- No.
Ella guardó silencio por un momento, encogió nerviosa los hombros.
- ¿Estás enfadado?
- No.
- Entonces ven, nos sentaremos en algún lado, lejos de este jaleo, charlaremos un rato. Porque, sabes, me alegro de este encuentro. De verdad. Pasaremos un rato juntos. ¿De acuerdo?
- De acuerdo, Yen.
Anduvieron hacia la oscuridad, al otro lado del prado, hacia la negra pared del bosque, evitando las parejas que estaban enlazadas en un abrazo. Para encontrar un lugar donde estuvieran solos tuvieron que ir bastante lejos. Un montecillo seco marcado por un enebro, esbelto como un ciprés.
La hechicera se desabrochó el cuello de la capa, lo abrió, lo extendió sobre el suelo. Él se sentó junto a ella. Tenía muchas ganas de abrazarla, pero pese a ello no lo hizo. Yennefer se arregló la camisa, que estaba casi toda desabrochada, lo miró penetrantemente, suspiró y lo abrazó. Él se lo podía haber imaginado. Para leer pensamientos, ella había de hacer un esfuerzo, pero las intenciones las percibía automáticamente.
Se mantuvieron en silencio.
- Ah, qué diablos –dijo Yennefer de pronto, se retiró. Alzó una mano, gritó un encantamiento. Sobre sus cabezas revolotearon unas bolas rojas y verdes, que estallaron muy alto en el espacio, creando flores aladas y multicolores. Desde las hogueras les llegaron risas llenas de júbilo.
- Belleteyn –dijo con amargura-. Noche de Mayo... El ciclo se repite. Que se diviertan... Si pueden.
En lo alrededores había más hechiceros. Desde la lejanía alguien disparó al cielo tres relámpagos anaranjados y desde otro lado, desde el bosque, explotó un verdadero géiser de irisados y retorcidos meteoros. La gente que había junto a las hogueras se admiraron en alta voz, gritaron. Gerat, tenso, acarició los rizos de Yennefer, aspiró el perfume de lilas y grosellas que emanaba. Si deseo con demasiada fuerza, pensó, ella lo percibirá y se molestará. Se enfadará, se enojará y me rechazará. Le preguntaré muy tranquilo que hay de nuevo...
- No hay nada de nuevo –dijo ella, y en su voz algo tembló-. Nada de lo que merezca la pena hablar.
- No me hagas esto, Yen. No me leas. Me molesta mucho.
- Perdona. Es inconsciente. ¿Y tú, Geralt, qué hay de nuevo?
- Nada. Nada de lo que merezca la pena hablar.
Callaron.
- ¡Belleteyn! –gritó ella de pronto, y él sintió cómo se hacía más fuerte y más elástica la presión de su brazo sobre su pecho-. Se divierten. Celebran el ciclo eterno de la naturaleza que se renueva. ¿Y nosotros? ¿Qué hacemos aquí? ¿Nosotros, reliquias, condenadas a la extinción, a la destrucción y el olvido? La naturaleza se renueva, el ciclo se repite. Pero no nosotros, Geralt. Nosotros no podemos retornar. Nos han vedado esa posibilidad. Nos dieron capacidades para hacer con la naturaleza cosas extraordinarias, a veces contrarias incluso a ella. Y al mismo tiempo nos quitaron aquello que en la naturaleza es más sencillo y más natural. ¿Qué importa que vivamos más que ellos? Después de nuestro invierno no volverá la primavera, no renaceremos, lo que se acaba se acaba junto con nosotros. Pero a ti, como a mí, algo noa atrae a estos fuegos, aunque nuestra presencia aquí sea una burla perversa y blasfema de esta fiesta.
Él guardó silencio. No le gustaba cuando ella se dejaba caer en un estado de ánimo cuyo origen Geralt conocía tan bien. De nuevo, pensó, de nuevo comienza a martirizarla lo mismo. Hubo un tiempo en que parecía que había olvidado, que se había conformado como otras. La abrazó, la apretó contra él, la acunó despacito como a un niño. Ella se lo permitió. Geralt no se asombró de ello. Sabía que lo necesitaba.
- Sabes Geralt –dijo de pronto, más serena-. Lo que más me ha faltado ha sido tu silencio.
Él rozó con los labios su cabello, su oreja.. Te deseo, Yen, pensó, te deseo, lo sabes. Lo sabes, Yen.
- Lo sé –susurró ella.
- Yen...
Suspiró de nuevo.
- Sólo hoy –dijo mirándolo con los ojos muy abiertos-. Que sea nuestro Belleteyn. Por la mañana nos separaremos. Por favor, no cuentes con más, no puedo, no podría... Perdona. Si te he herido, bésame y vete.
- Si te beso, no me iré.
- Contaba con ello.
Ella alzó la cabeza. Él tocó con su boca sus labios abiertos. Con cuidado. Primero el labio superior, luego en inferior. Introdujo los dedos en los tortuosos rizos, tocó su oreja, su pendiente de diamantes, su cuello. Yennefer, respondiendo a su beso, se aplastó contra él y, presto, seguro, sus ágiles dedos se hicieron con los broches de su jubón.
Se echó de espaldas sobre la capa tendida en el blando musgo. Él besó uno de sus pechos, sintió como el pezón se endurecía y surgía por debajo de la finita tela de la camisa. Respiraba nerviosamente.
