Hace mucho tiempo, empecé a escribir un cuento, de esos que algún año de estos se me dará por acabar. Sé cómo empieza, y sé como acaba, pero lo que sucede por en medio va cambiando cada vez que intento escribirlo.
Hace cosa de un año, vi un libro con el mismo título, pero no lo leí jamás. Creo que tampoco lo haré hasta que escriba mi historia. No quiero contaminarme.
Originariamente la idea de la historia era un poco distinta, pero estos días tengo una sensación encima que me hizo pensar en otro sentido para ese título.
Me quedé pensando en todas esas veces que consigues lo que quieres y aun así es una victoria hueca.
Como ser rey de una tierra devastada en la que no hay nadie a quien gobernar.
No es una idea muy original, claro. Es solo un sentimiento que me corroe.
Imagínate que persigues un puesto siete meses o más. Luchas por él, te dejas la piel… En el momento te parece todo de lo más normal. Es más, lo ves lógico y piensas que vale la pena.
Entonces una mañana te levantas, y ves que conseguiste el cargo que querías. Por un momento, te embriaga la alegría. Pero no estás seguro de que sea porque lo detentas y quieres ejercerlo, o porque conseguiste lo que anhelabas… Y siempre consigues lo que quieres. Es tu filosofía de vida, no hay más.
No existe el “no” como respuesta (salvo que lo digas tú).
Te miras, miras a tu alrededor… Y te sientes incómodo. Empiezas a plantearte si te lo mereces. No dudas de tus capacidades para nada, pero de golpe y porrazo la vida pesa como cinco toneladas más y cavilas… ¿Valía la pena?
No dudas que eres bueno para el cargo, dudas si realmente quieres desempeñarlo.
Quizás los tiempos cambiaron. Quizás cuando tú querías esa responsabilidad era para llevar a cabo unos proyectos, alcanzar unas metas, compartir tus éxitos… Pero la gente con la que quieres compartirlo ya no está… Estabas tan obcecado y preocupado persiguiendo esto, que no viste cómo te ibas quedando solo. O quizás la realidad es mucho peor: te diste cuenta, pero no te importó en absoluto. Cayeron y los dejaste atrás.
Pero hoy, ahora, te preguntas nuevamente: “¿Valió la pena?”.
Entonces te das cuenta de que es una situación ridícula, y por un segundo crees que perdiste las fuerzas.
¿A dónde fueron?
No eres capaz de recordarlo.
Quieres decirle al mundo que lo conseguiste. Te giras, a buscar a los amigos, pero te das cuenta de que tus amigos ya no están. Hace tiempo que perdieron el empuje para llegar juntos a la meta. Reconoces el mordisco insaciable de la soledad... Y la borrachera del éxito se disipa, dejando la resaca del vacío. Sí, ya sabes cual es. Esa sensación asquerosa, de profundo desazón y desconcierto. Como si no pertenecieras a este lugar.
Piensas en mandarlo todo a la mierda, tirarlo todo por la borda. Pero no te lo puedes permitir. No toleras los fracasos, y ahora que tienes el puto cargo, hay gente que depende de ti.
Eh, tío, tu querías un cargo en la cumbre, no puedes abandonar ahora sin más.
Sabes que tienes que tirar adelante.
Sentarte en tu trono sabe a mierda. Todo lo que hiciste por él, lo que luchaste, lo que lloraste, lo que dejaste atrás… Sabe a mierda y bilis.
No es tan cómodo como lo imaginabas.
Lo veías desde fuera y solo contemplabas su brillo. No meditaste que tal vez, era frío e incómodo, y para acabar de arreglarlo estás más alto que los demás. Sí, claro: tienes una vista maravillosa del mundo desde ahí.
Pero no se te ocurrió jamás que con ese ángulo de visión estás expuesto a todo el mundo, y todos verán el más pequeño de los fallos que cometas. Te cegaron las ansias de poder.
Ahora sientes pánico a equivocarte y quedar expuesto a la vista de todos. No quieres fallarle a nadie, no quieres llegar al punto de rehuir sus miradas, esconderte y sentirte terriblemente culpable por tus errores.
