El domingo vinieron a comer a casa mi madre y mi hermano.
Mi madre tiene dos trabajos para poder llegar a fin de mes, uno de lunes a viernes, y otro para los fines de semana y festivos (que según el año puede legar a incluir fin de año, año nuevo y todo lo imaginable). Con estos dos sueldos, ingresa la friolera de 1200 euros, descontando los días de baja o las hora que no pueda trabajar. Y con eso tiene que hacer malabares para pagar el alquiler, la comida, luz, agua, gas, teléfono... Sobrevivir, como intentamos hacer todos, vamos.
Mi hermano es un caso de estos de ni estudio ni trabajo. No tengo muy claro de si por vagancia, desmotivación o ambas dos cosas. Este mes tiene que hacer un examen para ver si apreba ESO y puede así plantearse entrar en un módulo. Módulo que por cierto, también saldrá del sueldo de mi madre.
Mientras estábamos en la comida, salió el tema de la educación española.
Antes me exasperaba mucho con mi hermano y tenía tremendas discusiones sobre su futuro. Llegué a un punto en que ya no le abronco, porque a fin de cuentas, no soy progenitor suyo, y quizás lo mejor que puedo hacer es darle una opinión y que haga con ella lo que quiera.
La verdad es que el día a día de la juventud actual se me escapa por completo. No tengo ni idea de qué piensan ni a qué aspiran, solo lo que se entrevé en ocasiones.
Últimamente leo mucho las noticias. La verdad es que hay ocasiones en las que me pregunto para qué, si a fin de cuentas casi todo son desgracias. No hay día que no te indignes por ver cómo está el mundo.
Hace unos meses leí que un filósofo americano recibirá una beca de 4.000.000 de euros para investigar sober la vida eterna, de una fundación privada. Me parece un tanto absurdo que se inviertan (o derrochen, pero prefiero decir "inviertan" y ser políticamente correcta) esas cantidades en temas tan abstractos. El filósofo en cuestión tranquilizó al personal indicando que su trabajo será muy profesional y no se basará en cazafantasmas ni similares. Menos mal. Ahora dormiré mucho más tranquila.
Mientras, en laboratorios más serios, hay muchos investigadores que no tienen recursos prácticamente ni para el material de papelería, cuyos fondos para encontrar nuevos medicamentos o mejoras para la humanidad se recortan cada día.
A veces sale un rayo de esperanza, como el proyecto Mars One y te planteas que quizás hay aun un futuro. hasta que caes en que parte de los participantes en la primera misión espacial que llevará a nuestros congéneres a habitar otro planeta, será elegida por encefaloplanos que miran la tele como un hermano cualquiera en el que nominan a los concursantes. Un poquito fuerte...
O sea, que me estás diciendo que las mismas lumbreras que votan a sus políticos tan acertadamente, son los mismos que quizás vía streaming elegirán a (obviamente) los mejores candidatos a tal fin. Teniendo siempre en mente qué invididuo es más apto, y no porque sea más simpático o la tía que tiene mejores peras, por su puesto.
En fin.
Y en esta tesitura, hoy recojo el La Vanguadia para llevárselo a mi jefe y que así lo lea en la oficina, y cual es mi sorporesa cuando me encuentro la cara de Elrubius en portada. Omfg!
Llegados a este punto no sé decir si no debería avergonzarme el hecho de saber quien es, pero cuando eres gamer... Bueno, algunas cosas son inevitables.
Yo lo conocí por un video de coña sobre el RPG "Skyrim". Que por cierto, no he llegado a jugar porque me marea, cosa que me pasa con todos los juegos en primera persona (sé que puedo alejar la cámara, pero inexplicablemente, me marea igual). También me pasa con juegos muy rápidos como era hace millones de años el Quake Arena o cualquier shooter.
Pues sí, un personaje Elribus este.
Después de su video con las famosas flechipollas, un humor muy simple, absurdo y quizás masculino, del estilo de "caca, culo, pedo pis y tetas!!!! y nabos!!!!!!!", me quedé un poco traspuesta, pero inevitablemente su frase "flechipollas para todos" se incorporó en el vocabulario habitual de pareja. Junto al cuerno de mamut, muy a mi pesar debo decir.
El jovenzuelo este, edita (por así devirlo) videos de un minuto sobre otros videojuegos. Para quien los haya jugado, la verdad es que son la monda. Tiene videos como Pokemon en un minuto, World of Warcraft en un minuto (impagable la reflexión sobre la matanza de jabalíes), Tera en un minuto, League of Legends en un minuto... Y son bastante graciosos.
Lo que me parece insoportable son aquellos cuya duración exceden ese tiempo, los de diez minutos o más con su gameplay de turno, o incordiando al compañero de piso. A veces te preguntas para qué hacer tanto el payaso. Te lo preguntas hasta que tal día como hoy lees en La Vanguardia que el xicotet puede llegar a ingresar entre 100.000 € y 1.000.000 € al año con sus videotonterías. Sin más. Porque un día decidió plantarse delante de una cámara y hacer el tonto. Y a los demás nos hizo gracia en algún momento.
Imagino que aunque los videos más entetenidos son los cortos, porque este hombre acaba haciéndose cansino, debe ser difícil tener una idea periódica bueno, para mantener la audiencia que es la que te da de comer porque necesitas sus visitas y así, se te ocurre vender tu integridad haciendo cortos como el de molestar a tu compañero de piso.
Quizás por 100.000 € yo también lo haría.
Y por un segundo, corre por tu cabeza la alocada idea de inetntar unirte al selecto grupo de bufones virtuales que se nutren en cierta forma de la estupidez y simplicidad ajena. Por el dinero fácil. Y ese pensamiento me parece peligroso, porque, quién va a querer ser un científico y descubrir cosas nuevas, si no podrás ganarte la vida con ello, mientras haciendo el chorra en internet sí, o vendiendo la moto de que pedes descubrir la vida después de la muerte.
Me parece peligroso.
Peligroso, y no deja de ser una reflexión darse cuenta de que mal que nos pese las dos profesiones más viejas del mudno siguen vigentes: bufones y meretrices.
El mundo según Ysondra
Este es mi mundo, y en el hago lo que quiero.
5/07/2013
4/18/2013
Fé de vida
Bueno, no es que importe demasiado pero... Sigo por aquí (a pesar de que el taladro de las obras del piso de abajo de la oficina intente que me dé un ataque de nervios).
Tenía cierta noción de que hacía tiempo que no escribía, y ahora que lo miro, me doy cuenta que hace más de un año que no pasaba por estos lares.
Un año y medio da para mucho, Para mucho, mucho.
Allá por 2011 cuando escribí la última entrada, no tengo ni idea de cuál era mi preocupació máxima. Ahora mismo puedo decir que me preocupa hasta el trabajo.
Quién me lo iba a decir a mí en 2006.
Que me iba a preocupar el trabajo, cuando entré a trabajar en Caja Madrid. Y más, saliendo de donde salía. Porque con mi ojo clínico para los puestos, me escapé de las brasas inmobiliarias para caer en el fuego financiero.
Pero, eh, aquí estamos: resistiendo.
Ha llovido mucho desde 2006. Y qué decir de 2007 y 2008 cuando estalló la crisis, esa que los políticos preveían ver finiquitada en 2012 a más tardar. Pues nada, oigan, que estamos en 2013 y no creo yo que hayamos visto lo peor. Ni de la crisis, ni de la humanidad. Porque confieso que cada día pierdo un poco más la fé en el ser humano.
Algo tenemos que estar haciendo mal. Muy mal.
Antes no leía apenas las noticias. Cuando era pequeña veía el noticiero mientras comía con mis padres, como una rutina del día a día. Ahora leo los periódicos todos los días: La Vanguardia, El Mundo, El País, Cinco Días y Expansión. Y El Confidencial si me apuras.
Y una cosa puedo decir con certeza: se es más feliz en la ignorancia, pero bueno, entiendo que ya solo por mi trabajo es imposible permanecer al margen de la actualidad.
No sé.
Esto me recuerda mi pensamiento aquel de que el humano es malo por naturaleza y bueno por necesidad. El humano es, básicamente, egoista. Si no, no se puede entender todo lo que pasa en el entorno.
Asusta pensar que hace falta que una persona llegue al suicidio para que el representante de la ciudadanía se cuestione si quizás no está algo mal en el tema de los deshaucios.
Yo creo que estamos llegando un poco al límite. Y que nos están tomando el pelo.
No sé cómo es la cosa en otras partes del mundo, aunque a buen seguro todos tenemos nuestros trapos sucios. Pero, cuando haces una lista rápida de los últimos acontecimientos en España, como poco te estremeces.
Locos que asesinan personas indiscriminadamente. Hace un año en Noruega, este año en institutos de USA, esta semana en la maratón de Boston... De verdad, algo estamos haciendo MUY mal. Korea del Norte que amenaza al mundo (especialmente a Korea del Sur, Japón y USA) con misiles nucleares.
Es que la gente se toma la muerte a broma? Es que tan poco valoramos la vida?
Da la sensación de que da igual estar sobre la faz de la Tierra o no.
También somos hipócritas.
En occidente nos afecta más la muerte de 3 personas y 150 heridos en una maratón popular, más que todas las personas que padecen sufrimientos cada día en todo el mundo y de los que no somos conscientes simplemente porque no habitan un pais rico o "primermundista".
Sí, me parece una aberración la muerte del pequeño de 8 años en Boston pero... Qué hay del resto de niños que mueren cada día por guerras que no reciben ese nombre, o de hambre o de malos tratos... Y el resto de adultos que mueren cada hora. De ellos no se habla porque son amarillos o negros o islámicos o están en un país cuyo nombre un norteamericano no es capaz de situar ni pronunciar.
Hipócritas, es lo que somos todos. Porque vivimos gracias al sufrimiento ajeno y cerramos los ojos o miramos hacia otro lado. Y da igual que estemos en el S. XXI. Y lo mismo dará que llegemos al S XXX (aunque a este paso no lo veremos nunca).
