Esto no es un post crítico sobre la obra, si no más bien trata sobre lo que este libro significa para mí, así que es bastante más personal de lo habitual. Pero si quieres saber más sobre la historia aquí hay un link interesante: http://es.wikipedia.org/wiki/La_noche_de_los_tiempos
Verás, siempre llega un día en la vida de todos en que nos cuestionamos cuan poco conocemos a alguien. A mí a veces me pasa con mis padres.
A veces me quedo dándole vueltas a que a pesar de la cantidad de años que llevamos juntos pero no revueltos, nunca les acabo de conocer. Tal vez ha sido en gran medida una falta de interés por mi parte. O tal vez sea algo normal, por la diferencia generacional, o el rol de cada uno en la familia.
Es posible que a más tiempo transcurre y más mayor me hago, tomando las riendas de mi vida, que se faciliten las vías de comunicación en tanto que ya no les hablo tanto como hija, si no como otro “adulto” más, cuyas ideas merecen un respeto y no están supeditadas a su escrutinio continuado, velando por mi crecimiento.
En Uruguay es muy frecuente tener dos nombres, en mi familia todo el mundo los tiene, hasta mi hermano (que se salvó de llamarse Paolo Salvatore, para llamarse Paolo Ivan, aunque mi padre también intentó que se llamara Atila… En fin…). Por eso yo me llamo Tamara Eléa. Tamara, por una bailarina de ballet ruso. Eléa por un personaje de un libro de ciencia ficción.
Uno podría pensar que con lo que me gusta devorar historias, a los veintiocho años ya habría leído la novela a la cual le debo la cuarta parte de mi nombre. Bueno sí, claro, uno podría pensar, y no habría acertado.
Es uno de esos libros que no sé porqué siempre me ha dado palo comenzar. Quizás un poco por llevar la contra, ¿no? Si tu padre te dice no metas el dedo en el enchufe, lo metes, y si te dicen no hables con Fulanito, conviertes a Fulanito en tu mejor amigo. Cosas de críos.
Pero hace dos años metí a Barjavel en mi bolso y dediqué mi tiempo a leerle, esta vez sin prejuicios, y me enamoró.
Es entonces cuando me di cuenta lo poco que conozco a mis padres, esas figuras autoritarias, que a veces te dan alegrías tantas como disgustos, que han tomado decisiones por mí en mi vida que no me han gustado un pelo, a los que he hecho felices y he preocupado tantas veces (y las que quedan).
Esas personas que se encargaron de educarme, de la mejor forma posible (bastante bien he salido, creo yo xD), y de enseñarme a pensar por mí misma, que se negaron a bautizarme en su día para dejarme elegir mañana qué religión quería, que se pelearon en el colegio porque no me obligaran a ir a catequesis, y que también se negaron en redondo a agujerearme las orejas y plantarme unos pendientes, porque según ellos era mi cuerpo y qué derecho tenían de agujerearlo sin consultarme.
Esas personas, que por las noches me leían libros y cuentos, que me obligaron a tragar cantidades industriales de comida que no me gustaba un pelo, empezando por las espinacas y terminando por los lácteos. Suerte que mi madre descubrió tarde los sesos y el hígado, afortunadamente.
Esas personas que se esforzaron tanto para que yo fuera diferente a la media, alimentando siempre mi imaginación, dándome cochecitos de carreras además de muñecas y juegos de construcción, y que –gracias a dios- jamás me intentaron vestir como si fuera un batido de fresa, con el rosa hasta las bragas.
Pero claro, eso es lo que yo conocía, junto con algunas viejas historias de Uruguay.
¿Cómo no se me ocurrió antes leer aquel libro?
Muchas veces, cuando alguien es importante para mí, me gusta saber (si es que lee, cosa muy probable, porque si no lee es difícil que esté en mi grupo nuclear de amigos) cual es su libro favorito. Porque un libro es como una pintura, siempre destila sensaciones que te hacen adentrarte más y conocer algo mejor al otro. Intentas averiguar a través de esa historia a la otra persona, intentando comprender qué es lo que le gusta de esa historia o poesía.
Y si tantas veces lo hice por un amigo, ¿por qué fui incapaz hasta tan tarde de hacerlo por mis padres?