- Yen...
- No digas nada... Por favor...
El contacto de su piel desnuda, suave, fría, que electrizaba sus dedos y la palma de su mano. El escalofrío a lo largo de su espalda al arañarle con las uñas. Desde las hogueras, gritos, cantos, silbidos, a lo lejos una tolvanera dintante de chispas sobre una nube de humo púrpura. Caricias y roces. De ella, De él. Escalofríos. E impaciencia. Lentos roces de esbeltos muslos, que le rodeaban las caderas como si fueran una hebilla.
¡Belleteyn!
La respiración, que se desgarraba en suspiros. Centelleos bajo los pómulos, el perfume de lilas y grosellas. ¿La Reina de Mayo y el Rey de Mayo? ¿Una burla blasfema? ¿El olvido?
¡Belleteyn! ¿La Noche de Mayo!
Un gemido. ¿De ella? ¿De él? Rizos negros sobre los ojos, sobre los labios. Dedos cruzados en manos temblorosas. Un grito. ¿De ella? Pestañas negras. Humedad. Un gemido. ¿De él?
Silencio. Toda la eternidad en silencio.
Belleteyn... Fuego hasta el horizonte...
- ¿Yen?
- Oh, Geralt...
- Yen... ¿Estás llorand?
- ¡No!
- Yen.
- Me juré a mí misma... Me juré...
- No digas nada. No hace falta. ¿No tienes frío?
- Lo tengo.
- ¿Y ahora?
- Mejor.
El cielo clareaba a una velocidad aterradora, la negra pared del bosque definía sus contornos, surgía de la tiniebla sin forma como una clara y dentada línea de copas de árboles. La promesa celeste del amanecer que se arrastraba tras ella se extendía por el horizonte, sofocando las lámparas de las estrellas. Se hizo más frío. Geralt la apretó aún con más fuerza, la cubrió con la capa.
- ¿Geralt?
- ¿Hmm?
- Va a amanecer.
- Lo sé.
- ¿Te herí?
- Un poco.
- ¿Comenzará de nuevo?
- Nunca se terminó.
- Por favor... Haces que me sienta...
- No digas nada. Todo está bien
El olor del humo que vagaba por entre las hogueras. El olor de lilas y grosellas.
- ¿Geralt?
- ¿Sí?
- ¿Recuerdas nuestro encuentro en las montañas de los Milanos? ¿Y aquel dragón dorado...? ¿Cómo se llamaba?
- “Dragón dorado”, Lo recuerdo, Yen.
Lo besó en el lugar donde el cuello da paso a la clavícula, luego apoyó allí la cabeza, le acarició con el cabello.
- Estamos hechos el uno para el otro –susurró-. ¿Puede ser que predestinados el uno al otro? Pero no saldrá nada de esto. Una pena, pero cuando llegue el alba nos separaremos. No puede ser de otro modo. Tenemos que separarnos para no hacernos daño el uno al otro. Nosotros, predestinados el uno al otro. Hechos el uno para el otro.. Una pena. Aquél o aquéllos que nos crearon el uno para el otro debieran haber tenido en cuenta algo más. La mera predestinación no basta, es muy poco. Hace falta algo más. Perdóname. Tenía que decírtelo.
- Lo sé.
- Sabía que no tenía sentido que hiciéramos el amor.
- Te equivocas. Lo tenía. Pese a todo.
- Ve a “lugar”, Geralt.
- ¿Qué?
- Ve a “lugar”. Ve allí y esta vez no renuncies. No hagas lo que hiciste entonces... Cuando estuviste allí.
- ¿Cómo lo sabes?
- Sé todo sobre ti. ¿Lo has olvidado? Ve a “lugar”, de lo más deprisa que puedas. Se acercan malos tiempos. Muy malos. Tienes que llegara tiempo...
- Yen...
- No digas nada, or favor.
Más frío. Cada vez más frío. Y cada vez más claro.
- No te vayas todavía. Esperemos al amanecer.
- Esperemos.
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Extracto de “La espada del destino”, volumen segundo de “La saga de Geralt de Rivia”, escrita por Andrzej Sapkowsky. Editado en España por Bibliópolis.
Uno de los romances más bonitos y humanos. Una de las historias de espada y brujería más humana, con personajes –pese a todo- muy realistas.
En el fondo todos tenemos algo de Geralt, y algo de Yennefer.
Los nombres entrecomillados, son nombres que he borrado para no interferir con la historia si alguien la lee, puesto que esta narración podría concebirse casi como un "cuento aparte" dentro del hilo de la saga.
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Transcribí esto, porque hoy es San Juan, y anoche, una de las noches más mágicas del año. Porque San Juan me recuerda Belleteyn. Porque en sus orígenes, probablemente fue una celebración parecida.
Me pareció apropiado dejar constancia de ellos. Y a quien quiera, recomendarle a Geralt y Yennefer como compañeros de vivencias y aventuras. Un verdadero espejo de relaciones tormentosas.
Y ahora me voy a dormir (o no), porque llevo 28 horas despierta.
1 comentario:
Desde luego que la saga de Geral es de lo mejor que hay sobre fantasía. En mi escalafón particular está justo debajo del Señor de los Anillos.
Llegaste a un foro donde escribo buscando cosas de Geralt. te mandé allí un mensaje privado...
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