El ser humano piensa que el mundo termina con su muerte. Y no. No es así.
A la Tierra le da igual que yo me muera dentro de 45 o 50 años. Y le da igual que muera la Sra. Merkel, o el Sr. Rajoy o el Sr. Rubalcaba o el Sr. Mas. O quien sea. Porque seguirá aquí cuando nos vayamos. Y qué habremos dejado de herencia? Mierda.
Todo el mundo sueña con heredar. Una casa, una cantidad indecente de dinero... Y las familias acaudaladas pretenden seguir siéndolo para que su riqueza se transmita a sus herederos y así hasta el fin de los tiempos, acumulando más capital del que jamás serán capaces de dsifrutar.
Yo no quiero heredar capital. Yo quiero el dinero suficiente como para tener una vida tranquila, sí. Pero no, no necesito una casa de 300 habitaciones que no podré disfrutar o que ni conoceré.
Yo quiero un planeta mejor. Quiero que mis nietos vean la colonización de matrte y sus tataranietos, la de mundos lejanos al calor de estrellas cuyo nombre hoy no conozco. Quiero que queden libres de enfermedades y hereden tecnología y ciencia suficientes como para tener una vida mejor que la mía. Lo quiero para ellos y para el resto del mundo.
Quiero un mundo libre de religiones, y no porque sea atea si no porque la religión, tal y como la esgrimen hoy por hoy, corrompe. Una humanidad libre de religiones, que no de valores.
No soy especialmente fan del fútbol. Ni de un equipo ni de otro, me parecen todos igual de aburridos. Pero sí estoy al tanto a base de leer tantos diarios al día, de quien es el Sr. Mourinho y de quién es el Sr. Del Bosque. Y si alguna cosa ha dicho el Sr. Del Bosque que haya llamado mi atención es: que el fútbol está hecho para unir, no para separar.
Bien.
Pues eso es lo que debería haber sido del tema de las religiones. Algo para unir a las personas, y dejar que cada uno crea en lo que quiera sin pisar al otro. pero claro, muy lejos de esa idea, nos encontramos hoy en que es un motivo para matar al de al lado. Porque la tolerancia requiere de inteligencia, cultura y comprensión, cosa que muy lamentablemente escasea en la media ciudadana. Igual que el Barça contra el Madrid.
Me meo de la risa cuando le preguntas a un niño de tres años de qué equipo es, y a ojos cerrados te dice que es de tal o cual partido. Pero animalico, acaso les has visto jugar como para poder comparar y hacerte una idea propia? No, solo sabes lo que tu entorno te mete en la cocorota. Pregúntale a un niño de tres años sobre su religión, y te dirá lo que haya mamado en su casa sin cuestionarse si le gusta o no, sin pensar, sin valorar.
Y aquí estamos, sin comprensión, porque escasea.
Escasea, pero no porque la gente sea idiota de solemnidad. No. Porque simplemente ya se preocupa muy mucho el Gobierno de no fomentar la cultura, ni la curiosidad ni el libre pensamiento. Porque si una persona piensa por sí misma plantea problemas de control.
Que pueden mucho los políticos hablar de si el aborto esto o el aborto aquello, pero lo que si han hecho muy bien los Gobiernos a lo largo de la historia es castrar mentalmente a sus ciudadanos. Queridos políticos, si tanto les preocupa el aborto sepan: cada día están ustedes abortando cerebros con sus medidas absurdas y egoistas, con sus políticas de educación deficientes...
Quiero una sociedad que sea capaz de pensar por sí misma, de valorar, de disfrutar. Que no pierda la curiosidad y donde no se maten unos a otros por papeles. Ni por ceros y unos.
Pienso en la educación. No sé cómo es en otros lugares, pero en España es terriblemente mediocre. Desde el uso de la lengua pasando por las ciencias. Es horrible. Está claro que el Gobierno quiere mano de obra barata, no cualificada y que no se sientan capaces de discutir.
En este tiempo que no he escrito, he leído bastante, y entre lo que he leído se encuentra la ciencia ficción clásica, como 1984. Treinta años más tarde, vamos camino a ello.
Se ha puesto de moda que no se utilicen palabras malsonantes. Por ejemplo, no se puede utilizar "deshaucio" porque suena feo. Los jóvenes no se exilian al extranjero, tienen movilidad laboral... Es como el trabajo de la creación del nuevo diccionaro de 1984 en el que cada día se borraban palabras o se les cambiaba el significado. En ello estamos.
El problema es, vivimos en sociedad (en el sentido que nuestros hogares están apilados unos junto a otros), pero en algún punto, nos hemos convertido cada vez más en individuos.
Y somos prepotentes.
Oh, si lo somos...
Somos la peste. Porque nosotros, los ciudadanos occidentales del S. XXI nos creemos poseedores de la verdad absoluta, y decretamos a la fuerza que la nuestra es LA forma de vida. LA sociedad. Y que los pobres aborígenes del Amazonas, pobrecitos ellos, tan incultos y desconocedores de la vida, valen menos que nada (y qué decir de los africanos, pobres, que no hacen más que matarse unos a otros y a nadie le importa slvo que haya piedras preciosas, petroleo o metales útiles para los móviles). Y que nuestra forma de cultura y de vida merece que sacrifiquemos la suya y su hábitat, y sus animales y que les exterminemos o les mandemos a vivir en chabolas porque necesitamos petroleo y queremos carreteras.
Porque las grandes empresas nos hacen creer que no hay nada que sustituya al petroleo y al gas. Y por eso, tenemos todo el derecho del mundo de masacrarlos.
Eso es ser humano en el S. XXI.
A este paso, no hay problema. No llegaremos al S. XXX (para tranquilidad del ecosistema -que resista-).
Pero a quién le importa que mañana no hayan árboles, que dentro de sesenta años no queden bosques, y se hayan extinguido los animales autóctonos?
No, desde luego, a los presidentes de las corporaciones que estarán muertos, ni a los presidentes del gobierno de turno. Porque para ellos el mundo termina con su muerte, y a nosotros, los que quedemos, y a nuestros hijos y nuestros nietos, que les den por culo.
A veces miro al cielo, y me pregunto qué será de la vida en el 2026, cuando los primeros colonos marcianos lleguen a Mars One. Y pienso que igual debería leer La Trilogía Marciana.
Como se decía antaño: Sky is the limit.
Mientras, aquí en la Tierra, o por lo menos en España (que es lo que conozco), la gente está demasiado agotada para mirar al cielo, para soñar.
Suben los precios, los impuestos, escasea el trabajo, bajan los sueldos, se pierden las casas, aumenta la pobreza y los suicidios. Y lo único que tenemos es ya fuerzas para poner la otra mejilla.
Sube la gasolina? Vale, sube la gasolina, ya pago pero por Dios, no quiero saber de nada más.
Bajan los sueldos? Bajan los sueldos, comeré menos, viajaré menos, sacrificaré la cultura.
Suben los impuestos? Suben los impuestos, vale...
Y un golpe, y otro golpe... Hasta que te parece que es lo normal. Como el maltrato. Si mi pareja me pega es porque estoy haciendo algo mal. Seguro que lo merezco. Al final, piensas que de verdad lo mereces.
Y no: no lo mereces.
Cada día oímos hablar de igualdad a los políticos, que se llenan la boca de palabras cuyo significado conocen solo en teoría. Que vivan con 300 euros. Que vivan en la calle deshauciados. Que viven en una casa de 30m2. Que practiquen lo que predican... Pero ah... Eso no es para ellos.
Si el ser humano es político, estamos jodidos. Porque hoy en día el político es el animal más egoista que existe sobre la faz del planeta.
La verdad es que debería escribir más a menudo, porque la de cosas que se me juntan dentro para vomitar..
Amanece, que no es poco.
Y aunque no lo parezca, en rasgos generales estoy más que feliz, a pesar de todo.
Tenía cierta noción de que hacía tiempo que no escribía, y ahora que lo miro, me doy cuenta que hace más de un año que no pasaba por estos lares.
Un año y medio da para mucho, Para mucho, mucho.
Allá por 2011 cuando escribí la última entrada, no tengo ni idea de cuál era mi preocupació máxima. Ahora mismo puedo decir que me preocupa hasta el trabajo.
Quién me lo iba a decir a mí en 2006.
Que me iba a preocupar el trabajo, cuando entré a trabajar en Caja Madrid. Y más, saliendo de donde salía. Porque con mi ojo clínico para los puestos, me escapé de las brasas inmobiliarias para caer en el fuego financiero.
Pero, eh, aquí estamos: resistiendo.
Ha llovido mucho desde 2006. Y qué decir de 2007 y 2008 cuando estalló la crisis, esa que los políticos preveían ver finiquitada en 2012 a más tardar. Pues nada, oigan, que estamos en 2013 y no creo yo que hayamos visto lo peor. Ni de la crisis, ni de la humanidad. Porque confieso que cada día pierdo un poco más la fé en el ser humano.
Algo tenemos que estar haciendo mal. Muy mal.
Antes no leía apenas las noticias. Cuando era pequeña veía el noticiero mientras comía con mis padres, como una rutina del día a día. Ahora leo los periódicos todos los días: La Vanguardia, El Mundo, El País, Cinco Días y Expansión. Y El Confidencial si me apuras.
Y una cosa puedo decir con certeza: se es más feliz en la ignorancia, pero bueno, entiendo que ya solo por mi trabajo es imposible permanecer al margen de la actualidad.
No sé.
Esto me recuerda mi pensamiento aquel de que el humano es malo por naturaleza y bueno por necesidad. El humano es, básicamente, egoista. Si no, no se puede entender todo lo que pasa en el entorno.
Asusta pensar que hace falta que una persona llegue al suicidio para que el representante de la ciudadanía se cuestione si quizás no está algo mal en el tema de los deshaucios.
