7/21/2009

Loca por la cocina

En algún momento tenía que pasar... Lo nuestro era un amor platónico, una de esas relaciones malsanas que corroen el alma hasta lo más profundo. Era un tema de desgaste y sólo una cuestión de tiempo que acabáramos juntas conviviendo bajo el mismo techo...

Y así, al fin...

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Me hice con mi fondue de chocolate!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!



¡Yupiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

¡Ueeeeeeeeeeeeeeaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

Nyaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa *^-^*

Muahahahaha *^-^*

Pues sí... Quítate tú para ponerme yo.

No hay nada mejor que las rebajas. Aunque yo ya estoy resignada a que no compraré ropa en la vida. Siempre pasa algo antes de que llegue a una tienda de ropa... Una peli, un libro, un cómic, un peluche, una taza... Una fondue...

Conste que hoy no quería comprar nada, y pasaba por delante de la tienda Tan Tam que hay en la planta subterranea de La Illa, a comprobar si quedaba por ahí un molde de castillo para bizcochos porque el que compré se me rompió.

Lamentablemente no quedaban ya, y no me extraña, era una de las cosas más frikis que he visto. Pero bueno, todo está bajo control porque en vez de comprar el molde de silicona, esta vez lo compraré de metal. aunque lo tengo que importar de USA. Aprovechando, me haré con unas cuantas cosas más que los gastos de envío son un dolor.

Y como para paliar mi pena, ahí estaba ella, la preciosa fondue de chocolate Chocolatiere, en su perfecta cajita con todos sus accesorios y a mitad de precio... Contiene, entre otras cosas, seis moldes distintos para hacer bombones, un molde de corazón y un pequeño manual con doce recetas. Es bastante completa. Así que quien puede resistirse a eso... De hecho de no ser porque ya no quedaban más unidades hubieran sido un regalo perfecto de cumpleaños... Pero no pudo ser.

Aprovechando la rebaja, arramblé también con una monísima fondue normal, que funciona con vela, para usar tranquilamente en la mesa, y una bonita aceitera con medidor y dosificador. Cómo voy a echar de menos esa tienda... Pero todavía me queda Bodum, la pequeña -pero prometedora y llena de tesoros- tienda de menaje de cocina que sobrevive (gracias a dios) en lo más recóndito de La Illa.

En fin, menos mal que me estoy reformando para ir a correr, si no, me iba a dar un soponcio en breve. No puede uno comer este tipo de cosas sin hacer ejercicio.

Aprovecho la ocasión para dejar un par de webs. Algunas a pesar de ser extranjeras, hacen sus productos a todo el mundo (si uno está dispuesto a pagar los gastos de envío).

* Nordic Ware: Impresionante página donde adquirir sartenes, utensilios de todo tipo y sobretodo cantidades industriales de molds muy originales para bizcochos, y unos sets de cortagalletas majísimos.

* Williams Sonoma: Un poco más piji que la web anterior. Se pueden encontrar también todo tipo de detalles para el hogar. Personalmente me gusta más Nordic Ware en cuanto a moldes. Pero hay un par que ya los querría para mí.

* Lékué: Proveedor de moldes en silicona, y distribuidor de otras marcas internacionales como "Cuisipro" (a ver si en algún momento "Lékué" se dignan a traer el lápiz pastelero) muchos de los cuales se pueden encontrar en Bodum, de ahí que me guste tanto pasear por la tienda. La ventaja que tiene es que si no está entre los productos en las estanterías, existe la posibilidad de pedirlo y si lo consiguen te lo traen.

* Cuisine Paradiso: Distribuidor nacional de utensilios de cocina (entre otras muchas cosas). Se pueden encontrar algunas cuestiones de "Lékué" y de "Nordic Ware". Muy bien surtida.


Y ya que estamos, un par de webs de recetas.

* Tartalette Blog: ADORO este site, es mi #1 de la repostería. Únicamente mirando las fotos sería capaz de pasarme las horas, suerte que mirar no engorda. Hay recetas geniales. Ojalá tuviera más tiempo para cocinar. En inglés.

* Las recetas de mamá: Un poco de todo. Sus fotos no son tan espectaculares, pero todo muy casero.