Así que un día me planté con “La noche de los tiempos”, y no solo lo leí, lo devoré, y lo disfruté, y me emocioné, y lloré a mares. Por la historia, y por mis padres, de quienes aprendí tarde (pero más vale tarde que nunca), que una vez fueron jóvenes, idealistas y estuvieron enamorados. Porque para ponerme un nombre salido de ese libro, y de ese personaje en concreto de entre los cientos de libros que teníamos en Uruguay, había que ser joven y estar enamorado, y pensar que siempre puede haber un mundo mejor.
Solo que el mundo cambia y nos hacemos mayores, topamos con la realidad que muchas veces chafa los sueños, y provoca las separaciones, y los divorcios, y los perdones. Todas esas cosas que no entiendo. Y me pregunto quien soy yo para juzgar su historia, yo que tantas veces pensé que nunca se quisieron y descubrí a los veintiocho años, que hubo un tiempo en el que se querían con locura.
A veces lamento ser mala hija, tan desagradecida e impermeable, y haberles prestado menos atención de la que se merecían. Suerte que ahora que soy adulta, puedo hablar con ellos de otra manera, más próxima.
Y aunque no se lo he dicho en persona, les doy gracias por haberme regalado una historia tan maravillosa. Fnac también le da las gracias por contribuir indirectamente a mis aportaciones mensuales a los sueldos de los empleados de la Illa.
Tengo que hacerme con otro ejemplar de “La noche de los tiempos”, para la posteridad, y visitar por lo menos una vez al Sr. Barjavel para dejarle flores.
Verás, siempre llega un día en la vida de todos en que nos cuestionamos cuan poco conocemos a alguien. A mí a veces me pasa con mis padres.
A veces me quedo dándole vueltas a que a pesar de la cantidad de años que llevamos juntos pero no revueltos, nunca les acabo de conocer. Tal vez ha sido en gran medida una falta de interés por mi parte. O tal vez sea algo normal, por la diferencia generacional, o el rol de cada uno en la familia.
Es posible que a más tiempo transcurre y más mayor me hago, tomando las riendas de mi vida, que se faciliten las vías de comunicación en tanto que ya no les hablo tanto como hija, si no como otro “adulto” más, cuyas ideas merecen un respeto y no están supeditadas a su escrutinio continuado, velando por mi crecimiento.
En Uruguay es muy frecuente tener dos nombres, en mi familia todo el mundo los tiene, hasta mi hermano (que se salvó de llamarse Paolo Salvatore, para llamarse Paolo Ivan, aunque mi padre también intentó que se llamara Atila… En fin…). Por eso yo me llamo Tamara Eléa. Tamara, por una bailarina de ballet ruso. Eléa por un personaje de un libro de ciencia ficción.
Uno podría pensar que con lo que me gusta devorar historias, a los veintiocho años ya habría leído la novela a la cual le debo la cuarta parte de mi nombre. Bueno sí, claro, uno podría pensar, y no habría acertado.
Es uno de esos libros que no sé porqué siempre me ha dado palo comenzar. Quizás un poco por llevar la contra, ¿no? Si tu padre te dice no metas el dedo en el enchufe, lo metes, y si te dicen no hables con Fulanito, conviertes a Fulanito en tu mejor amigo. Cosas de críos.
Pero hace dos años metí a Barjavel en mi bolso y dediqué mi tiempo a leerle, esta vez sin prejuicios, y me enamoró.
Es entonces cuando me di cuenta lo poco que conozco a mis padres, esas figuras autoritarias, que a veces te dan alegrías tantas como disgustos, que han tomado decisiones por mí en mi vida que no me han gustado un pelo, a los que he hecho felices y he preocupado tantas veces (y las que quedan).
Esas personas que se encargaron de educarme, de la mejor forma posible (bastante bien he salido, creo yo xD), y de enseñarme a pensar por mí misma, que se negaron a bautizarme en su día para dejarme elegir mañana qué religión quería, que se pelearon en el colegio porque no me obligaran a ir a catequesis, y que también se negaron en redondo a agujerearme las orejas y plantarme unos pendientes, porque según ellos era mi cuerpo y qué derecho tenían de agujerearlo sin consultarme.
Esas personas, que por las noches me leían libros y cuentos, que me obligaron a tragar cantidades industriales de comida que no me gustaba un pelo, empezando por las espinacas y terminando por los lácteos. Suerte que mi madre descubrió tarde los sesos y el hígado, afortunadamente.