Yo creo que estamos llegando un poco al límite. Y que nos están tomando el pelo.
No sé cómo es la cosa en otras partes del mundo, aunque a buen seguro todos tenemos nuestros trapos sucios. Pero, cuando haces una lista rápida de los últimos acontecimientos en España, como poco te estremeces.
- Suicidios ciudadanos por no poder pagar las propias deudas y ante el temor de verse deshauciados
- Jóvenes que se exilian por falta de puestos de trabajo
- Corrupción política, a un nivel insultante en que no solo se suben el sueldo o cobran en negro, si no que con demagogia menosprecian los problemas de su pueblo
- Pagos en negro que preescriben o se tergiversan
- Periodistas que plasman en sus fotos cómo la clase política se toma a risa los problemas del ciudadanos mientras juegan al apalabrados con sus flamantes iPads pagados con el dinero del contribuidor. Periodistas, que dicho sea de paso, son amonestados porque "desde ahí no se pueden sacar fotos", mientras al representante del pueblo no le pasa nada.
- Monarquía tan corrupta como los políticos, donde la familia real desfalca, o sus allegados y no pasa nada.
Locos que asesinan personas indiscriminadamente. Hace un año en Noruega, este año en institutos de USA, esta semana en la maratón de Boston... De verdad, algo estamos haciendo MUY mal. Korea del Norte que amenaza al mundo (especialmente a Korea del Sur, Japón y USA) con misiles nucleares.
Es que la gente se toma la muerte a broma? Es que tan poco valoramos la vida?
Da la sensación de que da igual estar sobre la faz de la Tierra o no.
También somos hipócritas.
En occidente nos afecta más la muerte de 3 personas y 150 heridos en una maratón popular, más que todas las personas que padecen sufrimientos cada día en todo el mundo y de los que no somos conscientes simplemente porque no habitan un pais rico o "primermundista".
Sí, me parece una aberración la muerte del pequeño de 8 años en Boston pero... Qué hay del resto de niños que mueren cada día por guerras que no reciben ese nombre, o de hambre o de malos tratos... Y el resto de adultos que mueren cada hora. De ellos no se habla porque son amarillos o negros o islámicos o están en un país cuyo nombre un norteamericano no es capaz de situar ni pronunciar.
Hipócritas, es lo que somos todos. Porque vivimos gracias al sufrimiento ajeno y cerramos los ojos o miramos hacia otro lado. Y da igual que estemos en el S. XXI. Y lo mismo dará que llegemos al S XXX (aunque a este paso no lo veremos nunca).
El ser humano piensa que el mundo termina con su muerte. Y no. No es así.
A la Tierra le da igual que yo me muera dentro de 45 o 50 años. Y le da igual que muera la Sra. Merkel, o el Sr. Rajoy o el Sr. Rubalcaba o el Sr. Mas. O quien sea. Porque seguirá aquí cuando nos vayamos. Y qué habremos dejado de herencia? Mierda.
Todo el mundo sueña con heredar. Una casa, una cantidad indecente de dinero... Y las familias acaudaladas pretenden seguir siéndolo para que su riqueza se transmita a sus herederos y así hasta el fin de los tiempos, acumulando más capital del que jamás serán capaces de dsifrutar.
Yo no quiero heredar capital. Yo quiero el dinero suficiente como para tener una vida tranquila, sí. Pero no, no necesito una casa de 300 habitaciones que no podré disfrutar o que ni conoceré.
Yo quiero un planeta mejor. Quiero que mis nietos vean la colonización de matrte y sus tataranietos, la de mundos lejanos al calor de estrellas cuyo nombre hoy no conozco. Quiero que queden libres de enfermedades y hereden tecnología y ciencia suficientes como para tener una vida mejor que la mía. Lo quiero para ellos y para el resto del mundo.
Quiero un mundo libre de religiones, y no porque sea atea si no porque la religión, tal y como la esgrimen hoy por hoy, corrompe. Una humanidad libre de religiones, que no de valores.
No soy especialmente fan del fútbol. Ni de un equipo ni de otro, me parecen todos igual de aburridos. Pero sí estoy al tanto a base de leer tantos diarios al día, de quien es el Sr. Mourinho y de quién es el Sr. Del Bosque. Y si alguna cosa ha dicho el Sr. Del Bosque que haya llamado mi atención es: que el fútbol está hecho para unir, no para separar.
Bien.
Pues eso es lo que debería haber sido del tema de las religiones. Algo para unir a las personas, y dejar que cada uno crea en lo que quiera sin pisar al otro. pero claro, muy lejos de esa idea, nos encontramos hoy en que es un motivo para matar al de al lado. Porque la tolerancia requiere de inteligencia, cultura y comprensión, cosa que muy lamentablemente escasea en la media ciudadana. Igual que el Barça contra el Madrid.
Me meo de la risa cuando le preguntas a un niño de tres años de qué equipo es, y a ojos cerrados te dice que es de tal o cual partido. Pero animalico, acaso les has visto jugar como para poder comparar y hacerte una idea propia? No, solo sabes lo que tu entorno te mete en la cocorota. Pregúntale a un niño de tres años sobre su religión, y te dirá lo que haya mamado en su casa sin cuestionarse si le gusta o no, sin pensar, sin valorar.
Y aquí estamos, sin comprensión, porque escasea.
Escasea, pero no porque la gente sea idiota de solemnidad. No. Porque simplemente ya se preocupa muy mucho el Gobierno de no fomentar la cultura, ni la curiosidad ni el libre pensamiento. Porque si una persona piensa por sí misma plantea problemas de control.
Que pueden mucho los políticos hablar de si el aborto esto o el aborto aquello, pero lo que si han hecho muy bien los Gobiernos a lo largo de la historia es castrar mentalmente a sus ciudadanos. Queridos políticos, si tanto les preocupa el aborto sepan: cada día están ustedes abortando cerebros con sus medidas absurdas y egoistas, con sus políticas de educación deficientes...
Quiero una sociedad que sea capaz de pensar por sí misma, de valorar, de disfrutar. Que no pierda la curiosidad y donde no se maten unos a otros por papeles. Ni por ceros y unos.
Pienso en la educación. No sé cómo es en otros lugares, pero en España es terriblemente mediocre. Desde el uso de la lengua pasando por las ciencias. Es horrible. Está claro que el Gobierno quiere mano de obra barata, no cualificada y que no se sientan capaces de discutir.
En este tiempo que no he escrito, he leído bastante, y entre lo que he leído se encuentra la ciencia ficción clásica, como 1984. Treinta años más tarde, vamos camino a ello.
Se ha puesto de moda que no se utilicen palabras malsonantes. Por ejemplo, no se puede utilizar "deshaucio" porque suena feo. Los jóvenes no se exilian al extranjero, tienen movilidad laboral... Es como el trabajo de la creación del nuevo diccionaro de 1984 en el que cada día se borraban palabras o se les cambiaba el significado. En ello estamos.
El problema es, vivimos en sociedad (en el sentido que nuestros hogares están apilados unos junto a otros), pero en algún punto, nos hemos convertido cada vez más en individuos.
Y somos prepotentes.
Oh, si lo somos...
Somos la peste. Porque nosotros, los ciudadanos occidentales del S. XXI nos creemos poseedores de la verdad absoluta, y decretamos a la fuerza que la nuestra es LA forma de vida. LA sociedad. Y que los pobres aborígenes del Amazonas, pobrecitos ellos, tan incultos y desconocedores de la vida, valen menos que nada (y qué decir de los africanos, pobres, que no hacen más que matarse unos a otros y a nadie le importa slvo que haya piedras preciosas, petroleo o metales útiles para los móviles). Y que nuestra forma de cultura y de vida merece que sacrifiquemos la suya y su hábitat, y sus animales y que les exterminemos o les mandemos a vivir en chabolas porque necesitamos petroleo y queremos carreteras.
Porque las grandes empresas nos hacen creer que no hay nada que sustituya al petroleo y al gas. Y por eso, tenemos todo el derecho del mundo de masacrarlos.
Eso es ser humano en el S. XXI.
A este paso, no hay problema. No llegaremos al S. XXX (para tranquilidad del ecosistema -que resista-).
Pero a quién le importa que mañana no hayan árboles, que dentro de sesenta años no queden bosques, y se hayan extinguido los animales autóctonos?
No, desde luego, a los presidentes de las corporaciones que estarán muertos, ni a los presidentes del gobierno de turno. Porque para ellos el mundo termina con su muerte, y a nosotros, los que quedemos, y a nuestros hijos y nuestros nietos, que les den por culo.
A veces miro al cielo, y me pregunto qué será de la vida en el 2026, cuando los primeros colonos marcianos lleguen a Mars One. Y pienso que igual debería leer La Trilogía Marciana.
Como se decía antaño: Sky is the limit.
Mientras, aquí en la Tierra, o por lo menos en España (que es lo que conozco), la gente está demasiado agotada para mirar al cielo, para soñar.
Suben los precios, los impuestos, escasea el trabajo, bajan los sueldos, se pierden las casas, aumenta la pobreza y los suicidios. Y lo único que tenemos es ya fuerzas para poner la otra mejilla.
Sube la gasolina? Vale, sube la gasolina, ya pago pero por Dios, no quiero saber de nada más.
Bajan los sueldos? Bajan los sueldos, comeré menos, viajaré menos, sacrificaré la cultura.
Suben los impuestos? Suben los impuestos, vale...
Y un golpe, y otro golpe... Hasta que te parece que es lo normal. Como el maltrato. Si mi pareja me pega es porque estoy haciendo algo mal. Seguro que lo merezco. Al final, piensas que de verdad lo mereces.
Y no: no lo mereces.
Cada día oímos hablar de igualdad a los políticos, que se llenan la boca de palabras cuyo significado conocen solo en teoría. Que vivan con 300 euros. Que vivan en la calle deshauciados. Que viven en una casa de 30m2. Que practiquen lo que predican... Pero ah... Eso no es para ellos.