* Recetas de chocolate: Única y exclusivamente recetas sobre este oro caoba tan delicioso y adictivo. ¡Ñam! A ver si encuentro algo para mi fondue *^-^*

* La cocina de Angie: Cocina tradicional. Sigue una multitud de blogs, es una gran fuente de recetas.

* Directo al paladar: Un clásico de los blogs gastronómicos.


Ah, qué felicidad la mía de esta tarde ^^

7/16/2009

Justicia

He roto todas tus fotos. No queda ni una sola colgada en la pared. Te he borrado de todos los discos duros que he encontrado en casa.

Fue un trabajo concienzudo, pero no es que quiera olvidarte... Es que quiero recordarte a mi manera.

Estuve contemplando todas y cada una de esas imágenes antes de borrarlas por sistema. No había ni una sola en la que te haya podido encontrar.

Ya sé que las fotos mienten, tanto o más que la memoria. No obstante, prefiero engañarme sola.

También he intentado dibujarte, pero te esfumabas en el aire antes de que el grafito de mi lápiz entrara en contacto con la superficie del papel.

Cerré los ojos, para visualizarte primero. Fui incapaz de fijarte un solo momento. Cambiabas rápidamente, huyendo de mí como el mercurio. Fue una experiencia frustrante.

Todo pasaba a la vez. En el mismo instante sonreías, te girabas, mirabas hacia el frente; o llevabas traje, camisa y corbata; llevabas tejanos, polo y bambas… Indistintamente era invierno, otoño o primavera. No te recuerdo en verano.

Alcé la vista, desenfocandome completamente, alienándome de lo demás, intentando evocar un solo momento, un instante que pudiera retener… Y recordé. No una imagen, sino un sonido: el de tu risa.

Te vi.

Te recuerdo en Navidad, recortado contra las sombras de la noche, reluciendo la sonrisa en tus labios. Eso es lo que hay guardado en mi interior. Te busqué en el sitio equivocado. No estás en mi cabeza.

Así que espero me perdones, porque tiré todas las fotos: no te hacen justicia... Pero sabe que conservo la media luna de tus labios para los días amargos en los que deseo olvidar todo lo demás.

7/14/2009

¿Vacaciones? Sí, gracias

OMFG!

Estoy de un mal humor estos días que me subo por las paredes. Voy a tener que ponerle remedio el finde o en algún momento.

No estoy muy segura de a qué es debido, pero lo que sí es cierto es que ni yo me aguanto, y para que yo lo note... Estoy a la que salto por cualquier cosa. Creo que me irán bien unas vacaciones y desconectar del multiverso.

Tampoco ayuda que el libro que me pillara ayer, "Nocturna", tenga una puta mierda de traducción, y que me haya ido directa a Fnac a comprar el libro en inglés. No deberían dejar traducir a gente como ese personaje. Es un atentado contra la literatura.

Para colmo, ayer estaba en el tren cómodamente sentada disfrutando de mi libro, cuando se me sentó una pareja al lado con bebé chillón incluído. En momentos como este pienso en porqué no se aniquilará a la especie humana, o en su defecto, al menos porqué no los esterilizan. Y por si no fuera bastante tortura, tampoco conocían el concepto de "higiene" y tuve que aguantar el jodido hedor que emitían sus cuerpos, en un vagón donde el aire acondicionado brillaba por su ausencia.

Joder... Un día cojonudo.

Supongo que también debe contar que me he quedado sin las cenas de los jueves, o bueno, de algún día en la semana.

Se me hace bastante pesado eso de pasar por delante de una mesa vacía en la oficina, con su desocupada silla a juego... Pensando que en cualquier momento alguien vovlerá a sentarse en ella como si simplemente se hubiera ido de vacaciones de verano. Sé perfectamente que no es así. Que no está de vacaciones, que es un traslado y los traslados no tienen marcha atrás.

Es solo que... No me acostumbro.

No es que me lleve particularmente bien con todo el mundo, ni que me guste contarle toda mi vida a la gente que me rodea, cosa curiosa teniendo en cuenta que llevo un blog como el que llevo... Pero es que jolines... Con mi compi podía hablar la mar de bien. Y me reía, y me divertía, y me gustaba salir a cenar y yo qué sé...