El peso sobre tus hombros se incrementa en cinco toneladas más... Y te preguntas si tendrás las fuerzas, el temple, el empuje necesario.
¿No querías tomar decisiones? Pues aquí tienes tres tazas.
No puedes escapar y te agobias. Por un momento, te ves sentado en la cárcel que elegiste tan alegremente. Tu nuevo sillón no es un premio, es una esclavitud. Se te antoja la idea que el brillo no es porque sea de oro.
Tu cabeza se dispara y fantaseas. Seguramente era un metal de mierda si bruñir siquiera, y todo el resplandor es debido a la cantidad de almas e ilusiones que absorbió desde que lo crearon. De toda la gente que se sentó aquí antes que tú.
A más luchaban, más alegrías dispersaban. Los éxitos no compensaban las penas. A más luchaban, más consumía sus sueños. Más grises se volvían. Pero tú todo esto no lo veías desde fuera.
Es una maldición.
Miras abajo, ves las caras esperanzadas de la gente, despreocupada. Te miran con ojos anhelantes mientras esperan que les libres de sus errores, de sus estupideces. Te piden en silencio, detrás de sus sonrías, que les salves de sí mismos para que puedan vivir alegres y despreocupados.
Te imploran en silencio que tercies por ellos, que les cuides, que colmes sus casas de alimentos.
No son conscientes de lo mucho que te cuesta, o quizás sí, pero no les importa. Como tampoco eras consciente tú cuando estabas abajo.
Estás sacrificando tu ser por esa gente, dejando de ser tú, conteniéndote, anulándote, por el bien de los demás. En tu interior gritas y te consumes mientras sientes que te pierdes en ese mar de ojos suplicantes.
Has condenado tu alma, has ofrecido tu mente, y sientes que cada vez te disuelves más y más. Eres perfectamente consciente de que mientras estés aquí arriba jamás podrás ser la persona que eres en realidad.
De hoy en adelante medirás tus actos, valorarás sus consecuencias, y así una y otra vez, incluso mientras duermas.
Quieres gritar desesperadamente, pero no puedes hacerlo. No, un buen rey es comedido. Ellos pueden gritar, pero tú jamás podrás permitirte ese lujo. No puedes perder las riendas de la situación. Tendrás que sonreír incluso en el más aciago de los días, incluso el día que se te rompa el corazón.
La paranoia aumenta y parece que están gritado todos dentro de tu cabeza. Quieres hacerles callar, pero te das cuenta de que nadie habla y lo único que pasa es que te aplasta la responsabilidad.
Sí, tendrás que sonreir, aunque lo único que quieras sea suicidarte. No existe esa posibilidad para ti.
Honor. Responsabilidad.
Es tu primer día y ya estás enloqueciendo. Quieres que dejen de mirarte y que pidan consejo a otro, pero eres tú el que está aquí sentado.
Piensas en el tiempo que te queda por delante y todo lo que te queda por luchar. Y por un momento tu único alivio es formar a alguien, para cederle el sitio y ser libre de nuevo.
Ahora lo único que esperas es que cuando te marches quede un poco de resplandor en ti, y no te hayas consumido por completo.
Hace cosa de un año, vi un libro con el mismo título, pero no lo leí jamás. Creo que tampoco lo haré hasta que escriba mi historia. No quiero contaminarme.
Originariamente la idea de la historia era un poco distinta, pero estos días tengo una sensación encima que me hizo pensar en otro sentido para ese título.
Me quedé pensando en todas esas veces que consigues lo que quieres y aun así es una victoria hueca.
Como ser rey de una tierra devastada en la que no hay nadie a quien gobernar.
No es una idea muy original, claro. Es solo un sentimiento que me corroe.
Imagínate que persigues un puesto siete meses o más. Luchas por él, te dejas la piel… En el momento te parece todo de lo más normal. Es más, lo ves lógico y piensas que vale la pena.
Entonces una mañana te levantas, y ves que conseguiste el cargo que querías. Por un momento, te embriaga la alegría. Pero no estás seguro de que sea porque lo detentas y quieres ejercerlo, o porque conseguiste lo que anhelabas… Y siempre consigues lo que quieres. Es tu filosofía de vida, no hay más.