Si el ser humano es político, estamos jodidos. Porque hoy en día el político es el animal más egoista que existe sobre la faz del planeta.
La verdad es que debería escribir más a menudo, porque la de cosas que se me juntan dentro para vomitar..
Amanece, que no es poco.
Y aunque no lo parezca, en rasgos generales estoy más que feliz, a pesar de todo.
7/19/2011
La ventana
Al más puro estilo de Tío Gilito, guardaba encerrado su mayor tesoro, sin importar ya la legitimidad de su pertenencia.
Por las noches dormía con la llave bajo la almohada. De día, la llevaba colgando del cuello oculta bajo la camisa. Le reconfortaba el tacto del metal sobre la piel de su pecho.
Visitaba la cámara incontables veces al día, siempre que disponía de un lapso de tiempo. Entonces, abría la puerta, lo observaba, y se le olvidaban las penurias de la jornada, el corazón henchido de gozo, tras lo cual, volvía rápidamente a sus quehaceres cotidianos.
En cierta forma, lo que estaba allí encerrado no era tanto su tesoro, como él, el eterno esclavo siempre pendiente. Realmente, vivía con la temor desesperado de que llegara el día en que al entrar en su cámara, no quedara nada. La llave era un talismán para su desazón, pese a no tener conciencia de este hecho (o no querer tenerla).
Desde que lo adquiriera, cada vez dormía menos. Vivía nervioso, los ojos enmarcados en la oscuridad de sus ojeras, y en entre el bermellón de su mirada cansada cada vez era más frecuente toparse con el brillo enloquecido, fruto de su fijación.
Llegó el día en que nada más cerrar la puerta, en cada respiración se preguntaba si seguiría ahí a buen recaudo. Tanto así, que finalmente mudó su oficina, y su vida, a un despacho frente al edificio, de manera que pudiera controlar desde la ventana todo movimiento.
Perdió la noción del tiempo, del sueño, del hambre, la productividad en horas de trabajo. Nada le importaba más. Perdió pelo y peso. La casa-despacho se tornó inhabitable, montañas de desperdicios, platos sin fregar, ropa sin lavar, basura sin tirar.
Su mente, perdida, miraba sin ver a través de sus ojos la reducida ventana que era ahora su mundo, esclavo de su miedo y su obsesión.
Por las noches dormía con la llave bajo la almohada. De día, la llevaba colgando del cuello oculta bajo la camisa. Le reconfortaba el tacto del metal sobre la piel de su pecho.
Visitaba la cámara incontables veces al día, siempre que disponía de un lapso de tiempo. Entonces, abría la puerta, lo observaba, y se le olvidaban las penurias de la jornada, el corazón henchido de gozo, tras lo cual, volvía rápidamente a sus quehaceres cotidianos.
En cierta forma, lo que estaba allí encerrado no era tanto su tesoro, como él, el eterno esclavo siempre pendiente. Realmente, vivía con la temor desesperado de que llegara el día en que al entrar en su cámara, no quedara nada. La llave era un talismán para su desazón, pese a no tener conciencia de este hecho (o no querer tenerla).
Desde que lo adquiriera, cada vez dormía menos. Vivía nervioso, los ojos enmarcados en la oscuridad de sus ojeras, y en entre el bermellón de su mirada cansada cada vez era más frecuente toparse con el brillo enloquecido, fruto de su fijación.
Llegó el día en que nada más cerrar la puerta, en cada respiración se preguntaba si seguiría ahí a buen recaudo. Tanto así, que finalmente mudó su oficina, y su vida, a un despacho frente al edificio, de manera que pudiera controlar desde la ventana todo movimiento.
Perdió la noción del tiempo, del sueño, del hambre, la productividad en horas de trabajo. Nada le importaba más. Perdió pelo y peso. La casa-despacho se tornó inhabitable, montañas de desperdicios, platos sin fregar, ropa sin lavar, basura sin tirar.
Su mente, perdida, miraba sin ver a través de sus ojos la reducida ventana que era ahora su mundo, esclavo de su miedo y su obsesión.
7/18/2011
Las plantas
La verdad es que no le gustaban las plantas. Si las tenía en el patio de su casa fue por un mísero error, o circunstancia el destino. Había encontrado recientemente trabajo, y se había quedado sin vacaciones de verano.
Por el contrario, su madre, jubilada, se iba con las amigas por ahí dos semanas: “Cuídame las plantas un par de semanas, nene, tú que estarás en casa”, “No, no te preocupes, te las llevo a casa así no tienes que venir cada día”.
Ahí estaba él, con sus bóxers, un pitillo, los pelos de recién levantado y la barba del fin de semana, regadera en mano echando agua en las condenadas plantas.
De pronto, ese frío que recorre tu espinazo cuando te sientes observado. Ahí estaba ella: la vecina del segundo, observándole, detenidamente, las manos apoyadas sobre la barandilla, la barbilla sobre el dorso de las manos, cien por cien pura atención divertida.
Era una chica normalita, no muy alta, tal vez un poco baja para una chica. Ni muy gorda, ni muy delgada, con formas femeninas. Sus facciones estaban también en la media. Si acaso destacara algo, seguramente se quedaría con sus labios. Tenía el pelo un poco corto, justo por encima de los hombros, desfilado, y (por lo que había podido observar), lo recogía con unos clips para que no le taparan la cara. No era una belleza, pero tenía un especial atractivo cuyo origen no sabría a ciencia cierta señalar.
Únicamente coinciden al colgar la ropa, en el ascensor a veces, y al recoger la correspondencia. No hablan mucho: “Buenos días, “Buenas tardes”, Buenas noches”, lo típico. Sin embargo ahora está el tema ese de "las miradas", y ahora también el tema de las plantas: “Carai, tienes una jungla en el patio”, le dice ella. “Mi madre que se fue de vacaciones y me ha dejado con el marrón”, responde él.
Así pasan los días.
Poco antes que su madre volviese, fue a su casa a dejarle una nota: “Mamá, que me quedo con las plantas, no me hago al patio vacío ahora”. Al volver, se fue directo al patio. Está contento con la tontería del jardín, y le gusta pescarla in fraganti observándole desde el balcón, aunque no sea muy parlanchina tampoco y pocas veces entable una charla.
Cualquier día, se promete, sube y la invita a un café.
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Por el contrario, su madre, jubilada, se iba con las amigas por ahí dos semanas: “Cuídame las plantas un par de semanas, nene, tú que estarás en casa”, “No, no te preocupes, te las llevo a casa así no tienes que venir cada día”.
Ahí estaba él, con sus bóxers, un pitillo, los pelos de recién levantado y la barba del fin de semana, regadera en mano echando agua en las condenadas plantas.
De pronto, ese frío que recorre tu espinazo cuando te sientes observado. Ahí estaba ella: la vecina del segundo, observándole, detenidamente, las manos apoyadas sobre la barandilla, la barbilla sobre el dorso de las manos, cien por cien pura atención divertida.
Era una chica normalita, no muy alta, tal vez un poco baja para una chica. Ni muy gorda, ni muy delgada, con formas femeninas. Sus facciones estaban también en la media. Si acaso destacara algo, seguramente se quedaría con sus labios. Tenía el pelo un poco corto, justo por encima de los hombros, desfilado, y (por lo que había podido observar), lo recogía con unos clips para que no le taparan la cara. No era una belleza, pero tenía un especial atractivo cuyo origen no sabría a ciencia cierta señalar.
Únicamente coinciden al colgar la ropa, en el ascensor a veces, y al recoger la correspondencia. No hablan mucho: “Buenos días, “Buenas tardes”, Buenas noches”, lo típico. Sin embargo ahora está el tema ese de "las miradas", y ahora también el tema de las plantas: “Carai, tienes una jungla en el patio”, le dice ella. “Mi madre que se fue de vacaciones y me ha dejado con el marrón”, responde él.
Así pasan los días.
Poco antes que su madre volviese, fue a su casa a dejarle una nota: “Mamá, que me quedo con las plantas, no me hago al patio vacío ahora”. Al volver, se fue directo al patio. Está contento con la tontería del jardín, y le gusta pescarla in fraganti observándole desde el balcón, aunque no sea muy parlanchina tampoco y pocas veces entable una charla.
Cualquier día, se promete, sube y la invita a un café.
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The way back home (I)
A veces es un consuelo levantar la vista para observar ese cielo azul. No tanto por su belleza (aunque es bello sin lugar a dudas), si no por la sensación de contemplar algo conocido, en aquella lejana ciudad.
Uno no siempre se marcha porque quiere. A veces se muda porque le obligan, o porque así sopló el viento, y cabalgando sobre él cual hoja, acaba depositado en un sitio completamente extraño. Hay que buscarse la vida.
Extraño no es lo mismo que malo. Extraño es simplemente, diferente a ti, a lo que conoces y das por sentado que es. Distinto del entorno en el que creciste, donde te formaste, con costumbres diferentes de las tuyas.
A veces, adaptarse -aunque necesario-, es complicado. Sobre todo cuando el cambio implica hasta un lenguaje nuevo. Es curioso, porque no hace falta hablar otro idioma distinto para estar usando un lenguaje diferente, que te haga sentir perdido.
Sin embargo, y a pesar de todo ello, a pesar del paisaje, a pesar de esa arquitectura tan peculiar, a pesar de la forma de vestir de la gente, a pesar de la cordialidad aséptica, puedes sentirte en casa cada vez que miras al cielo y sabes en lo más profundo de ti, que casa también existe bajo ese mismo azul claro.
Esa certeza te alivia como un bálsamo, haciendo que una oleada de calor templado recorra tu cuerpo invadiéndolo todo. Te arropa como la manta aquella que tenías de pequeño, aquella manta mágica que te alejaba los monstruos de la oscuridad. Así que, cuando miras al cielo, te sientes en paz y reconfortado.