Le echo mucho de menos y sé que no volverá.

Entiendo que para él es mucho mejor como están las cosas, y que debería alegrarme de que haya vuelto a casa después de siete años... Pero bueno podía no sé... Haber esperado siete más, puesto el caso...

Me arrepiento de la cantidad de mañanas que por orgullo no dije nada de bajar al desayuno.

En el fondo no es nada grave. Quiero decir: no se ha muerto. Solo se ha mudado como a ochocientos quilómetros. Siempre cabe la posibilidad de escaparse un finde de visita. Pero eso no quita que en el día a día, esa silla vacía me ponga de mala hostia y que intente pasar por ahí delante con pasos rápidos y decididos, intentando estar los mínimos segundos necesarios en la zona.

A veces pienso que en cualquier momento aparecerá como un fantasma y podré volver a llamarlo pequeño desagradable o a meterme con él. Tampoco me apetece mucho ir al restaurante porque no tengo ni ganas de ver la mesa donde cenábamos siempre. En fin.

Tengo ganas de coger las vacaciones y desconectar, y que cuando venga haya otra persona sentada ahí, en esa silla, para que aunque me enfade, no me sienta tan triste como cuando noto ese vacío en la oficina.

Debería ponerme a pensar en excusas plausibles para aparecerme por el norte.

7/09/2009

Retomando "El Equipaje" otra vez

Bueno, a la tercera va la vencida.

He retomado mi blog de "El Equipaje". Se actualizará con la misma frecuencia arrítmica que todo lo demás. Habrá días que me lo tome con humor y tenga ganas de recordar más que otros.

Mañana me encantará echar un ojo y recordar lo que ha leído a través de los años.

7/08/2009

Un poquito de cordura

A veces, echo la vista atrás. Como todo el mundo, supongo. Pero cuando echo la vista atrás, no veo el camino que quedó a mis espaldas. Me sigo viendo a mí, cada vez más joven, más pequeña, hasta llegar a la infancia.

Con todo, no es el parvulario lo que me gusta recordar, ni los primeros años de rojiza escuela, porque cuando yo era pequeña la vida del inmigrante extranjero era algo más complicada que ahora. Por aquel entonces la gente no te llamaba moro despectivamente: se conformaban con sudaca.

Los niños eran crueles, pero no se hablaba de bullying que está tan de moda. Simplemente llorabas esa maldad sin ponerle nombre. Porque tu vecina, esa que tiene como tú cinco años, acaba de pegarte en el estómago con la punta del palo de una escoba. Porque no eres española.

Recuerdo uno de los primeros veranos en el piso que alquilaron mis padres. Los vecinos rara vez te invitaban a una fiesta, pero eran amables a pesar de todo. Si es que por amabilidad podía entender que te pasaban unos delicados pastelitos a través de los barrotes del patio, en la distancia, como si fueras a contagiarles la peste, el tifus o una plaga de piojos. A veces agradezco esa frialdad. Quien sabe, igual se me hubiera pegado a mí su mojigatería.

Tampoco me gusta mucho recordar el instituto. Son cuatro años de mi vida en los que no estaba muy segura de quien quería ser. Recuerdo haber pasado por varias etapas hasta que encontré un trozo de mí misma. Pero como ya he contado alguna vez, yo no era de las populares. Yo era de esas pequeñas frikis raras con la nariz sumergida entre las hojas de algún libro.

Más de una vez pensé que yo era más lista, me jactaba de mi inteligencia, frente a la de esos pobres diablos que se escondían a fumar porros y colocarse con cola de impacto en los lavabos. Me daban francamente pena y asco. Supongo que era un escudo como cualquier otro. Con todo, el mío, era mejor.

Tuvieron que pasar muchos, muchos años, y alejarme mucho de aquel entonces para encontrar un poco de paz y un grupo donde estar a gusto. Pasaron tal vez seis u ocho. Era un grupo pequeño, de cuatro personas si me contabas a mí. Fueron muchos fines de semana y muchas noches de risas, con vacaciones de viajes. Una época feliz.