No existe el “no” como respuesta (salvo que lo digas tú).
Te miras, miras a tu alrededor… Y te sientes incómodo. Empiezas a plantearte si te lo mereces. No dudas de tus capacidades para nada, pero de golpe y porrazo la vida pesa como cinco toneladas más y cavilas… ¿Valía la pena?
No dudas que eres bueno para el cargo, dudas si realmente quieres desempeñarlo.
Quizás los tiempos cambiaron. Quizás cuando tú querías esa responsabilidad era para llevar a cabo unos proyectos, alcanzar unas metas, compartir tus éxitos… Pero la gente con la que quieres compartirlo ya no está… Estabas tan obcecado y preocupado persiguiendo esto, que no viste cómo te ibas quedando solo. O quizás la realidad es mucho peor: te diste cuenta, pero no te importó en absoluto. Cayeron y los dejaste atrás.
Pero hoy, ahora, te preguntas nuevamente: “¿Valió la pena?”.
Entonces te das cuenta de que es una situación ridícula, y por un segundo crees que perdiste las fuerzas.
¿A dónde fueron?
No eres capaz de recordarlo.
Quieres decirle al mundo que lo conseguiste. Te giras, a buscar a los amigos, pero te das cuenta de que tus amigos ya no están. Hace tiempo que perdieron el empuje para llegar juntos a la meta. Reconoces el mordisco insaciable de la soledad... Y la borrachera del éxito se disipa, dejando la resaca del vacío. Sí, ya sabes cual es. Esa sensación asquerosa, de profundo desazón y desconcierto. Como si no pertenecieras a este lugar.
Piensas en mandarlo todo a la mierda, tirarlo todo por la borda. Pero no te lo puedes permitir. No toleras los fracasos, y ahora que tienes el puto cargo, hay gente que depende de ti.
Eh, tío, tu querías un cargo en la cumbre, no puedes abandonar ahora sin más.
Sabes que tienes que tirar adelante.
Sentarte en tu trono sabe a mierda. Todo lo que hiciste por él, lo que luchaste, lo que lloraste, lo que dejaste atrás… Sabe a mierda y bilis.
No es tan cómodo como lo imaginabas.
Lo veías desde fuera y solo contemplabas su brillo. No meditaste que tal vez, era frío e incómodo, y para acabar de arreglarlo estás más alto que los demás. Sí, claro: tienes una vista maravillosa del mundo desde ahí.
Pero no se te ocurrió jamás que con ese ángulo de visión estás expuesto a todo el mundo, y todos verán el más pequeño de los fallos que cometas. Te cegaron las ansias de poder.
Ahora sientes pánico a equivocarte y quedar expuesto a la vista de todos. No quieres fallarle a nadie, no quieres llegar al punto de rehuir sus miradas, esconderte y sentirte terriblemente culpable por tus errores.
El peso sobre tus hombros se incrementa en cinco toneladas más... Y te preguntas si tendrás las fuerzas, el temple, el empuje necesario.
¿No querías tomar decisiones? Pues aquí tienes tres tazas.
No puedes escapar y te agobias. Por un momento, te ves sentado en la cárcel que elegiste tan alegremente. Tu nuevo sillón no es un premio, es una esclavitud. Se te antoja la idea que el brillo no es porque sea de oro.
Tu cabeza se dispara y fantaseas. Seguramente era un metal de mierda si bruñir siquiera, y todo el resplandor es debido a la cantidad de almas e ilusiones que absorbió desde que lo crearon. De toda la gente que se sentó aquí antes que tú.
A más luchaban, más alegrías dispersaban. Los éxitos no compensaban las penas. A más luchaban, más consumía sus sueños. Más grises se volvían. Pero tú todo esto no lo veías desde fuera.
Es una maldición.
Miras abajo, ves las caras esperanzadas de la gente, despreocupada. Te miran con ojos anhelantes mientras esperan que les libres de sus errores, de sus estupideces. Te piden en silencio, detrás de sus sonrías, que les salves de sí mismos para que puedan vivir alegres y despreocupados.