Cierras los ojos, para disfrutar lo más posible esa sensación de calma, mientras acuden a ti un tropel de recuerdos cándidos y felices que atesoras como si se trataran de una cápsula del tiempo. En casa todo permanece intacto como entonces, la gente es amable y sincera, quieren decir exactamente lo que dicen y nada más. Sin embargo aquí, en la ciudad todo es más complicado.
Muchas mañanas, mientras te arreglas frente al espejo y te observas, no te reconoces. La pose, el traje, la mirada. Sabes que has hecho un cambio paulatino y que te has ido adaptando a tu nuevo entorno poco a poco.
El mayor reto, con todo, lo representa salir a la calle. No porque haya un elevado índice de criminalidad, ni por una conducción temeraria, si no por la gente.
Aquí la gente es rara, y parece un tanto fría. Son en extremo corteses y educados, siempre sonríen. Con el paso del tiempo has aprendido que detrás de cada frase hay un segundo significado, y que una sonrisa o un silencio pueden ser más peligrosos que una amenaza.
Ahora, tu vida es una partida perpetua de ajedrez dónde estás planificando un movimiento tras otro. Es realmente agotador, y te cuesta acostumbrarte, pero lo haces. Tanto es así que ya no dices lo que piensas realmente. Dices blanco cuando piensas negro, sonríes cuando quieres llorar, dices que no lo quieres cuando lo anhelas con todo tu alma, muestras indiferencia ante lo que realmente te interesa… Y te preguntas si no te estás volviendo loco.
Es la marca de la manada, la insignia de la ciudad.
Cuando miras al cielo, anhelas aquellos días en que las cosas eran como ese azul inmaculado sin tener que ir adivinando lo que se escondía detrás de cada nube, y tienes la esperanza de que tal vez un días vuelvas a casa, donde no tienes que disfrazarte ni resguardarte entre silencios ni palabras.
Uno no siempre se marcha porque quiere. A veces se muda porque le obligan, o porque así sopló el viento, y cabalgando sobre él cual hoja, acaba depositado en un sitio completamente extraño. Hay que buscarse la vida.
Extraño no es lo mismo que malo. Extraño es simplemente, diferente a ti, a lo que conoces y das por sentado que es. Distinto del entorno en el que creciste, donde te formaste, con costumbres diferentes de las tuyas.
A veces, adaptarse -aunque necesario-, es complicado. Sobre todo cuando el cambio implica hasta un lenguaje nuevo. Es curioso, porque no hace falta hablar otro idioma distinto para estar usando un lenguaje diferente, que te haga sentir perdido.
Sin embargo, y a pesar de todo ello, a pesar del paisaje, a pesar de esa arquitectura tan peculiar, a pesar de la forma de vestir de la gente, a pesar de la cordialidad aséptica, puedes sentirte en casa cada vez que miras al cielo y sabes en lo más profundo de ti, que casa también existe bajo ese mismo azul claro.
Esa certeza te alivia como un bálsamo, haciendo que una oleada de calor templado recorra tu cuerpo invadiéndolo todo. Te arropa como la manta aquella que tenías de pequeño, aquella manta mágica que te alejaba los monstruos de la oscuridad. Así que, cuando miras al cielo, te sientes en paz y reconfortado.
Cierras los ojos, para disfrutar lo más posible esa sensación de calma, mientras acuden a ti un tropel de recuerdos cándidos y felices que atesoras como si se trataran de una cápsula del tiempo. En casa todo permanece intacto como entonces, la gente es amable y sincera, quieren decir exactamente lo que dicen y nada más. Sin embargo aquí, en la ciudad todo es más complicado.
Muchas mañanas, mientras te arreglas frente al espejo y te observas, no te reconoces. La pose, el traje, la mirada. Sabes que has hecho un cambio paulatino y que te has ido adaptando a tu nuevo entorno poco a poco.
El mayor reto, con todo, lo representa salir a la calle. No porque haya un elevado índice de criminalidad, ni por una conducción temeraria, si no por la gente.
Aquí la gente es rara, y parece un tanto fría. Son en extremo corteses y educados, siempre sonríen. Con el paso del tiempo has aprendido que detrás de cada frase hay un segundo significado, y que una sonrisa o un silencio pueden ser más peligrosos que una amenaza.
Ahora, tu vida es una partida perpetua de ajedrez dónde estás planificando un movimiento tras otro. Es realmente agotador, y te cuesta acostumbrarte, pero lo haces. Tanto es así que ya no dices lo que piensas realmente. Dices blanco cuando piensas negro, sonríes cuando quieres llorar, dices que no lo quieres cuando lo anhelas con todo tu alma, muestras indiferencia ante lo que realmente te interesa… Y te preguntas si no te estás volviendo loco.
Es la marca de la manada, la insignia de la ciudad.
Cuando miras al cielo, anhelas aquellos días en que las cosas eran como ese azul inmaculado sin tener que ir adivinando lo que se escondía detrás de cada nube, y tienes la esperanza de que tal vez un días vuelvas a casa, donde no tienes que disfrazarte ni resguardarte entre silencios ni palabras.
7/14/2011
El lienzo
Era un personaje muy inquieto, con unas innatas aptitudes artísticas.
Interiormente era como una tormenta de verano. Quizás ahí se hallaba el secreto de su gran creatividad, tintada de la locura característica de lo que tal vez pudiera haberse considerado en algún momento un genio.
Tan pronto cincelaba una escultura, como modelaba arcilla, esgrimía lápices de colores sobre el papel, como se encerraba a estampar bellos dibujos sobre seda pintando primorosamente a pincel sobre el tejido. Colores cálidos y fríos le embriagaban por igual, según el estado de ánimo. Siempre saltando de obra en obra, persiguiendo esa adictiva sensación de plenitud tras el alumbramiento de una belleza nueva sobre la faz de la tierra.
Era tal esa imperiosa necesidad de sacar al exterior cualquier forma de sentimiento, que hasta la cocina de su casa destilaba pasión, y los platos desfilaban a la mesa como intricadas combinaciones de texturas suaves o crujientes, dispuestas al más llamativo estilo, invocando la gula incluso en el más inapetente comensal.
Cualquier cosa surgida de sus manos era desgarradoramente gloriosa, apabullante hasta el sofoco. Contemplarla era ahogarse en un océano de emociones.
La inspiración venía a él con una facilidad tal que incluso las musas le hubieran envidiado, alcanzándole como el calor que irradia el sol en el más brillante día de verano, cargando las baterías artísticas hasta el punto del colapso. He ahí la premura por drenar la deliciosa maldición que abotagaba sus sentidos.
Esa vez sintió en su interior un arrebato pasional que habría de tomar forma de primorosa pintura sobre un blanco lienzo.
En su cabeza podía evocarlo hasta el más ínfimo detalle: la trama, los colores, la densidad. Su sangre era oleo bullendo efervescente, encandilándose al más puro rojo blanco. Y, con la misma presteza que alguien abrasándose recurre a extinguir un fuego, se dirigió paleta en mano a plasmar su obra, anheloso, sobre la impoluta tela.
Resueltamente se dedicó en cuerpo y alma entregando hasta el postrer aliento día tras día, noche tras noche, sintiéndose a la par libre y realizado con cada trazo. Mas, ¡ay!, aproximándose al clímax hallaría con terror las imperfecciones en su resolución de doblegar el lienzo con su decidido tatuaje.
Tan absorto se encontraba deslizando los pinceles y mezclando tonalidades para transmitir lo que portaba encadenado en su interior, que no había reparado en alejarse a comprobar el resultado, fiándose tan sólo y por completo de la imagen grabada en algún recóndito lugar de su íntimo ser.
Oh, el inconmensurable desamparo de saberse el culpable del destrozo de aquel que pudo ser su mayor logro, del triste lienzo por él condenado a exhibir su obra magna, sin haberse parado a valorar si aquel eran el tamaño o el medio apropiados para transmitir al mundo su ilusión.
Esfumose en un segundo, tal cual vino, la emoción que cual mandato impuso su creativo empeño. Liberado de ella yació vacío y roto, los pinceles abocados a permanecer en algún rincón de ese suelo, manchados por los restos de pintura oleosa que jamás llegarían a presentar toda su esplendorosa hermosura sobre el malogrado lienzo.
Interiormente era como una tormenta de verano. Quizás ahí se hallaba el secreto de su gran creatividad, tintada de la locura característica de lo que tal vez pudiera haberse considerado en algún momento un genio.
Tan pronto cincelaba una escultura, como modelaba arcilla, esgrimía lápices de colores sobre el papel, como se encerraba a estampar bellos dibujos sobre seda pintando primorosamente a pincel sobre el tejido. Colores cálidos y fríos le embriagaban por igual, según el estado de ánimo. Siempre saltando de obra en obra, persiguiendo esa adictiva sensación de plenitud tras el alumbramiento de una belleza nueva sobre la faz de la tierra.
Era tal esa imperiosa necesidad de sacar al exterior cualquier forma de sentimiento, que hasta la cocina de su casa destilaba pasión, y los platos desfilaban a la mesa como intricadas combinaciones de texturas suaves o crujientes, dispuestas al más llamativo estilo, invocando la gula incluso en el más inapetente comensal.
Cualquier cosa surgida de sus manos era desgarradoramente gloriosa, apabullante hasta el sofoco. Contemplarla era ahogarse en un océano de emociones.
La inspiración venía a él con una facilidad tal que incluso las musas le hubieran envidiado, alcanzándole como el calor que irradia el sol en el más brillante día de verano, cargando las baterías artísticas hasta el punto del colapso. He ahí la premura por drenar la deliciosa maldición que abotagaba sus sentidos.
Esa vez sintió en su interior un arrebato pasional que habría de tomar forma de primorosa pintura sobre un blanco lienzo.