Supongo que fueron las hormonas, el efecto “patito” lo que hizo que me enamorara del primer apollardado que se cruzó en mi camino. Supongo que ayudó bastante que le gustara leer como a mí y que fuera inteligente. Supongo que la distancia ayudó también, porque le tenía idealizado.

A veces, echo la vista atrás hasta recordar esos días con una sonrisa. De cuando era más tonta e idealista.

No me arrepiento de lo que he hecho o he sentido, cada uno es como es y yo siempre he sido… Tenaz, por así decirlo. Aprendí muchas cosas.

Entonces, uno entra en el Facebook, y mira las fotos. Es en ese momento cuando empiezo a darme cuenta de la cantidad de años que han pasado. Y me quedo mirando un rostro que a pesar de todo, a veces me cuesta reconocer. Y pienso… ¿Será posible que yo…? ¿Será posible que tú…? Y no acabo la frase porque nos miro y no nos reconozco.

Es curioso porque los recuerdos seguirían igual de vívidos si me esforzara, pero si intento fijarlos es como intentar forzar la vista para ver esa silueta lejana que se recorta entre los rayos del sol, indefinida.

A veces hago un esfuerzo, intentando superponer esas imágenes en mi cabeza: mi recuerdo y las fotografías. Aunque sean todas de la misma persona no consigo hacer que encajen. El chico de hoy me parece tan mayor, tan maduro, tan serio… Nada que ver con el que yo veo en mi memoria.

Acabo divagando, y pienso que seguramente también yo he cambiado, y que ese cambio ha hecho que contemple el mundo con otros ojos. Quizás yo también soy más mayor, más madura, más seria.

Pero el caso es que a veces, no le reconozco, y que no me reconozco a mí tampoco.

A veces pienso si alguna vez le conocí, o si simplemente, todo era un espejismo que se desvaneció al rozar el aire caliente con la punta de los dedos.

A veces pienso si todos los recuerdos de mis vivencias, almacenados cuidadosamente durante treinta años, son así de volátiles, inconsistentes y cambiantes.

A veces, me pregunto si dentro de diez años, cuando contemple de nuevo todo el camino, desde la distancia, seguirá pareciendome tan borroso e irreal, con esas fantasmagóricas siluetas irreconocibles que se siguen recortando entre las sombras del tiempo.

7/02/2009

A un tenista retirado

A veces creo que simplemente te acostumbras. Porque las cosas son siempre iguales un día tras otro, y al siguiente… Así que das por sentado que nada va a cambiar y que todas las mañanas seguirás viendo a las mismas personas.

Piensas que llegarás por la mañana y verás a todo el mundo, contando los viejos chistes malos y poniéndote al día de los cotilleos. Piensas que tienes todo el tiempo del mundo y que no importa si una semana no te has puesto al día, porque ya charlarás la semana que viene.

Quizás es que no todo el mundo siente las cosas de la misma forma, igual que no todos pensamos tampoco de la misma manera. Porque abres tu corazón y compartes tus vivencias esperas que los demás hagan lo propio.

Piensas, cómo puedes haber pasado tanto tiempo con alguien cerca y haber hablado tan poco, y sin embargo te alegras de haber podido ser tan sincera. Incluso –tal vez- cuando no tocaba. Creo que algunas personas son reservadas y no están hechas tanto para hablar como para escuchar pacientemente, y que cuando consigues que te hagan partícipe de una parcela de su vida, puedes sentirte muy orgullosa. Sentirte, y estarlo.

Yo creo que echaré de menos esas noches de jueves, con las cenas en un italiano perdido de la mano de dios, al que se llega con sed y hambre después de haberte extraviado por las calles. Pero no importaba, porque la charla amenizaba los pasos al andar.

Supongo que ya no me reiré tanto en algunas cenas de Navidad. No es fácil sentirse a gusto con los compañeros. Y pocas veces esos compañeros se acercan a la categoría de amigos.

A veces, pienso, me hubiera gustado tener más tiempo para ver si un compañero puede transformarse en amigo.

Es demasiado reservado, pero debe ser parte de su encanto.

¿Quién me pasará ahora los capítulos de Heroes?

Es un torpe, pero le echaré algo de menos.

7/01/2009

La gota que colmó el vaso

La gota que colmó el vaso no fue de agua. Ni de zumo. Ni de café.