Esas personas que se esforzaron tanto para que yo fuera diferente a la media, alimentando siempre mi imaginación, dándome cochecitos de carreras además de muñecas y juegos de construcción, y que –gracias a dios- jamás me intentaron vestir como si fuera un batido de fresa, con el rosa hasta las bragas.
Pero claro, eso es lo que yo conocía, junto con algunas viejas historias de Uruguay.
¿Cómo no se me ocurrió antes leer aquel libro?
Muchas veces, cuando alguien es importante para mí, me gusta saber (si es que lee, cosa muy probable, porque si no lee es difícil que esté en mi grupo nuclear de amigos) cual es su libro favorito. Porque un libro es como una pintura, siempre destila sensaciones que te hacen adentrarte más y conocer algo mejor al otro. Intentas averiguar a través de esa historia a la otra persona, intentando comprender qué es lo que le gusta de esa historia o poesía.
Y si tantas veces lo hice por un amigo, ¿por qué fui incapaz hasta tan tarde de hacerlo por mis padres?
Así que un día me planté con “La noche de los tiempos”, y no solo lo leí, lo devoré, y lo disfruté, y me emocioné, y lloré a mares. Por la historia, y por mis padres, de quienes aprendí tarde (pero más vale tarde que nunca), que una vez fueron jóvenes, idealistas y estuvieron enamorados. Porque para ponerme un nombre salido de ese libro, y de ese personaje en concreto de entre los cientos de libros que teníamos en Uruguay, había que ser joven y estar enamorado, y pensar que siempre puede haber un mundo mejor.
Solo que el mundo cambia y nos hacemos mayores, topamos con la realidad que muchas veces chafa los sueños, y provoca las separaciones, y los divorcios, y los perdones. Todas esas cosas que no entiendo. Y me pregunto quien soy yo para juzgar su historia, yo que tantas veces pensé que nunca se quisieron y descubrí a los veintiocho años, que hubo un tiempo en el que se querían con locura.
A veces lamento ser mala hija, tan desagradecida e impermeable, y haberles prestado menos atención de la que se merecían. Suerte que ahora que soy adulta, puedo hablar con ellos de otra manera, más próxima.
Y aunque no se lo he dicho en persona, les doy gracias por haberme regalado una historia tan maravillosa. Fnac también le da las gracias por contribuir indirectamente a mis aportaciones mensuales a los sueldos de los empleados de la Illa.
Tengo que hacerme con otro ejemplar de “La noche de los tiempos”, para la posteridad, y visitar por lo menos una vez al Sr. Barjavel para dejarle flores.
3 comentarios:
Me encanto este post Isondra, tenía mucho tiempo sin pasar por aqui y elegí leer esto y me ha caido como anillo al dedo...ahora que soy madre el mundo pinta diferente, espero ser un poco como tus padres y los mios que me han dado la lucidez de escapar y volar un poco, ver como pinta todo desde arriba, respirar y escapar al peloton de soldados creativos capitalistas a los que pertenecemos algunos...Pero no olvides que si bien no perteneces al peloton de soldados plasticos alienados basicos igual formamos parte de una sociedad capitalista que nos embriaga con lo dulce del perfume del poder.....Besicos Guapa....
P.D: Cuando tenga otros 5min. mirare tu facebook a ver si ya llevas pendientes...Si algún dia tengo una hija sere totalitaria con el tema de los pendientes, me encantan...antes muerta que sencilla...XDDDDD
Leí esta obra de arte hace un par de años. Hoy, ya en 2018, estaba buscando algún blog que diera su opinión personal sobre la misma...y me asombré muchísimo al ver que una persona hablara de Uruguay y La noche de los tiempos en un mismo artículo!
No sé si llegarás a ver este comentario (vi que el artículo es de hace 9 años!), pero me encantó leer que tus viejos hayan elegido ponerte como segundo nombre Eléa.
Saludos desde Uruguay!
Gabriela.
Madre mía! Hace la vida de este artículo, sí. Me alegro que te haya gustado. El libro es una gran novela, y vale mucho la pena leerlo. A mí colo pudiste ver, me encantó. Hace mucho tiempo que no escribo ya en el blog. Qué recuerdos. Ahora escribo en un blog dedicado a un escritor que se llama Brandon Sanderson (cosmere.es). A ver si retomo las entradas más personales. Un placer que hayas pasado por acá.
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