En su cabeza podía evocarlo hasta el más ínfimo detalle: la trama, los colores, la densidad. Su sangre era oleo bullendo efervescente, encandilándose al más puro rojo blanco. Y, con la misma presteza que alguien abrasándose recurre a extinguir un fuego, se dirigió paleta en mano a plasmar su obra, anheloso, sobre la impoluta tela.
Resueltamente se dedicó en cuerpo y alma entregando hasta el postrer aliento día tras día, noche tras noche, sintiéndose a la par libre y realizado con cada trazo. Mas, ¡ay!, aproximándose al clímax hallaría con terror las imperfecciones en su resolución de doblegar el lienzo con su decidido tatuaje.
Tan absorto se encontraba deslizando los pinceles y mezclando tonalidades para transmitir lo que portaba encadenado en su interior, que no había reparado en alejarse a comprobar el resultado, fiándose tan sólo y por completo de la imagen grabada en algún recóndito lugar de su íntimo ser.
Oh, el inconmensurable desamparo de saberse el culpable del destrozo de aquel que pudo ser su mayor logro, del triste lienzo por él condenado a exhibir su obra magna, sin haberse parado a valorar si aquel eran el tamaño o el medio apropiados para transmitir al mundo su ilusión.
Esfumose en un segundo, tal cual vino, la emoción que cual mandato impuso su creativo empeño. Liberado de ella yació vacío y roto, los pinceles abocados a permanecer en algún rincón de ese suelo, manchados por los restos de pintura oleosa que jamás llegarían a presentar toda su esplendorosa hermosura sobre el malogrado lienzo.
7/06/2011
El canto
Era un bonito canto rodado de piedra. Bonito y gris. Pulido. Equilibrado.
Acabó sin saber bien cómo, en lo alto de la cima. Le pareció buena idea tirarse para abajo y disfrutar del paisaje.
Desde arriba no se distinguía a ciencia cierta lo que aguardaba en la ladera. Sin duda, alguna nueva tierra prometida.
Le costó mucho decidirse, la altura era considerable.
Antes de que tuviera tiempo de recapacitarlo, un golpe de aire le empujó hacia abajo.
Envalentonado ante la perspectiva de la emocionante aventura que suponía el nuevo viaje, resueltamente se mantuvo en equilibrio mientras rodaba por la pendiente, cuesta abajo.
No había considerado que conforme avanzaba, su velocidad iba en aumento, y era más difícil mantener una postura apropiada sin volcar sobre un lado, con el riesgo de hacerse muescas en el cuerpo. En u entusiasmo, tampoco había previsto que el suelo estaba lleno de pequeños baches, casi imperceptibles desde la cima, tan cegado estaba con llegar al valle en la ladera.
En algún punto del camino, comenzó a flaquear su fuerza de voluntad, y empezó a valorar si lo que habría allá abajo valía bien todo ese esfuerzo, el empeño, las marcas y su cordura. Pero no tenía tiempo de frenar, porque eso supondría llegados a este punto, destrozarse entre las rocas.
Se sintió desorientado y furioso. Tal vez asustado, pero sin duda alguna: estúpido. Se maldijo en silencio.
A medio camino, podía empezar a distinguir la ladera. Lo que desde arriba parecía tan atractivo, ahora se le antojaban matojos de verde. Decidió que no valía la pena.
Tan absorto estaba valorando lo que se perfilaba abajo que, sin darse cuenta, tropezó con los guijarros precipitándose sin control hasta el suelo, donde se quebró en pedazos.
Sus pedazos se mezclaron con otro trozos de piedras, tal vez antiguamente cantos que se sintieron como él, atraídos por el atractivo valle.
Irónicamente, le dio tiempo de un último pensamiento antes de perderse para siempre.
No valía la pena tanto golpe, por estar sobre la arenilla, al amparo de unos tristes y resecos matorrales.
Acabó sin saber bien cómo, en lo alto de la cima. Le pareció buena idea tirarse para abajo y disfrutar del paisaje.
Desde arriba no se distinguía a ciencia cierta lo que aguardaba en la ladera. Sin duda, alguna nueva tierra prometida.
Le costó mucho decidirse, la altura era considerable.
Antes de que tuviera tiempo de recapacitarlo, un golpe de aire le empujó hacia abajo.
Envalentonado ante la perspectiva de la emocionante aventura que suponía el nuevo viaje, resueltamente se mantuvo en equilibrio mientras rodaba por la pendiente, cuesta abajo.
No había considerado que conforme avanzaba, su velocidad iba en aumento, y era más difícil mantener una postura apropiada sin volcar sobre un lado, con el riesgo de hacerse muescas en el cuerpo. En u entusiasmo, tampoco había previsto que el suelo estaba lleno de pequeños baches, casi imperceptibles desde la cima, tan cegado estaba con llegar al valle en la ladera.
En algún punto del camino, comenzó a flaquear su fuerza de voluntad, y empezó a valorar si lo que habría allá abajo valía bien todo ese esfuerzo, el empeño, las marcas y su cordura. Pero no tenía tiempo de frenar, porque eso supondría llegados a este punto, destrozarse entre las rocas.
Se sintió desorientado y furioso. Tal vez asustado, pero sin duda alguna: estúpido. Se maldijo en silencio.
A medio camino, podía empezar a distinguir la ladera. Lo que desde arriba parecía tan atractivo, ahora se le antojaban matojos de verde. Decidió que no valía la pena.
Tan absorto estaba valorando lo que se perfilaba abajo que, sin darse cuenta, tropezó con los guijarros precipitándose sin control hasta el suelo, donde se quebró en pedazos.
Sus pedazos se mezclaron con otro trozos de piedras, tal vez antiguamente cantos que se sintieron como él, atraídos por el atractivo valle.
Irónicamente, le dio tiempo de un último pensamiento antes de perderse para siempre.
No valía la pena tanto golpe, por estar sobre la arenilla, al amparo de unos tristes y resecos matorrales.
Where is your mind?
La mayoría de cosas importantes, pasan por casualidad. O quizás las recuerdas más por el simple hecho de haber sido fortuitas.
Cuando lo pienso, me doy cuenta de que hace año y medio que entré en la era de los teléfonos con internet incorporada y los treinta millones de aplicaciones, de las cuales –siendo sincera- uso una micronésima parte, si acaso llega.
Mirando atrás recuerdo que mi mayor preocupación antes de adquirirlo era si afectaría a mi tiempo de lectura diario. Hoy por hoy puedo decir que no, y que además, curiosamente, ha hecho de mi experiencia de lectura una experiencia de “lectura aumentada” (es que está muy de moda esto de “lo que sea” aumentado). Digo esto porque por lo menos en tres ocasiones, que yo recuerde claramente, disponer de internet al alcance de mi mano me ha hecho disfrutar más del libro que estuviera leyendo en el momento.
La primera vez, y con ello me di cuenta, fue con “De qué hablo cuando hablo de correr”, de Haruki Murakami. Recuerdo que estaba leyendo cómo él explicaba que cuando salía a correr por las mañanas, escuchaba un grupo de música concreto, y me quedé pensando cómo sonarían… Hasta que me di cuenta que tenía el iPhone en la mano y el Spotify instalado, y me pregunté… Tal vez haya alguna canción de ellos. No sólo había “alguna” si no que estaba “la” canción. Entonces, sorprendentemente, me di cuenta de que estaba escuchando la misma música que hace años escuchaba él mientras corría, en el preciso momento que sentía la curiosidad.
La segunda vez, fue leyendo “Sinuhé el egipcio”, de Mika Waltari. Tener internet a mano mientras leía, me ayudó a comprender mejor muchos conceptos, y rellenar boquetes en mis conocimientos históricos, que me ayudaron a disfrutar más.
La tercera vez fue el momento en que, yendo en el tren a primera hora, me di cuenta que si veía a alguien leer algo muy interesado, viendo solo el nombre del autor, o el título del libro, podía googlearlo y saber de qué iba, y valorar si me iba a parecer a mí tan interesante o no.
Ayer por la mañana iba intentando meterme de nuevo en los libros de Steven Eriksson, cuando justo frente a mí había un hombre leyendo un ejemplar formato bolsillo, de tapas color completamente negro, en la que se leía: “No logo”. No leí bien el nombre del autor, pero bueno, el subconsciente es maravilloso, porque captó “Klein” sin que yo recordara haber leído el nombre del escritor. Lo sé porque pensé en la marca de moda.
“No logo” es un libro que trata de cómo las marcas nos influyen hoy en día, y después de leer la sinopsis, me pareció lo suficientemente interesante como para ir a Fnac a buscarlo. Sin embargo, cuando llegué, sólo quedaba un ejemplar de bolsillo, hecho polvo. Mientras me disponía a encargar uno, me dice Josep Maria: “¿Por qué no coges este? Es el más famoso de esta autora”. Y así acabé con “La doctrina del shock”, de Naomi Klein en la mano.
Un poco de realidad nunca está de más. Sin embargo en ese libro hay un “mucho” de realidad. Trata sobre cómo tras un acontecimiento imprevisto, que se puede calificar de shock para la sociedad, los gobiernos aprovechan para hacerse con el control de la situación y aplicar medidas de “apoyo”, “contención” y “resolución”; imponiendo medidas que en otro momento la sociedad habría puesto en el cielo, con el simple hecho de mencionarlas.
Viene a decir: una crisis es un comodín para que un gobierno haga todo lo que quiera, en pro de salir de las dificultades, sacando el máximo beneficio posible de la situación. Habla en concreto de todas las políticas y el cambio a nivel mundial tras momentos como el 11S o el 11M. Pero no hay que ir tan atrás en el tiempo, basta con plantarse en 2008 con esta última crisis económica y ver lo que ha venido aconteciendo desde entonces. Me sorprendió mucho la forma de empezar, con una entrevista a una víctima de experimentos son electroshock en el Canadá de los años 50, para intentar doblegar la personalidad del “paciente” y modificar toda su conducta y personalidad. Parece un punto curioso de partida, pero tiene mucho sentido.