La gota que colmó el vaso, fue de aceite.

Y eso… Eso que me trastornó por completo.

Quienes me conocen, saben que soy una persona sencilla, relativamente tranquila, y muy agradable. Soy una persona bastante metódica y ordenada, sin llegar a los extremos de Jack Nicholson en “Mejor imposible”, pero tengo que reconocer que adoro las cosas simétricas y que todo esté en su sitio. Es una excelente manera de ahorrar tiempo buscando objetos en los rincones más insospechados que a alguien se le pueden ocurrir.

En ocasiones, cuando entro en un restaurante y me siento a la mesa, lo primero que hago es colocar de nuevo los cubiertos, y la reposicionar el vaso para que todo quede perfecto, como la estructura atómica de una molécula. Todo en su sitio exacto, porque si no será incapaz de funcionar. No, no son manías: son pequeños rituales.

Cuando contemplo algo que por ventura es asimétrico, entrópico, un escalofrío recorre mi columna vertebral. No es que me produzca lo que se podría catalogar como espasmo, pero me evoca la misma sensación molesta de la tiza chirriando histéricamente al arañar la superficie plana y lustrosa de la pizarra, o esa dentera del metal de los cubiertos al morder la porcelana del plato. Es simplemente desesperante. Y me desquicia. Igual que la suciedad.

En cambio, contemplar una escena ordenada, en la que todos sus elementos permanecen graciosamente en su ubicación, se me antoja un virtuoso cuadro de belleza delicada y exquisita. Incluso amansadora. Y si además está tildada con un aroma agradable, a limpio, envuelta en un halo de pulcritud, es una experiencia extática.

A pesar de lo que puedan decir las malas lenguas, me considero alguien tolerante. Es más: me atrevería a decir que no sólo me considero alguien tolerante, si no que a ciencia cierta que lo soy.

Sí. Porque una persona vehemente y quisquillosa, habría reaccionado de otra manera. Habría reaccionado incluso de forma violenta. Pero yo, que soy un ser humano moderado, comprensivo y transigente, puedo solventar casi cualquier contratiempo dialogando. Porque eso es lo que hacen las personas civilizadas. Éstas, además de dialogar, gozan de mantener íntegro su espacio y poseen el sano don del aseo diario tanto de su cuerpo, como de su hogar. De haber querido que la suciedad formara parte de mi vida, me habría ido a habitar un barrizal junto a una piara de cerdos. Evidentemente, no es el caso.

Y si hablamos de civismo, don de gentes, sentido común y facilidad para la convivencia, tengo que decir que son todas cualidades de las que la persona con la que yo compartí el piso carecía. Bien dicen por ahí que el sentido común es el menos común de los sentidos.

Quizás llegados a este punto, debiera hacer una matización. Porque erróneamente se podría concluir de todo esto que mi reacción fue desmesurada en contraposición a lo que yo consideré la afrenta definitiva, que de forma irrevocable zanjó la cuestión de la convivencia.

En realidad no soy alguien solitario. De hecho, disfruto de la grata compañía que es capaz de transformar con su conversación y presencia una cena insípida en el más agradable y delicioso de los manjares. Ha ocurrido en pocas ocasiones, pero a veces -y sólo a veces-, esa hora alrededor de la mesa manteniendo una buena tertulia me han reconfortado más que la misma hora volcada en la lectura.

Tengo que decir que a lo largo de los años, ya desde mi más tierna infancia, desarrollé una adicción mordaz por la lectura, hasta el punto de que hoy sería totalmente imposible para mí sobrevivir sin la compañía de esos silenciosos camaradas de papel y tinta que viven conmigo, y que seguramente mientras yo duermo, platican en voz baja entre ellos en sus estanterías de madera.

Tampoco se puede decir que reniegue de la convivencia, pero ésta tiene que ser fluida y cómoda. Armoniosa. Es tanto más sencillo cuanto más parecidos los caracteres de los individuos. Y desde luego, ayuda infinitamente el sentido común.

Aunque esa es la teoría, la realidad radica en que la única experiencia tangible que he tenido ha sido con esos volúmenes de historias que habitan en la casa. Por eso, probablemente ni mi mente ni mi sosegado espíritu estaban preparados para el cataclismo, la hecatombe, la catástrofe que asoló la casa en cuanto llegó Él.

