Estos días he conversado a veces con l@s amig@s, sobre cómo ha cambiado Internet algunos hábitos sociales.
En honor a la verdad tengo que decir que los amigos que haya hecho en los últimos 6 o 7 años proceden mayoritariamente de la red, mi mejor amigo incluido. Aunque parezca mentira, la mayoría nos conocimos matándonos (virtualmente) on-line, y de ahí han surgido grandes cosas.
Entonces en algún momento te planteas que Internet tienen sus cosas buenas, claro: posibilidades mayores de conseguir información sobre cualquier tema que puedas imaginar, conocer personas de otro punto del planeta (en un mundo en el que el trabajo absorbe tanto tiempo), hacer amigos y (por qué no) encontrar pareja (el pasado domingo en casa de una amiga leí en un reportaje de la revista Glamour, que trataba sobre el auge de Internet como la panacea de la búsqueda de la media naranja).
¿Más ventajas de la red? Pues hombre, como no, el comercio electrónico (fraudes a parte). Hoy en día no hace falta salir de casa para consumir.
Yo en defensa de esto, alego que es la solución de la mujer trabajadora. Lo digo por mí misma que soy a la vez ama de casa, estudiante y empleada. Lo único que tengo que hacer es acceder a la página de mi supermercado favorito y hacer la compra on-line, que llega cómodamente a casa a la hora y día que haya determinado en el pedido.
De hecho adquiero on-line hasta las reservas de billetes de viaje, hoteles, alquiler de coches… Y últimamente me lancé a comprar libros en Amazon por el catálogo tan extenso que ofrecen. Hasta recuerdo haber comprado una foto de un piloto de la segunda guerra mundial (autografiada), que me mandaron desde Florida (firmada de origen en Australia). Impensable hace 10 años.
Veremos hasta dónde llega todo esto de las transacciones electrónicas con el asunto del DNIe.
En fin, que para mi alegría y quizás desgracia de alguien que pueda leer esto, incluso permite expresarse tranquila y cómodamente: se puede escribir una columna, un artículo, un libro, exponer una galería de arte, mostrar un corto hecho por uno mismo y quien sabe cuántas cosas más, y sin moverse un ápice de la silla.
A parte de todo lo anterior, decir que también estudio on-line.
El hecho de trabajar diez horas al día (9 en el mejor de los casos) implica que no tengo tiempo ni de respirar. Así que vamos, pocas cosas me quedan por hacer a través de la red. Dejando de lado las ideas que pueden pasar por la mente calenturienta de algun@s, a mí -por ejemplo- se me estaba ocurriendo hacerme rica on-line (que también es factible).
Y digo yo…
Si haces amigos on-line, puedes tener pareja on-line (de hecho hay unos cuantas parejas que viven en la distancia y aún así, SON pareja –lo cual hace replantearse un poquito el concepto de “pareja” hoy por hoy, pero ya lo dejo para otro post), estudiar on-line, trabajar on-line, comprar on-line, hasta ver la tele on-line (y siendo sinceros, descargar música y películas)… Llegas a la conclusión de que podemos hacer vida de cucarachas en casa. ¡Yuju!
Así que finalmente, acabas aislándote en tu fantástico piso de 40 metros cuadrados (con suerte, porque al precio que va el metro cuadrado de vivienda…), y curiosamente, esa herramienta que parece te abre las puertas al mundo y te permite conocer miles de personas que no hubieras conocido en otras circunstancias, es a la vez la culpable de que la gente se encierre cada vez más en sí misma.
Desde luego, im-presionante.
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