Con todo, pienso, no hace falta caer en algo tan elaborado como esos experimentos para darse cuenta de la manipulación diaria, y recordar cuán cierta es la frase “Pienso, luego estorbo”. Por cierto, que cuando leí esa frase en la foto del 15M, recordé el logo de las Galerías Vinçon: “Compro, luego existo”. Representan muy bien a la sociedad: la minoría, y la mayoría.
Ayer, mientras leía las primeras páginas de “La doctrina del shock”, no salía de mi asombro, porque en cierta manera es curioso que un libro así se publique, y sea un best-seller. Digo que no salgo de mi asombro porque es tan crítico que uno se plantea cómo ha llegado a nacer un libro así (cómo tantos otros). Supongo que aún gozamos de una cierta libertad de expresión, aunque mi temor sea que en el futuro las cosas no vayan por esos derroteros.
Es triste que en un momento de máximo esplendor a nivel de comunicaciones, con pleno auge de internet, los gobiernos estén más preocupados por controlar los flujos de información y poner trabanquetas a sus ciudadanos, sobre qué dicen, cómo y dónde, y la información que comparten, en vez de valorar el boom educativo y social que ello supone. Dónde muchos vemos oportunidades, ellos solo ven amenazas. Me pongo a pensar “V de Vendetta”, con su mítica frase “El pueblo no debería temer a sus gobernantes, son los gobernantes los que deberían de temer al pueblo”. Tal vez es un miedo recíproco: el del pueblo a la opresión, y el del Gobierno a perder el control.
Imagino que en el fondo, un estado no se siente muy amenazado por un libro como este, ni por las filtraciones de Wikileaks, por dos cosas bien sencillas: el ser humano tiene más memoria flash que RAM, y hay (lamentablemente) mucho analfabetismo en pleno siglo XXI.
Que el ser humano tiene memoria flash, es una realidad. Y mal comparando, un disco duro bastante amplio, lleno de spam y troyanos.
Intentaría retroceder de memoria varios años para buscar ejemplos, pero yo tengo una pésima memoria también, así que me voy a conformar con algunas cosas sueltas. Por ejemplo, después de la quiebra de Lehman Brothers, y el estallido de la actual crisis económica, estas son algunos de los hechos remarcables que bombardearon las noticias.
En 2009, apareció esa cepa de gripe tan virulenta que se suponía iba a exterminar a la raza humana, la famosa “Gripe A”.
Para combatirla, se gastaron incontables millones de euros en medicinas, vacunas, jabones especiales, soluciones desinfectantes… de las cuales yo todavía tengo stock aun en a oficina, a julio de 2011. No conozco a nadie que haya padecido la tan pavorosa Gripe A. Mis amigos no conocen a nadie que la haya padecido. Y no será porque todos teníamos productos desinfectantes en casa y en el bolso.
Lo más gracioso del tema, es que en la oficina pegaron un cartel que ponía: “Si cree que ha estado en contacto con el virus, desinféctese siguiendo las instrucciones”. Y todos nos preguntamos… ¿Cómo vamos a saberlo? Uno no se pone azul si tiene la gripe. Yo solo usé una vez el jabón especial, para probar cómo era. No me vacunaron contra la gripe, y no me he muerto.
Pero la gente ya no recuerda todo ese tema, y Fue hace un año y medio escaso, ni el gasto que representó. Ni se acordarán hasta la próxima.
Este año, lamentablemente, tuvo lugar una de las catástrofes más importantes de lo que llevamos de siglo, con las centrales nucleares de Fukushima como actores principales. Habrá que esperar muchos años para conocer las verdaderas consecuencias, porque es de ilusos pensar que no va a afectar en casi nada. La primera consecuencia que se le viene a uno a la cabeza, es en cuanto al terreno, las plantaciones, el aire, el ganado… Sin embargo, no olvido que aparte de las toneladas de ruinas, viaja por mar toda el agua contaminada con radiación, afectando al ecosistema marino. No estoy muy segura si debe ser la mejor idea del mundo comer pescado sacado con las redes por allí.
Lamentablemente, también, la radioactividad no tiene hoy por hoy, antídoto. Así que los estragos que se produzcan a raíz de toda esa fuga, estarán en los genes de no pocas generaciones.
Hace como aquel que dice, cuatro días, saltaba a los medios de comunicación la temible crisis del pepino contaminado por la E Coli. La verdad, me parece absurdo todo el bombo y platillo del tema. No digo que no haya que darle importancia, pero, ¿tanta? Porque a fin de cuentas, hablamos de un organismo que una vez conocido el caso, al cocinar el vegetal o lavarlo en una solución con un poco de lejía, muere. Se trata de tener precaución durante un tiempo.
A ojos de los medios, durante unos cuantos días, bombardearon la sociedad con pepinos, como si fuera el fin del mundo; mientras que algo mucho más relevante como las consecuencias de Fukushima permanecen en stand by, como rezando para que nadie se acuerde. Después de meses de aparecer en los medios, ¿Quién recuerda Wikileaks? ¿Quién se pregunta qué le pasará a Assange?
Mi conclusión lógica es, bombardea al prójimo de noticias estúpidas, y quítales de en medio preocupaciones verdaderamente trascendentes (es la de cualquier persona que tenga dos dedos de frente). Llénales la cabeza de fútbol y telenovelas y programas basura. Quita las grandes cadenas de información como CNN+, por un nuevo “canal Cosmo a la española”.
La mente, en general, está contaminada. Es penoso darse cuenta en qué forma inventos como la televisión sirven únicamente para promover los lavados cerebrales. No hace falta irse a un extremo como un electroshock. Es más paulatino e inocuo, pero ataca desde niños.
Me gustaría hablar de los dibujos animados. Cuando yo era pequeña, los dibujos animados, contaban historias congruentes. Los personajes eran agradables, el dibujo era elaborado y los colores agradables. Como dijo Inés hace unos días, los dibujos animados presentaban modelos a seguir, eran los héroes que emulábamos de pequeños. Jugábamos a ser Superman, o Batman, o Wonder Woman, a ser Spiderman. A ser Son Goku, si me apuras. No me imagino a ningún niño jugando a ser Bob Esponja.
Los dibujos animados siguen presentando “modelos”, pero erróneos. De personajes que son fracasados sociales, histriónicos, histéricos, que no se valen por sí mismos. Son más dados a esto los dibujos animados americanos, que los japoneses, yo creo. Por ejemplo, pensemos en “Bob Esponja”, “Vaca y Pollo”, ese tipo de cosas. Los programas como “Los Teletubbies”, que trataban a los niños de subnormales profundos, a años luz del educativo “Barrio Sésamo”. Si tuviera un hijo, y me dieran a elegir, no sé qué preferiría. Si que viera “Bob Esponja” o “Pokemon”. Al los personajes de “Pokemon” son más racionales.
Los nuevos héroes son los concursantes del reality show de turno. En un mundo así, dónde los niños aprenden de sus padres que eso es lo normal, y que todos saben quién es Belen Esteban, pero no tienen ni idea de quién es Stephen Hawkins, ¿qué puede esperarse? Llevando el pasotismo en lo más profundo del alma, sin curiosidad, sin inquietudes culturales, sin un respeto siquiera por lo más básico de la comunicación: el lenguaje, ¿a quien le importa que se escriban libros como los de Naomi Klein, si a fin de cuentas, casi nadie los va a leer?
¿Si la mayoría es incapaz de pensar, por qué va a estar un Gobierno preocupado?
Cuando lo pienso, me doy cuenta de que hace año y medio que entré en la era de los teléfonos con internet incorporada y los treinta millones de aplicaciones, de las cuales –siendo sincera- uso una micronésima parte, si acaso llega.
Mirando atrás recuerdo que mi mayor preocupación antes de adquirirlo era si afectaría a mi tiempo de lectura diario. Hoy por hoy puedo decir que no, y que además, curiosamente, ha hecho de mi experiencia de lectura una experiencia de “lectura aumentada” (es que está muy de moda esto de “lo que sea” aumentado). Digo esto porque por lo menos en tres ocasiones, que yo recuerde claramente, disponer de internet al alcance de mi mano me ha hecho disfrutar más del libro que estuviera leyendo en el momento.
La primera vez, y con ello me di cuenta, fue con “De qué hablo cuando hablo de correr”, de Haruki Murakami. Recuerdo que estaba leyendo cómo él explicaba que cuando salía a correr por las mañanas, escuchaba un grupo de música concreto, y me quedé pensando cómo sonarían… Hasta que me di cuenta que tenía el iPhone en la mano y el Spotify instalado, y me pregunté… Tal vez haya alguna canción de ellos. No sólo había “alguna” si no que estaba “la” canción. Entonces, sorprendentemente, me di cuenta de que estaba escuchando la misma música que hace años escuchaba él mientras corría, en el preciso momento que sentía la curiosidad.
La segunda vez, fue leyendo “Sinuhé el egipcio”, de Mika Waltari. Tener internet a mano mientras leía, me ayudó a comprender mejor muchos conceptos, y rellenar boquetes en mis conocimientos históricos, que me ayudaron a disfrutar más.
La tercera vez fue el momento en que, yendo en el tren a primera hora, me di cuenta que si veía a alguien leer algo muy interesado, viendo solo el nombre del autor, o el título del libro, podía googlearlo y saber de qué iba, y valorar si me iba a parecer a mí tan interesante o no.
Ayer por la mañana iba intentando meterme de nuevo en los libros de Steven Eriksson, cuando justo frente a mí había un hombre leyendo un ejemplar formato bolsillo, de tapas color completamente negro, en la que se leía: “No logo”. No leí bien el nombre del autor, pero bueno, el subconsciente es maravilloso, porque captó “Klein” sin que yo recordara haber leído el nombre del escritor. Lo sé porque pensé en la marca de moda.