Únicamente hay otra cosa en este mundo que me embarga tanto de orgullo como los libros, y es mi cocina.

Podría sobrellevar cierto desorden en el salón, podría sobrellevar que el baño se recogiera una vez a la semana, pero con lo que no puedo lidiar, es con una cocina sin recoger: grasienta, con cristalería y vajilla acumulándose sobre la encimera sucia o la pica sin orden ni concierto, como si fueran los cuerpos inertes y olvidados, desheredados de la casa, abandonados despojos que se amontonan después de su uso como si no tuvieran valor alguno, sin nadie que acudiera a rescatarlos de la suciedad y el polvo que se aglutinaban a partes iguales formando capa sobre capa en la que hasta hacía unos días era una superficie prístina y resplandeciente.

No. Puedo. Soportarlo. Es así de sencillo.

No obstante, jamás se me habría ocurrido que una aversión tal por la profanación del corazón de mi casa pudiera desgarrarme hasta el punto de arrastrarme irrevocablemente a la orilla de la locura y la enajenación mental, sacando lo peor de mí, toda la ira contenida que había permanecido oculta durante un mes, como una semilla maliciosa que va gestándose en silencio en algún recóndito lugar de mi paciencia, extendiendo sus diminutas y oscuras raíces que poco a poco iban afianzándose en mi interior, ganando terreno.

Allí donde fracasaron las manchas de huellas dactilares en los espejos, las bolas de pelos acumulándose tras las puertas de los pasillos, los papeles de bombones caídos detrás de la puerta de acceso a la habitación de invitados, la capa ocre y maloliente del inodoro del aseo, los rastros de cal en la mampara del baño; tuvo éxito el aceite, con su tacto viscoso, resbaladizo, que corrompió la tan pulcra vajilla con su desagradable rastro.

Y exploté. Porque yo que con tanta devoción cuido de mi hogar, que cada mañana recojo cuidadosamente la casa al anochecer para dejarlo todo preparado para la nueva jornada, y que a las seis cuando el sol apenas si despunta por la ventana, lavo amorosamente los utensilios de cocina que se utilizaron en el desayuno; tuve que contemplar cómo el aceite se había adherido a mis vasos, copas y tazas, a los cuencos, a los platos, después de salir en erupción de una sartén enfebrecida cuando descuidadamente alguien osó utilizar la cocina sin resguardar toda la vajilla limpia.

¡En qué cabeza cabe!

Así que esa mañana, podía notar cómo la rabia se acumulaba en mi interior inundándome, ahogando mi cordura, sacando a flote una necesidad primitiva de gritar, aullar y aporrear todo lo que se encontraba a mi alcance a falta de algo mejor a lo que maltratar.

Podía sentir el calor recorriendo mi cuerpo hasta incendiar mi rostro mientras intentaba recordar que soy una persona civilizada y que las personas civilizadas no despiertan al vecindario a las seis de la mañana a grito pelado, ni apuñalan a la gente dentro de su casa. Me obligué a recordar que los seres humanos renuncian a la violencia y dialogan.

Por más que al contemplar la profanación de mi cocina, lo único que me apetecía en ese momento era adentrarme como un tifón malhumorado en la habitación para huéspedes, hice acopio de lo que restaba de voluntad para calmarme; aunque mi cocina pareciera un lodazal, donde una manada de hipopótamos se hubieran dado un baño en aceite como si de un fantástico lago se tratara.

Cuando la calma volvió a mí, salí de la estancia con cuanta dignidad me quedaba, y sin desayunar. Me negaba a tocar un solo utensilio. Era nauseabundo.

Así que tomé una decisión civilizada: dejé una nota instando a mi poco afortunado compañero a recogerlo todo dejándolo impecable para cuando yo llegara. Porque eso es lo que hace la gente sensata: soluciona los conflictos dialogando. Aunque eso no quita que por más que sea una persona tranquila, agradable y tolerante, no vaya a recurrir al uso de la fuerza y los objetos punzantes la próxima vez que nadie se atreva a profanar mi santa cocina.