Te imploran en silencio que tercies por ellos, que les cuides, que colmes sus casas de alimentos.
No son conscientes de lo mucho que te cuesta, o quizás sí, pero no les importa. Como tampoco eras consciente tú cuando estabas abajo.
Estás sacrificando tu ser por esa gente, dejando de ser tú, conteniéndote, anulándote, por el bien de los demás. En tu interior gritas y te consumes mientras sientes que te pierdes en ese mar de ojos suplicantes.
Has condenado tu alma, has ofrecido tu mente, y sientes que cada vez te disuelves más y más. Eres perfectamente consciente de que mientras estés aquí arriba jamás podrás ser la persona que eres en realidad.
De hoy en adelante medirás tus actos, valorarás sus consecuencias, y así una y otra vez, incluso mientras duermas.
Quieres gritar desesperadamente, pero no puedes hacerlo. No, un buen rey es comedido. Ellos pueden gritar, pero tú jamás podrás permitirte ese lujo. No puedes perder las riendas de la situación. Tendrás que sonreír incluso en el más aciago de los días, incluso el día que se te rompa el corazón.
La paranoia aumenta y parece que están gritado todos dentro de tu cabeza. Quieres hacerles callar, pero te das cuenta de que nadie habla y lo único que pasa es que te aplasta la responsabilidad.
Sí, tendrás que sonreir, aunque lo único que quieras sea suicidarte. No existe esa posibilidad para ti.
Honor. Responsabilidad.
Es tu primer día y ya estás enloqueciendo. Quieres que dejen de mirarte y que pidan consejo a otro, pero eres tú el que está aquí sentado.
Piensas en el tiempo que te queda por delante y todo lo que te queda por luchar. Y por un momento tu único alivio es formar a alguien, para cederle el sitio y ser libre de nuevo.
Ahora lo único que esperas es que cuando te marches quede un poco de resplandor en ti, y no te hayas consumido por completo.
6 comentarios:
No sé por qué, pero enseguida lo he asociado con el Trono de Hierro que sale en Canción de Hielo y Fuego, el que está forjado con las espadas de enemigos caídos y que, aparte de incómodo es peligroso, pues puede llegar a herir si no se tiene cuidado.
Pues ahora que lo dices...
Será cosa de que me engorde como Robert Baratheon, a ver si la grasa hace que me sienta más cómoda en él xD
Meow ^^
Por eso es que conseguir lo que tanto queremos a veces es lo peor que nos puede suceder.
Te vas consumir, (para que engañarnos, nos pasa a todos), y cuando explotes procura hacerlo a solas.
Gratz.
Y dejar los putos spoilers que algunos aun estamos por la parte en que encuentran a los lobos cachorros
Nah, cuando explote, prefiero hacerlo en comañía xD Es más... Gratificante =P
Sí, a veces es lo peor que nos puede suceder... Pero bueno, yo sinceramente lo prefiero. Qué sería de mi vida, perfecta y sin retos, sin cosas que arreglar.
Me paso la vida quejándome, pero en el fondo está bien así ¬¬
No he puesto spoilers!!!!!!!! Ya me contarás qué te parece el libro =) que espero que te guste mucho.
Pásalo bien por Zaragoza, y cuídate mucho, porfi...
Cuando acabes con este, con Choque de Reyes que es la segunda parte y Tormenta de Espadas (A Feast for Crows estña en inglés solo, pero tú dominas, y el quinto a ver si sale en 2008 -son 7 libros-), te recomiendo en serio el de Tokio Blues =P =) Lo empecé ayer y llevo casi 200 páginas entre el bus y la hora de comer.
No more yoga exercises for you!
Besos.
Saludos desde la biblio de la University of Michigan, en Ann Arbor!! Ayer regrese de Canada y manyana voy a Chicago!!
Este post me ha parecido muy bueno, y sirve para recordar algo que ya aprendi hace tiempo... LO QUE IMPORTA ES EL CAMINO, NO LA META!! Hay que disfrutar cada segundo de la vida, no postergar el disfrute a cuando se alcance la postrera meta, porque siempre habra una meta nueva, un hito ulterior por el que negarse el placer del viaje en si.
See you,
Carlos
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