“No logo” es un libro que trata de cómo las marcas nos influyen hoy en día, y después de leer la sinopsis, me pareció lo suficientemente interesante como para ir a Fnac a buscarlo. Sin embargo, cuando llegué, sólo quedaba un ejemplar de bolsillo, hecho polvo. Mientras me disponía a encargar uno, me dice Josep Maria: “¿Por qué no coges este? Es el más famoso de esta autora”. Y así acabé con “La doctrina del shock”, de Naomi Klein en la mano.
Un poco de realidad nunca está de más. Sin embargo en ese libro hay un “mucho” de realidad. Trata sobre cómo tras un acontecimiento imprevisto, que se puede calificar de shock para la sociedad, los gobiernos aprovechan para hacerse con el control de la situación y aplicar medidas de “apoyo”, “contención” y “resolución”; imponiendo medidas que en otro momento la sociedad habría puesto en el cielo, con el simple hecho de mencionarlas.
Viene a decir: una crisis es un comodín para que un gobierno haga todo lo que quiera, en pro de salir de las dificultades, sacando el máximo beneficio posible de la situación. Habla en concreto de todas las políticas y el cambio a nivel mundial tras momentos como el 11S o el 11M. Pero no hay que ir tan atrás en el tiempo, basta con plantarse en 2008 con esta última crisis económica y ver lo que ha venido aconteciendo desde entonces. Me sorprendió mucho la forma de empezar, con una entrevista a una víctima de experimentos son electroshock en el Canadá de los años 50, para intentar doblegar la personalidad del “paciente” y modificar toda su conducta y personalidad. Parece un punto curioso de partida, pero tiene mucho sentido.
Con todo, pienso, no hace falta caer en algo tan elaborado como esos experimentos para darse cuenta de la manipulación diaria, y recordar cuán cierta es la frase “Pienso, luego estorbo”. Por cierto, que cuando leí esa frase en la foto del 15M, recordé el logo de las Galerías Vinçon: “Compro, luego existo”. Representan muy bien a la sociedad: la minoría, y la mayoría.
Ayer, mientras leía las primeras páginas de “La doctrina del shock”, no salía de mi asombro, porque en cierta manera es curioso que un libro así se publique, y sea un best-seller. Digo que no salgo de mi asombro porque es tan crítico que uno se plantea cómo ha llegado a nacer un libro así (cómo tantos otros). Supongo que aún gozamos de una cierta libertad de expresión, aunque mi temor sea que en el futuro las cosas no vayan por esos derroteros.
Es triste que en un momento de máximo esplendor a nivel de comunicaciones, con pleno auge de internet, los gobiernos estén más preocupados por controlar los flujos de información y poner trabanquetas a sus ciudadanos, sobre qué dicen, cómo y dónde, y la información que comparten, en vez de valorar el boom educativo y social que ello supone. Dónde muchos vemos oportunidades, ellos solo ven amenazas. Me pongo a pensar “V de Vendetta”, con su mítica frase “El pueblo no debería temer a sus gobernantes, son los gobernantes los que deberían de temer al pueblo”. Tal vez es un miedo recíproco: el del pueblo a la opresión, y el del Gobierno a perder el control.
Imagino que en el fondo, un estado no se siente muy amenazado por un libro como este, ni por las filtraciones de Wikileaks, por dos cosas bien sencillas: el ser humano tiene más memoria flash que RAM, y hay (lamentablemente) mucho analfabetismo en pleno siglo XXI.
Que el ser humano tiene memoria flash, es una realidad. Y mal comparando, un disco duro bastante amplio, lleno de spam y troyanos.
Intentaría retroceder de memoria varios años para buscar ejemplos, pero yo tengo una pésima memoria también, así que me voy a conformar con algunas cosas sueltas. Por ejemplo, después de la quiebra de Lehman Brothers, y el estallido de la actual crisis económica, estas son algunos de los hechos remarcables que bombardearon las noticias.
En 2009, apareció esa cepa de gripe tan virulenta que se suponía iba a exterminar a la raza humana, la famosa “Gripe A”.
Para combatirla, se gastaron incontables millones de euros en medicinas, vacunas, jabones especiales, soluciones desinfectantes… de las cuales yo todavía tengo stock aun en a oficina, a julio de 2011. No conozco a nadie que haya padecido la tan pavorosa Gripe A. Mis amigos no conocen a nadie que la haya padecido. Y no será porque todos teníamos productos desinfectantes en casa y en el bolso.
Lo más gracioso del tema, es que en la oficina pegaron un cartel que ponía: “Si cree que ha estado en contacto con el virus, desinféctese siguiendo las instrucciones”. Y todos nos preguntamos… ¿Cómo vamos a saberlo? Uno no se pone azul si tiene la gripe. Yo solo usé una vez el jabón especial, para probar cómo era. No me vacunaron contra la gripe, y no me he muerto.
Pero la gente ya no recuerda todo ese tema, y Fue hace un año y medio escaso, ni el gasto que representó. Ni se acordarán hasta la próxima.
Este año, lamentablemente, tuvo lugar una de las catástrofes más importantes de lo que llevamos de siglo, con las centrales nucleares de Fukushima como actores principales. Habrá que esperar muchos años para conocer las verdaderas consecuencias, porque es de ilusos pensar que no va a afectar en casi nada. La primera consecuencia que se le viene a uno a la cabeza, es en cuanto al terreno, las plantaciones, el aire, el ganado… Sin embargo, no olvido que aparte de las toneladas de ruinas, viaja por mar toda el agua contaminada con radiación, afectando al ecosistema marino. No estoy muy segura si debe ser la mejor idea del mundo comer pescado sacado con las redes por allí.
Lamentablemente, también, la radioactividad no tiene hoy por hoy, antídoto. Así que los estragos que se produzcan a raíz de toda esa fuga, estarán en los genes de no pocas generaciones.
Hace como aquel que dice, cuatro días, saltaba a los medios de comunicación la temible crisis del pepino contaminado por la E Coli. La verdad, me parece absurdo todo el bombo y platillo del tema. No digo que no haya que darle importancia, pero, ¿tanta? Porque a fin de cuentas, hablamos de un organismo que una vez conocido el caso, al cocinar el vegetal o lavarlo en una solución con un poco de lejía, muere. Se trata de tener precaución durante un tiempo.
A ojos de los medios, durante unos cuantos días, bombardearon la sociedad con pepinos, como si fuera el fin del mundo; mientras que algo mucho más relevante como las consecuencias de Fukushima permanecen en stand by, como rezando para que nadie se acuerde. Después de meses de aparecer en los medios, ¿Quién recuerda Wikileaks? ¿Quién se pregunta qué le pasará a Assange?
Mi conclusión lógica es, bombardea al prójimo de noticias estúpidas, y quítales de en medio preocupaciones verdaderamente trascendentes (es la de cualquier persona que tenga dos dedos de frente). Llénales la cabeza de fútbol y telenovelas y programas basura. Quita las grandes cadenas de información como CNN+, por un nuevo “canal Cosmo a la española”.
La mente, en general, está contaminada. Es penoso darse cuenta en qué forma inventos como la televisión sirven únicamente para promover los lavados cerebrales. No hace falta irse a un extremo como un electroshock. Es más paulatino e inocuo, pero ataca desde niños.
Me gustaría hablar de los dibujos animados. Cuando yo era pequeña, los dibujos animados, contaban historias congruentes. Los personajes eran agradables, el dibujo era elaborado y los colores agradables. Como dijo Inés hace unos días, los dibujos animados presentaban modelos a seguir, eran los héroes que emulábamos de pequeños. Jugábamos a ser Superman, o Batman, o Wonder Woman, a ser Spiderman. A ser Son Goku, si me apuras. No me imagino a ningún niño jugando a ser Bob Esponja.
Los dibujos animados siguen presentando “modelos”, pero erróneos. De personajes que son fracasados sociales, histriónicos, histéricos, que no se valen por sí mismos. Son más dados a esto los dibujos animados americanos, que los japoneses, yo creo. Por ejemplo, pensemos en “Bob Esponja”, “Vaca y Pollo”, ese tipo de cosas. Los programas como “Los Teletubbies”, que trataban a los niños de subnormales profundos, a años luz del educativo “Barrio Sésamo”. Si tuviera un hijo, y me dieran a elegir, no sé qué preferiría. Si que viera “Bob Esponja” o “Pokemon”. Al los personajes de “Pokemon” son más racionales.
Los nuevos héroes son los concursantes del reality show de turno. En un mundo así, dónde los niños aprenden de sus padres que eso es lo normal, y que todos saben quién es Belen Esteban, pero no tienen ni idea de quién es Stephen Hawkins, ¿qué puede esperarse? Llevando el pasotismo en lo más profundo del alma, sin curiosidad, sin inquietudes culturales, sin un respeto siquiera por lo más básico de la comunicación: el lenguaje, ¿a quien le importa que se escriban libros como los de Naomi Klein, si a fin de cuentas, casi nadie los va a leer?
¿Si la mayoría es incapaz de pensar, por qué va a estar un Gobierno preocupado?
11/24/2010
"Necesito..."
Y el sonido de la palabra regurgitó hacia fuera, más allá del pensamiento que creí había plasmado simplemente en mi interior.
“Necesito… Verte.”
“Necesito…. Tocarte.”
“Necesito… Hablarte.”
“Te necesito.”
Y al soltarlo al aire y escucharlo me di cuenta del error, tardío.
No es amor, si no miedo, lo que siento.
Miedo al vacío, lo que me aferra a ti.
“Necesito… Verte.”
“Necesito…. Tocarte.”
“Necesito… Hablarte.”
“Te necesito.”
Y al soltarlo al aire y escucharlo me di cuenta del error, tardío.
No es amor, si no miedo, lo que siento.
Miedo al vacío, lo que me aferra a ti.
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